Dalma Maradona se pregunta por qué, cuándo pasó, desde dónde surge unión. Dice que muchas veces no se vieron por culpa de un virus y de una pérdida temprana. Roma, su primera hija, nació el 12 de marzo de 2019. La pandemia por covid inauguró el aislamiento social, preventivo y obligatorio un año después. El 25 de noviembre de ese 2020, Diego Armando Maradona, su papá, murió. Fue cuando los argentinos rompieron los protocolos sanitarios, se volvieron a abrazar, recuperaron las calles y marcharon hacia un lugar común a despedir a su ídolo. No hubo suficientes momentos compartidos entre abuelo y nieta. Fueron contemporáneos apenas un año y medio.
“Muchas veces me pregunto de dónde salió porque tampoco es que lo vio tanto tiempo. Era mucha videollamada en la pandemia”, dice Dalma y recuerda una escena en la que abrió la alacena de su cocina y se encontró con un teléfono y una videollamada en curso. “Estaba mi papá. Roma lo había dejado ahí. Le dije ‘pa corta’. Y me dijo ‘no, me dijo que ahora vuelve’. Pero había pasado una hora y cuarto, estaba jugando con los muñequitos. ‘Ya está, cortale’, le avisé y me respondió ‘no, por si vuelve’”. Estima que se habrán visto, en total, tres veces. Pero de la conexión que establecieron en esos encuentros, ella ignora las formas y las razones. Le inquieta ese vínculo gestado y lo celebra.
A Azul no le pasa porque no lo conoció en vida. Azul es la segunda hija de la primera hija de Maradona. Nació el 24 de julio de 2022, en el año 2 después de Diego, sin alcanzar una sincronización temporal con su abuelo materno. “Azul no lo conoció pero sabe perfectamente quién es Buba: en vez de Babu, le dice Buba. Y se pone siempre la remera de mi papá”, narra. La usa tanto al punto de que Dalma siente un halo de vergüenza por el qué dirán: estima que la gente puede suponer que ella la obliga a usarla. Pero no: “Es Azul que quiere ponerse la remera de Buba, y anda Buba de acá o de allá. Eso es re lindo”.
Roma ya tiene cinco años. Sus amigos del jardín festejan cumpleaños en salones que eligen gigantografías de su abuelo para ilustrar las paredes de las canchitas de fútbol. “Me pasó que una mamá me contó que le estaba contando a unos nenes del colegio y otros nenes del cumpleaños que ‘sí, él es mi abuelo’. No era que estaba chapeando, sino que estaba contenta porque había visto una foto de mi papá”. Dalma advierte que le explicó que la canchereada tiene un límite corto: “Sabe que jugaba muy bien al fútbol, pero no mucho más que eso. En el colegio hicieron el Día de la Tradición, habían puesto una imagen de Messi y también lo pusieron a mi papá, y ella, toda emocionada, me dijo ‘tenés que ir a ver la cartulina de la tradición, está el Babu’”.
A Dalma no le gusta que sus hijas presuman de su abuelo con arrogancia. “No lo hice yo, lo va a hacer ella”, avisa. En el modo de ejercer el rol de hija de Diego Maradona, Dalma y Yanina se diferencian. “Es la anécdota de nuestras vidas”, resume la mayor y rememora escenas en puertas de cines, boliches o eventos para marcar el contraste: “Yanina decía ‘a mí me dio esta tarjeta mi papá’ mientras yo esperaba en la puerta si alguno me veía y si no hacía la fila. Y ella me decía: ‘¿hiciste la fila, sos idiota?’. Eso pasaba un montón. De hecho, mi papá siempre nos decía eso: ‘Vos chapeando a morir y vos nada, cero’”. La discrepancia se condensa ante un mismo hecho: si Diego llegaba al boliche en el que estaba Dalma, su hija se iba; si Diego llegaba al boliche en el que estaba Yanina, su hija se quedaba.
