Tal como hacía Roberto Sánchez, cuando Fernando Samartin se sube a un escenario se convierte en Sandro. Y la magia es la misma. Sobre todo, para las “nenas” que al ver a este muchacho de 39 años moviendo sus caderas al ritmo de Rosa Rosa o Dame Fuego, se excitan como si estuvieran en presencia del mismísimo Gitano. “Me han llegado a decir barbaridades”, asegura el artista, que el próximo 23 de marzo se estará presentando con su show en el Teatro Gran Rex, en diálogo con Infobae. Pero aclara que, aunque su vida privada es casi un misterio como la del ídolo fallecido el 4 de enero de 2010, sabe muy bien cómo despegarse del personaje una vez terminado su show.
—¿Casado, soltero, en pareja?
—Soltero.
—¿Hijos?
—Nada: sobrinos. Con eso me alcanza y me sobra...
—¿Cómo Sandro?
—Es casualidad. El hecho que esté solo es circunstancial, porque me encanta estar de novio y compartir. Aunque sé que es difícil para la mujer que esté a mi lado entender que yo trabajo seduciendo mujeres. Tuve parejas que terminaron muy mal por ese motivo, pero también tuve otras que estaban relacionadas al medio y tenían más claro cómo era la cosa. Yo soy súper transparente y fiel, no ando de trampa. Al contrario: las esposas de mis amigos, cuando ellos salen conmigo se quedan tranquilas. Pero bueno, no es un laburo fácil de asimilar para el que no está en esto.
—Lleva más de dos décadas en la piel de Sandro, ¿verdad?
—21 años, para ser exacto. Empecé en el 2003.
—¿Pudo ver alguno de sus shows en vivo?
—Sí, en el 2001 vi El hombre de la rosa. En ese momento, como yo estaba en la secundaria y no tenía plata, la única entrada que podía pagar era la más barata que salía 10 pesos. Yo no tenía idea de las ubicaciones. Y, cuando el acomodador del Gran Rex me llevaba a mi butaca, no terminaba más de subir las escaleras. Resulta que me tocó la última fila literal: atrás mío estaba la pared. Así lo vi a Sandro por primera vez y fue inolvidable. Pero, por suerte, en 2004 lo fui a ver a su último espectáculo, Profecía, y aunque estuve en el pullman lo pude ver un poquito más cerca.
—¿Llegó a hablar con él alguna vez?
—Lamentablemente, no. Pero yo también soy artista plástico y, en una oportunidad, le hice llegar un cuadro a través de una fan. También le envié una carta contándole lo que estaba haciendo con mi banda, en la que éramos todos pibes sub 20 y tocábamos Sandro. Esto habrá sido allá por el 2005, cuando él ya había empezado con sus problemas de salud. Pero, de todas formas, al tiempo me mandó una foto firmada como agradecimiento. La tengo en casa.
—Tengo entendido que su admiración por él nace a partir de una película que terminó viendo por casualidad....
—Exacto. Me acuerdo que estaba dibujando en la casa de mis viejos y, cuando levanté la vista, en la tele estaban pasando Operación Rosa Rosa. Que, curiosamente, no es mi película favorita de él, pero sí la que tiene los mejores momentos musicales. Ahí lo vi por primera vez actuando y cantando. Y dije: “Pará, ¿esto es Sandro?”. Porque, hasta ese momento, para mí era un señor que le cantaba a las señoras. ¡Había una parte que me había perdido! Así que empecé a investigar.
—¿De qué manera?
—En esa época no existía Youtube ni nada de eso, así que lo hice de manera artesanal. Como yo colecciono comic, siempre iba al Parque Rivadavia donde, además, vendían discos y VHS. Ahí compré el primer video de Sandro que es el recital del Luna Park donde festejó sus 25 años con la música. Y terminé de enamorarme, porque pude ver un show completo, con él cantando en vivo e interactuando con la gente. Entonces dije: “Yo quiero hacer esto”.
—Sin dudas Sandro era magnético, ¿pero qué fue lo que lo cautivó siendo tan joven?
—La realidad es que a mi me gustaba mucho Ricardo Arjona, había empezado a descubrir las bandas inglesas de los ‘70....Me llamaba la atención toda una cuestión estética y de escenario. Y en Sandro encontré algo parecido, en esta cosa de entrega y en los arreglos que hacía.
—¿Me equivoco si digo que era un distinto para la gente de su edad?
