Cafetines de Buenos Aires: Vittorio un reducto cercano al Congreso en el que se reúne un grupo que quiere cambiar el mundo

La Capital de Argentina tiene reconocidos bares que han servido de sede para que se congregaran intelectuales y artistas a intentar analizar y -por qué no-modificar la realidad. Uno de ellos está cerca del Congreso y en sus mesas se debaten múltiples asuntos de la vida cotidiana

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En la esquina de Hipólito
En la esquina de Hipólito Yrigoyen y Presidente Luis Saénz Peña se erige el café Vittorio

En el subsuelo del Gran Café Tortoni, entre los años 1926 y 1943, funcionó la peña Agrupación Gente de Artes y Letras liderada por Benito Quinquela Martín. En simultáneo, la Confitería Richmond reunía al Grupo Florida —con Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo, entre otros— que mantenía una disputa ideológica con el Grupo Boedo. Quizás el más recordado sea el Café de los Inmortales —no confundir con la pizzería—, ubicado en Corrientes 922, que sólo funcionó entre 1906 y 1916. Ese lugar fue considerado por periodistas e historiadores como el café emblemático porteño de la primera mitad del siglo XX. El Café de los Inmortales carecía de lujo. Tenía nulo patrimonio material. Sin embargo, teniendo como competencia de proximidad al Tortoni y las confiterías Richmond e Ideal, reunía a lo más elevado de la bohemia porteña.

Hoy, un siglo más tarde, con características similares al de los Inmortales, otro café fuera de radar, ignorado casi por completo, también congrega a intelectuales y artistas. Se trata del Café Vittorio situado en Hipólito Yrigoyen 1494, esquina Presidente Luis Sáenz Peña.

Lo visité en la semana para encontrarme con esta gente del arte. También para confirmar algunos datos del lugar. Por ejemplo, no pude establecer su antigüedad. Su nuevo propietario lo compró hace catorce años. El café, anteriormente, se llamó Lorea y mucho antes quién sabe. La estética y mobiliario también acompañó al cambio de firma. El café hoy luce piso de porcelanato y luminarias empotradas. Sus mesas y sillas son nuevas. También dispone de butacas o sillones individuales altos, propias de un living, tapizados en color celeste.

Antes de continuar con la crónica sobre el Vittorio, hace falta hacer breve repaso sobre quién fue Lorea que le dio nombre al célebre hueco de enfrente y, en una administración previa, al café. Isidro Lorea llegó a Buenos Aires en 1757. Nació en Villafranca, por entonces, reino de Navarra. Hacia el año 1782, don Lorea era un alarife y ebanista que trabajaba en la construcción del retablo mayor de la Catedral, el de San Ignacio y realizaba otras tareas en la Iglesia del Pilar.

El Vittorio alguna vez se
El Vittorio alguna vez se llamó Lorea, como la plaza que queda a pasos del café

El hombre amasó una fortuna importante que le alcanzó para comprar dos hectáreas en las afueras de la ciudad. Esto es, en las actuales Callao y Rivadavia. Parte del terreno lo donó para hacer una feria de abastecimiento con posta de carros y carretas. Al lugar se lo conoció como Mercado de Lorea o Hueco de Lorea. La apertura de la Avenida de Mayo lo dividió en dos espacios verdes. Pero Isidro Lorea no alcanzó a disfrutar de su donación. El 4 de julio de 1807, durante la Segunda Invasión Inglesa, hubo un sangriento enfrentamiento entre tropas británicas y la resistencia local. Un foco de la trifulca recibió el nombre de Batalla de Lorea porque los hechos ocurrieron en el Hueco. Como consecuencia del combate, los invasores saquearon el domicilio de los Lorea y asesinaron a los esclavos de la familia que defendían la propiedad. Hicieron lo mismo con el matrimonio dueño de casa. Isabel Gutiérrez Humanés, esposa de Lorea, murió en el acto. Don Isidro falleció al día siguiente. No sobrevivió al bayonetazo que lo traspasó de lado a lado.

De aquella historia de resistencia y lucha armada no hay ningún vestigio dentro del Café Vittorio. Lo cuento para incrementar el capital simbólico de este codo que se formó en la traza urbana a partir de la apertura de la Avenida de Mayo. Y me detengo en este primitivo episodio porque sería inacabable narrar los hechos ocurridos en la plaza durante la segunda mitad del siglo XIX y todo el XX. Pero ahora estamos transcurriendo un nuevo siglo y este relato viene a reseñar una particularidad del Café Vittorio que lo emparenta con el Café de los Inmortales.

Visité el Vittorio un miércoles por la mañana. Es el día en que se reúnen en sus mesas los miembros de Estrella del Oriente, un colectivo artístico de poetas, filósofos, directores de cine, pintores, fotógrafos y oficios varios. Mirta Gontad, María Negro, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth y Daniel Santoro son algunos de sus miembros que ocupan la mesa de siempre. Dos rectángulos sagrados que los demás mortales preservan desocupados, los días miércoles, para reflexiones de estos dioses.

