Frente a la estación de tren Ciudadela del Ferrocarril Sarmiento, sobre la avenida Maipú al 3900, hay varios negocios. En el trayecto de esa cuadra, desde la intersección con la calle Pedro Elizalde, funcionan una peluquería, una carnicería, un banco, un kiosco, una verdulería, un gimnasio y una panadería. Casi llegando a la siguiente esquina, 25 de Mayo, hay un cine. Es el Nuevo Cine de Ciudadela: el último cine porno que queda en el conurbano.
Para cualquiera que no sea de la zona, podría tratarse de un edificio antiguo que está cerrado. Las rejas negras de su fachada —colocadas luego de que intentaron vandalizar el lugar arrojándole piedras— dan esa sensación. Pero el cine funciona: abre de lunes a lunes de 13 a 20 horas. Se proyectan películas para adultos, tres por día, en cada una de sus dos salas que, juntas, tienen capacidad para 350 personas. La entrada cuesta $3.500 y casi la totalidad de sus clientes son hombres.
Pero los vecinos de Ciudadela no están contentos con el cine. La “disputa” tiene larga data. Comenzó hace más de una década, allá por 2013, y todavía persiste. En ese momento presentaron un proyecto ante el Concejo Deliberante de Tres de Febrero para concretar la “recuperación del espacio” y convertirlo en un Centro de Expresión Cultural. Tiempo después juntaron firmas en un petitorio. “Cine para toda la familia”, pedían. La última vez que lo hicieron, en 2021, los acompañó el actual intendente del Municipio, Diego Valenzuela. El objetivo: impulsar un proyecto de expropiación y presentarlo ante el Senado de la Provincia. Nada de eso fue posible.
“Si el cine perteneciera al Municipio de Tres de Febrero, la situación sería diferente. Pero pertenece a un privado y tiene autorización del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) para funcionar”, explica Valenzuela a este medio. Infobae se puso en contacto con el INCAA y no obtuvo una respuesta oficial. “Lo que pasa en ese cine es un ‘hervidero’ entre la municipalidad y un privado”, explicaron allegados a la organización que preside Carlos Pirovano.
Gustavo Cingolani (64) nació y se crió en Ciudadela. Además de ser licenciado en higiene y seguridad laboral, actualmente, es Secretario del Club Atlético y Social Ciudadela Norte, que está ubicado a cuatro cuadras del cine. Cingolani fue uno de los tantos vecinos que puso su firma para que el cine fuera expropiado. “Este lugar es, junto con los cuarteles de Ciudadela, una de las construcciones más antiguas del barrio, por lo que tiene un valor histórico arquitectónico importante. En sus inicios era un espacio común y corriente, donde la gente iba a ver películas. Incluso yo mismo he ido de chico a ver, por ejemplo, ‘Cupido motorizado’. Pero en determinado momento se transformó en un cine condicionado. Va muy poca gente: es un espacio para la diversidad. Si bien la actividad que ahí se desarrolla es legal, nosotros pensamos que es un poco contradictorio que, un lugar tan emblemático y tan céntrico, esté vedado a la mayoría de la población. Nuestro sueño es convertirlo en una sede de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF) o que sea un Centro Cultural”, plantea.
En la misma línea está el abogado Jorge Urrutia (71), otro vecino de Ciudadela, que además fue Concejal y Secretario de Gobierno de Tres de Febrero durante la gestión de Hugo Curto. “Estamos empantanados con este tema. Esperábamos que con la juntada de firmas el Estado Nacional o Provincial tomaran cartas en el asunto y nos ayudaran a reconvertir este espacio, pero no fue posible. El reclamo no tiene ningún tinte político; mucho menos, juicios de moral. Simplemente, la necesidad de darle otro uso a este lugar”, lamenta.
Hace varios años, Jorge y Gustavo ingresaron al cine. Fue en 2016. Pagaron $5 cada entrada. “Estuvimos muy poco tiempo y nos retiramos. No se veía nada más que una pantalla gigante exhibiendo pornografía”, cuentan a este medio.
Un poco de historia
El auge de los filmes pornográficos en la Argentina se dio con la vuelta de la Democracia, entre 1983 y 1984, y con las nuevas formas de calificación de las películas. “Antes, se dividían entre Aptas para Todo Público (ATP) y prohibidas para menores de 14 o 18 años. Luego eso cambió: había desde películas ATP, hasta solo aptas para mayores de 13 años, solo aptas para mayores de 16 años y solo aptas para mayores de 18 años con exhibición condicionada. Esto último indicaba que la cinta podía llegar a tener escenas de sexo explícito o pornografía. Así, películas como ‘Yo te saludo María’, de Jean-Luc Godard, o ‘Calígula’, que retrata la vida emperador romano, llegaron a las salas de exhibición condicionada y empezó a haber un apogeo del cine porno, tanto en la ciudad de Buenos Aires como en el conurbano bonaerense”, contextualiza el cortometrajista Carlos Diviesti, que además es dramaturgo, actor, director y colaborador de la cuenta de Instagram Cines del Mundo.
