“Diego sabía que yo trabajaba y siempre me trató con mucho respeto”, dice Vanessa Carnevale en diálogo con Infobae. Diego es, ni más ni menos, que Diego Maradona. Ella es la ex pareja de Walter Machuca, el sobrino del astro e hijo de su hermana Kity, al que todos conocen como el Chino. Y cuando hace referencia a que “trabajaba”, está queriendo explicar concretamente que se dedicaba a la prostitución. Algo que hoy, a sus 46 años, volvió a hacer para poder darle un mejor nivel de vida a su hija Uma, de 5, que tiene que tratarse por un diagnóstico de trastorno de espectro autista.
Pero la historia de lucha de Vanessa se remonta hasta su más tierna infancia. “Yo nací en Misiones. Mi papá era químico y viajaba por todas partes. Así conoció a mi mamá. Pero él murió cuando yo tenía 8 años. Entonces mi madre armó pareja con un hombre de Necochea y nos instalamos ahí. Teníamos un hogar muy humilde. Y, a los 18, yo quedé embarazada de mi hija mayor, Agustina, que hoy tiene 26. En ese momento yo trabajaba en un hipermercado. Pero cuando ella tenía 3, la dejé con mi mamá para probar suerte en Buenos Aires. Me mudé a una pensión y empecé como empleada en un local de ropa, después fui camarera... Hasta que conocí al papá de mi segundo hijo, Gonzalo, que hoy tiene 22, me traje a la nena y formamos una familia ensamblada”, cuenta.
—¿Qué pasó después?
—Cuando mi hijo tenía 6 me separé y fue todo muy difícil, porque me quedé otra vez sin nada. A mi hija la tuve que mandar de nuevo con mi mamá, porque no podía mantenerla. Por suerte, con el papá de ella siempre estuvo todo bien. Pero al varón no me lo dejaron ver más. Para mí fue muy traumático todo. Me costó mucho conseguir trabajo. Y estuve dos años tratando de pedir la tenencia de Gonzalo con abogados. Pero el padre había hecho una denuncia como que yo había desaparecido para que le dieran la tenencia. Y yo nunca me presenté a la citación judicial porque la única dirección que figuraba en mi documento era la del hotel y jamás me notificaron. Me hicieron una jugada muy fea. Pero a la vez, yo pensaba: “¿Qué puedo hacer yo con el nene si no tengo plata ni para comprarle un chupetín?”.
—¿Cómo salió de esa situación?
—Conseguí trabajo como cajera en un local de electrodomésticos, donde estuve dos años. Después, me volví a Necochea donde estaba mi hija y estuve atendiendo un negocio durante la temporada de verano. Pero la verdad es que no tenía muchas posibilidades laborales, así que volví a Buenos Aires y me instalé en la casa de una amiga. Me las estuve rebuscando como pude durante un año en un restaurante. Pero en un momento me caí, ya no quería hacer más nada. Sentía que no podía más. Estaba desbordada.
—¿Entonces?
—Mi amiga me pidió que la acompañara un un local nocturno. Llegamos y, a los dos minutos, ella se fue con una persona y yo me quedé tomando algo en la barra. No entendía mucho lo que pasaba porque yo nunca había ido a un lugar así. En eso se me acercó un hombre, me empezó a hablar y me preguntó si yo trabajaba y cuánto le cobrara. Y yo le dije que sí. Me fui con él. Y así empezó todo.
—¿Qué edad tenía usted?
—29 años.
—¿Y qué sintió en ese momento?
—Yo estaba en pleno colapso. No tenía a mis hijos, no tenía donde vivir, estaba cansada de trabajar veinte horas en un lugar en el que me daban apenas diez minutos para comer y me pagaban una miseria...Literalmente, mi vida era una mierda. Y yo sentía que yo era una mierda. Y de repente pensé que, quizá, podía hacer algo que me rindiera económicamente y me permitiera alquilarme algún lugar para vivir y esas cosas.
—Entiendo que no eligió libremente ejercer la prostitución sino que se vio obligada a hacerlo por necesidad...
—Primero fue una necesidad, pero después lo elegí. Hoy, si me preguntás, prefiero hacer esto. Porque si tuviera que estar ocho horas en un trabajo común, tendría que contratar a una niñera para que cuidara a mi hija y la plata no me alcanzaría para nada. Y la verdad es que, al no haber podido dedicarme a mis dos hijos mayores, en este momento priorizo estar con Uma y darle todo lo que ella necesita. Pero bueno, en esa época, era mi única alternativa.
—¿Cuándo lo conoció usted al Chino, el padre de la niña?
—Fue ese mismo año, en el boliche.
—O sea que él sabía que usted era una trabajadora sexual...
—Sí.
—¿Y lo aceptó sin problema?
—Claro, porque él estaba en el ambiente.
—¿Qué significa eso?
—Que él frecuentaba la noche y salía con chicas todo el tiempo. De hecho, nosotros empezamos a vernos de esa manera y, después, pasamos a otra etapa.
—¿Cuándo se pusieron de novios?
