En algún momento de su camino universitario, cuando ya había estudiado dos años de Economía, Pablo Muñoz pensó en cambiarse de carrera. Ingeniería Ambiental lo seducía. Había crecido en Mar del Plata, cerca del mar, y se había convertido en esa ciudad y después en Chile, donde vivía mientras estudiaba, en un surfista frecuente: ese contacto con la naturaleza, y su observación desde chico, le abrían la pregunta. ¿Acaso su vocación no debía vincularse con ese universo que llamaba su atención todo el tiempo?
Decidió que no, que esos dos años ya invertidos iban a mantenerlo en la carrera de Economía, que no estaba para empezar de cero. Y entonces en el último año de esa formación que cursaba en Valparaíso apareció una materia que no estaba en sus planes: Economía Ambiental. Fue la punta del ovillo para construir la especialización a la que lleva dedicándose toda su vida y desde la que ahora lidera el equipo de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés) que se ocupó de responder una pregunta: ¿cuánto cuesta revertir la desertificación de la tierra?
Muñoz anunció esa respuesta en una conferencia de prensa en Riad, la capital de Arabia Saudita, en el marco de la COP16, la 16ª Conferencia de las Partes que conforman la UNCCD: se necesitan 1.000 millones de dólares diarios de aquí a 2030 para revertir los niveles de desertificación del suelo terrestre. Fue la primera vez que un organismo que depende de la ONU dio a conocer esa información, y fue Muñoz, de 47 años y argentino, quien lideró el equipo que se ocupó de investigar hasta tener los datos que respondieran la pregunta.
La importancia de una naturaleza invisibilizada
“Lo que calculamos es que se necesitan 2.600 billones de dólares para llegar al número que permite revertir la desertificación, y eso nos da un promedio de 1.000 millones de dólares diarios. Hasta ahora, se han destinado sólo el 18% de las inversiones que se necesitan para ese resultado”, le contó Muñoz a Infobae en Riad, visiblemente entusiasmado por su objeto de estudio.
Es que desde su tesis de doctorado que este argentino que vive en Bonn, Alemania, desde 2010, viene trabajando sobre lo que llama “la riqueza inclusiva de las naciones, que contempla su capital humano e industrializado, pero también su capital natural, que muchas veces está invisibilizado”. El cruce de su cercanía con la naturaleza y su interés por la economía asoma en esa frase.
Fue justamente en 2010 que, después de pasar por becas y proyectos de investigación que lo llevaron por Barcelona, Leeds, Austria, Holanda y Australia, Muñoz presentó un proyecto para trabajar sobre esa “riqueza inclusiva de las naciones” ante la ONU. Y fue ese año el que lo llevó a instalarse en la ciudad en la que vive hasta hoy, ahora con su esposa austríaca y sus tres hijos, de 16, 12 y 3 años.
Vive a una hora del estadio en el que juega el equipo de fútbol Bayern Leverkusen y en una casa en la que siempre hay yerba. Toma mate él, a veces toma su esposa, y siempre toman sus hijas, las de 16 y 12. “Y asado tampoco falta. Voy a comprar a una carnicería que vende carne argentina. Puedo llegar a conseguir cuadril, lomo o mi favorito, ojo de bife”, cuenta, entre la nostalgia y la serenidad de que con una excursión al local argentino se pueda aliviar el antojo.
Sus hijos, que viajan una vez por año a Austria a visitar a sus abuelos maternos, aún no conocen la Argentina. “Pero la más grande de repente dice que es argentina, así que este verano tendremos que viajar”, suelta Muñoz, en un castellano que ya se acostumbró hace años a ser tercer idioma detrás del alemán y el inglés. Él volvió a Mar del Plata en 2007 y la última vez que estuvo en Argentina, de donde se fue con sus padres chilenos al terminar el secundario, fue hace casi una década. “Siempre que viajo a la región, en casa me piden que vuelva con alfajores, no hay excusa para no traer”, cuenta.
Hábitos hogareños, inversiones grandes
Esa inversión millonaria que se requiere día a día para revertir la desertificación y la sequía que ya impacta en cuatro de cada diez habitantes del planeta suena a números demasiado grandes como para pensarlos a escala doméstica. Sin embargo, explica Muñoz, hay hábitos que pueden modificarse para ayudar a esa reversión. “Se puede intentar, por ejemplo, buscar como consumidores, productos que hayan llegado a la góndola con las prácticas más sustentables que sea posible”, describe. En países como Alemania, donde vive, ya hay etiquetados que permiten identificar esas prácticas.
“Para que se produzcan las inversiones que son necesarias tienen que invertir los gobiernos y también el sector privado, que hasta ahora aportó solamente el 6% de lo invertido, de acuerdo a la investigación que hicimos”, explica Muñoz.
“El deterioro del capital natural tiene un costo de 800.000 millones de dólares al año para los 139 países que investigamos, entonces hay que considerar que invertir en revertir ese deterioro finalmente tiene beneficios no sólo ambientales sino también económicos, para el Estado y para el privado. Si el suelo está en mejores condiciones, los productos serán mejores, los costos serán más bajos, los rendimientos serán más convenientes, y el producto que llegue al consumidor llegará de forma más accesible, lo que es también un interés para los gobiernos, para que no haya ‘caídos del sistema’ que ya no pueden acceder a esos bienes”, suma el especialista.
Acostumbrado a la vida tranquila de Bonn, donde funciona la sede de la UNCCD en cuyo Secretariado se desempeña, hay dos características bien argentinas que no deja de extrañar: “Esa forma que tenemos de reírnos de todo, de poder hacer una broma con todo y reírnos todos juntos, y esa forma que tenemos los argentinos de vivir las amistades, de estar con nuestros amigos. Eso sí que se extraña”, dice este argentino que emigró hace exactamente tres décadas y que no pasa un día sin tomar mate.