Cuenta Andrés Ducatenzeiler que a los seis años encontró el sentido de su vida: fue cuando, de la mano de su padrino, pisó por primera vez el mítico estadio de Independiente. Tiempos de TV en blanco y negro, las camisetas rojas del club de Avellaneda sobre el campo de juego fueron rayos incandescentes directos hacia él.
Esa misma vibración la volvió a sentir miles de veces en ese mismo lugar pero especialmente el domingo 24 de noviembre de 2002, cuando el equipo capitaneado por Gabriel Milito le empató sobre la hora a Boca en esa misma cancha y él, esa tarde, después de décadas en la tribuna y en la militancia del club, fue elegido presidente con el 80 por ciento de los votos. El domingo siguiente, con apenas una semana de mandato, el Rojo le ganó a San Lorenzo y salió campeón de la liga después de ocho años. Nunca más, desde aquel día, ganó un torneo local.
La fecha la lleva tatuada en un brazo, junto al escudo rojo y blanco con la sigla CAI. Es el hito que resume su existencia. “Soy el último que lo sacó campeón”, remarca “Duka”. Dice que, de hecho, es para lo único que se preparó en la vida. Pero apenas dos años después de asumir, en medio de complicaciones económicas e institucionales, tras lo que él llama una campaña mediática de desprestigio orquestada por Julio Humberto Grondona, en la AFA, y enemistado fuertemente con Mauricio Macri, en Boca, renunció a su cargo.
Ducatenzeiler contaba sin tapujos los “acuerdos” que se hacían para designar árbitros afines a los equipos del poder y aquello le valió la cancelación y expulsión del mundo del fútbol y de los medios, salvo esporádicas apariciones desde las que, reincidente, disparaba palabras envenenadas contra las cúpulas del poder, del fútbol y la política, especialmente contra Grondona y Macri.
El sueño truncado lo metió en una depresión que, relata, le duró más de diez años. Hasta que dos amigos, Leo Fernández (”campeón de backgammon, genio matemático, el rey de Las Vegas”) y el tenista Gastón Gaudio, le enseñaron no sólo jugar al poker -en serio- sino que le propusieron nuevas aventuras. “Me habían sacado lo que más quería, que era Independiente, y estuve 11 años deprimido hasta que me fui a vivir con Gaudio, éramos dos depresivos jugando a la play, pero también pasaban chicas lindas. Y Leo me dijo ‘venite boludo conmigo a Las Vegas’”, resume.
En la era actual de la post cancelación, Ducatenzeiler encontró un hueco para retomar la alta rotación mediática y expandir su talento discursivo basado en decir lo que piensa sin las restricciones de lo formal, la autocensura, los buenos modales o las evidencias que sostengan parte de sus argumentos. Es elocuente, no tiene filtro y a la generación de veinteañeros no le caen mal sus formas, todo lo contrario. La época le sienta bien.
De la mano del periodista Flavio Azzaro se convirtió en una voz de referencia para las audiencias de redes sociales y canales de streaming. Las sucesivas tragedias institucionales de Independiente, con la colecta de Santiago Maratea como momento cúlmine, más la llegada de Milei al poder -otro disruptivo “sin filtro”- le devolvieron cierta voz preponderante en el cada vez más grande universo de los medios alternativos vía Internet. Empezó a tener enganche y lo volvieron a invitar a canales de “aire” donde su presencia sube el rating. Por eso ahora se armó su propio canal de YouTube: El Duka.
“La época juega a mi favor. Además del delirio que hacemos con Flavio me van a tener que escuchar en mi canal, no me pueden censurar más, se terminó, yo tengo muchas cosas para decir”. Para él, como postuló Antonio Gramsci, la verdad (su verdad) es revolucionaria.
Con Azzaro armaron una emisión maratónica y nocturna llamada “El loco y el cuerdo” desde la que cautivan a una audiencia de decenas de miles de usuarios dos veces por semana y donde conversan, en medias (para no arruinar la alfombra) y mientras comen pizza o hamburguesas a cualquier hora de la madrugada, con personajes diversos. Un día puede caer Rafael Di Zeo y otro, Malena Pichot.
Tocaron techo cuando entrevistaron a Juan Román Riquelme. Fue, quizá, su mayor hit. La charla no se armó en el estudio sino en la Bombonera iluminada, a la 1 de la madrugada de un día de semana y con una fuerte connotación política del club: faltaban horas para la postergada elección presidencial del club.