—Éramos unos distintos todos los de mi grupo de amigos. ¡Unos nerds que comprábamos comics! Yo, por ejemplo, no sé lo que es un boliche: entré dos veces a uno y me quise ir. Nosotros nos juntábamos a ver películas, hacíamos films caseros...Éramos una banda que tenía más que ver con el arte que con cualquier otra cosas. De hecho, hoy uno es músico, el otro actor y yo soy esto.
—¿En qué momento decidió ponerse en la piel de Sandro?
—Cuando cumplí los 18 años no me fui de viaje de egresados porque, como las divisiones se habían mezclado mucho, no tenía a mis amigos ahí. Entonces mi mamá me propuso hacer una fiesta y yo contraté a un imitador que ya falleció, que se llamaba Marcelo Sosa, al que le propuse que cantáramos juntos un tema. Me preparé un saco, una camisa con jabot y un moño. Y todo el mundo se sorprendió porque, hasta ese momento, yo lo hacía solo en mi habitación. La cosa es que a todos les gustó y mi padrino me propuso que, en simultáneo con mis estudios de Bellas Artes, fuera a aprender canto con un profesor conocido suyo, con la idea de hacer unos mangos con eso.
—¿Y?
—Un día fuimos con unos amigos a un cantobar de Santa Fe y Callao y yo llevé un CD con mis pistas. La cosa es que hice un par de canciones y vino el mozo a decirme que el dueño del lugar quería hablar conmigo. El tipo me preguntó: “¿Vos trabajás de esto?”. Y yo le dije la mejor mentira de mi vida: “Sí”. “Bueno, en dos semanas tenés un show”, me respondió. Y así empezó esta locura.
—Hasta ese momento no imaginaba que este iba a ser su medio de vida...
—Ni siquiera me imaginaba que yo podía cantar. Lo mío era el dibujo y la verdad es que me iba bastante bien. Pero en el medio pasó todo esto que me costó mucho. Porque, cuando yo empecé a jorobar con Sandro, cantaba muy mal. Mis amigos me decían: “¡Dibujalo, pero no cantes porque sos horrible!”. Y era cierto. Pero cuando uno quiere, puede. Así que, a fuerza de estudio y compromiso, lo logré.
—Convengamos que, si bien es muy imitable, la realidad es que la voz de Sandro era muy especial.
—Tal cual. Hay ciertas cosas que él tenía dentro de su interpretación, que es fácil. Pero después tenés que cantar. ¡Y en esos tonos! Es muy complicado de sostener. Porque, además, yo desde el día uno quise hacer algo de calidad. Así que usaba el 30% de lo que ganaba para ir y volver y, el otro 70%, lo invertía denuevo. De hecho, cuando The Beat me invitó a su show y vi que ellos hacían las diferentes etapas de Los Beatles, quise hacer lo mismo con Sandro y empecé a estudiar sus distintas épocas. Y eso fue lo que, después, me dio la posibilidad de hacer la comedia musical Por amor a Sandro en 2012.
—Hablemos de la estética, porque cuando uno lo ve en el escenario ve al mismísimo Sandro. ¿Cómo lo logra?
—Hay un mito que me encanta y que circula entre los imitadores, que es que yo me operé todo para parecerme a él. Y las únicas operaciones que tengo son las de la vesícula y el apéndice. Después, no me hice nada. Pero creo que es una cuestión de actitud. De hecho, el otro día estaba mirando un video mío para tratar de corregir ciertas cosas. Y cuando me mostraban de perfil me veía la nariz con punta, cuando yo no tengo la nariz con punta. Pero cantando, siendo Sandro, la nariz se veía como la de él. No me preguntes por qué, hay algo que se transforma. Igual, trabajando con Fátima Florez, aprendí esto de imitar también con la cara. Y creo que la cosa va por ese lado. Independientemente de eso, con el tema pelucas soy insoportable y siempre trato de trabajar con los mejores.
—¿Qué pasa con la ropa?
—El propio sastre de Sandro me ha hecho algunas prendas. Y tengo a mi sastre personal que se encarga de confeccionar la ropa de los shows. Pero también hay diseñadores que se copan y me hacen réplicas del vestuario que usaba él, cosa que no es nada fácil porque se complica encontrar las mismas telas. De hecho, hay un buzo qué el usa en la película Muchacho, al que yo le dibujé el logo para que fuera exacto. Soy muy obsesivo con eso.
—¿Tiene alguna prenda u objeto que haya pertenecido a Sandro?
