El primer choque que tuvo con la pobreza que sufrían los más postergados fue cuando, como estudiante de medicina, viajó a Tucumán para asistir a los enfermos por la violenta epidemia del cólera que provocaría cerca de seis mil muertos en esa provincia a fines de 1886. Se llamaba Juan Bautista Justo y había nacido en Buenos Aires el 28 de junio de 1865, en una casa en la intersección de las calles Balcarce y Chile.
Su niñez fue de una apretadísima prosperidad porque el padre Juan Felipe Justo, si bien se ganaba la vida como administrador de estancia, sus ingresos eran irregulares y por tiempos su esposa, la argentina Aurora Castro, junto a sus hijas debieron realizar trabajos de costura para las grandes tiendas de la ciudad de Buenos Aires para sostener el hogar.
Con el tiempo sobrevinieron las discusiones en el matrimonio Justo porque el padre sostenía que los hijos varones debían criarse en el campo y su esposa, de fuerte carácter, pensaba lo contrario y alentaba a los hijos a que estudiasen. Las grandes ausencias del hombre de la casa desgastaron a la pareja y sobrevino la separación.
Manos limpias, uñas cortas
El niño Juan Bautista hizo la primaria en la escuela inglesa de Guillermo Parody, un profesor de taquigrafía que había sido contratado por Sarmiento, y la secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde se interesó más por el francés y el inglés que por el latín. A los 17 años ingresó a la Facultad de Medicina de la UBA y para costearse sus estudios trabajó como cronista parlamentario en el diario La Prensa.
Se recibió con medalla de oro y fue gracias a un préstamo de su tío que pudo viajar a Europa a perfeccionarse en centros asistenciales de las principales ciudades. A su regreso ingresó al Hospital de Crónicos San Roque donde fue un cirujano innovador, con las operaciones de la hernia inguinal libre que realizaba, fue el que aplicó el método osteoplástico en las operaciones de cráneo, el uso de la cocaína como anestésico y el método aséptico, que consistía en tener uñas cortas y limpias; manos cepilladas con jabón y agua tibia por un cuarto de hora, los instrumentos quirúrgicos hervidos durante media hora y gasas desinfectadas.
Enseguida progresó como profesional y en la facultad fue nombrado profesor suplemente de la cátedra de cirugía -cargo que perdería en 1906 por apoyar una protesta estudiantil en su rol de dirigente socialista- además de jefe de sala en el hospital San Roque.
Cuando fue la Revolución del Parque en julio de 1890, su papá fue un activo participante, pero Juan Bautista, adherente de la Unión Cívica de la Juventud, no era partidario de la lucha armada y argumentaba que la solución era que los contribuyentes declarasen una huelga. Aún así, como médico atendió a los revolucionarios heridos.
Es que Justo ya venía leyendo al intelectual alemán Karl Marx y al economista inglés John Hobson. Influenciado por ideas socialistas, comenzó en 1893 a dictar conferencias en el Vorwärts, un club fundado el 1° de enero de 1892 por inmigrantes alemanes y que funcionaba en un local de Humberto I 880 de la ciudad de Buenos Aires.
“La obra se me presentó como una infinita siembra de ideas, como un inmenso germinar de costumbres, que acabaran con el dolor estéril, y dieron a cada ser humano una vida digna de ser vivida”, señaló.
Junto a Isidro Salomó, Esteban Jiménez y Augusto Kühn acordaron fundar un diario que difundiese las ideas socialistas. Para conseguir fondos, Justo vendió el vehículo en el que realizaba las visitas médicas y empeñó la medalla de oro que le había otorgado la facultad, y el 7 de abril de 1894 apareció el primer número de La Vanguardia, cuyo nombre tomó de un fortín cercano a un puesto de estancia donde trabajaba su padre.
Viajó a Estados Unidos y Europa para analizar el capitalismo y sus reflexiones las volcó en crónicas que publicó en el diario y se abocó a la traducción del primer tomo de El Capital de Marx, que se publicó en España en 1898.
