No resulta demasiado descabellado aventurar que el conflicto de Juan Perón con la iglesia comenzó con una visión y 47 dólares, cuando Dios se le presentó al pastor evangélico Tommy Hicks, en la que le mostraba vastísimos trigales amarillos que se convertían en hombres y mujeres que clamaban ser visitados en la lejana y desconocida América del Sur. Hicks, un texano que a los 10 años había quedado huérfano de padre y madre de religión bautistas, se había convertido pastor en 1935.
Gracias a las contribuciones de sus fieles Hicks, de 45 años, compró un pasaje y cuando sus amigos lo fueron a despedir al aeropuerto internacional de Los Angeles contribuyeron con otros doscientos dólares.
Mientras predicaba en Chile, Dios le pidió que buscase a alguien con el nombre de Perón. Cuando le dijeron que era el presidente de Argentina, pidió viajar a conocerlo, a pesar de las prevenciones en contra de que no lo recibiría y que hasta podría terminar arrestado. En Estados Unidos al mandatario argentino lo tenían catalogado como un fascista que había dado refugio a los nazis y que manejaba el país con mano de hierro.
Siempre según el relato evangélico oficial, terminó en el despacho del ministro de Relaciones Exteriores y luego de curarle a pura palabra y oración la rodilla a uno de los secretarios, se consiguió lo impensado. El 17 de marzo de 1954 Perón lo recibió con cordialidad y al final del encuentro dispuso que se le facilitase al “hermano Tommy” lo que precisase. Hicks, quien definió a Perón como un caballero, un hombre cristiano y un amigo, pidió un estadio y la difusión de los medios oficiales.
El fin de la historia es que Hicks predicó en nuestro país durante 52 días en ceremonias públicas a las que en total asistieron unas dos millones de personas, primero en el estadio de Atlanta y luego en el de Huracán. De a miles iban enfermos por sus propios medios, en silla de ruedas o en ambulancias y los que pudieron viajaron desde el exterior. Los funcionarios de gobierno, pudorosos, se hacían atender en forma reservada en el hotel donde el pastor se alojaba. Según la propaganda evangelista, en el término de los dos meses que estuvo en el país, se curaron unas cincuenta mil personas. Hubo multitudinarias adhesiones a su iglesia y las existencias de Biblias en el país se agotaron.
Para los evangélicos la gira de Hicks representó un hito y un quiebre a los resquemores de nuestra sociedad a este culto.
Y para Perón significó mucho más.
Hasta 1954 las relaciones entre el gobierno peronista y la jerarquía de la Iglesia Católica transitaban por carriles normales, hasta que Hicks comenzó con sus espectáculos de fe y curación. El mundo católico se preparaba para la canonización de Pío X y se planeaba una multitudinaria concentración en la procesión de Corpus Christi que se haría el 17 de junio, que no fue lo planeado por el terrible aguacero que se desató sobre Buenos Aires.
Los diarios lo apodaron “el mago de Atlanta”. Gracias al éxito obtenido, seguiría sus celebraciones de supuestas curaciones en los estadios porteños, y luego en Mercedes, en San Luis.
La jerarquía católica se indignó, y habló de “competencia desleal con la religión del Estado”. En una pastoral, el obispo de San Luis destacó que el artículo 77 de la Constitución Nacional disponía que para ser presidente había que pertenecer a la religión católica, apostólica y romana, y además recordó el sostenimiento de esa religión por parte del Estado. Sin decirlo, llamaba al gobierno a defender a la iglesia.
Desde la Rosada no hubo respuesta, pero recogieron el guante: se desencadenaría un violento proceso que terminaría con la aprobación de un voluminoso paquete de medidas, que era un verdadero desafío a la iglesia.
