“¡Haceme un hijo!”, le gritan las mujeres por la calle. Sin embargo, sentado en un bar de Caballito y mientras mira por la ventana a un punto indefinido, Martín Antonio Tony Coggi asegura que no está dispuesto a tirar la toalla hasta encontrar el verdadero amor. Hijo del boxeador Juan Martín Látigo Coggi, se crio en un gimnasio viendo pelear a su padre y aprendió de él a hacerse fuerte a la hora de enfrentar a un rival sobre el ring. Pero también aprendió cuál es el valor de la familia, ya que siempre supo el lugar que el tres veces campeón del mundo le dio a su esposa, Alicia Martínez, a su hermana, Yésica, y a él. Y por eso, a tres años de haber abandonado la actividad pugilística donde se lo conoció con el alias de El Principito y mientras se afianza en su rol de actor, productor y periodista deportivo, sueña con tener una compañera de vida y convertirse, por fin, en papá.
—¿Cómo está a dos meses de tu separación de Delfina Gerez Bosco y luego de ella blanqueara un nuevo romance?
—Estoy bien. Son tiempos de crecer, de seguir luchando. Y más en este momento del país. Por suerte, aunque ahora hay poca ficción, se me abrieron algunas puertas desde la producción y estoy presentando algunos teaser de ideas originales mías. También estoy comentando boxeo para Fox Sport y despuntando el vicio como entrenador recreativo. Así que me mantengo bastante ocupado.
—Mucha gente se sorprendió al descubrir en usted a un hombre muy sensible viniendo del mundo del boxeo...
—Eso es algo que traigo conmigo. No me gusta definirlo como un mandato, pero yo vengo de una familia donde si algo no faltó nunca fue amor y yo sueño con repetir ese modelo. Mis abuelos están casados desde hace 60 años. Y mis viejos llevan 40 años juntos. Pasaron mil cosas que la gente no sabe, porque en algún momento hemos cenado leche en polvo con un pedazo de pan. Pero siempre estuvieron hombro a hombro, peleándola para ponernos de pie. Así que yo tengo esos valores. Mi papá me tuvo a mí cuando tenía 21 años, así que es como que crecimos juntos. Y yo, de alguna manera, con mis 40 siento que ya estoy grande. Sé que no es así, pero bueno. La verdad es que me encantaría estar en pareja y ser padre, porque es lo que mamé de chico.
—Hablemos de su infancia. ¿Qué recuerdos le vienen a la cabeza?
—Yo nací en el ‘83. Mi viejo había debutado como boxeador profesional en el 2 de abril del ‘82, el día que comenzó la guerra de Malvinas. Hasta ese momento, no éramos pobres pero si mi papá no se ponía el despertador para ir a trabajar no comíamos. Pero cuando llegué yo, él ya era una promesa y había algunos sponsors poniendo un mango, así que se pudo dedicar a entrenar a pleno. Y mi vieja trabajaba en un boliche cerca de casa. Así que yo, muchas veces, tenía ir con alguno de ellos o que quedarme con mi abuela para que me cuidara. Hasta que, en el ‘87, mi papá salió campeón del mundo.
—¿Qué cambió entonces para usted?
—Todo. Pasamos a vivir realmente muy bien. Mi viejo se puso a agrandar la casa donde vive hasta el día de hoy, que es una especie de quinta con pileta. Y, gracias a lo que él le dio al boxeo, pudimos disfrutar de un montón de cosas que para nosotros eran verdaderos lujos.
—¿Cuál era la imagen que tenía de su padre en esa época?
—¡Para mí era un superhéroe! Imaginate lo que era cuando hablaba con mis compañeritos de escuela. Porque mi viejo era conocido por agarrarse a trompadas y bajar a otros tipos, era famoso por ser el más fuerte y pegar más duro. Así que yo me reía del que me decía: “Mi papá es policía”. ¡Claro!
—¿Y no se angustiaba cuando su padre recibía algún golpe?
—Al principio no tanto, pero cuando empecé a tomar más conciencia sí. Sobre todo, alguna vez que perdió. Dije: “¿Mirá? El loco también puede perder”. Fueron solo 5 peleas de 87 las que perdió. Pero de pronto me di cuenta de que podía perder...
—¿Qué pasaba en su casa entonces?
—¡Era tremendo! Realmente, eran momentos muy difíciles porque se vivían como una tragedia. Pero yo me crie en ese mundo. Mi guardería fue el gimnasio del Luna Park primero y el de la Federación de Box después. Y mi juguete favorito era un par de guantes, porque para que no molestara me los ponían y yo me largaba a pegarle a cualquier cosa. A muchos de los boxeadores les daba en los genitales, porque yo les llegaba a la cintura y ellos se reían. Y me relacionaba con todos. A Carlos Monzón no llegué a conocerlo porque yo era muy chico cuando murió, pero mi viejo fue a verlo a la cárcel.
—¿Con Diego Maradona, fanático de su padre, tuvo trato?
—Sí, tengo fotos a upa suyo y todo. La última vez que lo vi, ya siendo grande, fue en el Hotel Hilton donde él fue a hacer una presentación. Pero, cada vez que lo encontraba, quedaba paralizado y con el corazón explotado.
