El primer mail fue sin aviso. Sin preámbulo. Una amiga reenviando un texto a otras cinco con un título que, sabía, nos interpelaría: “¿Cómo es vivir una maternidad feminista?”. El texto, a continuación, comenzaba así:
“A veces me despierto y pienso qué hubiera sido de mi vida si no hubiese sido madre. A veces pienso que quizás hubiera sido más feminista. Hubiera participado de más espacios de militancia, o hubiera leído más libros.Pero después me detengo a pensar, y no sólo lo pienso si no también lo sostengo, que criar a mi hija es también una experiencia feminista en sí misma. Desde que soy madre me siento más feminista, no sólo con los libros que leo sino con el cuerpo y con la vida que llevo. ¿Qué significa reconocerse como madre y feminista? ¿Cómo es vivir una maternidad feminista?”.
Arriba, a modo de volanta del texto titulado “Harta(s). Filosofía y maternidad”, la autora presentaba el espacio y a ella misma: “Harta(s) es una newsletter donde escribo y comparto ideas que me pregunto y pienso en torno a dos de mis mundos preferidos: filosofía y maternidad. Mi nombre es Florencia, estudié y me dedico a la filosofía y soy mamá de Sofía (sí, un poco obvio)”.
Era pandemia. Todas las que habíamos recibido el mail estábamos en nuestras casas. Todas éramos madres primerizas. Todas nos considerábamos feministas. A todas nos resonaron esas palabras. Esas preguntas. Y se hizo costumbre. Era martes y nos llegaba el mail de nuestra amiga, que había asumido la tarea de compartirlo —y lo hizo largo tiempo, hasta que el covid y el encierro empezaron a ceder—: “Amigas, arrancan los mails de los martes, ¿pa cuando la cervecita (con y sin alcohol) para conversar de estos temas? ¡¡Las quiero!!”.
No éramos las únicas. El sistema de reenvío de la amiga o la amiga de la amiga se replicaba cada vez en más casillas de correo. Florencia Sichel, la autora de los textos, dejaba de ser una desconocida para pasar a ser esa suerte de amiga por correspondencia a la que no conocías pero que esperabas cada semana. Las newsletters, como género en sí mismo, no eran tan masivas como lo son hoy, y las preguntas de una madre primeriza que se cuestionaba alrededor de esa experiencia abrazaban a muchas madres (primerizas o no) en esos días de cuarentena obligatoria, barbijos y noches eternas. Alrededor de Harta(s) —que poco después comenzó a replicarse en su cuenta de Instagram— alrededor de Sichel, creció una comunidad.
La filosofía —lo sabemos— se define como “amor a la sabiduría”. Sin embargo, Sichel, no siempre supo.
Estudió Filosofía en la UBA donde la salida laboral, en ese momento, estaba orientada principalmente a la docencia y a la investigación. Y, dentro de la docencia, la aspiración general era la universitaria y terciaria, no tanto la del nivel secundario y casi no se mencionaba que incluso en los niveles primarios e inicial hacer filosofía era una posibilidad.
—A mí siempre me interesó hacer filosofía con gente que no viniera de la filosofía. Lo que más me gusta es llevarla a otros ámbitos. Y cuando estaba por recibirme, en los últimos años, descubrí un proyecto que se llamaba “Filosofía con niños y niñas”, que no sabía que existía porque no lo estudié en la carrera. En ese momento no había ningún seminario de estos temas y me pareció algo increíble que me mostró, también, otras oportunidades laborales que hasta ese momento ni siquiera había imaginado, como que uno podía hacer filosofía con chicos y chicas, y eso es lo que empecé a hacer.
Con el mismo ímpetu con el que casi una década más tarde se lanzaría a hacer una newsletter de filosofía y maternidad cuando esos temas no iban de la mano y no había demasiadas personas que hicieran newsletters propias, de autor, siendo ella misma muy joven comenzó a dar clases en escuelas, en jardines y primarias. Cofundó, en 2013, una asociación civil que llamaron Grupo El Pensadero, integrada por graduados y estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA —la cual dirigió hasta hace poco tiempo—, que gira en torno a la investigación, el trabajo docente y la producción de materiales pedagógicos sobre filosofía para niños y adolescentes.