Además de las clásicas mesas
Además de las clásicas mesas y sillas cafeteras en Vittorio hay sillones

La imagen era surrealista. Los Estrella del Oriente debatían sobre la reciente adquisición que el empresario de criptomonedas chino, Justin Sun, hizo de la banana que el artista italiano Maurizio Cattelan pegó con una cinta adhesiva contra una pared. La banana en cuestión fue subastada por Sotheby’s en seis millones de dólares y el chino cumplió con su promesa: la compró y se la comió. Futurismo, arte abstracto, dadaísmo eran los variados temas de conversación del grupo sentado debajo de un televisor encendido, pero mudo, y distintos ploteos con ofertas de menús pegados en las vidrieras. Pura filosofía y pensamiento de alto vuelo en una mesa de café de Buenos Aires. Por qué no.

Mientras ellos disertaban me levanté para tratar de averiguar algo de su historia. No tuve éxito. No encontré al dueño y nadie, entre el personal de salón, supo contarme la precuela del Vittorio. Sí, sin que sea una afirmación contundente, parece que Vittorio es un homenaje a un viejo amigo del propietario. “Ah no, para mí siempre será un homenaje a Vittorio de Sica” me dice María Negro cuando vuelvo a la mesa y le paso el dato. Los demás siguen enfrascados en la charla. Daniel Santoro afirma que “la banana termina con el mingitorio de Duchamp y que el chino vino a plantear un puente —y dibuja en el aire la forma de puente que tiene una banana— entre el mundo financiero y el arte”.

Pregunto a todo el Colectivo cómo es que se reúnen en esa mesa de ese café para sostener ese tipo de charlas. “Porque este café es un panóptico”, responde Capurro. Jamás me lo hubiera planteado de ese modo. Estaba claro que si en la mesa había una persona estructurada y necesitada de una pronta deconstrucción, ese era yo.

En la cabecera el pintor
En la cabecera el pintor Daniel Santoro. A su izquierda Silvia Gontad, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth y María Negro. Todos integrantes del colectivo Estrella del Oriente

Estrella del Oriente comenzó siendo una reunión de dos. Capurro y Santoro se juntaban en el café desde que era el antiguo Lorea. Un día pasó caminando el Tata Cedrón, los vio y se sumó. Luego, se incorporó Roth porque asistía a sesiones de masajes cerca del café. Y así fueron agregándose el director de cine Marcelo Céspedes y el periodista y promotor de jazz, Nano Herrera. En las mesas del Café Vittorio filmaron algunas escenas de su película La Ballena va llena. El film, de 2014, es el proyecto más relevante del Colectivo. Trata sobre las paupérrimas condiciones de vida que sufren los habitantes de los países más pobres del planeta y la falta de humanidad de las naciones centrales para recibirlos. La “Ballena” era un barco gigante que recogería miles de voluntarios del Tercer Mundo para realizar un viaje desde la periferia al centro. Durante la travesía los pasajeros se transformaban en obras de arte y, de ese modo, podían ingresar con avales, papeles formales y seguros de vida a los principales museos del mundo. La película cuenta cómo no se construyó la ballena en cuestión, también registra el viaje del grupo a Budapest donde van a plantear la necesidad de financiación para la construcción del mega buque y exhibe testimonios de los primeros voluntarios para el viaje transformador. El guion derrocha humanidad. La Ballena va llena está disponible en la web. Se las recomiendo. Es imperdible.

Cuando se cumple una hora de que comparto una butaca dentro del Colectivo, el grupo comienza a disgregarse. Daniel Santoro es el primero que se baja, se pone de pie y pronostica “en breve, el mundo será de ONG’s y señores feudales”. Detrás de él, Juan Carlos Capurro refuerza la sentencia “China es el enemigo de Elon Musk”. Los sigue María Negro “basta para mí, estoy cansada de vivir hechos históricos”. Por fortuna la telefonía móvil hoy permite registrar y atesorar estos recorridos por los cafés de Buenos Aires. El televisor sigue encendido. La pareja de conductores del noticiero anuncia que se podrán pagar los viajes en subterráneo desde el teléfono. Y que en un futuro de ese mismo modo será posible abonar en nuestros bondis.

A metros del Vittorio hay
A metros del Vittorio hay un monumento que recuerda a Mariano Moreno

Afuera llueve fuerte. Nos quedamos con Mirta Gontad y Pedro Roth. Le pregunto a Pedro por su otra peña, la de los sábados por la mañana en el Florida Garden. “Tenés que venir a conocerlos” me dice. Y sigue, “en el Florida se dicen enormes mentiras, te van a gustar, todas se convierten en verdad solo por ser contadas en sus mesas”. La oferta es imposible de rechazar.

A través de unos ventanales del panóptico veo la estatua de un hombre sentado de espaldas al café. Ha de ser un prócer importante. Un águila —o cóndor— se posa sobre sus hombros. “Quién es”, pregunto. “Es Mariano Moreno”, responde Mirta. El monumento es una obra del escultor catalán Miguel Bray y Fábregas. Fue inaugurado en 1910 con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo. Una de los partes en la que se dividió el antiguo Hueco Lorea lleva el nombre del fundador de la Gazeta de Buenos Ayres. La otra parte —que se recuesta sobre Rivadavia— mantuvo el nombre de Lorea.

Mirta continúa con la explicación “la base del monumento son piedras que simulan el pico de una montaña y, detrás del prócer, hay un águila con sus alas abiertas como señalando la altura que alcanzaron sus pensamientos”. Y concluye Roth “pero siempre viene una paloma que se para en la cabeza de Moreno y destruye la metáfora”.

Instagram: @cafecontado

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