Su hijo de 12 años murió en un accidente y creó un emprendimiento en su honor: “Mantengo viva su esencia”

Lia Garavano sufrió la pérdida de Vladi en un trágico choque entre un auto y una moto. Como madre de cuatro y empleada a tiempo completo, buscó ayuda para seguir en pie. Lo que empezó con un taller de velas artesanales se convirtió en su pasión. Hace cuatro meses, para el cumpleaños de su hijo, inauguró su local y encontró luz en sus propias creaciones

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Hace dos años empezó a hacer velas en su casa y su producción artesanal fue creciendo cada vez más (Fotos: Instagram @estrellitafuugaz)
Hace dos años empezó a hacer velas en su casa y su producción artesanal fue creciendo cada vez más (Fotos: Instagram @estrellitafuugaz)

Entre pabilos, aromas, esencias y ceras, Lia Garavano pasa sus tardes y noches en plena producción artesanal de velas. Oriunda de Salto, provincia de Buenos Aires, es mamá de cuatro hijos, y creó un emprendimiento en honor a Vladimir, el menor de los amores de su vida. “Para mí él fue luz, como una estrellita fugaz que pasó demasiado rápido por este mundo y se fue cuando todavía le faltaban tantas cosas por hacer”, expresa en diálogo con Infobae. Vladi tenía 12 años cuando murió tras un choque con un impacto fatal: él iba en la parte trasera de una moto con su primo, y un auto los embistió desde atrás. La mañana del sábado 21 de noviembre de 2020 el mundo se detuvo para Lia, que buscó respuestas sin consuelo, se enojó con Dios y buscó la manera de mantenerse en pie, apoyada por su familia. Nunca había hecho nada relacionado a manualidades ni artesanías, y tampoco tenía experiencia en emprender, pero desde que hizo el primer curso sintió que había encontrado una terapia. Cada vela encendida se transformó en un mensaje de resiliencia, y hoy tiene su propio local.

“Todo empezó con este cambio que uno nunca se espera, que me costó muchísimo entender, y no lo entiendo todavía porque es un duelo que nunca termina”, manifiesta. Pide perdón en algunos momentos de la charla porque la invade la emoción, pero no hay nada que disculpar, sino más bien mucho por escuchar con respeto y gratitud. Al contar su historia abre su corazón de manera valiente, con fe de que quizá alguien más encuentre inspiración y motivos para luchar. Siente que el peor enemigo es la lástima, la mirada ajena desde la pena, y aunque es víctima de la peor de las tragedias, elije salir de ese casillero y construir nuevos sentidos.

"Un día a la vez", ese es el lema de Lía, y la acompaña en una de las paredes de su local en Salto, Provincia de Buenos Aires
"Un día a la vez", ese es el lema de Lía, y la acompaña en una de las paredes de su local en Salto, Provincia de Buenos Aires

Trabaja como empleada administrativa en una empresa agrícola todos los días, y cuando termina su jornada de ocho horas se va a abrir su negocio. “Me pasaba que llegaba a mi casa y me acostaba a dormir; durante mucho tiempo estuve así, hasta que llegó un momento que dije: ‘No, yo no puedo seguir así, porque esta no es mi esencia ni tampoco era la de él’”, relata. Así fue como hace dos años viajó al centro porteño para hacer los primeros talleres, y cada vez se fue perfeccionando más. “Salgo de la empresa y a las cinco de la tarde me ducho y me voy al local; siento que me ayuda estar en contacto con la gente, ir a las ferias en la Plaza de Salto, porque es una manera de honrar como él realmente era, muy sociable, travieso, de hacer muchas travesuras sanas, y no encuentro otra forma de seguir adelante”, confiesa.

