Tania: la española que conquistó el tango y rompió con todos los prejuicios de su época

La cantante, que nació bajo el nombre de Ana Luciano Divis en 1908 y vivió hasta los 100 años, tuvo una turbulenta relación con Enrique Santos Discépolo y se definió como “la Madonna” de los años ‘30

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Ana Luciano Divis,  conocida por todos como Tania
Ana Luciano Divis, conocida por todos como Tania

Todo lo que estaba “mal visto” para las mujeres de su época, ella lo hizo. Es que Tania era así: orgullosa, altanera, carismática y, por sobre todas las cosas, libre. De hecho, en una de sus últimas entrevistas, se había definido como “la Madonna” de los años ’30. Y no sin razón. Es que en un tiempo en el que las “damas de bien” tenían que cuidarse del “qué dirán”, ella se dedicó a disfrutar de la vida a su manera. Fue la musa inspiradora y el gran amor de Enrique Santos Discépolo. Pero nunca estuvo dispuesta a comportarse como la sociedad esperaba por ser la mujer de uno de los grandes maestros del tango.

Había nacido en Toledo, España, el 13 de octubre de 1908. O algo así, porque la realidad es que siempre había mentido con su edad y se estima que, el 17 de febrero de 1999, cuando falleció, ya tenía más de 100 años. Su nombre real era Ana Luciano Divis. Pero decidió adoptar el de Tania siendo una niña, un poco porque así se llamaba una compañera de su colegio de Valencia con la que hacía teatro y, otro, para desafiar a su madre y a su hermana.

“Para actuar había decidido llamarme Ana Luciano pero, en ese tiempo, mi hermana que actuaba con su verdadero nombre, Isabel Luciano, ya era una de las primeras tiples españolas. Era la época de El Conde de Luxemburgo, de La Viuda Alegre, de las grandes operetas. Y como ella cantaba muy bien y ya era bastante conocida, le dijo a mi madre: ‘Me parece que Anita no debiera ponerse ese nombre, porque el mío ya es grande y esta chica recién empieza. No sabemos si podrá seguir en el teatro o no’. Todo eso parece un poquito ridículo pero fue así. Entonces yo, muy orgullosa, dije: ‘Ahora sí, también me voy a llamar Tania...”. Mucha gente cree que me puse Tania por Anita al revés. No, lo hice por mi amiguita rusa que también bailaba y cantaba”, contó en una entrevista.

Rebelde como pocas, comenzó su carrera cantando cuplés de gira por las localidades cercanas. Y se destacó de tal manera, que quedó seleccionada para integrar una troupe que viajó a París. Ahí fue cuando quiso volver a su nombre original, pero ya era tarde: todos la reconocían como Tania. “Los empresarios decían que sonaba muy teatral”, explicó luego.

Siendo todavía muy joven, se casó con un bailarín muy famoso llamado Antonio Fernández Rodríguez, cuyo nombre artístico era Mexicán. Junto a él formó el dúo Tania-Mexicán. Pareja de baile. Y tuvo a su única hija, Ana. Sin embargo, después de su primera gira por la Argentina, que tuvo lugar en el año 1923, decidió dejar a la niña al cuidado de su familia para volver con su marido a la tierra del tango. Quería probar suerte como cantante. Y no tardó mucho en olvidarse de su esposo, para comenzar su carrera solista.

Tania y Discépolo fueron pareja durante más de dos décadas
Tania y Discépolo fueron pareja durante más de dos décadas

La Gallega, como le decían, tenía todo para destacarse. Dueña de una impactante belleza, una voz inusual y un desparpajo único, logró deslumbrar al público tanguero con su interpretación de temas como Fumando espero o A la luz del candil, primero en la orquesta de Roberto Firpo y luego en la de Osvaldo Fresedo. Hasta que logró desembarcar en el mítico cabaret Follies Bergère, donde siempre con su boquilla en mano comenzó a hacer su propia versión de Esta noche me emborracho. Así fue como conoció a Discepolín, el autor de este legendario tango.

“Una noche me escuchó José Razzano. Me preguntó si conocía a Carlos Gardel y me contó toda su historia. La verdad es que yo no lo conocía, como no conocía a Roberto Casaux, ni a Armando Discépolo, ni a Alberto Vaccarezza, porque era una muchacha recién llegada. Conocía a la gente importante de España, pero no a la de Buenos Aires. Entonces me dijo: ‘Mañana vas a cantar otra vez Esta noche me emborracho. Voy a venir con un amigo que es el autor’”, recordó Tania.

