“Para mí, mi hijo no ha muerto. Siempre lo espero, como siempre. Y me parece que le voy a llevar su matecito a la cama, como hacía antes, para despertarlo”. Estas frases se le escuchaba decir a Berta Gardés en una cinta en blanco y negro perteneciente a un mediometraje llamado Criollitas y zorzales, que se filmó en 1936, un año después de que Carlos Gardel falleciera tras un accidente aéreo ocurrido en Medellín. Sus palabras sonaban tristes. Y su rostro reflejaba el desconsuelo de una madre que se había quedado sin motivos para vivir.
Había nacido el 14 de julio de 1865 en Toulouse, Francia, en el seno de una familia humilde de comerciantes. La bautizaron como Marie Berthe Gardès. Y desde muy chica tuvo que acostumbrarse a convivir con las carencias. Sobre todo, porque su padre murió cuando ella era apenas una niña. Así que, acorralada por la pobreza, en 1880 su madre decidió emigrar con ella a Venezuela, tratando de encontrar en América la prosperidad que Europa le negaba. Sin embargo, después de unos años viviendo de lo que podían en La Guaya y en Caracas, ambas se vieron obligadas a volver a su tierra natal donde la suerte tampoco las acompañó.
Eran tiempos en los que la sociedad señalaba con su moralina a todo aquel que no seguía las normas establecidas, hasta hacer de su vida un verdadero tormento. Y, en ese marco, Berta tuvo la desatinada idea de enamorarse de un hombre casado. Como producto de esa relación quedó embarazada y, pese a la insistencia de sus parientes, tuvo la valentía de seguir adelante. Finalmente, el 11 de diciembre de 1890, cuando ella tenía 25 años de edad, nació su único hijo: Charles Romuald Gardès. Y ella se convirtió en la vergüenza de la familia.
Con un hijo “natural”, como se le decía entonces, y cansada de recibir los desaires de sus vecinos, Berta decidió cruzar el Atlántico en tercera clase con destino a la Argentina. Arribó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1893, donde tenía algunos amigos franceses que la convencieron de que iba a poder criar mejor a su pequeño. Pero, obviamente, nada iba a ser simple para esta madre soltera. Se instaló en distintas habitaciones de conventillos del barrio de San Nicolás y comenzó a trabajar en un taller de planchado, cuya remuneración apenas le permitía subsistir. Mientras tanto, lidiaba con un Charles que tenía buenas calificaciones en el Colegio Salesiano Pío IX al que asistía, pero que era bastante travieso y le daba más de un dolor de cabeza cada vez que se escapaba.
La recompensa, sin embargo, llegaría con el correr de los años. Con el nombre porteño de Carlos Gardel, su hijo comenzó una carrera artística allá por 1914. Y, gracias a sus primeras ganancias, logró alquilar un modesto departamento sobre la calle Corrientes al 1700, para mudarse allí con su madre. Pero al tiempo terminó convirtiéndose en el máximo exponente del tango y su éxito trascendió las fronteras. Entonces, el Zorzal Criollo, tal el apodo con el que se lo conocía en el mundo de la música, decidió comprar una casona en la calle Jean Jaurès 735, del barrio de Abasto, para llevar a vivir allí a Doña Berta.
Pese a la bonanza económica, la mujer no cambió sus costumbres. Siguió vistiendo prendas modestas, siempre de colores oscuros. Y continuó siendo ahorrativa como en los peores tiempos. Sin embargo, no dudó en utilizar el dinero que su hijo le daba para ayudar a quienes le habían tendido su mano cuando estaba recién llegada al país. Y, tras el cierre definitivo del taller donde trabajaba, en 1929 cobijó en su hogar a una pareja de amigos, Anaïs Beaux y Fortunato Muñiz, que se habían quedado sin ingresos. También le dio alojamiento a Angélica de la Cruz, hermana del cuidador de caballos de turf Juan Ramón de la Cruz, quien llegó a vivir un año con la madre de Gardel.
Estaba más que orgullosa de la consagración que había logrado su hijo. Sin embargo, Berta siempre mantuvo un perfil bajo y nunca se dejó fotografiar junto a él. A veces, iba a verlo actuar desde la primera fila de algún teatro cercano. Pero, cuando él se presentaba en otras ciudades o, incluso, fuera del país, se quedaba en la vivienda que compartían y lo aguardaba ansiosa mirando para la calle desde una hendija. “Viejita, seguro que me estarás esperando detrás de la puerta”, se le escuchaba decir al cantante mientras apuraba al chofer que lo llevaba de regreso a su hogar.
Sin embargo, cuando todo parecía haberse encaminado en su vida, la mujer recibió la peor noticia: Carlos había muerto. Era el 24 de junio de 1935 y el creador de Mi Buenos Aires querido estaba en la cúspide de su carrera, cuando el avión en el que estaba por despegar del aeropuerto Olaya Herrera de Colombia junto a Alfredo Le Pera, Guillermo Barbieri y Corpas Moreno, se desvió en pleno carreteo y embistió a otra aeronave.
Berta nunca pudo recomponerse. Recibió la noticia en Toulouse, ciudad a la que había podido regresar con la frente en alto gracias a la revancha que le había dado el éxito obtenido por su hijo. Entonces volvió a su casa de Buenos Aires, donde los amigos que había alojado consigo la contuvieron como pudieron. Más tarde, se mudaron con ella Armando Delfino, amigo y administrador de Gardel, y su esposa Adela Blasco, que la cuidaron como a una madre. Y ella intentó seguir adelante con su vida, pero jamás volvió a sonreír.
“Una vez por semana voy al cine y al cementerio para ver a mi hijo. Aquí dan tres películas en una función. Así me consuelo un poco. Además de esto, yo no deseo ir a ningún lado, ni pasear. Cuando estoy en casa escucho por la radio las canciones de mi pobre hijo. Es todo lo que yo deseo. Si tu supieras... nadie lo olvida. Todos los días, todas las radios pasan sus canciones y se dice todo lo bueno que fue para aquellos que lo han conocido. Si tú pudieras ver su mausoleo... Nunca faltan flores el pie de su busto. Todas las personas que pasan le dejan una flor y el día del aniversario de su muerte se llena de gente. Y el día que dan una película suya la sala se llena. La gente no se cansa de verlo. Los niños lo aplauden cuando lo ven aparecer en la pantalla. Es una cosa increíble. Su retrato está en todos lados”, le escribió a una prima que vivía en Francia en 1941. Berta murió el 7 de julio de 1943. Y, tal como ella lo había pedido, sus restos descansan junto a los de su hijo en una bóveda del Cementerio de la Chacarita.