Dalma dice que su papá cuando le quería contar algo sobre un gol o un partido, a ella no le interesaba o lo ignoraba por completo. “¿Cómo puede ser que todo el mundo sepa todo y vos que sos mi hija nada?”, la inquiría. “Era la historia de nuestra relación -asume-. Ahora con el paso del tiempo más lo amo, más lo extraño, más lo valoro. Siento que fui muy dura con él en general, pero también sentía que eso a él lo ponía en un lugar que estaba muy bueno. Lo dice en las notas, no estoy revelando nada nuevo. Una mirada mía capaz lo ponía en un lugar para decir ‘tengo que estar atento, tengo que estar bien’”.
Y además de amarlo más, extrañarlo más y valorarlo más, dice que lo entiende, que ahora que tiene hijos hay algo que lo entiende. La referencia se concentra en un simple acto. Ella advirtió que lo que siempre le criticó a su papá, ahora lo repite con su hija mayor. Andrés Caldarelli, su esposo y padre de las niñas, le sugiere que no hay que consentirlas con tantos regalos. “Él me dice que no hay que comprarle tantas cosas, pero si ella me pide algo y yo se lo puedo comprar, la verdad es que se lo voy a comprar. Eso se lo critiqué a mi papá toda la vida”, acredita.
El ejemplo es cuando Diego le regaló un auto en su cumpleaños de doce. Para entonces, Dalma llevaba cuatro años trabajando como actriz. Cuando cumplió la mayoría de edad, Claudia Villafañe, su mamá, le entregó todo el dinero que había ahorrado trabajando para que se comprara lo que quisiera. “Mi sueño era comprarme el auto con esa plata. Entonces viene mi papá y me dice ‘te lo voy a comprar yo’. Yo le dije que no. Y él me dijo algo que es al día de hoy me resuena porque, por supuesto, me pasa: ‘Si yo te lo puedo comprar, te lo voy a comprar. Después vos con tu plata, con tus ahorros, hacé lo que quieras’”.
Roma tiene cinco años y Azul, dos. La mayor es más histriónica y reservada. La menor es más sensible y apegada. “Roma va por el lado artístico, le gusta mucho bailar, cantar, hacer shows, leer, disfrazarse. Y Azul es más corporal, un poco más bruta, le gusta todo lo físico, el contacto. Roma es más reacia a eso. Azul es el osito cariñoso y Roma, la bailarina”, las describe su mamá, que descubrió su deseo de maternar recién cuando empezó a salir a Andrés. “Cuando lo conocí dije ‘quiero la casa, el perro, las hijas, todo’. Porque me pasó algo que no me había pasado antes, que era con él sí, quiero todo. Y realmente su rol de papá es espectacular, está en todo. Las nenas lo aman tanto, se desesperan tanto. Me parece que tiene que ver con cómo es él y esa relación que supo construir, por supuesto, porque nadie sabe ser padre y es muy difícil. Pero se le ve muy bien en ese rol, mucho mejor que yo como madre que colapso”, destaca.
Está aprendiendo a superar la culpa y a aceptar que no la hace ser una peor madre aceptar la ayuda de una niñera. Y en esa naturaleza, le aparece la sombra de su mamá, de Claudia, a quien nombra como la Tata. “Hay algo de la Tata que a mí siempre me da mucho amor cuando la escucho y que lo sigue diciendo hasta el día de hoy: ella dice ‘yo nací para ser mamá’. Yo amo a mis hijas, pero yo no nunca diría esa frase. Me encanta ser mamá, pero también me gusta actuar, me gusta trabajar de lo que me gusta y no por eso soy menos madre”, considera.
Dalma y Andrés tomaron una decisión en conjunto sobre la vida de sus hijas: no muestran sus rostros en sus redes sociales. Ella no conoció otra cosa que nacer siendo una persona pública. No reniega de esa situación y entiende y acepta la posición de su esposo. “Lo hablamos un montón y para él era muy importante que sus hijas hagan las mismas cosas que cualquier persona, que pueda ir por la calle y estar tranquilas, subirse a un colectivo y que nadie las esté mirando. Si mis hijas tienen esa opción, me gustaría que sea así. Lo que me terminó de convencer son los comentarios que pone la gente en las redes. No sé si quiero que le critiquen el vestido que tiene puesto, la cara que tiene, el peinado. Esa parte no me gusta tanto. Mientras las pueda preservar de todo eso, creo que tengo ganas de hacerlo”.