“Macri es la peor persona de la Argentina. Le gané dos veces: aquella de 2002, que tenía arreglado el árbitro a favor de Boca con Grondona; le gané con Riquelme y ahora le voy a ganar de nuevo y lo voy a sacar de Independiente antes de que se lo entregue a los árabes”, advierte, porque según él, el ex presidente de la Nación maneja el club de Avellaneda a través del presidente actual, Néstor Grindetti, y esa conducción “junto Agüero y Gaudio” busca privatizarlo con capitales extranjeros.
“Este país está vendido”, repite y acusa al Kun, que debutó cuando él era Presidente, de olvidarse de lo que “ese club de barrio” lo ayudó cuando era un niño. Cita al filósofo Baruch Spinoza: “El hombre lucha por ser esclavo y no por ser libre; así estamos, boludo”. Y cuenta una anécdota: “Para que el Kun firme el contrato hice de todo, hasta le di las zapatillas que tenía puestas en la escribanía porque le gustaban”.
El niño Andrés vivía pupilo en un colegio de excelencia. Sin embargo, el eco de la hinchada bajo la Doble Visera lo metió aquella primera vez en una especie de delirio del que nunca, en estas casi seis décadas, salió: vio a los morochos colgados de los alambrados, oyó putear a los viejos en la platea, olió el perfume ácido del pis acumulado en los baños de la tribuna y gritó cientos de goles de un equipo que, encima, era imbatible y donde jugaba Bochini. Fue magia, una revelación mística.
Nunca más faltó a la cancha. Poco tiempo después le pidió a su padrino, abonado en platea, que lo dejara cruzar a la tribuna popular. Allí Andrés pasó de niño criado entre algodones a adolescente atrevido y lenguaraz y se convirtió en el referente de una banda de jóvenes “chetos” que se hizo un lugar en la tribuna: Los Narigones.
Fue una rara avis dentro del mundo barra brava de los años 80 y por su origen social y su formación, Ducatenzeiler se convirtió en un intrépido servicio secreto a las órdenes del duro y a la vez afable José Fabián Fernández, conocido como el Gallego Popey, el jefe de la hinchada roja, quien vio en él un excelente soldado para infiltrarse en otras barras y armar estrategias para robar banderas, diagramar emboscadas o zafar de alguna paliza en territorio enemigo. Andrés, cuenta el propio Andrés, resolvía con el cerebro lo que otros con los puños.
Hijo de un arquitecto y una empresaria importadora de muebles italianos, educado en el prestigioso Colegio Ward de Ramos Mejía, Duka odiaba estudiar y amaba jugar al fútbol hasta en los recreos. Por eso, para canalizar esa ansiedad, el director de la escuela, que había sido compañero de su padre y era muy amigo de la familia, decidió llevarlo los domingos a ver al club de sus amores, Independiente.
- Antes había ido una vez a la cancha de San Lorenzo, pero me dio miedo caerme por entre los tablones. La de Independiente, en cambio, era de cemento, el primer estadio de cemento de Sudamérica.
La fortuna de la familia vino de su abuelo paterno, que llegó de Austria y fundó la Casa Vega, una tienda de ropa que competía con Harrods. “Yo agarré algo de eso y me permitió tener una vida acomodada y una educación de altísimo nivel. Lo que pasa que era un vago. Yo pensaba en Independiente todo el día. O sea, no me interesaba estudiar y el director de la escuela, en lugar de enseñarme quién era Borges, ¡me metió el diablo en el cuerpo, boludo!”, ríe recostado sobre un sillón del living con vista preferencial al parque Las Heras.
- A mí lo único que me interesaba era ser parte de la hinchada, que siendo de una clase social alta me permitieran entrar, quería romper ese desafío, porque son todos pobres y humildes en la hinchada. ¿Por qué no podía estar yo? Si a mí me encanta estar con los negros.
- ¿Y cómo entraste?
- Los más grandes de la hinchada se juntaban en el bar La Yumba, en la esquina de la Doble Visera. Tenías que tener una pertenencia, demostrar coraje, valor. Y a mí me costó muchos años que el Gallego me diga ‘vení, Narigón, entrá'. Ese día para mí fue como que me dieran un diploma. Me había constituido en un ser humano. Ahí aprendí que la vida, como diría (el escritor checo Milan) Kundera, la vida está en otra parte. Entonces me di cuenta que todo esto que vivimos nosotros es una fantasía y el único que vive la realidad es el pibe que se muere de hambre. Ese está en la realidad. Y ahí vi que los pibes lo único que tenían para no pensar en el hambre o en sus urgencias y en sus necesidades y en sus carencias familiares y económicas, era el grupo de pertenencia, era el club. Y que ese club blanco le diera un lugar a los negros y encima le diera un lugar donde podían ser ‘la hinchada’, el arma vital para defender los colores, para que nadie te robe la bandera, para que no le peguen a los viejos, eso era espectacular.