—Era increíble porque personas que nos formamos en la academia trabajamos para llevar la filosofía a otros ámbitos y pensábamos, justamente, su inserción en las infancias —dice.
Mientras sucedía eso Sichel, siempre inquieta, se formaba —y luego ejercía— como capacitadora de docentes y actualmente es, también, quien coordina el área de Formación ética y ciudadana en el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires.
—Yo venía haciendo una carrera muy centrada en educación en filosofía y en educación en general, perfilaba mucho hacia ahí y a cuestiones de gestión educativa. Y en 2019 me convertí en mamá.
La maternidad hizo temblar la tierra bajo sus pies. La maternidad primeriza de una criatura de poco meses en el encierro de la pandemia, abrió la tierra bajo sus pies. Sichel empezó a pensar de dónde agarrarse para no caer.
—En el 2020 Sofi tenía seis meses. Primera ola de la pandemia, encierro masivo. Y me sentí completamente angustiada y abrumada lidiando con ese encierro y con ser madre al mismo tiempo, lo que le pasó a un montón de personas. Se sumaba que una de mis grandes preocupaciones era qué iba a pasar con mi carrera una vez que me convirtiera en madre porque mi profesión ocupa un pilar muy importante en mi vida y me daba mucho temor pensar que no había forma de que la filosofía pudiera convivir con la maternidad. Ahí surgió la idea de escribir una newsletter, cuando empezaba a haber algunas pero no como ahora. Porque yo necesitaba compartir lo que me pasaba. Y, casi como algo vital, me di cuenta de que podía hacer filosofía en mi nuevo entorno: que si antes hacía filosofía en una biblioteca o en un café, ahora podía hacer filosofía con la bebé en la teta, a las tres de la mañana.
A Sichel la necesidad de reflexionar y hacerse preguntas sobre la maternidad y todo lo que la rodea, y compartirlas, le brotó como una pulsión. El mundo que conocía había cambiado, el que estaba muros afuera y también adentro. Las preguntas eran otras. Eran nuevas. Pero el deseo de expresarlas y divulgarlas, de invitar a pensar, seguía siendo el mismo. O quizás era aún mayor.
—Me cambió mucho el escenario y ese escenario me tomó por sorpresa como fuente de inspiración para la filosofía. Eso que yo pensaba que no tenía nada que ver, al revés, me generó un deseo de golpe, el de decir: “Estoy acá, dando la teta, sintiendo un montón de cosas, por qué no hablo también de esto si tengo muchísimas preguntas que me estoy metiendo para adentro, por qué no las comparto”. Y así surge Harta(s), esta newsletter que combina, en su origen, mis dos universos preferidos. Hasta ese momento mi universo preferido era la filosofía y ahí me di cuenta que la maternidad también lo era y que yo quería juntar dos cosas que nunca me habían dicho que se podían juntar.
Hasta que se puso a pensarlo y escribirlo, cuenta, nunca había leído ni estudiado filosofía sobre estos temas. Dice que hay poca filosofía sobre la vida cotidiana y menos aún sobre “chupete pañales bebés deambuladores sentir que colapsás a nivel laboral”, la que atraviesa o se cuestiona todo lo que rodea a la maternidad.
Continuando con su búsqueda de llevar la filosofía a ámbitos ajenos a la filosofía, como quien arroja una botella con un mensaje al mar —uno potente, cargado de sentidos, de interrogantes que se clavan en las costillas— escribió y envió. Y eso que había empezado como “un deseo demasiado intuitivo y muy poco pensado empezó a cobrar cada vez más relevancia”.
