El plan que Callejeros había trazado para fin de año era la celebración de su hasta ahí exitosa carrera. Esa trayectoria parecía angelada: el grupo de amigos que comenzó tocando en una habitación de la casa del bajista, Christian Torrejón, había trepado en popularidad con la velocidad de un rayo.
La idea de la banda de Villa Celina, liderada por su cantante Patricio Santos Fontanet, era presentar, en tres días sucesivos y en ese orden, la lista de temas de sus trabajos discográficos: el 28 de diciembre tocarían Sed, el 29 Presión y el 30 Rocanroles sin destino. De éste último no pudieron ni siquiera completar un tema.
Cromañón fue el lugar elegido. Ya les quedaba chico, pero una suerte de lealtad o agradecimiento con Omar Chabán, el gerenciador del boliche, los llevó a tocar allí.
También tomaron la decisión que las bandas soporte, los teloneros, fuesen distintos en los tres días: el 28 tocaron Los Pérez García, el 29 Los Garfios, y el 30 Ojos Locos.
Sobre el escenario, un telón con un cerebro que contiene un planisferio, similar al arte de tapa de Rocanroles sin destino, en el que había trabajado Daniel Cardell, el escenógrafo de la banda, recibió a más de tres mil fanáticos de la banda en cada noche. Entre quienes estuvieron el 29 de diciembre, un día antes que se desatara la masacre que cobró 194 vidas, estaba Soledad Teijeiro, la autora de las fotos que ilustran esta nota y donó, hace pocos días, al Archivo Histórico de la Asociación Civil El Camino es Cultural, que aglutina a muchos de los sobrevivientes de Cromañón.
Soledad tenía 16 años en 2004. Hoy, trabaja como gastronómica. Estudió italiano y en 2020 arrancó con la carrera de Terapia Ocupacional. Le gustaba Callejeros: “Había empezado a escuchar rock un tiempo antes de Cromañón. Llegué a Callejeros porque me gustó la tipografía. Me bajé unos temas en Ares y me atrapó, sobre todo por las letras. Mi primer recital de rock fue uno de ellos ese mismo año en Obras. Después fui a otro en los 2km. por el Sida donde tocaron junto a Dancing Mood y Kapanga, en Excursionistas. Para Cromañón tenía entrada para los tres días, pero el 27 de diciembre llegué tarde a casa de una fiesta de egresados y no me dejaron ir al primero”.
Soledad no era fotógrafa, pero llevó una cámara de rollo. “De hecho, mi altura no me ayudaba, así que las que mejor se ven, una chica que conocí esa noche se ofreció, se subió a caballito de un chico y sacó con mi cámara”, cuenta.
La noche del 29, el calor era insoportable. 30 grados afuera, quién podría saber adentro a cuánto ascendía la temperatura. Entre el público, abigarrado en un espacio donde —según la habilitación— debían haber 1031 personas, y desde el primer tema, se encendieron bengalas, se dispararon las pequeñas bolitas de colores. Era un ritual que cierto tipo de tribus rockeras habían adoptado desde el fútbol, así como los cantos de las hinchadas o la división entre “barras” que seguían a las bandas.
En las fotos que tomó la cámara de Teijeiro, ya ajadas por los 20 años en que las tuvo en su poder sin mostrar, se puede ver a Patricio Santos Fontanet con una remera negra con un dibujo en blanco, a Christian Torrejón con su bajo negro y una remera colorada, a Juancho Carbone soplando su saxo y a Elio Delgado, al costado izquierdo, con una remera similar a Torrejón. Detrás de la batería se atisba a Eduardo Vázquez. “Es difícil plasmar para mi las sensaciones que despiertan estos días. Atesoré esas fotos durante 20 años hasta que al ver que la Asociación Civil El Camino es Cultural realizaba un archivo histórico, entendí que la memoria se construye en forma colectiva y se las compartí”.
El 29, la lista de 29 temas salió completa: tocaron Tres, Cristal, Ahogados, Parte menor, Lejos del cielo, Morir, Tiempo perdido, Tratando de olvidar, Fantasía y realidad, El duente del árbol, Una nueva noche fría, Sed, No volvieron, Ancho, Rocanroles sin destino, Callejero de Boedo, Prohibido, Sí me cansé, La llave, La cuadra, Ojalá, Puñales, Sonando, Imposible, No somos nadie, Armar, Se que no sé, Vicioso e Ilusión.
Esa vez, por fortuna, no sucedió nada. Al día siguiente, la masacre. Soledad fue al recital del 30 de diciembre. Cuando se desató el infierno, cuenta, “me desmayé y me desperté afuera. Nunca supe quién me sacó”.
En Cromañón, las alarmas ya habían sonado. Y no una sola vez. El 1° de mayo de 2004 tocó allí la banda Sexto Sentido. A causa de la pirotecnia, la media sombra se prendió fuego, pero fue extinguido con una manguera a pesar que estaba con pinchaduras. Muchos chicos escaparon por el enorme portón que daba al hotel Central Park y regresaron para continuar el recital. Pero debido a eso, el dueño del complejo, Rafael Levy, ordenó que lo cerraran, que quedara clausurado. Por eso, muchos chicos que intentaron salir por ahí el 30 de diciembre de 2004 no pudieron escapar del horror.
Cinco días antes del fatídico 30 de diciembre, durante un recital de La 25, una bengala impactó la media sombra, ésta se quemó y comenzó a derramar gotas incandescentes sobre el público. Esa vez, según le relató a la Justicia uno de los empleados que tenía Cromañón, Luciano Gonzalo Otarola, se trepó a la baranda del primero piso e intentó accionar varios matafuegos que no funcionaron. El incipiente incendió fue apagado con vasos de cerveza de medio litro cada uno y el público los arrojó hasta apagarlo.
En Cromañón, la tragedia estaba latente. Bajo el cielorraso, y aún desde antes que Omar Chabán se hiciera cargo del día a día del boliche, se extendía una media sombra que sostenía unas lucecitas titilantes, simulando un cielo estrellado. Este material, de polietileno, fue el que desprendió dióxido de carbono, monóxido de carbono y acroleína. Según la pericia del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) “si no hubiera estado colocada la media sombra, y la bengala o fuego de artificio hubiera impactado en el centro de un cuadrado de espuma de poliuretano de 177 metros cúbicos de superficie, éste hubiera tardado aproximadamente 13 minutos en incendiarse. Como en el local estaba colocada la media sombra, ésta se incendió y propagó el fuego en múltiples focos a la espuma de poliuretano”. De no estar, como el impacto en los paneles hubiera sido más directo, no se habría propagado tan velozmente.