“Antes de todo esto nunca había prendido una vela en mi casa, no lo tenía como ritual cotidiano, y jamás me llevé bien con decoraciones, pero esto me atrapó de una manera única y me sacó del estado en que no quería estar”, dice asombrada por la forma en que este pasatiempo se transformó en una oportunidad para atravesar el momento más oscuro de su vida. Se acuerda del día que hizo su primera vela, que se quedó despierta hasta la madrugada tan solo para mirarla y ver si solidificaba. “Sentí una alegría tan grande cuando vi que quedó blanquita y firme”, rememora. La búsqueda de la luz dejó de ser una metáfora y se volvió una acción literal.

Lia y su hijo Vladimir, quien hubiera cumplido 16 años en septiembre
Lia y su hijo Vladimir, quien hubiera cumplido 16 años en septiembre

Iluminar y sanar

Lia ya era mamá de Vicente, Victoria, y Valentín, -hoy de 31, 25 y 21 años, respectivamente-, cuando supo que estaba embarazada de Vladimir. “Estuve casada y fruto de ese matrimonio nacieron mis tres primeros hijos, después me separé; luego de varios años comencé una relación, y ahí llegó Vladi”, cuenta. “Él la peleó muchísimo para nacer, porque fue un embarazo de riesgo desde el principio; lo podía perder en cualquier momento, y tuve que viajar a Buenos Aires para estar monitoreada y hacerme todos los estudios hasta que nació”, rememora. Con el dolor y la impotencia a flor de piel, confiesa: “Por eso me enojé mucho con Dios, porque no le dio la posibilidad de pelearla, así como la peleó para nacer, no pudo dar batalla para vivir porque falleció en el acto”.

El sueño de Vladi era tener un caballo. Amaba los animales y estar al aire libre. “Pasamos una pandemia terrible, donde él sufrió y lloró tanto porque no podíamos salir por el aislamiento, que el primer día que pudimos salir mi hermano le dio la sorpresa y le regaló su amado caballo para su cumpleaños”, narra. Aquel día tan feliz fue el 24 de septiembre de 2020, y menos de dos meses más tarde ocurrió la tragedia. “Lo pudo disfrutar tan poquito”, se lamenta. Aquella madrugada del 21 de noviembre Lía salió rumbo a su trabajo, y se despidió de su hijo, que se levantó temprano para ensillar su caballo, feliz porque iba a pasar el día en el campo. “Se llevaba muy bien con mi sobrino, que tiene 23 años, e iban a ir juntos, pero en vez de ir a caballo fueron en moto; un auto pasó un semáforo en rojo y los agarró de atrás cuando ellos iban doblando en una avenida; y como Vladi iba atrás, fue el que se llevó la peor parte”, explica con suma tristeza. Su sobrino estuvo internado, pero se recuperó rápidamente.

Vladi junto a su amado caballo en una de sus cabalgatas
Vladi junto a su amado caballo en una de sus cabalgatas

“Ese día le tocó a mi papá venir a decirme, porque yo estaba en la oficina. Y fue terrible que mi papá, que ahora tiene 81 años, me lo tuviera que decir. Tenía miedo de perderlo a él también, que es la persona que más me apoya y más me acompaña”, manifiesta. Buscó ayuda y contención, charló con otras mamás y durante mucho tiempo asistió a sesiones en el Grupo Renacer, donde padres cuyos hijos murieron se reúnen para sanar. “Es muy difícil, realmente sentí que eran las únicas personas que me podían entender, porque mucha gente te puede acompañar, pero nadie sabe lo que realmente significa”, sentencia. El mes de noviembre fue muy duro, porque se cumplieron cuatro años desde el accidente, y son fechas donde trata de construir rituales y dejar fluir las emociones que sean necesarias.

