“Tuve que aprender a caminar de nuevo”, cuenta Laura Fidalgo en diálogo con Infobae. Y lo suyo no es una metáfora sino la más dura realidad. Después de toda una vida dedicada a la danza, la bailarina llegó a la cima del reconocimiento. Sin embargo, en el año 2014 y mientras participaba del Bailando, sufrió un lesión en su rodilla derecha que puso en jaque su carrera. Ella no bajó los brazos y, muy por el contrario, comenzó una lenta y dolorosa recuperación que incluyó una cirugía en 2015. Pero en 2017 y mientras veraneaba junto a su pareja de entonces, se cayó de una bicicleta y se lastimó la otra pierna. Entonces sí, sintió que muy a su pesar, había llegado el momento de reinventarse.
¿Cómo comenzó este derrotero? “Yo había llegado a las semifinales del programa de Marcelo Tinelli y estaba preparando dos ritmos. Cuando fui al piso a hacer el ensayo general, hubo un problema en un truco. Mi partenaire me tenía que depositar en el suelo y sostenerme hasta que yo estuviera apoyada firme, pero bueno...Ahí se me soltó la rodilla izquierda y se me rompió el ligamento cruzado posterior”, recuerda con la mirada fija en las fotos que decoran su estudio de baile de Belgrano haciendo un racconto de sus diferentes trabajos. Y reconoce que, tras una operación en la que le tuvieron que hacer un injerto, sigue luchando por rehabilitarse hasta el día de hoy.
Pero eso no fue todo. “En 2017 me había ido a Miami con Pablo Otero, con quien estuve tres años de novia, y me caí de la bici. Ahí fue cuando me rompí el ligamento posterior de la rodilla derecha. Cuando me pasó lo de la primera lesión, directamente, no me pude parar y me tuvieron que llevar al hospital en silla de ruedas. Esta vez, en cambio, me levanté, fui caminando hasta la casa donde parábamos, me puse hielo y me até la pierna. Yo me di cuenta de que me la había roto, pero como de ahí nos íbamos una semana a Colombia, me puse una venda y una rodillera y me banqué hasta llegar a la Argentina. Recién ahí, me hice una resonancia con Jorge Batista, el médico que me había operado, y no me quedó otra que volver a entrar al quirófano”, relata Fidalgo.
A lo duro del tratamiento físico, se le sumó entonces el factor psicológico. “Las rodillas que te dieron mamá y papá ya no las tenés”, le dijo el doctor tratando de hacerle entender que ya nunca más ni iba a poder bailar como ella estaba acostumbrada a hacerlo. “Fue llorar, llorar y llorar. En un momento caí en depresión. Igual, tomé conciencia pero no tanto. Porque, en mi cabeza, yo tenía la idea de que, con esfuerzo, en algún momento iba a poder volver a lo mío. Pero, a medida que fue trascurriendo el tiempo, me fui dando cuenta de que no iba a ser como yo creía”, explica.
Después de la primera intervención y un largo período de reposo absoluto, Laura empezó con su rehabilitación y se llevó una sorpresa. “Como tengo un injerto, neuronalmente no me llegaba la información de cómo caminar. Así que arrastraba la pierna. Imaginate que yo, que la levantaba como quería para bailar, de repente no podía moverla ni cinco centímetros arriba del suelo porque no me respondía. El cerebro daba la orden, pero el físico no la podía ejecutar. Fue terrible”, recuerda. Pero, al mismo tiempo, agradece la tenacidad que le dio la vida para afrontar la situación.
“Me acuerdo que llegaba sola con mi mochila. Porque yo era ‘la Messi de la danza’, pero cuando me rompí no quedó nadie, salvo mi familia y mis afectos de toda la vida. Los amigos del campeón desaparecieron. Ahí entendí la frase ‘me cortaron las piernas’, porque fue lo que me pasó en la realidad. De repente, estaba sujeta a dos barras intentando caminar, cuando desde los tres años no había hecho otra cosa más que bailar”, dice Fidalgo.
Frente a esta circunstancia, Laura volvió a recurrir a la terapeuta de su juventud quien, a sabiendas de su historia, la ayudó a salir adelante. “Ella, de a poco, me iba llevando. Pero cuando yo volvía a casa era otra vez el encierro, la soledad y la desesperación mental de decir: ’¿Qué hago?’”, cuenta. Y es que ella siempre vivió de su trabajo. Y, aunque ya había logrado un nombre, necesitaba seguir generando recursos de alguna manera para subsistir. Así que no se dio por vencida y terminó descubriendo una fortaleza mucho mayor de la que creía tener.
“Cada uno tiene sus batallas. Pero la verdad es que a mí me ha pasado de todo, desde que era chica... A veces le digo al de arriba: ‘Ya está, tirame un centro’. Soy una mina laburante y tranquila, que ayuda a todo el mundo desde su humilde lugar. Pero, en estos últimos años, fueron las operaciones, la rehabilitación, la separación, el dengue, el covid, la pérdida de mi papá, Teo, el asalto a mano armada del que fui víctima...”, señala Fidalgo.