Tenía en su mente la fundación de un partido que fuera una alternativa al principal que había surgido en la Argentina con raigambre popular, como era la Unión Cívica Radical.
El 28 y 29 de junio de 1896, un grupo de delegados de agrupaciones socialistas y gremiales encabezados por Justo, en el local de Vorwarts se celebró el Congreso Constituyente del Partido Socialista.
Se aprobaron la Declaración de Principios, el Estatuto y el Programa Mínimo de la nueva agrupación, donde se plantearon reivindicaciones que tardaron décadas en transformarse en leyes. Tal fue el caso de la jornada laboral de 8 horas para adultos, de 6 para jóvenes entre 14 y 18 años, y prohibición del trabajo industrial a menores, además del descanso obligatorio de 36 horas continuas por semana; igualdad de trabajo igual remuneración entre los sexos.
También sostenían la necesidad de una reglamentación higiénica del trabajo industrial y del nocturno solo en casos indispensables, y prohibición del trabajo de las mujeres donde estuviese en peligro su maternidad. Abogaba para que la patronal se hiciese responsable en los accidentes de trabajo. Eran partidarios de una educación laica y que fuese obligatoria hasta los 14 años.
Como algunas de sus iniciativas no fueron votadas, renunció al comité fundador y a la dirección de La Vanguardia, pero continuó su prédica en actos y conferencias y dos años después reingresó al comité cuando sus proyectos fueron aprobados.
No se quedó quieto. Impulsó la creación de la Sociedad Obrera de Socorros Mutuos, la Sociedad Luz y la cooperativa El Hogar Obrero, en 1905. Leía a sus pensadores favoritos en sus idiomas originales, y se lamentó de no haber aprendido el idioma ruso.
En 1899 se había casado con la inmigrante rusa Mariana Chertkoff, que era maestra y concertista de piano, y con quien tuvo seis hijos. A fines de 1903 los Justo se radicaron en Junín, donde Juan Bautista ejerció como médico y fue director del hospital. Paralelamente, fundó un centro socialista, una cooperativa y una sociedad de socorros, como parte de un plan de expandir el socialismo por todo el país.
En 1902 volvió a Buenos Aires para sumarse a la lucha obrera, ya que en noviembre de ese año tuvo lugar en el país la primera huelga general. Establecido en la ciudad retomó la dirección de La Vanguardia, que desde 1905 se transformaría en diario, y abrió un consultorio médico. Sus conferencias fueron compiladas transformándose en su libro Teoría y práctica de la historia. También es autor de El socialismo argentino.
Por ese tiempo, al recordar cuando fue dejado cesante en la universidad, contó que “en el hospital he combatido contra los microbios, he sido uno de los que han intrudcido en el país la asepsia y la antisepsia, y continúo en otros campos; en el campo público, en el de la administración general, en el de los procedimientos de la política, a fin de que todo se haga según los principios modernos, regulares, calculados y limpios”.
Insistió para que el joven dirigente Alfredo Palacios se afiliase al partido cuando quiso ser candidato y lo terminó expulsando cuando el joven legislador se batió a duelo, un hecho condenable en el partido. De todas formas, Palacios solía decir que el socialismo estaba donde iba Justo.
En 1912 fue elegido diputado nacional por la Capital Federal y, según consignó el histórico taquígrafo Ramón Columba, nadie conocía a ese hombre de barba negra -que se la quitaría con la aparición de las primeras canas- de aspecto burgués, galera y bastón, que se sentaba en el bloque de la izquierda. En su primera intervención, recalcó que era la primera vez que se sentaba en el recinto un representante auténtico de los trabajadores.
Llevó nuevos problemas al recinto y supo instalar cuestiones como la carestía de vida y cómo terminar con ella a partir de una reforma fiscal. Además se preocupó por legislar para los hombres que trabajaban en el campo.
Se especializó en temas financieros, se destacó en la interpelación al ministro de Hacienda Rafael Herrera Vargas y descolló en las sesiones en las que se discutía el presupuesto, denunciando el excesivo gasto público y el despilfarro de la burocracia.