“Me pasa lo que yo llamo ‘shock de realidad’, porque hay días que pienso que es un sueño, que no es real, y de repente caigo en la cuenta de que sí sucedió. Es terrible saber lo que siente una mamá que perdió a su hijo, y por eso aunque no las conozca, cada vez que sé de alguien quiero ir a abrazarla”, confiesa. Se acuerda de que antes escuchaba una historia similar y pensaba: ‘Si a mí me pasa me muero, no podría seguir’. Resulta que no te morís, primero en mi caso porque tengo otros hijos, y para ellos el dolor es doble: ver mal a su mamá y no tener a su hermano, y segundo porque pensás en tu hijo y sabés que a él no le gustaría verte muerta en vida, sin poder ni respirar del dolor, y ahí es donde surge la búsqueda de homenajearlo para que desde donde esté sepa que mantenés viva su esencia”, manifiesta.

Lía trabaja junto a varios emprendedores de la zona, tanto para la creación de los recipientes que contienen las velas como para las ferias a las que asiste
Lía trabaja junto a varios emprendedores de la zona, tanto para la creación de los recipientes que contienen las velas como para las ferias a las que asiste

Algunos rituales la siguen acompañando, como ir al campo donde está el caballo de Vladi. “Es increíble porque llego y el caballito siempre viene, aún habiendo otros caballos, ese es el que siempre viene, y yo me quedo horas ahí; también voy al cementerio y me pongo a leer las cartas de sus compañeros, que lo relatan tal cual era. Le decían ‘el defensor de los pobres’, porque era un gran líder en la escuela, siempre defendiendo lo justo”, dice con una sonrisa. “Por momentos siento que era un nene de 20 años en un cuerpito de 12″, reflexiona. Se acuerda que los fines de semana él iba en bicicleta hasta la oficina donde ella trabajaba, a cuatro cuadras de la casa, para decirle: ‘Mamá, ya puse el zapallo para el puré'. “Cosas así, miles, de querer ayudarme, siempre intentando solucionar todo. Realmente él vino a traer luz, era tan especial. ¿Cómo yo me voy a quedar tirada en una cama si él era todo lo contrario? No me lo puedo permitir jamás”, comenta con emoción.

Lia visita el caballo de su hijo todas las veces que puede, y siente una profunda conexión
Lia visita el caballo de su hijo todas las veces que puede, y siente una profunda conexión

Una estrella fugaz

Lía cuenta que la relación con el papá de Vladimir terminó mientras ella estaba embarazada, pero a pesar de las diferencias, siempre motivó el vínculo entre padre e hijo. “Pasé muchas cosas sola, sobre todo el embarazo, siendo madre de tres hijos con otro bebé en camino, nuevamente separada, pero si hay algo que respeto es el derecho a la identidad de las personas, así que nunca le negué la posibilidad de que estén juntos, y desde que Vladi tuvo cuatro meses, que fue la primera vez que se lo llevó, crearon una hermosa relación”, revela. “Al día de hoy no tengo diálogo con él, pero sé que para él también debe haber sido muy difícil porque fue su único hijo, y también para su abuela paterna, con quien tuve contacto mucho más tiempo”, indica.

El paso de Vladi por este mundo fue tan brillante y luminoso como el de una estrella fugaz -dice su mamá-, y ese es el concepto que inspiró el nombre del emprendimiento. “Por eso le puse así, -en Instagram @estrellitafuugaz-, porque considero que él fue como una estrellita fugaz, que pasó demasiado rápido por acá”, dice con ternura. Este año su hijo hubiese cumplido 16, y no hay un día que no se pregunte cómo sería. “Todas sus compañeritas ya cumplieron 15, y me las encuentro tan grandes que no puedo evitar pensar en mi hijo; en lo grande que estaría, me imagino que tendría muchas novias porque era muy querido y tan travieso. Así me paso las horas, hablándome a mí misma, respondiéndome, preguntándome cómo hago, y felicitándome porque de a poco logré muchas cosas”, expresa.

