Uno de los grandes retos que se impuso el ser humano, es haber desafiado a las montañas. Colosales, imponentes y, a veces, despiadadas, el Monte Everest y el Aconcagua son las cumbres más deseadas por los montañistas y se erigen como testigos de los primeros esfuerzos por tocar el cielo.
El primero en haber pisado la cumbre del Aconcagua fue Matthias Zurbriggen, y el Everest Edmund Hillary y Tenzing Norgay, en 1897 y 1953, respectivamente. Con ellos, la historia del montañismo comenzó a escribir capítulos memorables que retratan la valentía, la resistencia y la obsesión por conquistar lo inalcanzable.
Estas dos colosales montañas son sinónimo de desafíos únicos: el extremo clima del Everest hasta los cambios repentinos de tiempo en el Aconcagua dicen que ninguna es una más, más allá de su altura. Cada una simboliza los límites de la resistencia humana y las complejidades del montañismo en ambientes extremos.
Desde el año 2003, el 11 de diciembre se conmemora el Día Internacional de las Montañas, fecha propuesta de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que busca destacar a las montañas como uno de los primeros indicadores del cambio climático. El incremento de las marcas térmicas significa también que los glaciares de montaña se están derritiendo, afectando los suministros de agua dulce para millones de personas y a otras especies.
El techo del mundo
En 1924, el Everest ya era un sueño que dejaba insomne a los alpinistas. Uno de ellos fue George Mallory, un maestro británico apasionado por las alturas que emprendió la tercera expedición británica para conquistar la cima junto a Andrew Irvine, un joven ingeniero con poca experiencia, pero que ostentaba gran determinación para ese desafío. Antes de partir, a Mallory le preguntaron por qué quería subir esa montaña y dijo la frase que se convirtió en un emblema del montañismo: “¡Porque está ahí!”.
El Monte Everest tiene 8.848.86 metros sobre el nivel del mar y es la montaña más alta del mundo. El símbolo del alpinismo por excelencia. Su intento de conquista se inició en el siglo XX y eso comprendió décadas de intentos fallidos. Entre las primeras expediciones, en 1924, Mallory e Irvine desaparecieron intentando alcanzar la cima. Nunca pudo saberse si lograron o no conseguir su objetivo: el cuerpo de Mallory fue encontrado en 1999. Aunque no quedó testimonio en imágenes para confirmar si llegaron, sí quedaron sus nombres en la historia del montañismo.
Inspirados por ellos, 29 años más tarde, se logró la primera cumbre: en 1953, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, consiguieron un hito que marcó el inicio de numerosas expediciones exitosas y otras no tanto. Ellos marcaron la diferencia: tenían un equipo mejor preparado, oxígeno suplementario y la experiencia acumulada durante años de expediciones hicieron que el 29 de mayo hicieran cumbre.
Hillary era un apicultor y regresó a Nueva Zelanda como un héroe nacional. Tenzing, hijo de pastores tibetanos, fue celebrado como un símbolo de la resistencia de su pueblo. A pesar de las diferencias culturales, la amistad entre ellos se convirtió en un testimonio del trabajo en equipo.
Después del Everest, los dos siguieron caminos que resaltaron su legado, más allá del logro individual como montañistas, sino como personas comprometidas con la humanidad y la preservación de las montañas.
Hillary dedicó gran parte de su tiempo a trabajar en proyectos humanitarios en Nepal, especialmente ayudando a las comunidades sherpas. Fundó el Himalayan Trust, una organización que construyó escuelas, hospitales y puentes en la región del Khumbu. No dejó de lado las expediciones: en 1958, participó en la Commonwealth Trans-Antarctic Expedition, y se convirtió en la primera persona en llegar al Polo Sur en vehículos terrestres desde 1911.
Por estos logros, Hillary fue nombrado caballero por la reina Isabel II y se convirtió en un embajador del montañismo y la conservación ambiental. Además, escribió varios libros sobre sus experiencias y dio conferencias para inspirar a otros.
Por su parte, Norgay se ocupó de promocionar el montañismo en la región del Himalaya y se convirtió en director de campo del Himalayan Mountaineering Institute en Darjeeling, India, donde entrenó a futuros montañistas.