—Al año, más o menos. Y yo seguí trabajando un año más. Hasta que en un momento lo hablamos y decidimos que lo mejor iba a ser que dejara la noche. Ahí empecé a trabajar en un local de ropa. Y él consiguió un puesto estatal. Así que vivíamos de eso y estábamos bien. Una vez por semana salíamos a comer o a tomar algo. Y teníamos una vida tranquila.
—¿Ahí empezó a vincularse al entorno de Diego?
—En realidad, yo a él ya lo conocía por amigos en común, porque él también frecuentaba la noche. Pero siempre fue muy correcto conmigo.
—¿Llegó a compartir alguno de los lujos de Maradona? ¿Fiestas? ¿Viajes?
—Yo estuve en Dubai como un mes junto con Verónica Ojeda, de quien me hice amiga y con la que compartí muchas historias. Y, para mi cumpleaños, Diego viajó especialmente a la Argentina. Entre una cosa y la otra, yo estuve más de diez años en la familia Maradona, así que vivimos muchas cosas juntos.
—Hasta que el Chino se distanció de su tío...
—Diego se lo llevó a trabajar tres meses con él y salió todo mal. De todas formas, nosotros no recibíamos plata de él. Teníamos nuestro trabajo y sí hemos hecho algunos viajes a los que nos ha invitado, pero nada más.
—¿Qué pasó cuando llegó Uma?
—Volvíamos de una temporada en Mar del Plata y al Chino le habían organizado una fiesta de cumpleaños en un boliche. Estaba todo bien entre nosotros, salvo porque yo quería que él consiguiera un trabajo. La cosa es que le armé la lista de invitados y, cuando llegamos al lugar, vi a una chica que no estaba anotada y que no se le despegó en toda la noche. Hasta que en un momento me harté de verlos coqueteando. Así que tuve una discusión con él y me fui, porque aparte estaba recién parida y tenía a mi beba de seis meses en casa. Entonces él se vino conmigo, pero cuando llegamos le cerré la puerta en la cara y le dije: “Vos no entrás”.
—¿Ese fue el final?
—Sí. Al otro día, apareció con esa chica diciendo que estaba de novio. Es Vanesa Miranda, la mujer con la que está ahora, que a los cuatro meses de ese episodio contó que estaba embarazada y con la que hoy es padre de una nena.
—Son de público conocimiento los reclamos que le ha hecho por la manutención de Uma y también es sabido que, desde entonces, comenzó un emprendimiento de velas. ¿Qué la llevó a volver a la prostitución?
—Cuando él se fue, yo perdí mi casa y no me quedó otra. Después, me fui otra vez a Necochea y volví a trabajar de esto. Al principio me daba tristeza, pero era la única opción que tenía para poder alquilar una vivienda y mantener a mi hija.
—Muchas trabajadoras sexuales han hablado de las secuelas psicológicas y emocionales que les causa el hecho de intimar con otras personas a cambio de dinero...
—Yo trato de bloquear. Puede ser que tenga algo y, quizá, no me de cuenta. Pero intento tomarlo como un trabajo normal y cambiar el chip. Es como que lo tengo naturalizado.
—¿Y cómo resuelve el tema de la seguridad? ¿Qué recaudos toma para no correr riesgos al encontrarse con extraños?
—Como me manejo sola, voy a lugares que se alquilan, como departamentos o gabinetes de masajes. También puedo ir a un hotel, a un domicilio.
—¿Pero cómo se asegura de que no le vayan a hacer daño?
—Yo trato de hablar antes, de ver cómo se maneja, cómo me trata...Y así me voy dando cuenta de cómo es la persona. Pero no hay garantías.
—¿Le tocó vivir alguna situación fea?
—Sí, yendo a trabajar a Chile. Porque, así como existen las personas que trabajan por su cuenta como yo, también existe la trata. Y bueno, yo había pagado un lugar y después no dejaban que me fuera. Pero me escapé, literalmente, y me subí a un micro de vuelta. Fue una secuencia horrible. Me la jugué a todo o nada. Y me puse muy mal pensando en las chicas que no tienen el mismo coraje que yo y que, por miedo, prefieren seguir ahí.
—¿Sus hijos conocían su realidad?
—Mi hija mayor sabe todo de mí. Gonzalo calculo que no y que no le habrá gustado enterarse por los medios. Pero esto es parte de lo que yo soy en este momento y de lo que fue mi pasado. Y para mí fue liberador poder contarlo.
—¿Cómo imagina el futuro?
—Tengo ganas de que sea distinto. Y me esfuerzo para eso, porque no quiero tener 80 años y seguir haciendo esto que estoy haciendo ahora. Mi intención es cambiar las cosas. Pero la verdad es que nunca nada ha sido fácil para mí. Yo no tengo a nadie que me ayude. Y la vengo peleando desde que era chica. Pero ojalá algún día todo esto pase y venga algo bueno. Ahora me mudé y tengo ganas de hacer crecer mi emprendimiento de velas. Así que estoy con muchas ganas de lograr una vida mejor, sobre todo, para Uma.