De acuerdo con Diviesti, estas salas dejaron de tener concurrencia cuando aparecieron el videocasete, primero; y, después, el DVD. También con la irrupción de los canales de exhibición de películas “triple x” por cable, como Venus o Playboy TV, entre otros. “Todo eso, lentamente, llevó a que las salas de cine condicionado empezaran a cerrarse por falta de rentabilidad. Al final, el advenimiento de Internet terminó de lapidarlas”, explica Carlos. Y sigue: “La falta de espectadores hizo que muchos de esos cines fueran vendidos a pesar de su gran valor arquitectónico. Varios se transformaron en templos evangélicos”, agrega.
El cine hoy
Lo que sucede adentro del cine porno de Ciudadela es motivo de especulación de los vecinos: “Es turbio”; “Ahí pasan cosas raras”; “No entendemos cómo se sostiene el negocio”; “¿Entra gente a ese lugar?”; “Eso es un asco”. Pero lo cierto es que se dice mucho más de lo que realmente se sabe.
Para entrar al lugar, primero hay que abrir la reja y, después, empujar alguna de las puertas. Cualquiera de ellas desemboca en un hall donde está la boletería. El cine tiene dos salas. Abajo, una con capacidad para 250 personas; arriba, una para 100. Para acceder a la más pequeña hay dos escaleras, ubicadas una en cada punta del hall central. Allí la luz es tenue y no hay decoración. Solo un póster de Isabel “La Coca” Sarli en el drama erótico “La mujer de mi padre” (1969) y una bandera de la comunidad LGBT. “Igualdad”, dice.
Gustavo Pérez (55), uno de los encargados del cine, se presenta ante el equipo de Infobae. Tiene cabello largo de color gris, ojos claros y viste ropa negra. Aunque la propuesta de hacerle una nota lo toma por sorpresa, el hombre accede a contestar algunas preguntas. Para arrancar, dirá, que el cine es un legado familiar. “Yo me crié dentro de un cine en Valentín Alsina. Hoy, ese cine es el Teatro Carlos Gardel. Esto viene de familia. Mi papá empezó con cines convencionales hasta que llegamos a pasar este tipo de películas. Si nos convirtiéramos en un cine ATP empezaríamos a competir con los shoppings, que son los que primero se llevan las películas. Ni hablar de los equipos: necesitaríamos hacer una inversión de 100 millones de pesos para acondicionar el lugar”, explica.
Acerca de la disputa con los vecinos, Pérez asegura que los discriminan “porque quieren ‘gente sana’ para el barrio”. Hace una pausa y, como si tomara carrera, se larga a hablar: “Nos acusaron de lo que te imagines: desde vender droga hasta de tener mujeres esclavizadas. La realidad es que solo pasamos películas pornográficas con autorización del INCAA. A pesar de eso, se cansaron de hacer denuncias anónimas y, varias veces, vino la policía. Pero no pudieron hacer nada porque tenemos todo en regla”.
Un espacio de resistencia
Si bien en el cine hay baños para mujeres y varones, según Pérez, el 99.98% de los clientes son hombres. En efecto, mientras transcurre la nota —un viernes de diciembre, cerca de las 18 horas— es posible constatar la presencia de varios clientes que entran y salen de una sala para ir a la otra. Incluso, el propio Gustavo caminará por lo menos dos veces hasta la boletería para cobrar entradas.
“Tenemos un público habitué. Lógicamente, no controlamos lo que pasa en las salas. Para nosotros este es un lugar de encuentro de gente reprimida que acá tiene un espacio para liberarse”, asegura.
A la nota luego se sumarán, por pedido de Gustavo, los aportes del abogado Pedro Paradiso Sottile (51) presidente de la Fundación Igualdad y asesor legal del cine. “Desde la Comunidad LGBT ayudamos al cine porque hubo una embestida de un grupo de vecinos que se oponían a su funcionamiento. Hay mucho perjuicio sobre lo que sucede acá adentro. ‘Ahí pasan cosas raras’, te dicen. Pero nunca entraron. Es un espacio que ha sido estigmatizado como parte de la vieja mirada de la comunidad gay”, explica Paradiso Sottile a Infobae.
Según el letrado, que este año fue declarado personalidad destacada de los Derechos Humanos de la Ciudad, al cine de Ciudadela asiste un público adulto mayor que es de otra época: “Vienen a estos lugares que, históricamente, fueron espacios de encuentro para la comunidad LGBT, porque no van a agarrar una tablet o un celular para vincularse. Como en un boliche, puede pasar que haya encuentros casuales y, también, que solo vayan a mirar. Justamente, el contexto les permite pasar inadvertidos. Para muchos es el único lugar donde pueden ser”.
Fotos/Gustavo Gavotti.