Sin experiencia previa en las velas artesanales se animó a emprender y honra a su hijo con cada una de sus creaciones
Sin experiencia previa en las velas artesanales se animó a emprender y honra a su hijo con cada una de sus creaciones

Hubo meses enteros donde no quiso ver a nadie y temió no poder levantarse. “Cuando me separé después de mi matrimonio estuve muy deprimida, y cuando pasó lo de Vladi tuve terror de que me pasara lo mismo, porque no hay ni punto de comparación entre final de una relación y la muerte de un hijo”, enfatiza. A corazón abierto, también confiesa que fue muy difícil tratar de volver a disfrutar cumpleaños, vacaciones o simplemente un encuentro con amigas. “Me sentía muy culpable, me costaba un montón pensar que yo estaba disfrutando mientras mi hijo está en el cementerio”, expone con dolor. Usa otra metáfora, la de una “vida estilo serrucho”, porque a veces va para arriba y otras para abajo, pero nunca deja de intentar.

Siente que hay momentos en que le aparecen señales para darle fuerza y tiene en claro de quién vienen. “Nunca pude soñarlo, que me encantaría para hablar con él una vez más, pero sí me ha pasado que se me formen cosas en la vela: una vez había hecho una velita que era de dos pavilos y cuando me levanté había una ‘V’ hacia el triangulito, y otra vez vi formarse estrellitas en las velas. Son detalles, pero para mí tienen un sentido”, explica conmovida.

"Me encantan las ferias, siempre que puedo me escapo, preparo una linda muestra de todo y voy, porque amo charlar con la gente", cuenta Lía
"Me encantan las ferias, siempre que puedo me escapo, preparo una linda muestra de todo y voy, porque amo charlar con la gente", cuenta Lía

Todos los aromas son dedicados a Vladi, porque la idea misma nació para homenajearlo. Cada producto está hecho con las propias manos de Lia, y conforman una línea muy natural que fue creciendo, y ya no son solo velas, sino también spray y difusores. Los aromas que se convirtieron en un hit son los de tilo, limonada de frambuesa y verbena, pero hay mucha más variedad: desde pomelo y té verde, hasta moras, albahacas y violetas. Y la presentación deja a la vista que cada gesto está pensado y hecho desde el corazón: incluso hace fósforos artesanales para que no haya excusa para encender una de sus creaciones. “La luz para mí es todo, soy de las que piensa que la vida es más linda con una vela encendida”, dice, mientras evoca uno de las frases que suele acompañar los pedidos. “En los momentos oscuros, la gente brilla”, es otra de sus preferidas, del autor David Sant.

Piensa en el futuro y mantiene la mente abierta sobre el emprendimiento. “Me adapto a todo y estoy dispuesta a evaluar cualquier pedido que me hagan; siempre que esté a mi alcance lo voy a hacer con todo mi amor; ahora que es época previa a las fiestas estoy haciendo muchos souvenir para eventos, sigo con las ferias y la atención en el local”, repasa. Lia se hace tiempo para todo a lo largo de sus maratónicos días, y renueva energías con cada meta que cumple. “Desde que tuve el peor cimbronazo sé bien que no hay que dejar nada por hacer”, reflexiona.

"Todos los aromas son dedicados a Vladi, él fue y es luz en mi vida", expresa Lía (Fotos: Instagram @estrellitafuugaz)
"Todos los aromas son dedicados a Vladi, él fue y es luz en mi vida", expresa Lía (Fotos: Instagram @estrellitafuugaz)

Cada una de sus velas a su vez acompaña diferentes momentos de las vida de sus clientes, ya sea un instante de calma en medio de la rutina, el pedido de un deseo, la toma de una decisión, el aniversario de una despedida, o el inicio de algo completamente nuevo. Todo ese abanico abarca cada una de las creaciones de Lía, y siente que es una manera de perpetuar la esencia de Vladi. “Llegué a pensar que él no era para este mundo, que vino con una misión más grande, a despertarnos a todos con su alegría, y terminé creyendo que todos tenemos un destino marcado. Hoy estoy convencida de que cada día me levanto porque él me da la fuerza desde donde esté; él fue y es mi luz, no encuentro otra explicación”, concluye.

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