Tienen más de 75 años y manejan al menos 10 horas diarias para llegar a fin de mes: “Sólo con la jubilación es imposible”

Ya estaban retirados o, al menos, tenían una carga laboral menor. Hacen viajes a través de apps para pagar la comida y los remedios. Las mujeres arman redes de para compartir clientes e información

Guardar
Un jubilado que no cobró
Un jubilado que no cobró bonos podía comprar en enero de 2024 el 43% de los bienes y servicios que compraba en 2017: ese fue el deterioro de su poder adquisitvo. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Alfredo aprovecha los semáforos largos para masajearse la espalda. “Cinco o hasta seis horas me banco bastante bien, pero después de eso me empiezan a doler la cintura y los riñones”, le dice a Infobae desde el asiento delantero de una Renault Kangoo. Es la camioneta utilitaria que un sobrino usa para hacer minifletes los fines de semana y, desde hace cinco meses, es también el vehículo que Alfredo maneja entre diez y doce horas diarias de lunes a viernes como conductor de Cabify.

“A los 79 años yo debería estar descansando, no me da más el cuerpo, pero acá estoy. Es esto o no llegar a fin de mes ni con la comida ni con los remedios”, dice Alfredo, un ex empleado administrativo de una empresa farmacéutica y uno de todos los jubilados de la Argentina a los que ese ingreso no les asegura poder afrontar sus gastos más básicos.

Alfredo, que vive en Versalles, no está solo en la crisis. Según estimó el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) en noviembre, la caída del poder adquisitivo de los jubilados que cobran el bono de 70.000 pesos fue de 17,5% interanual. A principios de este año, el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF) determinó que los jubilados que cobraron bonos pudieron acceder al 65% de los bienes y servicios que accedían en 2017, mientras que los jubilados que no cobraron los bonos tenían, en enero de este año, el poder adquisitivo para acceder al 43% de los bienes y servicios que podían comprar hace seis años.

El esposo de Carmen tiene Alzheimer y 80 años. Entre las jubilaciones de los dos juntan alrededor de 850.000 pesos mensuales, y a eso le suman la jubilación mínima de Marcia, la hermana de Carmen, que vive con ellos. Para el Día de la Madre, los tres hijos del matrimonio le hicieron un regalo atípico a Carmen: “Ahorraron entre los tres y me instalaron el equipo de gas en el auto, porque yo había arrancado a manejar para las aplicaciones pero con nafta no rinde. Mis hijos están muy angustiados con no poder ayudar económicamente todos los meses, pero acá invirtieron porque yo volví a trabajar después de muchos años”, explica.

Los remedios, una prioridad entre
Los remedios, una prioridad entre los gastos de los jubilados. "A mí me sacaron dos de los que tenían descuento, y a mi marido, uno", dice Carmen.

Carmen trabajó en comercios durante toda su vida. En tiendas de ropa de mujer, en una mercería, en una librería escolar y en un centro de estética. Aprendió a manejar porque le enseñó su hija: ya tenía 64 años cuando sacó el registro. Ahora que tiene 76, saber manejar es su fuente de trabajo. Eso y el auto que hasta hace dos años, antes de enfermarse, manejaba siempre Santiago, su marido.

“Salgo después del almuerzo, cuando mi esposo se acuesta a dormir la siesta, vuelvo para la cena, y salgo un rato más. Manejo diez o doce horas cuatro veces por semana. Los miércoles descanso y los fines de semana también, porque además son los días de ver a los nietos”, le cuenta a Infobae esta vecina de Villa Crespo. “Mi hermana me ayuda mucho con mi marido, y por ahora él se queda bien con ella. No hay manera de que con lo que cobremos los tres nos alcance. A mí me sacaron dos medicamentos de la cobertura y a Santiago, uno. Todo se pone cada vez más caro y nosotros, cada vez más pobres”, dice.

“Yo trabajé toda la vida, estoy acostumbrada a poner el lomo, y hasta me hace bien salir un rato de casa. Pero todo el día sentada acá me hace doler todo, me pone triste, me enoja. No pensé que iba a tener que hacer esto para llegar con lo justo después de una vida entera de trabajo”, suma Carmen. No acepta pagos en efectivo y elige viajes que no la hagan salir de la Ciudad: “Me da miedo que me roben si tengo plata arriba del auto, y me da miedo ir a zonas que no conozco. Vos te subís al auto y lo que ves es lo que soy, una viejita”, describe.

Carmen conoció a Susana en la sala de espera de uno de los médicos a los que lleva a su marido. Susana estaba allí con su padre, que tiene 98 años. Charlaron, se cayeron bien y, en un momento, se dieron cuenta de que tenían algo en común: Susana empezó a ser conductora de aplicaciones a fines de 2022, cuando estaba por cumplir 75. “A mí siempre me gustó tener mi platita. Cobro la pensión mínima desde que enviudé y mi hijo me daba una mano, pero el año pasado se separó y se le complicó la economía familiar, más allá de que se nos viene complicando a todos”, cuenta Susana, que ahora tiene 77 y vive en Saavedra.

