Magui Bajer y Maximiliano González fueron adoptados de manera ilegal apenas nacieron. “Nos trajo al mundo la misma partera, que se dedicaba a la venta de bebés”, señalaron al referirse a Rosa Petito, una médica obstetra ya fallecida que hacía abortos en los años 60, 70 y 80 y, además, era la cabeza de una red de tráfico de bebés que operaba en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense.
Ambos llegaron a este mundo con dos años de diferencia, él en 1981 y ella en 1983, y cada uno fue criado por una familia distinta. Magui se enteró, casi por casualidad, a los 14 años de que había sido adoptada ilegalmente. Maxi lo descubrió recién a los 40 gracias a la confesión que le hizo una prima cuando murió su mamá.
“La revelación llegó en 1997, cuando me puse a leer una especie de diario íntimo que tenía mi papá”, recordó Magui. A diferencia de Maxi, que recibió la noticia en 2022 a través de un audio de Whatsapp. “Este familiar vive en España y sabía que mi madre se había llevado el secreto a la tumba”, admitió el hombre.
Esas crueles confesiones los llevó a emprender una búsqueda para conocer sus orígenes y, sin imaginarlo, coincidieron en el mismo grupo de apoyo, llamado “Hacia el origen”. La primera en hacerse el ADN ancestral fue Magui, quien se sintió bastante frustrada al no encontrar ninguna coincidencia. Sin embargo, no bajó los brazos y tras una larga espera recibió la noticia que más deseaba por parte de otro integrante del grupo: “Vos y Maxi son medios hermanos”.
Como él se hizo el test después que lo hiciera ella, en diciembre de 2021, los datos de Magui que ya figuraban en la base de datos de Family Tree fueron determinantes para corroborar el parentesco: ambos compartían la madre.
Durante los casi tres años siguientes, Magui y Maxi se mantuvieron comunicados exclusivamente a través del celular por razones de respeto mutuo y la dificultad para coordinar un encuentro personal. ”Nos dimos tiempo para conocernos. Nadie quería invadir la privacidad del otro. Él respetaba mi espacio, y yo el suyo. Era como si ambos tuviéramos miedo de dar el primer paso y arruinar algo”, dijo ella.
“Yo estoy en El Calafate, Santa Cruz, y tengo que ocuparme de mis tres hijos. Él vive en Esquel, Chubut, y también tiene su familia. No era fácil coordinar un encuentro, y entre tanto, seguíamos con mensajes, fotos y audios. Ni siquiera hacíamos videollamadas. Creo que ninguno sabía muy bien cómo afrontar la situación. Fue algo progresivo”, contó la mujer.
El que decidió dar el primer paso para acortar distancias fue Maxi. “Tomé la decisión de ir a verla porque ya no podía esperar más”, explicó Maxi, quien viajó acompañado de su esposa y sus dos hijos, Julieta (16) y Martiniano (11). El encuentro se produjo el lunes 11 de noviembre pasado, cuando Maxi golpeó la puerta de la casa de Magui y la sorprendió con fuerte abrazo.
“Ese día se me acomodaron 40 años de historia”, afirmó. Sin embargo, es consciente de que este proceso de reconexión con su hermana, más allá del lazo biológico, recién comienza: “Tenemos la misma sangre, pero la relación hay que hacerla de a poco”.
La aparición de Maxi en El Calafate dejó perpleja a Magui. “No soy muy demostrativa, siempre digo que soy como un cactus. O sea, quedé sin reacción. En ese momento no procesé lo que me estaba pasando, me cayó la ficha recién cuando él se fue”, reveló.
Ese encuentro que tanto habían postergado duró menos de diez minutos. “Creo que para los dos fue suficiente”, dijo Magui, que le escribió al día siguiente para volverse a ver. “Compartimos una semana hermosa, con charlas, caminatas y salidas en familia. Nuestros hijos se conocieron y pegaron buena onda enseguida”, recordó él.
Hoy, ambos comparten reflexiones profundas y llenas de incertidumbre sobre su madre biológica, mezclando gratitud y dudas sobre las circunstancias que los llevaron a vivir separados de ella. “Pudo haber sido víctima o cómplice”, se sinceró Maxi al referirse a la posibilidad de que su madre haya sido engañada o coaccionada, o entregado a sus hijos por plata. “También pudieron haberle dicho que nacimos muertos y por eso nunca nos buscó”, agregó.
Más allá de las especulaciones, los hermanos coinciden en que “esto es el principio de algo” y que seguirán buscando a más familiares. “Ojalá, Dios quiera, que nos pase como otros chicos del grupo, que encontraron a su mamá por una tercera persona que se sintió reflejada al leer nuestra historia y decidió investigar. En una esas alguien nos ayuda a encontrarla”, se esperanzó Maxi.
La historia de Maxi
Desde niño, Maxi había sentido una desconexión inexplicable con su entorno familiar. “Era como un diente de ajo en una mandarina,” bromeaba con agridulce sinceridad. La relación con su madre adoptiva había sido una lucha constante: “Siempre peleando, mirándonos a los ojos y pensando: ‘¿Cómo podemos ser tan diferentes?’. Ni físicamente ni emocionalmente lograba sentirse parte del todo. Su padre, ausente desde que Maxi tenía tres años, los había abandonado para formar otra familia, reforzando más aún su sensación de soledad.
