El 4 de agosto pasado el Vaticano publicó una “Carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación”, destinada especialmente a los futuros sacerdotes. El texto pasó relativamente inadvertido para una prensa en general más ávida de aquello que causa escándalo, controversia o misterio, aunque no para los amantes de la literatura (por caso, en Infobae, Fernando Soriano escribió una detallada reseña), que se sorprendieron gratamente por este elogio de los buenos libros y su rol como alimento espiritual, sin distinción entre literatura sacra y profana.
“En una carta dirigida a los aspirantes al sacerdocio, el papa Francisco se niega a hacer una discriminación a priori entre las obras religiosas y profanas”, observó Marie-Hélène Verdier, escritora y profesora de Literatura clásica en la revista Causeur, que se mostró sorprendida por el hecho de “un Papa se lance a un vibrante elogio de la literatura”.
Ese vibrante elogio acaba de ser publicado por la editorial Équateurs como libro de unas 70 páginas, con el título “Louée soit la lecture” (Alabada sea la lectura) con un prólogo de William Marx, profesor en el Collège de France, una de las más antiguas y prestigiosas universidades francesas.
El Papa, dice Verdier, le da a la literatura “el lugar que debe tener en la formación de todos”. La profesora subraya que Francisco ancla teológicamente su comentario en la Tradición: San Pablo y los Padres de la Iglesia. Y ratifica que “esta carta, que debería llegarle a todo el mundo, hace un gran bien; la apertura al infinito de lo divino, lo trágico de la condición humana, es en la literatura donde se los encuentra expresados de manera privilegiada”.
Eso mismo destaca William Marx en su prefacio: “Aunque el documento pontificio está destinado al mundo católico (...), su alcance va mucho más allá”, Y agrega que “encontrarán en él una fuente útil de reflexión” los profesores de literatura, los pedagogos y las autoridades educativas de todas las tendencias, incluidos los directivos de establecimientos de enseñanza no confesional.
E insiste: “Lo recomiendo con gusto a todos los padres, a todos los ministros de educación, a todos los que leen o escriben, y más aún a todos los que no leen y no saben de lo que se están privando”.
Francisco, que con frecuencia evoca sus tiempos de profesor de literatura en un colegio jesuita de San Fe, destaca en esta carta los beneficios de la literatura para cuerpos, almas y espíritus, porque permite recuperar serenidad, lejos de las pantallas que esclavizan, y porque es una vía para escuchar “la voz del otro” (acá cita a Jorge Luis Borges).
La literatura cumple de modo superlativo con la misión que Dios le dio a Adán de ponerle nombre a las cosas y a los seres vivientes, lo que equivale a darles un sentido. La literatura permite además asomarse a la complejidad del alma humana, lejos de simplificaciones y maniqueísmo.
“Gracias al discernimiento evangélico de la cultura, es posible reconocer la presencia del Espíritu en la multiforme realidad humana, es decir, es posible captar la semilla ya plantada de la presencia del Espíritu en los acontecimientos, sensibilidades, deseos y tensiones profundas de los corazones y de los contextos sociales, culturales y espirituales”, escribió el Papa en su carta.
Muchas veces se ha referido Francisco a la importancia de la “escucha” y aquí la reitera: “Es necesario y urgente contrarrestar esta inevitable aceleración y simplificación de nuestra vida cotidiana, aprendiendo a tomar distancia de lo inmediato, a desacelerar, a contemplar y a escuchar. Esto es posible cuando una persona se detiene a leer un libro por el gusto de hacerlo”.
Y sigue: “La literatura se vuelve un gimnasio en el que se entrena la mirada para buscar y explorar la verdad de las personas y de las situaciones como misterio…. (...) Al abrir al lector a una visión amplia de la riqueza y la miseria de la experiencia humana, la literatura educa su mirada a la lentitud de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio”.