Su trabajo lo hizo merecedor de distintos reconocimientos y fue celebrado en India, Nepal y el Reino Unido. Recibió la George Medal del Reino Unido y otros reconocimientos internacionales. También escribió sus memorias: en 1955 publicó su autobiografía “Man of Everest” (conocida como “Tiger of the Snows”), donde narró su experiencia en el Everest y su vida como sherpa. Al igual que Hillary, apoyó a su comunidad, aunque con menos recursos internacionales.
En 1974, Hillary dio una entrevista en la que contó detalles de la peligrosa escalada y qué lo motivó. “Creo que mi primer pensamiento al llegar a la cumbre fue, por supuesto, que estaba muy, muy contento de estar allí, naturalmente, pero también que me llevé una pequeña sorpresa. Me sorprendió un poco que allí estuviera yo, Ed Hillary, en la cima del monte Everest. Después de todo, esa es la ambición de la mayoría de los alpinistas”.
El Everest significa una fuente de gloria para quienes lo desafiaron y también de tragedia.
Según las estadísticas, hasta 2022, más de 6.000 personas alcanzaron la cumbre. Sin embargo, la montaña también se cobró la vida de unas 300 personas y eso la convierte en uno de los lugares más peligrosos debido a avalanchas, caídas y el “mal de altura” que aqueja a los montañistas. Aún, muchos cuerpos permanecen en la montaña debido a la dificultad de recuperarlos.
El gigante de América
A 6.962 metros sobre el nivel del mar, el Aconcagua es el pico más prominente de los hemisferios meridional y occidental, el más alto de la Tierra después del sistema de los Himalayas (Asia) y el más alto de América. Aunque el británico Edward FitzGerald (1871-1931) lideró a la primera expedición en realizar la primera ascensión, en 1897, el pionero en hacer cumbre el 14 de enero fue el guía de montaña suizo de espíritu indomable, Matthias Zurbriggen, a los 40 años; otros dos miembros del grupo llegaron a la cima unos días después. Desde entonces, es el destino popular para alpinistas de todo el mundo.
El primer argentino en lograr la hazaña fue Nicolás Plantamura, miembro del Ejército Argentino, el 8 de marzo de 1934; y la primera mujer en hacerlo fue la francesa Adriana Bance, el 7 de marzo de 1940, quien ascendió acompañada por miembros del Club Andinista de Mendoza.
Zurbriggen, de 41 años, formaba parte de una expedición liderada por FitzGerald, un aristócrata que aspiraba a la cima, sin embargo, algunos problemas de salud y el agotamiento generalizado lo obligaron a ceder esa posta al británico. Ese 14 de enero, tras una ascensión en solitario —como estaba acostumbrado en Los Alpes—, Matthias se convirtió en el primero en llegar al techo de América.
Lo hizo como un hombre de pocos recursos pero con mucha determinación. Lo dice su historia personal marcada por la pobreza y el trabajo duro. Eso lo diferenciaba de FitzGerald, quien financió la expedición.
A pesar de su éxito, Zurbriggen no recibió el reconocimiento que merecía en vida, el destino común y esperado para los pioneros del montañismo. En la actualidad se lo reconoce como uno de los más grandes escaladores del siglo XIX y guía de montaña en los Alpes.
Según las estadísticas, unas 4.000 personas intentan escalar el Aconcagua cada año y más de 65.000 lo lograron. En esta montaña, la tasa de mortalidad es inferior a la del Everest: hasta el momento, fueron 140 las personas fallecidas registradas, principalmente debido al mal de altura y a condiciones climáticas extremas.
Una de las que siguió sus pasos fue la argentina María Belén Silvestris que hizo cumbre en el Everest en mayo de este año y marcó un hito para el andinismo sudamericano. Antes, hizo cumbre en el Aconcagua. A los 34 años, se transformó en la persona más joven de la región en completar las Siete Cumbres: escaló el Puncak Jaya (4.884 msnm, en Oceanía); el macizo Vinson (4.892 msnm, Antártida); el Monte Elbrus (5.642 msnm, Europa); el Kilimanjaro (5.895 msnm, África); el Denali (6.194 msnm, América del Norte), el Aconcagua (6.961 msnm, Sudamérica) y el Everest.
El legado de estos pioneros no pasa solo por haber pisado la cima de las montañas más altas sino por seguir inspirando a generaciones de alpinistas a soñar con lo imposible.