Nada. Tal como señalaba el título de su pieza más emblemática, nada quedó de Horacio Sanguinetti. El letrista, que había creado ese nostálgico tema con música de José Dames en 1944 y que cantores de la talla de Alberto Podestá y Julio Sosa entre muchos otros se encargaron de inmortalizar, era uno de los máximos referentes de la época de oro del tango. Y tenía en su haber más de 150 composiciones que lo posicionaban en un lugar de privilegio. Sin embargo, después del velorio de su hermana, quien falleció a raíz de una tuberculosis en el invierno de 1950, desapareció de la faz de la Tierra. ¿Qué fue lo que le ocurrió?
“He llegado hasta tu casa. Yo no sé cómo he podido. Si me han dicho que no estás. Que ya nunca volverás. Si me han dicho que te has ido”, rezaba la letra que había escrito el poeta nacido el 19 de marzo de 1914 en Montevideo, Uruguay, bajo el nombre de Horacio Basterra aunque luego adoptó su apellido materno. Quizá, la escribió anticipando lo que muchos de sus seres queridos iban a sentir cuando quisieran encontrarlo seis años más tarde en Buenos Aires, donde se había instalado con su familia siendo un adolescente. Porque, tras aquel velatorio, nadie más pudo dar con él.
Así las cosas, empezaron a tejerse las más apasionantes teorías sobre su paradero, alimentadas por el escaso registro que había sobre la vida personal de este referente de la música ciudadana que solía codearse con los más grandes del género. Una versión indicaba que el autor había sido asesinado por la mafia debido a sus deudas de juego. Otra, aseguraba que en realidad se había enamorado de una mujer casada y se había mudado con ella a alguna provincia del interior del país para alejarla de su marido.
Lo cierto es que la verdadera historia recién pudo reconstruirse mucho tiempo después, incluso, de la propia muerte del poeta ocurrida el 19 de diciembre de 1957, en la misma ciudad en la que había nacido 43 años antes. Según le habría confesado a varios de sus amigos, su hermana menor había sido víctima de violencia de género por parte de su esposo, un militar de alto rango que había convertido su vida en un verdadero tormento. Pero era una época en la que los maltratos conyugales eran minimizados y no estaba bien visto que nadie se metiera en una relación ajena. Así que Horacio nunca llegó a hacer nada al respecto. Y la mujer, simplemente, aguantó hasta el final de sus días.
La hermana de Basterra murió siendo muy joven luego de haber contraído tisis. Y tal como relatan Oscar del Priore e Irene Amuchástegui en el libro A mí se me hace cuento, historias ocultas del tango, en su velorio, como era costumbre, además de café se sirvió alcohol en cantidad. Horacio, destrozado por el dolor, habría bebido demasiado. Y al ver a su cuñado recibiendo las condolencias junto al féretro con cara de circunstancia, no lo toleró. Entonces se trenzó con él en una discusión que terminó en tragedia. Porque cuando el militar amagó con sacar su arma tratándolo de “borracho”, el poeta, que aunque era un hombre pacífico también llevaba la suya para resguardarse de los peligros de la noche porteña, le apuntó y ejecutó un disparo certero causándole la muerte.
Lo que siguió fue un verdadero caos. Entre gritos de desesperación, Horacio salió corriendo con su impecable traje azul manchado de sangre en dirección a la casa de Osvaldo Pugliese para pedirle ayuda. Y luego, ambos se dirigieron al Cabaret Chantecler, donde sus amigos Cátulo Castillo, Homero Manzi y Juan D’Arienzo pensaron la manera de encontrarle una salida a semejante situación. Finalmente, a las cuatro de la madrugada, decidieron ir a la residencia presidencial a ver a Juan Domingo Perón. La idea era lograr que Basterra pudiera escaparse a su país sin ser interceptado por la policía. Y, según esta hipótesis, el general habría logrado postergar la búsqueda por 24 horas, tiempo suficiente como para que llegara a cruzar el Río de La Plata en lancha desde San Fernando hasta Carmelo, para nunca más volver.
Arlette, Moneda de cobre, Tristeza marina y Los despojos son algunas de las letras que el poeta dejó antes de que se truncara su carrera. Y en su casa -no la natal sino la porteña- no quedó ningún indicio que pudiera dar cuenta de cuál había sido su destino. “Solo telarañas que teje el yuyal. Y el rosal tampoco existe y es seguro que se ha muerto al irte tú. Todo es una cruz”, decía el estribillo de Nada. De no haberse fugado, hubiera recibido una condena muy alta por haber asesinado a un militar, si es que no lo ajusticiaban antes de llegar al banquillo. Así que, desde entonces, todo fue un misterio alrededor de Basterra. Aparentemente, habría regenteado un local nocturno hasta su muerte, que lo encontró solo y apesadumbrado.
Claro que el mito no se terminó ahí. Y es que hay quienes sospechan que, en realidad, el poeta consiguió un certificado de defunción falso para poder anular su búsqueda y que sus parientes pudieran cobrar por él los derechos de autor de sus obras. Y que, con otra identidad, se habría ido a comenzar una nueva vida a España. En este caso, la historia tendría un final un poco más feliz a pesar del horror. Aunque lo más probable es que nunca se pueda saber, a ciencia cierta, qué fue lo que sucedió.