—Hablamos de dos campeones cuyas vidas se han visto empañadas por los escándalos, cuando de Látigo poco y nada se supo...
—Mirá, ahora que trabajo como generador de ideas, porque me parece mucho decir que soy productor, pienso en la posibilidad de hacer la biopic de mi viejo y se me hace difícil. Porque es un tipo que hizo todo bien. Entonces digo: “¿Cuál sería la problemática?”. Sí, obvio, hay una historia de vida interesante. Pero el tipo no fue infiel, no se dedicó a las drogas, no se perdió en el alcohol, no se mostró con mujeres...¡Y no me sirve para una serie!
—¿Cómo era con usted?
—Súper amoroso. Como te dije, él era un nene cuando me tuvo a mí. Así que éramos muy compañeros. Me acuerdo que, cuando estábamos de vacaciones, íbamos juntos a los videojuegos. Hacíamos cosas de amigos sin ningún problema. Y, cuando yo empecé a boxear, él seguía siendo un pibe. De hecho, acababa de retirarse cuando yo arranqué. Así que por ahí, si yo peleaba en Córdoba, agarrábamos el auto y nos íbamos solos tomando mate y muertos de risa.
—¿Él lo incentivó para que se dedicara al boxeo?
—No, al contrario. Él siempre me quiso sacar de esto.
—¿Por qué?
—Decía que él se había agarrado a trompadas toda su vida y había sufrido, justamente, para que yo no tuviera que hacer lo mismo. Pero yo le explicaba: “Me llevaste a un gimnasio desde que tenía 4 cuatro años y me ponían los guantes. ¿Cómo querés que me dedique a otra cosa?”.
—Imagínese lo duro que debe ser para un padre tener que ver cómo le pegan a un hijo...
—¡Totalmente! La verdad que los huevos que tuvo mi viejo para estar en mi rincón y para no tirar la toalla cuando yo la estaba pasando muy mal, fueron tremendos. Yo hice tres intentos hasta que lo convencí de que quería boxear. Pero no lo convencí de tanto pedírselo, sino agarrándome a trompadas en un entrenamiento con un pupilo de él. Ahí se dio cuenta de que, si no lo hacía con él, lo iba a hacer solo. Y optó por acompañarme pensando que iban a ser un par de meses nomás.
—¿Cuánto tiempo estuvo boxeando?
—21 años: desde diciembre del ‘99 hasta enero del 2021.
—¿Cómo fue esa experiencia?
—Fue un viaje hermoso que repetiría una y mil veces. Una locura. Cada pelea, sin importar lo que significara porque algunas son solo para ganar experiencia, era estar con la emoción a flor de piel. Vivíamos cada encuentro como si fuera la final de un mundial. Y no me voy a olvidar nunca de lo que fue ese vestuario, en el año 2008, cuando gané mi primer título sudamericano totalmente de visitante. Había ido a verme solo una combi de Brandsen con la familia y los amigos cercanos. Éramos nosotros contra el mundo. Y gané. Cuando llegué al vestuario, mi viejo me pegó un abrazo que me quedó grabado para toda la vida. Fue increíble.
—¿Qué pasaba por su cabeza cuando se quedaba solo en el ring?
—Es cierto que te quedás solo y que, en ese momento, nadie te va a dar una mano. Pero la realidad es que no estás solo, estás con todo lo que te enseñaron y con las herramientas que te dieron tus maestros a lo largo de tu carrera. Así que es difícil que te sientas solo. Yo, por ejemplo, estaba en el Luna Park con más de diez mil personas hablando, pero solo escuchaba los gritos de mi viejo en el rincón.
—¿Fue un peso en su carrera ser “el hijo de” Látigo Coggi?
—Yo siempre le di la espalda a eso, pero en algún momento te afecta la comparación. Hay gente que es mala y prefiere que te vaya mal con tal de tener algo que decir. De todas formas, yo tengo una personalidad muy fuerte. Si no, no hubiera podido mantenerme en el ring durante dos décadas.
—¿Cómo fue el momento de decir: “Hasta acá”?
—En mi última pelea subí al ring por el título argentino contra Carlos Córdoba. Y, cuando terminó el séptimo round, me di cuenta de que él había estado toda la pelea medio segundo antes que yo. Y que esto era así porque él tenía 24 años y yo, 37. Me acuerdo que estaba en el rincón, me hablaba mi viejo, me hablaba Marcelo Domínguez. Pero yo, en ese momento, me retiré. En ese minuto de descanso, mientras ellos me daban instrucciones, mi cabeza estaba en otra parte. Pensé: “Me queda octavo, noveno y décimo, nueve minutos para intentar revertir esto. Si lo engancho y lo mando a la lona, golazo. Si no, voy a dejar todo”. No lo logré derribar, me ganó por puntos y, cuando se terminó el encuentro, se terminó mi carrera también.
—¿Entonces qué?
