Francisco Torné estaba por cumplir los 15 años cuando falleció Aníbal Troilo, el 18 de mayo de 1975. Sin embargo, todavía conserva intacto el recuerdo de los olores, los sabores y los sonidos de la casa que compartía el gran bandoneonista, creador de tangos legendarios como Garúa y Sur, entre tantos otros, con la griega Ida Dudui Kalacci, a quien todos conocían como Zita. Y aunque él se empeña en aclarar que Pichuco no era su abuelo biológico sino político, la realidad es que el maestro siempre lo trató como su nieto y hoy, desde otro plano, seguramente se reconforta al saber que mantiene vivo su legado.
“Troilo no tuvo hijos. Pero su esposa tenía una hija, Edith, de un matrimonio anterior. Y ella nos tuvo a mis hermanos, Edith y Juan Carlos, y a mí. O sea que yo soy nieto de Zita Troilo por parte de madre. Y Pichuco es mi abuelo político. Pero nunca hubo un planteo sobre ese tema. Y él siempre trató a mi mamá como si fuera su hija y a nosotros como si fuéramos sus nietos de sangre”, explica Torné en diálogo con Infobae.
—¿Y cómo lo recuerda usted?
—Yo tengo registro desde mis 8 años hasta que él falleció. Y recuerdo mucho las Navidades, porque íbamos a almorzar con ellos. Me acuerdo que salíamos del departamento que quedaba en la calle Paraguay, caminábamos hasta Paraná y de ahí a Corrientes, donde estaba la esquina a la que a él le gustaba ir a comer. Serían unas seis cuadras. Pero, ese trayecto, nos demoraba más de una hora y media.
—¿Porque la gente lo paraba para saludarlo?
—Y porque él se ponía a charlar...Él se sentía cómodo hablando con sus vecinos. ¡Y por ahí ni los conocía! Un día se había quedado conversando con una persona como treinta minutos. Y, cuando mi hermano le preguntó quién era, dijo que no sabía. Pero le tenían mucho respeto y mucho cariño. Eso era lo que más observaba yo. Porque no había un asedio a la figura, sino un acercamiento al ídolo pero desde otro lugar.
—¿Y de qué charlaba?
—Surgían muchos comentarios de fútbol, porque todos sabían que él era fanático de River. Así que le decían algo sobre el partido del domingo o del equipo. También le preguntaban por algún tango. Pero siempre se acercaban correctamente. Y él a todos les respondía bien.
—¿Usted tenía conciencia de la fama de su abuelo?
—No, yo no me daba cuenta de eso. Porque el trato de él era tan cariñoso, tan sencillo...Era una persona muy centrada y afectuosa. Me acuerdo que cuando llegábamos nos daba un beso en la mejilla pero con todos los labios, no un beso tirado al aire...
—¿Siempre era así?
—Sí. Cuando yo era chico, me subía a su falda y me decía Panchoche. Como a los Franciscos les dicen Pancho, él me llamaba así.
—¿Guarda el recuerdo de los aromas de esa casa?
—Nosotros llegábamos siempre para el almuerzo. Y, además del olor a comida, me acuerdo que el abuelo se levantaba y se ponía agua de colonia. Así que en todo momento tenía un aroma fresco, como si recién hubiera salido de la ducha. Y la casa estaba siempre bien ordenada. Yo iba mucho, sobre todo después de la muerte de Pichuco. Mi mamá falleció muy temprano, en el año ‘79. Y yo, que hoy soy Contador Público, en esa época estudiaba Ciencias Económicas en Junín y Córdoba. Así que pasaba todos los mediodías por lo de Zita que quedaba en Paraná y Córdoba Y ahí fue donde, charlando con ella, empecé a tomar dimensión de lo que había sido Troilo.
—O sea que recién fue consciente de la estelaridad de su abuelo de grande...
—Claro, yo tendría unos 20 años para esa época. Y ahí me di cuenta de lo que era él para el porteño. Porque Pichuco era una figura porteña, un representante de la porteñidad. Digo, en lo que la porteñidad buena refiere: la amistad, el barrio, el respeto a la madre...Ese era el porteño al que representaba tan bien mi abuelo, no porque quisiera sino porque así era él.
—¿Pero no era también un típico porteño salidor y noctámbulo?
—Y sí, era un porteño al que le gustaba la noche, le gustaba el juego, le gustaba el escolazo, le gustaba el whisky...Un típico porteño de los años ‘40 y ‘50, que tan bien está retratado en las películas.
—¿Qué se escuchaba en la casa? ¿Troilo solía tocar el bandoneón?
—Mi abuelo escuchaba mucha radio, siempre había alguna emisora sintonizada. No era de mirar televisión, aunque sí de poner música. Pero como en general venía de ensayar mucho o de hacer shows afuera, en la casa no tocaba su instrumento, salvo que tuviera que hacer un arreglo con algún músico o repasar alguna pieza con un cantor.