La literatura es, entonces, uno de los mejores terrenos para entrenarse a la escucha, a la comprensión. Este elogio de la lectura es lo que atrajo la atención -y la admiración- de intelectuales como William Marx, y el interés editorial por darle forma de libro a este breve ensayo que salió a librerías a fines de septiembre. Para el prologuista, “este texto anuncia un cambio de naturaleza histórico, una revolución en la práctica de la Iglesia, al desplegar una defensa sin igual de la lectura”.
El Papa cita a dos autores, “en el intento de seguir animando a la lectura”, uno es el agnóstico Marcel Proust, que dice que las novelas desencadenan en nosotros, “por una hora, todas las dichas y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían, porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas”. El otro es el católico C.S.Lewis: “Al leer buena literatura me convierto en un millar de hombres y sigo siendo yo mismo. Como el cielo nocturno del poema griego, veo con miles de ojos, pero sigo siendo yo quien ve. Entonces, como en la fe, en el amor, en acción moral y en conocimiento; me trasciendo a mí mismo, nunca realmente soy más yo que cuando lo hago”.
El Papa expresa también su preferencia por los autores trágicos, “porque todos podríamos sentir sus obras como propias, como expresión de nuestros propios dramas”. “Llorando por el destino de los personajes -dice Francisco-, lloramos en el fondo por nosotros mismos y nuestro propio vacío, nuestras propias carencias, nuestra propia soledad”.
En cuanto al motivo de su recomendación a los futuros sacerdotes, Francisco dice: “…hoy el problema de la fe no es en primera instancia el de creer más o creer menos en las proposiciones doctrinales. Está más bien relacionado con la incapacidad de muchos para emocionarse ante Dios, ante su creación, ante los otros seres humanos. Se plantea aquí, por tanto, la tarea de sanar y enriquecer nuestra sensibilidad”.
Y agrega: “Debemos cuidar que nunca se pierda de vista la ‘carne’ de Jesucristo; esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad, perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor.” Porque “es precisamente en este ámbito que una asidua frecuencia de la literatura puede hacer a los futuros sacerdotes y a todos los agentes pastorales más sensibles aún a la plena humanidad del Señor Jesús”.
El Proust de los católicos
Esta no es la primera vez que un comentario papal sobre literatura despierta el interés de una editorial francesa. En febrero de 2014, una referencia de Francisco a Joseph Malègue, rescató del olvido a este escritor, alguna vez llamado el “Proust de los católicos”. Rescate que llevó a la reedición de su obra “Agustín, o el Maestro está aquí”.
La reedición del libro generó calificativos como “un gran escritor caído en el olvido y reeditado gracias al sumo pontífice”. La reseña de Le Figaro decía: “Releyendo Augustin ou le maître est là, es junto a las obras maestras de Huysmans, Bloy, Mauriac, Bernanos y Green que se tiene ganas de ubicar el libro de Malègue”. Según la crítica, la prosa de Malègue tiene la “densidad intelectual de los grandes libros de Thomas Mann, Hermann Broch, Robert Musil, pero también los matices visuales y trémulos de Marcel Proust”.
“El Papa tiene toda la razón -escribió Marie-Hélène Verdier a propósito de “Alabada sea la lectura”- No se trata de que un seminarista haga un master sobre La búsqueda del tiempo perdido, sino de que conozca los grandes clásicos que se estudian -que se deberían estudiar- en las clase: los trágicos griegos, especialmente apreciados por el Papa, Dante, Shakespeare, Cervantes, Racine, Balzac, Dostoïevski, Lorca, Celan… Este conocimiento del ser humano a través de la literatura, permite conocer la riqueza hermenéutica del Evangelio y la especificidad ‘literaria’ de las parábolas utilizadas por Cristo”.
Leyendo esto se sienten deseos de, siguiendo a Verdier y a Wiliam Marx, recomendar especialmente esta carta a las autoridades educativas: quizás les inspire mejores contenidos y mejores listas de libros para los alumnos: títulos que les permitan, como sugiere el Papa, asomarse a la complejidad del alma humana a través de plumas excelsas.