El 2010 me encontró trabajando para el Gobierno de la Ciudad. Llevaba dos años en la función. Tenía un contrato de servicios anual con la Jefatura de Gabinete. El programa de gobierno se llamaba Pasión por Buenos Aires. Imposible mejor destino. Sin más. Ese año, el del Bicentenario, fue agotador. Con un calendario nutrido de actividades de enero a diciembre. Toda la planificación estuvo orientada a la celebración de los doscientos años de la Revolución de Mayo. Mi lugar de trabajo estaba en el Palacio Municipal, Bolívar 1. Pegado al Ministerio de Cultura. Las oficinas de ambos edificios eran un hervidero de reuniones donde se presentaban todo tipo de proyectos, se discutían prioridades y se analizaban presupuestos. No teníamos tiempo ni sobraba energía que nos desviara del foco de la gesta de 1810. Por eso cuando Rochi, una compañera de trabajo, se acercó a mi escritorio y me dijo: “¿Cómo estás para el próximo fin de semana largo? Me salió un trabajo hermoso y te necesito, nos vamos a Aluminé”, me desorientó y dejó sin respuesta. Rochi era planta permanente en la Ciudad. La conocí en profundidad mientras gestionamos juntos distintos proyectos. Entre tantas charlas mantenidas en los tiempos muertos —como le gustaba decir— de los eventos, me di cuenta que venía de otro palo. Digo, político. Y terminamos siendo grandes compinches.
Obviamente la propuesta era un chino incomprensible. ¿Cómo podíamos pensar en la comunidad de Aluminé cuando la todopoderosa Buenos Aires nos demandaba, ese año, cada minuto de nuestras vidas? Muchos menos disponer de tiempo para viajar cientos de kilómetros rumbo al sur durante un fin de semana extendido cuando, como era de suponer, se amontonaban la mayoría de los eventos para cubrir la demanda de la gente del interior que venía a la Capital a participar de la Gran Fiesta. Pero una de las tareas de Rochi era gestionar la dotación de recursos y, para poder contar conmigo, supo liberarme de compromisos para el feriado largo.
“¿Aluminé? ¿Neuquén? ¿Cómo se te ocurre irnos a la Patagonia en plena euforia porteña?” le pregunté a mi compañera de trabajo nacional y popular camino a la primera de las reuniones donde expuso su plan. “¿Todavía no te diste cuenta que no me asignan muchas tareas?” me preguntó de manera retórica. “No podría hacerlo en otro momento. Es ahora. En los tiempos muertos del peronismo”, agregó.
¿Cuál era la misión a desarrollar en la provincia de Neuquén? Una visita a la histórica Casa Benigar en Aluminé para constatar su estado, realizar un diagnóstico de puesta en valor, confeccionar un plan de gestión cultural y escribir un guion museográfico que incluyera a toda la región.
¿Y quién había sido Benigar? Juan Benigar nació en 1883 en Croacia y estudió Ingeniería Civil. En 1908 llegó a la Argentina motivado por los textos que había leído sobre la Patagonia y las culturas indígenas. Primero se instaló en Colonia Catriel donde conoció a Sheypuquiñ, su primera esposa. Con esa mujer tuvo once hijos, aprendió la cosmovisión mapuche y se capacitó en el arte del telar vertical. Benigar trabajó en varias chacras de Río Negro y Neuquén. Al enviudar se estableció cerca de Aluminé donde volvió a casarse. Esta vez fue con Rosario Peña, descendiente de mapuches y originaria de Ruca Choroy, con quien tuvo otros cuatro hijos.
En Aluminé, Benigar creó la primera industria textil neuquina a partir del saber ancestral adquirido y sus conocimientos de ingeniería. La tejeduría se llamó “Industria Textil Sheypuquiñ”. En las comunidades mapuches de Aluminé se cuenta que Benigar enviaba telas a Buenos Aires para ser vendidas en las tiendas Harrods y Gath & Chaves, ambas con participación de capitales británicos, fusionadas a partir de 1924. Las telas de confección neuquina se exhibían en los escaparates de la calle Florida entre mercadería importada de Londres y París. Tanto que cuando Marcelo T. de Alvear asumió la presidencia en 1922 utilizó un frac con paño de la Industria Textil Sheypuquiñ. Juan Benigar tuvo un gran sueño que no alcanzó a cumplir, la creación de una cooperativa familiar que le diera trabajo a cien familias indígenas. Murió en Aluminé en 1950, plena expansión económica del primer gobierno peronista.
