Cuando el 30 de diciembre de 2004, la central de bomberos recibió un llamado que alertaba sobre un incendio dentro del boliche Cromañón, en el barrio porteño de Once, el operativo fue asignado al Cuartel I de Bomberos de la Policía Federal, que era el que estaba más cerca del lugar.
“Pensamos en algo menor: un cesto de basura o un sillón en llamas. Jamás imaginamos lo que nos esperaba”, recordó el bombero Darío Salgado a Infobae, que con 24 años era el oficial a cargo del destacamento aquella desgraciada jornada de hace dos décadas.
En ese preciso momento, cerca de las 23, La banda Callejeros tocaba frente a una multitud enardecida, y lo que era una noche de festejo se transformó en un infierno en cuestión de segundos. Una bengala encendida por alguien del público impactó en la media sombra que cubría el techo discoteca y se prendió fuego, liberando una humareda negra y tóxica que se cobró la vida de 194 personas.
Al llegar, Salgado y su equipo se encontraron con una muchedumbre desbordada. “A paso de hombre, con la sirena abriendo camino, logramos llegar a la puerta. Nuestra dotación fue la primera en llegar y lo primero que vi fue a miles de personas peregrinando por la calle y la vereda. Era un caos”, relató. Pero todavía faltaba lo peor.
“Me encuentro con un portón del tamaño de la salida de un vehículo, que estaba cerrado con pequeño vaivén, un aire de luz entre hoja y hoja. Por ese agujero se veía que las barras antipánico estaban atadas con alambre y unos dos metros aproximadamente de brazos que salían pidiendo auxilio desde adentro”. Así describió el bombero el primer cuadro de situación con el que se enfrentó.
“Lo que se veía no era el fuego, sino una gran cantidad de humo, que estaba contenido por las puertas que estaban semicerradas. Era como una olla a presión de toda la combustión que se había producido. La gente adentro sin poder respirar y asomando sus manos para pedir ayuda”, explicó Salgado, que fue el encargado de liderar la apertura del portón.
Primero probó con las herramientas que tenía en la autobomba, pero no dio resultado. Luego, a pura fuerza y ayudado por sus compañeros y personas que se acercaron voluntariamente ayudar, lograron abrirlo. “Pudimos abrir a mano una de las hojas del portón y ahí es donde cae la gente. Algunos empiezan a salir por sus propios medios, pero otro no. Comenzamos a hacer el salvamento. Era una cantidad de personas que no terminaba nunca. Estuvimos desde las 23 hasta las 4 de la madrugada sacando personas”, detalló.
El escenario al que se enfrentaron fue apocalíptico: jóvenes desmayados por el calor, víctimas aplastadas en avalanchas humanas, y otros que tras ser rescatadas regresaban al boliche buscando a familiares o amigos. “Había que sacarlos una y otra vez. No entendían que estaban en peligro”, contó Salgado.
Adentro, el fuego ya se había autoextinguido, pero el humo era irrespirable. Con linternas y máscaras, los bomberos buscaron sobrevivientes entre parlantes, vallas y cuerpos apilados. Mientras, las calles alrededor del boliche se llenaban de personas que corrían, tosían y gritaban. Ambulancias, patrulleros y bomberos de otros cuarteles llegaban mientras el humo se elevaba como un presagio de muerte, y de las heridas físicas y emocionales que nunca sanarían por completo.
Entre las víctimas había adolescentes, familias enteras y niños. Uno de los descubrimientos más impactantes fue en el primer piso: una zona decorada como una “plaza blanda”, destinada a pequeños. “Había chicos que no debían estar ahí. Muchos ya habían sido sacados por mis compañeros”, relató Salgado.
Afuera, los sonidos de los teléfonos celulares inundaban las calles. Muchos familiares llamaban sin saber que sus hijos, hermanos o amigos ya no responderían. “Sacábamos a las personas, las llevábamos hasta la esquina y los subíamos a las ambulancias, a las camionetas de la Guardia de Infantería y también a los autos particulares que se acercaron a colaborar de manera voluntaria. También había vecinos que se presentaban y nos decían que eran médicos y se ponían a asistir a los heridos en la calle”, recordó a 20 años de la tragedia.
Una vez que sacaron a todas las personas que estaban dentro de Cromañón, el escenario final fue desolador: “Veíamos zapatillas esparcidas por el suelo y los celulares sonando con sus luces encendidas”.
Para quienes estuvieron trabajando en el boliche esa noche, las cicatrices son profundas. Salgado confesó que el incendio marcó un antes y un después tanto en su carrera como en su vida personal. “Ese recuerdo nunca me abandona”, admitió. “Cuando uno es joven, cree que puede con todo, pero después de lo que viví esa noche, entendí que hay cosas que te cambian para siempre”, agregó.
Al reflexionar sobre el aniversario número 20 de la tragedia, Salgado aseguró que “la historia hubiese sido totalmente diferente si las puertas hubieran estado abiertas y la salida de emergencia correctamente señalizada para que la gente pudiera irse”. Para él “podría haber sido un Cromañón diferente, no de esa magnitud”.
Después de ese incendio, Salgado fue transferido al Aeropuerto de Ezeiza, donde el trabajo “era más tranquilo”. Allí se desempeñó durante un año y luego volvió a las calles para seguir haciendo carrera. Pasó por los destacamentos de Palermo, Palermo, Villa Crespo y Barracas hasta que llegó a ser oficial jefe. Desde 2023 ocupa el cargo de Jefe de la Oficina de Transporte Forense de los Bomberos de la Ciudad.
De la época de Cromañón, Salgado contó que se sigue viendo con el bombero Juan Manuel López, que era el encargado de las comunicaciones y de redactar los informes. “Él también fue uno de los sobrevivientes del incendio de Iron Mountain. Me conoce desde que tenía 13 años porque fuimos compañeros en los Bomberos Voluntarios de Quilmes. Hoy seguimos siendo amigos y también familia”, señaló.
A los 44 años, Salgado vive en la localidad bonaerense de Ranelagh, tiene dos hijas (Mía, de 12 años y Emma, de 9) y se encuentra felizmente en pareja con quien fue su novia del secundario, que se preocupó al enterarse de que él había sido asignado al incendio de Cromañón y no pegó un ojo en toda la noche hasta recibir el llamado en el que le dijo que estaba fuera de peligro.
“Sabemos que con el libro se pueden mejorar un montón de cosas, pero en ese momento se hizo todo lo que estaba a nuestro alcance. Hubo compañeros que estaba de franco y vinieron a colaborar. Eso fue impresionante. Estoy orgulloso de todas las vidas que salvamos esa noche”, concluyó.