Al principio, en la hinchada no sabían que Ducatenzeiler era rico ni que tenía otra vida, formal y seria como vendedor en una librería porteña, la Librería Santa Fe. Ni en su trabajo, a la vez, ni su madre conocían su rol en la tribuna. El oficio de librero le abrió por obligación el universo interminable de la literatura, no solamente el de los mejores y los peores libros sino el de los escritores, algunos de los cuales comenzó a frecuentar, como Antonio Dal Masetto, Juan Forn o más tarde Fabián Casas. Leyó mucho e intentó escribir. En 1982 publicó un cuento en la revista El Periodista, en el que él recuperaba la experiencia de ver morir a su padrino un día que Independiente empató con Boca. “Sigo escribiendo, estoy con una novela con todo lo que viví en el fútbol para editorial Planeta”, avisa, pero no habla mucho de eso. Ya casado con la hija del dueño de la librería Santa Fe, se convirtió en Director General.
“Antes para ser librero tenías que leer mucho y leer en serio. Yo leí 3.000 libros, como Casas, ¿viste que dice que leyó tres mil libros? Bueno, yo también. Ojo que cuando entré a la librería no sabía quién era Cortázar”, dice. Después se separó de su mujer, arregló la indemnización con su suegro y se quedó con una sucursal, que vendió para apostarla toda en su ambición de ser presidente de Independiente.
Pronto Ducatenzeiler se afilió a la Agrupación Independiente, que compitió históricamente con la Lista Roja de Grondona, y militaba desde la tribuna. Se pasaba el día en la sede del club o en los bares de Avellaneda o en la casa de algunos de la hinchada donde “cortaban cocaína, pero yo nunca tomé ni un vaso de vino, si querés ser líder no podés tocar eso porque te debilitás”.
- ¿Qué querías ser?
- Yo quería ser presidente de Independiente. Nadie sabe pero fui 12 años secretario general por la oposición. Y aprendí todo de (el ex presidente) Pedro Iso, que era un genio, pero era camionero y vendía nafta adulterada, digamos todo. Y de Julio Grondona. Yo fui como un hijo para él, él era Don Corleone, el tipo más genial que conocí en mi vida y mirá que conocí a Borges en la Galería del Este. Pero después me quiso cagar con Macri.
- ¿Volverías a la cancha? ¿Te gustaría tener una nueva oportunidad en la política del club?
- Quiero volver para defender que Independiente sea de los socios. Donde vos si querés ir a la sede no le tenés que pedir permiso a nadie, mostrás tu carnet y entrás. Si la oposición me viene a buscar yo estoy. Si no van a ser esclavos del PRO y de los árabes. ¿Vos te imaginás independiente en un club inglés? No.
- ¿De verdad creés que Macri está metido en Independiente o es solo una constante negativa en tu vida?
- Cuando Gaudio decide irse con Macri y le lleva al emir de Qatar con 30 millones de dólares para Boca, cuando Independiente estaba fundido, yo ahí le reclamo. ¡Llevá la plata a Independiente, que es tu equipo!. Y me dice ‘no, yo estoy con Macri’. Bueno, listo, chau. Y me voy porque Independiente siempre fue mi vida. Yo perdí novia, matrimonio, familia por el club.
- ¿Independiente antes que cualquier otra cosa?
- Siempre elegí Independiente. Es una enfermedad, una patología, no digo que es algo bueno, es una enfermedad, lo tengo claro. Tiene que ver con la infancia. (El poeta Rainer Maria) Rilke decía que la única patria del hombre es la infancia. Ahí encontré mi seguridad. A los seis años, cuando mis padres se estaban divorciando, mis hermanos eligen irse a vivir uno a Estados Unidos, la otra a Córdoba. Y yo, Independiente, con 100 negros que dan la vida por Perón.
- ¿Y en el presente? Ya tiene más de 60 años. ¿Qué sentido tiene tanto fanatismo?
- Es la revolución. El no ser esclavo. Construirte un modelo interno dentro de tu cabeza para sobrevivir a la vida, que es horrible.