—Sentí que tenía mucho potencial. Empecé a ver que había lectoras del otro lado, que había gente que respondía los emails —que al principio eran dos personas y una quizás era la amiga de mi mamá, pero después empezó a ser gente que yo no conocía, cada vez más—. Así, esto que comencé de manera muy orgánica empezó a tener una espera del otro lado y se iniciaban conversaciones. Al mismo tiempo empecé a replicar mi contenido en Instagram. Creo que el diferencial tuvo que ver con que, si bien ahora hay un sobrecontenido de maternidad —creo que ya se ha hablado de todo y que hay un exceso de información para la corriente que quieras, desde la que busca el coach de sueño a la que quiere la crianza megahiperrespetuosa—, lo que faltaba era ese lugar que hiciera preguntas, que invitara a pensar y acompañara. Que mostrara contradicciones y que no diera todo tan masticado con un tip y alguien que te diga “Esto es por acá”, que es lo que a mí particularmente, como madre y usuaria de redes, me cansa: que me digan lo que tengo que hacer todo el tiempo.
Al ver que la filosofía y la maternidad, juntas, abrían un océano de profundidad en el que bucear y que del otro lado de la pantalla —medio de conexión, educación, socialización, trabajo, compras, celebraciones, velorios y subsistencia durante la pandemia— había miles de personas en las que ese contenido hacía mella, sobre todo mujeres madres que necesitaban abrazarse y acompañarse, se sumergió.
Sin recetas precocidas, martes tras martes llegaban —llegan— sus correos con diferentes inquietudes, interrogantes, cuestiones alrededor de la maternidad, pero también de los vínculos y cómo mutan cuando llegan los hijos e hijas, del trabajo, de los cuidados, de la crianza, de los mandatos. Cada tema atravesado por preguntas y lecturas filosóficas que Sichel elegía para ofrecerlos y ponerlos en el centro de la mesa de debate.
—Tengo acceso a un montón de autores y de ideas y lo que hago es compartirlas, no para que después me sigan con tal librito pero sí me gusta mostrar puntos de vista, mostrar las contradicciones que creo que a veces no se exponen lo suficiente, las preguntas que nos hacemos. Y correrme un poco también de esta cosa moral que hay en torno a las maternidades (y casi en torno a todo) de “esto está bien, esto está mal”. Todo eso me abruma.
Con el hartazgo de todas su newsletter, Harta(s), creció. Y se hizo grande.
Pocos meses después de haberla comenzado Sichel la postuló como proyecto digital a dos convocatorias, una del Fondo Nacional de las Artes y otra privada, quedó seleccionada en ambas, se capacitó y la perfeccionó. La newsletter y ella crecieron todavía más.
Los textos semanales también le quitaron el velo a deseos que su década de trabajar sin parar, con una cantidad enorme de horas cátedra en todos los niveles educativos, en docencia y educación habían tapado: la escritura y la divulgación.
—Entonces le quise dar cada vez más lugar a eso. Yo me la pasaba dando clases en nivel inicial, primario, secundario, universitario, era la famosa docente taxi, corriendo de un lado al otro, muy apasionada con lo que hacía. Pero lo que me empezó a pasar, pandemia mediante, siendo mamá y con la aparición de Harta(s), fue que no quise volver a esa vida que tenía tal cual la tenía antes.
Sichel ya había aprendido que el tiempo es un recurso finito y que por más intentos que hiciera de forzarlo y estirarlo, era imposible hacer todo a la vez. Consciente de eso, “con todo el privilegio” pero sin estar exenta del miedo que implican esas decisiones, empezó a renunciar a muchas horas de clase para dedicarse a su espacio de divulgación, a dar cursos y talleres, a la newsletter y a la escritura que, mientras ella le hacía lugar, aparecía. En medio de ese proceso fue convocada por la editorial Planeta para escribir su primer libro: ¿Y vos qué pensás? Viaje filosófico por las ideas (2022), un texto pensado para chicos y chicas entre los 9 y los 12 años, “con un formato de bitácora, porque la idea es que sea un libro para intervenir, donde se pueda escribir, pensar, hacer ejercicios y compartirlo con la familia”.