—Mucha gente no lo sabe, pero cuando terminé el secundario me anoté en el Centro de Investigación Cinematográfica de Belgrano y empecé a estudiar dirección, actuación y puesta en escena. Habré cursado unos siete u ocho meses y dejé, porque no me daban los tiempos. Pero la agarré a mi vieja, que estaba contenta de que yo estudiara algo en lugar de estar abocado solo al boxeo, y le dije: “Voy a dejar la facultad porque me está matando, pero te prometo que cuando me retire, sea en cuatro meses o diez años, voy a actuar otra vez”. El viernes 16 de enero del 2021 hice mi última pelea profesional. Y el lunes 19 de enero de 2021, tres días después, ya estaba grabando un bolo en Los Protectores, sentado al lado de Adrián Suar, Andrés Parra y Gustavo Bermúdez. ¡Me temblaba todo! Pero me puso muy feliz por mi mamá.
—Ella debe haber sufrido al verlo boxear...
—Mi vieja es una persona que sufre mucho callada. Y mi carrera la sufrió callada. El día que disputé mi primera pelea profesional, tenia 21 años. Para ella era un nene. Y un periodista le preguntó si estaba feliz de que hubiera debutado como boxeador. Pero ella le respondió: “No, yo estoy feliz porque él cumplió un sueño”. Ella no estaba viendo que yo estaba comenzando una carrera. Para ella, yo había triunfado porque había logrado hacer lo que tanto quería.
—La vida del boxeador es muy dura. ¿En algún momento interfirió en sus relaciones de pareja?
—Convengamos que es una carrera que pide mucho y que tiene un montón de matices que no acercan al boxeador a la mujer. Mi viejo siempre cuenta que, cuando él fue a pelear a Italia por el título del mundo, Tito Lectoure le dijo que tenía que ir solo con el equipo. Y él le dijo que si mi vieja y yo no íbamos, sacara la plata de la bolsa porque él no iba tampoco. Mi papá rompió un paradigma en ese sentido.
—¿Y usted perdió algún amor por el boxeo?
—Quizá sí y no lo he sabido ver por el hecho de priorizar mi carrera, que también es mi trabajo. Capaz que alguna mujer quedó en el camino porque se agotó de eso. No lo sé. Lo que sí te puedo decir, es que todas mis parejas, cuando llegaban al ambiente del boxeo se deslumbraban. ¡Les encantaba! Aunque puede ser que después se cansaran.
—Públicamente se le conoció una relación muy breve con Tamara Bella y un noviazgo de un año con Delfina Gerez Bosco. ¿Tuvo parejas largas?
—Sí, siempre tuve noviazgos largos. La historia que más duró fue de diez años, desde mis 18 hasta los 28. Y después vinieron estas dos relaciones que fueron más mediáticas.
—¿En algún momento dejó de creer en el amor?
—¡No! Porque el amor no me hizo nada como para que yo dejara de creer en él. Quizá, hubo una mala ejecución del amor y hubo cosas que me terminaron lastimando. O hubo una confusa ejecución del amor, una equivocada creencia del amor...Pero el amor es lo mejor de esta vida.
—¿Y qué busca en una pareja?
—Una compañera. Alguien que esté atenta conmigo como yo estoy atento por lo general con mis parejas. Una persona que me entienda y que sepa empatizar con las situaciones de cada uno. No voy a mentir: obviamente, siempre la primera impresión entra por los ojos. Pero yo hace tiempo que dejé de priorizar el aspecto físico. Me fijo más en otras cosas. Quizá, en un mensajito de buenos días, en una palabra de aliento cuando estás por hacer algo...Creo que eso es mucho más importante que un buen lomo.
—Imagino que sus redes sociales deben haber estallado desde que volvió a la soltería...
—Sí, ni hablar.
—¿Y qué le dicen las mujeres en la calle?
—Es que hay chicas que no entienden cómo es el tema. ¿Cómo explicarlo? Me pasa que por ahí voy a un boliche y me gritan: “¡Haceme un hijo!”. No, pará, no es así. En este último tiempo, yo sentí mucho el cariño de la gente que empatizó conmigo por el tema de la separación. Pero por ahí hay alguna que se quiere aprovechar de ese momento y no da. Yo voy con pie de plomo. No fue Delfina, no fue la anterior ni la otra. Pero alguna va a ser, sin lugar a dudas.
—Usted tiene un objetivo claro que es formar una familia, así que necesita estar con una mujer que busque lo mismo.
—Totalmente, es que funciona así. Tampoco es que mañana voy a conocer a una piba y le voy a decir que tengamos hijos. Pero ese es el objetivo que yo tengo. Hay personas que quieren estar solas toda la vida, otras que no quieren ser padres nunca... Bueno, yo quiero formar una familia como la que vi desde siempre en mi casa. Y sostenerla. Hoy, todos hablan de soltar. ¿Pero soltar qué, boludo? Si querés a alguien no se trata de soltar, sino de agarrarse fuerte hasta acomodar las cosas. ¿Cuántas historias de amor conocemos que en algún momento tuvieron una crisis, la remontaron y después siguieron para siempre? Hay cuestiones que no comprendo de las nuevas generaciones pero, en general, veo que hay muy poca paciencia. Y, en este tema, yo prefiero que las cosas sean como antes. A la antigua.