"Ya no es que no
"Ya no es que no alcanza para un viajecito o un gustito: no alcanza para el supermercado". REUTERS/Agustin Marcarian

El auto, un Volkswagen Gol del año 2008, se lo dio su hijo cuando compró una moto para gastar menos combustible. Ella ahorró para poder instalar el equipo de gas y, en octubre de 2022 salió a manejar. “Hay cada vez más gente de mi edad. Con Carmen invitamos a un grupo de WhatsApp de todas conductoras de más de 70 años. Usamos uno de los grupos más generales y ahí se armó el que tenemos ahora, que se llama ‘Chicas +70′. Empezó como una forma de conocernos y ya nos juntamos dos veces a tomar un cafecito, fuimos más de veinte. Ahora nos pasamos información de algún repuesto, algún mecánico, para buscar precio entre todas”, explica.

El grupo es para trabajar y, desde hace un poco menos de tiempo, también para construir una red más allá del trabajo: “Se empezó a armar una cadena para que, si a alguna le surge un viaje particular que no puede hacer, pasárselo a otra. Así te portás bien ante esa clientela que de a poco vas armando y le das una mano a otra que después la devuelve. Y además, muchas de nosotras somos viudas o, incluso sin serlo, nos viene bien la compañía: ya algunas se han acompañado a hacerse algún estudio médico, por ejemplo”, cuenta Susana.

En el grupo de “Chicas +70″ sobrevuelan dos emociones de forma constante: “Por un lado, hay algo de mucho compañerismo que se armó muy rápido. Algunas son más participativas y otras más silenciosas, pero todas tienen linda predisposición y ganas de ayudar cuando hace falta. Pero por otro, hay una tristeza y un enojo de base muy grande porque, salvo alguna excepción, todas estábamos ya más descansando que otra cosa. Hay varias que tienen alguna enfermedad crónica, o atienden familiares complicados, y tienen que salir con el auto para llegar con la comida y los remedios. No nos imaginábamos esto para este momento de la vida, manejando por lo menos siete u ocho horas por día para ganar unos mangos”, describe Susana.

A contrapelo del grupo de WhatsApp que une a no menos de cincuenta mujeres de más de 70 años que conducen a cambio de dinero, Ramón dice que él es un “lobo solitario”. Tiene el pelo canoso y largo por los hombros. “Todavía da pelea esta cabeza, mi hijo mayor se quedó pelado y yo no”, se ríe Ramón, que vive en Sarandí y tiene 81 años. “Yo fui taxista toda la vida. Cobro una jubilación de 420.000 pesos. No alcanza para nada”, dice Ramón, que está separado desde que sus hijos eran chicos.

Una de todas las marchas
Una de todas las marchas de jubilados que se produjeron los miércoles en la Plaza de los Dos Congresos. (Photo by JUAN MABROMATA / AFP)

Vive en la casa que fue de sus padres y había bajado la carga laboral al cumplir los 75: manejaba de cuatro a seis horas por noche. Más para mantenerse activo que otra cosa. “Pero hace dos años volví a manejar diez, doce horas. Siempre de noche, como me gusta trabajar a mí. Es más tranquilo, no está ese estrés del tránsito del día, y es el terreno que ya conozco desde siempre. Además, me permite dar una mano con mis nietos cuando mi hija necesita, y dos veces por semana tengo que ir a que me hagan diálisis a Wilde”, explica.

“A mí me hace bien ir a trabajar. Me mantiene activo, sigo en contacto con taxistas que fui conociendo y ahora también con choferes de la aplicación, aunque no me gusta mucho juntarme, soy medio para adentro yo. No me quejo de tener que salir, pero sí se me viene encima una presión enorme por llegar a una recaudación determinada y eso me angustia, ¿qué querés que te diga? Ya pasé los 80 y ando atrás del mango como cuando tenía 30, y la verdad es que ya no me da el cuerpo ni las ganas para eso”, dice el ex taxista.

“Tendríamos que estar un poquito mejor los jubilados, no andar tan atrás del manguito para lo mínimo. Laburé toda la vida, laburo muchísimo ahora y no me puedo dar ni el gusto de comprarles algo lindo a mis nietos. Eso me amarga, quisiera otra cosa para mí”, suma Ramón. La sonrisa con la que celebró su pelo hasta los hombros se le borra de un plumazo, y entonces se da vuelta, mira al asiento trasero y dice: “Estoy cansado. Estamos cansados los viejos. Del trabajo de toda una vida. De que nos tengan que ayudar nuestros hijos, de que la economía de nuestros hijos sea cada vez peor. De tener que rascar el fondo de la olla ya no para hacer un viajecito o darse un gusto; rascar el fondo de la olla para ir al supermercado y la farmacia. No damos más”. Sus ojos, de 81 años, dicen lo mismo: son pura tristeza.

Guardar