Conservó la banca hasta 1924, año en que asumió como senador nacional, también por la Capital y debió esperar unos veinte días para el cuerpo aprobase su diploma y cuando lo hizo, solo juró por la Patria, tal como lo había hecho cuando asumió como diputado.
Al dar a luz a su séptimo hijo, su esposa falleció en agosto de 1912 y sus hijos quedaron al cuidado de su mamá Aurora.
Su labor parlamentaria estuvo marcada por proyectos tendientes a una educación laica, a mejorar la calidad de vida de la clase obrera y algunos referidos a la cuestión económica, partidario de la libre circulación de mercaderías y contrario al proteccionismo aduanero.
Abogó por una postura independiente de nuestro país durante la primera guerra mundial, aunque cuando los submarinos alemanes hundieron buques de bandera argentina en 1917, se inclinó por la defensa de los intereses nacionales, aún a riesgo de entrar en guerra, lo que provocó cortocircuitos en su partido.
Cuando estalló la Revolución Rusa en 1917, condenó la dictadura del proletariado a la que equipara a un fanatismo autoritario. Descartó el modelo soviético.
Atentado
El 8 de junio de 1916 por la tarde, cuando estaba por entrar a la redacción de La Vanguardia en compañía del diputado Dickmann, un hombre le efectuó dos disparos de revólver. Uno impactó en su pierna izquierda, fracturándole el fémur. Atendido en la Asistencia Pública, boca abajo en la camilla daba indicaciones a los médicos sobre cómo proceder. La herida no le impidió concurrir a las sesiones en diputados, ya que se había instalado en dos habitaciones del palacio legislativo. Le quedaría una leve cojera de por vida.
Defendió los postulados de la Reforma Universitaria y propició la eliminación del latifundio y la sustitución por pequeños y medianos propietarios que trabajasen la tierra, a la par que continúa denunciando la explotación laboral de los trabajadores en el interior del país.
Vuelto a casar
En 1922 se unió por ceremonia civil con la Alicia Moreau, una médica de 36 años, periodista y activa participante de movimientos de defensa de los derechos de la mujer. Esta unión no fue del todo aprobada por sus allegados, ya que se rumoreaba de la íntima relación que la había unido a Enrique del Valle Iberlucea mientras estaba casado. Tuvieron tres hijos, Alicia, Juan y Luis.
A ella la deslumbró su inteligencia libre que no se atacaba a ningún dogmatismo y su interpretación de los problemas políticos y sociales no solo del país sino del mundo. Primero lo había tratado en el ámbito del partido, luego se hicieron amigos y de pronto se dieron cuenta que estaban de acuerdo en todo y que así se mantuvo siempre.
La reunión en secreto de Justo con el presidente Hipólito Yrigoyen, en el que acordaron que los socialistas no apoyarían la intervención a la provincia de Buenos Aires, impulsada por conservadores y radicales antipersonalistas, provocó la fractura del partido Socialista, surgiendo el Partido Socialista Independiente.
Justo, quien repartía sus días en su casa en la ciudad de Buenos Aires y en Cardales, falleció en esta localidad el 8 de enero de 1928 de un ataque al corazón. Tenía 62 años y le faltaban tres meses para cumplir con su mandato de senador.
Sus restos fueron velados en la Casa del Pueblo, sobre la avenida Rivadavia al 2100. Se cumplió su última voluntad, la de ser cremado, asunto que se hizo en el cementerio de la Chacarita. Una de las principales avenidas de la ciudad de Buenos Aires recuerda a este médico y político que en una oportunidad le confesó a Ramón Columba que “soy el más vulgar de los hombres. Si alguno de los dos héroes de Cervantes figurara entre mis antepasados, sería, seguramente, Sancho. La imaginación me proporciona poco deleite, y a mis horas como con regular apetito y no me avergüenzo de ello. Me gustan las mujeres hermosas, pero menos para cantar las bellezas de sus formas que porque prometen una prole sana y vivaz”.