Lugares “para distraerse”
A mediados de enero de 1935 un decreto municipal había dispuesto la clausura y desocupación de casas que funcionasen como prostíbulos, aplicando una ordenanza votada en junio de 1919. Si bien los prostíbulos comenzaron a desaparecer en la ciudad de Buenos Aires, funcionaban en la provincia de Buenos Aires para atraer a esa clientela que había quedado huérfana. Muchos de ellos eran regenteados por punteros políticos. Algunos las mencionaban como “casas de tolerancia y tabernas innobles”.
El cierre de los prostíbulos trajo aparejado un resurgimiento de la sífilis al cortarse los controles sanitarios. Los casos de esta enfermedad disminuirían cuando se la comenzó a tratar con penicilina. Otra de las consecuencias del ejercicio de la prostitución fue la tuberculosis, relacionada a la higiene, alimentación y antibióticos.
El 17 de diciembre de 1936 se sancionó la ley 12.331 de profilaxis de enfermedades venéreas. Prohibía las casas y locales para el ejercicio de la prostitución y disponía el análisis prenupcial.
La desaparición de los prostíbulos hizo que las mujeres circulasen por las calles en busca de clientes, y tenían acuerdos con algunos hoteles. Por la década del 50, los lugares de prostitución tradicional se concentraban en las calles Leandro N. Alem, Paseo Colón y 25 de mayo. También a lo largo de la ribera hasta llegar a las cantinas y salones del barrio de La Boca.
Carretero señala que había muchos establecimientos en la ciudad donde “distraerse”, como los cabarets Chantecler, Marabú, Tibidabo, Casanova, Maipú Pigall, Tabarís y Ocean, además de muchos otros lugares como confiterías bailables, y que había algunos lugares claves de conquista ocasional, como Palermo, Parque Japonés, el Palacio de las Flores, Monumental, Salón Lavalle y la Enramada, sobre la avenida Santa Fe, pegado a la Sociedad Rural.
“Haga Patria, mate a un cura”
En un discurso pronunciado el 10 de noviembre de 1954, Perón acusó a algunos sacerdotes y laicos católicos de participar en actividades antiperonistas. En el acto del 17 de octubre había denunciado la existencia de “emboscados” y de “disfrazados de peronistas”, hacía referencia a los católicos que militaban en sindicatos y a los afiliados del Partido Demócrata Cristiano, fundado en junio de ese año.
En septiembre, el fiasco en Córdoba de la Unión de Estudiantes Secundarios, que en un acto por el día del maestro no juntaron más de mil personas, contrastó con las cien mil personas que se dieron cita al desfile de carrozas organizado por la Acción Católica, en el día de la primavera. El gobierno lo tomó como un desafío.
Perón -que denunciaba la existencia de “malos sacerdotes”- fue pidiendo muestras de fidelidad y compromiso al gobierno que no eran correspondidos por las autoridades eclesiásticas.
El duro embate oficial incluyó un paro general de tres horas, sumado al ataque de la prensa oficialista. Para el 25 de noviembre armaron un acto en el Luna Park para denunciar infiltrados clericales en los sindicatos. Hubo propaganda callejera, donde grupos de militantes vociferaban “Haga patria, mate a un cura”; “Perón sí, curas no”.
Lo que vino fue peor. Detuvieron a muchos sacerdotes y dejaron de ser feriados las festividades del Corpus Christi, la Asunción de la Virgen, la Concepción Inmaculada, el Día de todos los Santos y el Día de Reyes. Se salvaron la Navidad y el Viernes Santo.
El 30 de septiembre, los legisladores oficialistas propusieron equiparar los derechos de los hijos legítimos y los ilegítimos. Los diputados opositores no entendían nada: ellos habían sido los abanderados de reformas laicas que habían sido resistidas por sus colegas peronistas. El oficialismo argumentó que la iglesia se había aprovechado de las ventajas obtenidas del gobierno para hacer antiperonismo.
Por 121 votos contra 12 diputados aprobó un proyecto de reforma constitucional de separación de la Iglesia del Estado, que al día siguiente fue votado por unanimidad en el Senado. Perón aseguró que ese era un “clamor del pueblo” y que él hacía lo que el pueblo indicaba. En el mismo sentido, se derogaron las exenciones de impuestos que gozaban las instituciones religiosas.