—¿Guardaba ahí el famoso fuelle que le había comprado su madre en cuotas cuando era un niño?
—Al momento de morir, tenía cuatro fuelles y siempre había más de uno en su cuarto. El primero que le habían comprado era un fuelle cadenero, pero no era de una gran calidad. Así que, cuando pudo, se compró un buen fuelle, un doble AA, y al otro lo mantuvo, pero no era de usarlo. El que más utilizaba era uno negro y otro marrón, que aparece en la grabación de Quejas de Bandoneón.
—¿En qué momento empieza usted a tomarle el gustito al tango?
—A mí me gustaba desde chico. No te digo que era fanático, pero el tango siempre estuvo presente en mi vida. A mí me llamaba mucho la atención escuchar la voz de Carlos Gardel. Mi papá tenía toda la colección de discos de pasta y sonaba todo el tiempo. También me impactaban las películas de Hugo del Carril y todas las que daban los fines de semana allá por los años ‘70.
—Seguramente miraba a muchos personajes con los que su abuelo se codeaba...
—Sí, pero de chico lo tenía como disociado. Era como que el que veía en la pantalla era otra persona y no él. Yo, por ejemplo, lo seguía en Sábados circulares y no sentía que ese fuera mi abuelo. Recién tuve conciencia de que él era una figura de grande, cuando empecé a hablar con mi abuela y ella me contó con quienes se juntaba. Y, después sí, tuve la fortuna de poder entablar una amistad con Horacio Ferrer, que me incorporó a la Academia Nacional de Tango, y Raúl Garello. Eso fue cuando me tuve que hacer cargo de la obra de Pichuco. Y hoy tengo un sello discográfico, que se llama Pichuco Récords, con el que empecé a hacer producciones junto a ellos.
—Hasta la muerte de su abuela, era ella la encargada de todo, ¿verdad?
—Exacto. Ella murió el 1 de julio de 1997. Y, hasta tres años antes de su fallecimiento estuvo bien y se ocupó de todo. Pero, en los últimos tiempos, me empezó a encargar los trámites en Argentores y esas cosas a mí. Ahí empecé a conocer cómo se manejaba el tema de los derechos y empecé a relacionarme con otros músicos.
—¿Luego terminó a cargo de su legado?
—En realidad, más que hacerme cargo fue continuar con todo lo que había hecho mi abuela por mantener su obra vigente. ¡Si hasta regaló tres bandoneones! Uno se lo dio a Raúl Garello, otro a Osvaldo Piro y otro a Astor Piazzolla. Y el viejo cadenero lo mandó a la Casa del Teatro.
—¿Por qué se desprendió de ellos?
—Porque ella tenía en claro que al instrumento había que seguir tocándolo. No se lo podía dejar sin uso.
—¿Ninguno de su familia se dedicó a la música?
—No, por eso se los dio a tres grandes maestros. Con el tiempo, gracias a nuestra amistad con Garello y con Piro, los bandoneones volvieron uno a la Academia Nacional del Tango y otro a la familia.
—¿Y están siendo ejecutados?
—Sí, claro. En la Academia lo utilizan grandes bandoneonistas. Y al otro suelo llevarlo a todas partes del mundo para que sea tocado por otros maestros.
—¿Qué dicen los artistas cuando tienen en sus manos el fuelle de Troilo?
—Que sienten una gran emoción y una gran responsabilidad. De hecho, muchos hasta se cohíben un poco a la hora de ejecutarlo, porque sienten un gran peso al saber que los dedos de Pichuco estuvieron en esas teclas.
—Sé que, además de crear una página en su honor, usted se ha encargado de homenajear a su abuelo en todo el planeta...
—Así es. Por suerte, es una figura muy querida y es muy fácil conseguir la complicidad de otros para realizarle homenajes. Hicimos un gran festejo por el centenario de su nacimiento, en el año 2014, con el que recorrimos más de 150 ciudades del mundo. Hoy vamos a hacer un recordatorio en el cementerio de la Chacarita, como todos los años. Pero la celebración la hacemos siempre el 11 de julio, que gracias a una ley que logramos se estableció como el Día del Bandoneón. Y tenemos una linda muestra con documentos, obras y fotos inéditas de Pichuco en el Museo Carlos Gardel, que se va a poder ver hasta el 31 de julio.
—¿Usted tiene hijos y nietos?
—Tengo tres hijas, Micaela, Mélanie y Magalí, y tres nietos, Martina, Juan Ignacio y Tobías.
—¿Les pudo trasmitir a ellos el legado de su abuelo?
—Así como hicieron con nosotros, que nunca nos presionaron y dejaron que todo se fuera dando naturalmente, yo dejo que ellos tomen lo que quieran a su tiempo. Porque, como decía Pichuco: “El tango te espera”.