Obviamente, con el tiempo ella intentó volver al ruedo, pero sus piernas le dijeron que no: “A los dos años quise bailar, pero las rodillas me hacían juego. Entonces me di cuenta de que ya no puedo saltar, no puedo girar ni puedo ponerme en cuclillas. Igual pienso que quizá va a aparecer algún nuevo método como para que pueda hacerlo. Es todo muy desgastante en lo emocional, más que en lo físico. Porque, para mí, es muy frustrante tener tanta energía y no poder canalizarla en el baile”.
En la actualidad, Laura sabe que puede volver a un escenario para actuar o cantar, como lo ha hecho en otras oportunidades. Pero que no va a sentirse cómoda bailando a un nivel mucho menor al que estaba acostumbrada. “Me han dicho que podría hacer una coreografía y dibujarla de alguna manera. Y yo me pregunto: ‘¿Cómo una bailarina profesional no va a girar y no va a saltar?’ A mí no me gustan los grises, yo necesito dar todo. Igual, creo que todo es parte de un aprendizaje”, señala.
¿Qué rescató después de haber vivido esta dura experiencia? “Que tengo que ser más estratega y menos pasional. Muchas veces, no soy políticamente correcta y eso me ha jugado en contra en mi carrera. Hago mucha introspección y sé que tengo una misión en la vida. Porque, además, tengo otras herramientas gracias a que he estudiado teatro, a que hice mi programa de televisión que fue Cualquiera puede bailar y a que, por suerte, sigo teniendo mi escuela que es lo que hoy me da para vivir. De todas formas, si volviera a nacer volvería a elegir la danza como profesión. Y, en definitiva, siento que esto fue un stop que me puso el destino como para empezar a disfrutar más. Porque yo siempre siento que me falta algo y, por lo tanto, nunca estoy del todo satisfecha”, reconoce Laura.
De todas formas, asegura que aún no ha logrado encontrar su felicidad. “Yo disfruto de pequeños momentos. Como cuando hago lo que amo. Y, por eso, para mí el escenario es tan gratificante. Porque ahí no tengo a ese pájaro carpintero que me vuelve loca pensando en todo lo que tengo que resolver en el futuro. En ese instante, se me para la cabeza y vivo a pleno el aquí y ahora. Pero además, si con todo lo que me pasó sigo de pie, es porque tengo algo que trasmitir. Y mucha gente me ha dicho que, a través del arte, yo le he dado fuerzas para salir adelante. Aunque después, en la soledad, me cueste disfrutar de lo que tengo”, explica.
Y sí: está claro que más allá del apoyo incondicional de su mamá, Susana, y de su hermano, Leandro, el hecho de no tener una pareja le pesa y mucho. “Para mí el amor es algo pendiente. Me encanta estar enamorada, compartir. No me gusta la soledad. Quiero llegar a mi casa y que me esté esperando mi chico. La única vez que estuve plena en ese sentido y pensaba formar una familia, terminé con las dos piernas rotas. Y, al estar mal conmigo misma, no podía pensar en otra cosa. También es verdad que yo relegué mucho por mi carrera...Pero insisto, yo me siento feliz haciendo lo que hago. Por ahí, para la otra persona es difícil acoplarse a eso. Sin embargo, yo lo único que necesito es alguien que me acompañe”, dice Fidalgo.
Lo cierto es que la carrera de la bailarina siempre ha sido corta y Laura lo sabe. Como también sabe que pocas colegas han logrado lo que ella consiguió. “Estamos en un país en el que levantás una baldosa y te salen mil bailarinas. Así que, teniendo en cuenta de donde vengo, la verdad es que lo mío es un montón. A veces me miro al espejo y digo: ‘¡Wow, qué ovarios!’. Porque yo me banqué todas y siempre sola, cien por ciento sola. Pero al rato me empiezo a autocastigar pensando todo lo que tendría que hacer. Entonces me agarra la ansiedad, me empiezo a ahogar y me viene la disconformidad”, dice segura de que todavía tiene mucho más para dar en su profesión.
¿Qué le diría a esa niña de tres años que empezaba a estudiar danzas si la tuviera en frente? “Se me vienen tantas cosas en la cabeza...”, dice sin poder contener las lágrimas. Y sigue: “Porque nadie se imagina el esfuerzo que me costó todo. Entonces, a veces es como que pienso en todo lo que hice y me doy ternura, como que necesito acariciarme. Yo he ayudado a un montón de gente desde el amor, muy calladita y sin hacer marketing. Te puedo gustar o no, pero yo soy esto. Y a veces me lamento de no haber sido más pilla, pero a la vez estoy orgullosa de todo lo que logré de la nada. Porque yo sola sé el esfuerzo que implicó ir a entrenar en bicicleta y bancarme las ampollas, los juanetes, los cayos...Igual siento que todavía me falta. Y por eso la sigo peleando”.
De aquí a diez años, ¿cómo se visualiza? “Yo soy muy simple. Siempre busqué darle lo mejor a mi familia, así que espero seguirlo haciendo. Y lo que me gustaría sería estar en pareja con alguien que sea tan incondicional como yo y tener una vida más ordenada. Voy a seguir siendo muy inquieta, porque me aburro y eso hace que quiera generar cosas todo el tiempo. Así que ojalá pudiera hacer teatro o volver a tener mi propio programa. Pero de cualquier manera, voy a estar ligada al arte porque es lo que me salvó y lo que me sana, es mi sangre. Y lo necesito”, concluye Fidalgo.