El gobierno derogó la ley 12.978 de enseñanza religiosa, se cerraron establecimientos y muchos docentes se quedaron en la calle. Además, el 14 de diciembre de 1954 el Congreso votó la ley de divorcio.
La oposición se hizo sentir: hubo una multitud el día 8 de diciembre, día de la Virgen, que el gobierno intentó minimizar organizando una recepción al boxeador Pascual Pérez, el primer campeón mundial que tuvo nuestro país, corona obtenida en Japón. Iba a llegar el 7 pero lo obligaron a hacer tiempo en Montevideo para que hiciera su entrada triunfal a Buenos Aires el 8. No juntaron más de 500 personas frente a la Confederación de Deportes.
En la noche del 30 de diciembre de 1954 se dispuso la apertura de prostíbulos a través del decreto 22.532. Dicha norma, que contenía tres artículos, se basaba en el decreto ley de 1944 que reglamentaba las casas de tolerancia, bajo supervisión del Estado. Esta norma había sido refrendada por Perón en 1946.
Perón indicó a los ministros de Justicia y del Interior que instruyesen a los gobiernos provinciales, a los territorios y a la municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires a permitir la instalación en zonas adecuadas de los establecimientos a los que se refiere la ley de profilaxis social. Nacían las “zonas rojas”.
El Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública daría a conocer las normas sanitarias de carácter federal, que tendrían carácter de obligatorio. Por su parte, el Estado se reservaba el derecho de clausura “si el interés público así lo requiere”. En el mismo sentido, junto a la sanción de esa ley, se creó el Sindicato de Meretrices.
La medida fue publicada en el Boletín Oficial en enero de 1955. “Aludiendo a una imperiosa necesidad pública”, se sostenía. Hubo una campaña oficial para justificar su sanción.
El conflicto con la Iglesia recrudeció. El 25 de mayo de 1955 fue la primera vez que un presidente ni sus ministros no asistieron al Te Deum. El Corpus Christi, que se celebra sesenta días después de Pascua, se transformó en una gigantesca marcha opositora. Curiosamente, el gobierno sacó a los policías de las calles, la gente clamaba en la Catedral por libertad y en el Congreso alguien quemó una bandera argentina. Tiempo después se descubrió que el hecho fue una provocación urdida en los despachos oficiales.
El gobierno deportó al vicario general Manuel Tato y al diácono Ramón Novoa, apenas bajaron del avión en Roma pusieron al tanto al Sumo Pontífice y dos días después el Vaticano anunció la excomunión de Perón.
El 16 de septiembre de 1955 Perón fue derrocado por un golpe militar. Ese gobierno de facto derogó la norma que había establecido nuevamente los prostíbulos en el país.
Desde su exilio madrileño, Perón le escribió al Papa Juan XXIII “temiendo haber incurrido en la excomunión, speciali modi, reservada conforme a la declaración de la Santa Congregación Consistorial del 16 de junio de 1955, sinceramente arrepentido, pide, por lo menos ad cuatelam, la absolución”.
El Sumo Pontífice accedió al pedido. El obispo de Madrid tuvo el encargo de otorgarle la absolución. Por las dudas, la Iglesia recomendó entonces mantener la mayor reserva, “a fin de evitar que dicha gracia pueda tener indeseadas repercusiones”. Así culminaba un largo proceso iniciado nueve años atrás y se cerraba otro de los tantos capítulos entre el gobierno y el poder de la iglesia, con pastores y milagros mediante.
Fuentes: Andrés Carretero – Prostitución en Buenos Aires; Lila Caimari – Perón y la Iglesia Católica; Hugo Gambini – El peronismo y la Iglesia; Diario La Opinión del 13 de agosto de 1971; https://www.oramos.com.ar/blog/biografias/tommy-hicks-en-argentina.