Lo cierto es que, por una cuestión de principios, Discepolín no era de ir a locales nocturnos. “Razzano lo empujó para que fuera. Enrique, que ya tenía 26 años, nunca había ido a un cabaret. Suena a risa, porque es la edad en que los chicos iban a estos lugares. Pero así era”, explicó la cantante sobre ese primer encuentro. Y el flechazo de instantáneo. Después de verla en escena, conocer algo sobre su vida y escucharla entonar ese tango, el compositor comenzó su plan de conquista.

“Me mandó flores, me mandó bombones. Para mí, esas cosas no tenían importancia porque eran tiempos en que los admiradores mandaban cosas más importantes que flores y bombones... Me parecía un asunto muy romántico, pero para una mujer como yo, joven, con 24 años, ya eran muchas flores, muchos bombones...”, confesó ella. Y reconoció que, en aquel momento, le interesaba mucho más un hombre adinerado que un hombre bueno. Pero un día aceptó ir a tomar un té con él y otros amigos, otro lo fue a ver a la obra Mustafá y, cuando se quiso acordar, ya había empezado una relación sentimental.

Corría el año 1927. Y los amigos de Discepolín no veían con buenos ojos a Tania, que solía llegar a las reuniones manejando su propio Buick, en una época en la que las mujeres no conducían, y se mostraba como una descarada. Al punto que muchos terminaban sintiendo pena por el compositor. “Si me vieran desnudo, la entenderían a la pobre”, cuentan que les decía él, quizá para tratar de justificarla.

“Se reunían en el Tropezón y el hermano le dijo: ‘Traéla una noche para que la conozcan los muchachos’. ¡Armando fue pedante desde el día que lo conocí! Llegué manejando mi auto, una voituré roja. Entonces al tocar la bocina y salir Enrique a buscarme, parece que hubiera llegado la Madonna, porque ¿cómo era eso que una chica viniera a buscar a mi hermano?”, relató Tania. Y sobre esos amigos bohemios explicó: “Me parecían muy aburridos, porque no entendía nada de lo que hablaban”.

Tania en uno de sus últimos shows
Tania en uno de sus últimos shows

Tania y Enrique convivieron más de una década en un departamento porteño que alquilaban “a medias”. Y, en 1941, se mudaron a una casa de la zona de La Lucila con la intención de vivir como una pareja más tradicional, aunque sin papeles. Pero las malas lenguas no dejaban de hablar de las andanzas de la Gallega, a la que Alfonsina Storni había convencido de que ese “flaco fané y descangayado” era el hombre de su vida. De manera que la crisis entre ellos era una constante, aunque ella siempre negó tener discusiones de pareja.

Años más tarde, Discepolín viajó a México donde conoció a la actriz Raquel Díaz de León, con la que vivió un apasionado romance. Para entonces, su relación con Tania parecía terminada. Pero cuentan que, al enterarse de la que mujer había quedado embarazada, la cantante hizo las valijas para ir a buscar al compositor. Y que hasta lo amenazó con quitarse la vida si no volvía con ella. Enrique Luis Discépolo Díaz de León, el único hijo del creador de Canción desesperada al que apadrinaron Tita Merello y Luis Sandrini, nació el 21 de abril de 1947. Pero su padre no lo conoció, ya que había abandonado a su madre con seis meses de embarazo.

Estando convaleciente, Enrique Santos firmó un testamento por el que le legaba el 80 por ciento de su patrimonio y los derechos de sus obras a Tania, dejando solo el 20 restante para su hermana Otilia. “Permanezco soltero y no tengo ni reconozco descendencia natural”, decía el documento que rubricó con su firma antes de partir, el 23 de diciembre de 1951. La Gallega, en tanto, se había distanciado de su hija de la que nunca hablaba una década antes. Y ésta, quien también se había dedicado a la música bajo el nombre de Choly Mur, terminó falleciendo en 1953, con apenas 27 años, en un accidente automovilístico.

Tania los sobrevivió a ambos casi cinco décadas, haciendo alarde de su excelente salud. “Yo como con whisky”, decía cuando le preguntaban por su dieta. Es verdad que al principio le costó volver al ruedo porque muchos la catalogaban como la “Primera dama del tango”. ”Con Enrique nunca habíamos pensado en casarnos. No lo necesitábamos... Como decíamos: ‘El pueblo ya nos ha casado’. Si él ha sido una realidad de la que queda obra, nunca ha dejado incubar la leyenda. Ser la viuda de una leyenda es tremendo. Es algo que comienza por halagar, más tarde envuelve, aprisiona, casi ahoga”, explicó en algún momento. Pero ella nunca bajó los brazos y siguió cantando hasta el final de sus días.

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