La autora cuenta que no hay disponible demasiado material sobre filosofía dirigido especialmente a chicos y chicas, que los interpele y los invite a “hacer de la filosofía un juego, una experiencia”, y ese fue el desafío. Si bien ¿Y vos qué pensás? tiene contenido sobre pensadores y pensadoras de la historia de la filosofía, no es su columna vertebral; ese material está entretejido con propuestas de ejercicios y experimentos, de pensar preguntas que los lectores se harían sobre lo que dicen esos pensadores y pensadoras, los invita a dibujar y a que les hagan esas preguntas a sus familias. “Tiene mucho foco en la creatividad y en el hacer filosófico”, dice.
Ese libro junto a otro titulado “Filosofar desde la infancia. Y perderse en el camino” (2022) —coescrito con Mayra Muñoz y Úrsula Pose— para el que fue convocada por la editorial La crujía mientras escribía el primero, forman algo así como el cierre de una etapa: de su primera década de trabajo con chicos, chicas y adolescentes, en docencia y educación.
Este segundo libro tiene que ver con el primero pero se dirige a los docentes (y a madres, padres y cuidadores de infancias): les ofrece herramientas de la filosofía que pueden aplicarse en las aulas. Estas primeras publicaciones marcan para Sichel un cambio de ciclo en lo laboral —pese a que aún conserva unas pocas horas en un colegio secundario y mantiene el puesto en el Ministerio de Educación de la Ciudad—, son su forma de coronar todo lo recorrido hasta la pandemia y lo que sucedió después.
—Condensan mis años en las aulas. Así que los quiero mucho —dice.
En septiembre de este año publicó, junto a Marcela Peidro, su tercer libro, El filo del amor. Doce preguntas que el amor le hace a la filosofía (Planeta), que si bien “ya no está orientado a chicos sino a adultos y jóvenes que quizás no tengan ningún acercamiento con la filosofía, es un libro de divulgación que surge también de las aulas”. Su coautora es docente y compañera de trabajo de Sichel, y lo que se propusieron en este texto fue “dar vuelta la definición de filosofía, que es amor a la sabiduría, y decir: ‘Queremos también saber amar, o sea, hablar del amor’”.
—Son preguntas que el amor le hace la filosofía donde vas a encontrar, por un lado, autores que tienen que ver con el amor y, por el otro, problemas contemporáneos porque aparecen las redes sociales, aparecen películas y conflictos de la actualidad ligados con estos grandes pensadores y pensadoras.
Cuando escribió su primer número de Harta(s) jamás se imaginó lo que pasaría. En lo que eso se convertiría. Con muchos aprendizajes en el camino, Sichel transformó radicalmente su carrera y su vida.
—A mí escribir me gusta desde que era muy chica, pero cuando empecé a trabajar me olvidé de que me gustaba, y empecé a trabajar como loca. Para mí esto fue una oportunidad. Por eso también le estoy muy agradecida a la maternidad porque la maternidad y esa pausa obligatoria —que yo nunca iba a tener sino porque nunca paraba de trabajar, era como muy workaholic— que me incomodó y me trajo tantas preguntas fue posibilitadora de encontrarme también con mi propio deseo. Y dije: “Quiero hacer esto el resto de mi vida”.
Asegura que aún tiene que planear la manera para que los números cierren, porque hay que pagar cuentas, mantener hijas, “un desafío latente en quienes nos dedicamos a las palabras y a las humanidades”; que le interesa destacarlo porque no es algo menor. Pero ahora su universo, ese que ella misma creó con sus ideas y su trabajo, “es mucho más grande, en lo digital y en la escritura”. Eso, dice, la escritura, es lo que más le interesa a largo plazo.
Entre sus proyectos 2025 hay otro libro, —”completamente distinto porque es mucho más personal, no es de maternidad, pero sí recupera mucho de mí, de mi trabajo de estos últimos años. Y se acerca más al ensayo, no es tanto de divulgación de la filosofía”—, un podcast, cursos online y la newsletter a la que quizás le saque la etiqueta de maternidad —porque ahora sí siento que me queda un poco más chica, porque mis hijas ya van creciendo, van cambiando mis intereses—. El próximo año, espera, la va a tener muy activa, “haciendo lo que me gusta que es escribir, comunicar y difundir ideas”.