Durante su adolescencia y adultez tuvo una vida itinerante, que lo llevó a radicarse en Flores, Villa Luzuriaga, Lanús, Santa Clara del Mar y finalmente en Esquel, donde actualmente está afincado junto a su familia y trabaja para una empresa de correos, más específicamente en el sector de transporte de medicamentos.
El 5 de junio de 2021, la rutina se rompió con una llamada inesperada. A las once de la mañana, su prima Natalia, lo contactó desde España. El teléfono vibró con insistencia, y Maxi contestó sin sospechar que esa voz al otro lado del Atlántico venía cargada de secretos que habían permanecido ocultos por cuatro décadas.
“Maxi, necesito decirte algo, pero no sé cómo empezar”, confesó Natalia después de varios minutos de conversación banal. “Dale, Natalia, decímelo ya”, insistió él. Y la confesión no tardó en llegar: ”Maxi sos adoptado”.
Mientras Natalia seguía explicando cómo su madre biológica había confesado aquel secreto a su mamá (la tía Betty) años atrás, Maxi quedó paralizado. “Fue como si una pieza clave de mi vida, una que nunca había encajado del todo, finalmente encontrara su lugar”, reconoció.
Luego del secreto revelado por Natalia, llegó la confesión que más lo marcó en su vida. “Sí, te compré”, le dijo su padre al desterrar cualquier ilusión sobre una adopción formal y legal. “Yo tenía un restaurante en Buenos Aires. Una pareja vino varias veces, sabía que tu mamá no podía tener hijos, y nos ofrecieron comprar uno”, admitió.
Al analizar su partida de nacimiento, también hubo un dato que le resultó extraño: el lugar del nacimiento no era una clínica, sino su propia casa de Villa Luzuriaga. “A mi mamá la llamaba por el nombre o por el apellido. Nunca le dije ‘mamá’. Había algo dentro de mí que lo intuía”, afirmó.
Finalmente, ese peso desapareció y su vida volvió a cobrar sentido cuando en 2021 se hizo un estudio de ADN ancestral y encontró a su media hermana. “Para mí fue una mochila que me saqué de encima y fue un alivio grande para comprender todo lo que no entendía”, concluyó.
La vida de Magui
Magui creció en el barrio porteño de Floresta, en una casa que nunca sintió su hogar. Su padre, un hombre de carácter reservado pero cariñoso, fue su principal refugio. Su madre, en cambio, siempre mantuvo con ella una relación distante. “Yo sobraba. Mi papá o mi hermano mayor eran los que tenían su atención. Yo era como un adorno”, recordó.
A los 14 años, Magui decidió escarbar en los secretos que intuía desde niña. Encontró una vieja agenda de su padre, que escribía compulsivamente como si temiera que sus pensamientos se esfumaran con el tiempo. Las palabras eran claras: “El cachorro”, un término con el que él se refería a Magui, aparecía ligado a fechas y hechos que no cuadraban. “Hoy fui a buscar al cachorro”, leyó en una de esas anotaciones y su padre le confirmó la peor sospecha: no había sido adoptada, había sido comprada.
La adolescencia de Magui estuvo marcada por la rebeldía y una sensación constante de falta de ubicación. Hasta que el fallecimiento de su padre adoptivo le abrió una puerta que no se había animado a cruzar. “Cuando murió, sentí que ya no tenía que cuidar sus sentimientos. Empecé a buscar a mi familia biológica”, señaló.
Su primer trabajo como camarera, en Puerto Madero, le dio la posibilidad de hacer temporadas en el sur. Y así fue como en 2001 llegó por primera vez a El Calafate. “Fue mi forma de alejarme de todo. Empecé a moverme sola, a ganar mi plata y a buscar mi lugar lejos de esa familia que nunca sentí como mía”.
Diez años después decidió instalarse definitivamente en esa ciudad patagónica y tuvo tres hijos: Rodrigo (20), Uriel (13) y Evalúna (4). “Este lugar me dio tranquilidad. Acá mis hijos son mi todo y mis amigos se volvieron mi familia. Pero siempre estaba esa pregunta en mi cabeza: ¿quién soy realmente?”, resaltó.
Esa pregunta tuvo su respuesta la mañana del 2 de marzo de 2022, cuando su celular vibró insistentemente. Había como 600 mensajes acumulados y decenas de llamadas perdidas de los integrantes del grupo de WhatsApp de Hacia el Origen.
Magui, aún adormilada, escribió un simple “Buen día”. Y entonces apareció la frase que le cambió la vida: “Hola, soy Maxi, soy tu hermano”.
El reencuentro entre Magui y Maxi no solo cerró décadas de incógnitas, sino que abrió una nueva etapa cargada de esperanza. Sus historias, marcadas por secretos y mentiras, se cruzaron finalmente en un abrazo que selló la unión de dos vidas separadas por la injusticia y la venta de bebés.
“Lo que sigue es construir lo que no tuvimos”, reflexionó Maxi, confiado en que este vínculo reciente siga creciendo. Magui, por su parte, reconoce que la presencia de su hermano le da fuerzas para continuar su búsqueda. “Me gustaría saber la verdad sobre nuestra madre”, enfatizó. Es consciente que por más dolorosa que sea, podría ser el cierre de una etapa oscura o un nuevo despertar en este momento de felicidad que está atravesando.