Toda esta información la conocí en la primera reunión del equipo de trabajo armado por Rochi, mi amiga promotora de Una excursión a los indios mapuches. ¿Cómo estaba conformado ese comando técnico? Lo encabezaba Rochi, politóloga de la Universidad de Buenos Aires y aspirante a astróloga y hoy recibida. Se sumó Sandra, española —sí, una española a doscientos años de la Revolución de Mayo— doctora en Ciencias Políticas y Sociología, poseedora de un acento tan marcado como el de Ana María Campoy y que supimos ocultar cuando desembarcamos en Aluminé para no pasar por un pelotón perdido, cinco siglos después, encolumnados detrás de Isabel la Católica. también estaba Titi Oxiura, único del grupo nacido y criado en la comarca patagónica, nexo con el municipio local, vecino del barrio Boedo, famoso drag queen de la noche porteña y reina de la comparsa Marí Marí del Carnaval de Gualeguaychú. O sea, sabrán comprender, nada singular para cualquier mesa de trabajo en un cafetín de Buenos Aires. En este caso éramos cuatro residentes porteños reunidos para construir el relato de un pueblo distante a 1.500 km de la Plaza de Mayo. La porteñidad al palo.
Pero eso no es todo. Lo extraordinario del caso fue que las distintas reuniones donde desarrollamos la propuesta para ponderar la casa de Juan Benigar, el ingeniero de origen croata que construyó la tejeduría industrial mapuche que llegó a abastecer las tiendas Harrods Gath & Chaves, sucedieron en el café London City, en el mismo lugar donde había funcionado el Anexo de Gath & Chaves.
El Bar Notable London City ocupa la planta baja del edificio de la esquina noreste de Avenida de Mayo y Perú. Fue construido cerca de 1890 por Edwin Merry para la familia Ortiz Basualdo. Merry fue un arquitecto británico que trabajó en la ciudad de Buenos Aires y alrededores hacia fines del siglo XIX. Pese a la exquisitez constructiva, unos años más tarde, el inmueble fue remodelado para otros usos. Esa vez fue el italiano Salvador Mirate —arquitecto que proyectó varias sucursales del Banco Nación en diferentes provincias— quien lo adaptó para ser vendido a la firma Gath & Chaves, firma que lo utilizó como Anexo de su Gran Tienda de Florida y Perón —antes Cangallo—, a partir de 1910. Más o menos para cuando Benigar llegó al país.
Con los años la London City sufrió modificaciones. Los aires de renovación de las décadas de los 80 y 90 —cuando más visité el café hasta la anécdota que acompaña este relato— impactaron en su interior. En noviembre de 2013 cerró sus puertas. Se temió lo peor. Un año más tarde reabrió a manos de la cadena de pizzerías y restaurantes Pertutti. Los trabajos de remodelación fueron adecuados. Se respetó la dinámica del lugar. Se agregó una barra para tomar café al paso paralela a la Avenida de Mayo y, post pandemia, se sumaron sillas y mesas con tapas redondas de mármol en la vereda para ver pasar la vida al estilo de las cafeterías parisinas. La arquitecta encargada de las obras fue María Salazar.
En notas periodísticas durante la reapertura explicó que al no existir fotografías del café original debió recurrir a la evocación de la memoria colectiva de los parroquianos. Puede decirse que el lugar no perdió su característica de café a manos de una pizzería, pero, lo más importante, también mantuvo una elegante armonía con el resto del edificio. Y con la historia de vida de un territorio señorial de la ciudad que tuvo como epicentro la esquina en cuestión, dentro de un entorno palaciego propio del año en que se levantó el inmueble, es decir para el Centenario. En las proximidades de la ex Gath & Chaves se construyeron el Palacio Municipal, el edificio que albergó el diario La Prensa- luego Ministerio de Cultura del GCBA- y la Legislatura porteña.
Para cuando comenzó a funcionar la London la zona se había popularizado. Había mutado de una clientela de clase alta con alto poder adquisitivo a laburantes asalariados con vacaciones pagas y aguinaldo. London City abrió el 28 de septiembre de 1954. Unos pocos años después del fallecimiento de Benigar. Y un año antes del derrocamiento de Juan Domingo Perón. Dos décadas más tarde Gath & Chaves cerró su última tienda del Centro. Corría 1974, año en el que murió Perón.