—Sí, tengo dos toallas. Una es la última que usó en un show en vivo y me la regaló Matías Santoiani. Y tengo otra de los años ‘80 que me la dio una fan. ¡Imaginate lo que es esa reliquia! También tengo una faja de la década del ‘70 que me entregó un periodista de Mendoza. Una hebilla de un cinturón que tenían replicados todos los músicos, que me cedió la mujer de uno de ellos. Y un moñito de la camada de los que se mandaba a hacer él.
—¿Con Olga Garaventa, la viuda de Roberto Sánchez, tiene contacto?
—No. Sí hablo con Graciela Guiñazú, que es su mano derecha, y por intermedio de ella le mando algún mensaje o le acerco invitaciones para mis shows. Ella siempre me responde muy cordial, pero no la conozco en persona.
—Internamente, ¿cómo se siente esto de vivir de ser otra persona?
—A mí me divierte mucho, porque empieza y termina en el escenario. O cuando me toca trabajar, pero es ese ratito nada más. Yo, cuando era chico, miraba los dibujitos animados y después me ponía a jugar a que era He-Man o Batman. Hoy me pasa lo mismo, con la única diferencia que tengo otra responsabilidad. Pero soy muy consciente de que acá no hay nada mío, sino que todo le pertenece a Sandro. Y por eso trato de cuidarlo al máximo. Porque siento que, si voy a hacer un homenaje para que ese personaje tenga una continuidad, tengo que respetarlo.
—¿Y no hacer nada que él no haría?
—Exactamente. Por ahí, me pasó que Palito Ortega me invitó a cantar un tema con él y, más o menos, sentí que podía acercarme a lo que él hubiera hecho. Pero esas son las pequeñas licencias que me tomo. Por lo demás, no hago nada que él no haya hecho. Porque, en este juego, la gente se sienta a ver un ratito a alguien que ya no está, imaginando que sí está.. Pero es algo que empieza con el humo y termina con el aplauso final.
—¿Cuando baja del escenario se olvida de Sandro?
—Al instante. Es muy loco porque yo entro al camarín como Fernando y, cuando salgo caracterizado, me hablan con otro respeto. No sé que pasa, hay una energía que cambia y me miran de otra manera. Pero, cuando paso la pata del escenario, ya está. Por eso, a veces me piden fotos y me pongo muy incómodo. Porque, en ese momento, ni soy Sandro ni soy yo, soy un híbrido entre los dos. Y no sé ni qué cara poner.
—Es decir que las mujeres que se acercan a usted pensando que van a encontrar al Gitano, se decepcionan....
—No, porque Fernando también tiene su atractivo. ¡Supongo! ¿Cómo explicarlo? Me gusta que valoren mi laburo, pero que entiendan que no es más que un trabajo. Sobre todo por el respeto, porque no se puede ser otra persona. Y no estaría bueno de mi parte si quisiera ser todo el día Sandro. Igual, me gusta que se acerquen a contarme qué les pasa con el show. Para qué te des una idea, después del último Rex me llegó un mensaje de Instagram de un chico que había ido a llevar a su mamá que tenía una enfermedad de la familia de las neurodegenerativas y tenía poco contacto con la realidad, y me contó que en las dos horas de recital había estado feliz como en su adolescencia y los dos lo habían disfrutado muchísimo. Me acuerdo que yo estaba en el bondi cuando lo leí y se me caían las lágrimas. Otra chica de La Plata, por ejemplo, siempre que voy a su ciudad saca primera fila porque dice que es su manera de contactarse con su vieja. ¡Es un montón eso!
—Con Sandro las nenas tenían una relación intensa: desde arrojarle ropa interior hasta hacerle guardia en su búnker de Banfield. ¿Le pasa algo de eso?
—Sí, pero creo que tiene que ver más con un folclore y tradición que se sigue haciendo. Y es muy divertido. A mí me han gritado barbaridades...
—¿Alguna le ha hecho una propuesta indebida?
—Cuando recién empecé, fui a cantar a una comunión. Y, a la semana siguiente, me vino a ver la mamá de la nena y le preguntó a mi mánager cuánto salía...
—¿Qué le pasó por la cabeza en ese momento?
—Me asusté, porque era muy pendejo. Y, encima, había pasado toda mi adolescencia en mi casa: yo empecé a conocer la noche cuando arranqué a trabajar. Y vi todo, pero me cuidaron mucho y siempre fui muy sano. Así que eso no me gustó, me sentí muy raro. Pero, como anécdota, la verdad que es maravillosa.
Fotos: Gentileza Fernando Samartin