Miguel Bronfman persigue la justicia por el atentado terrorista contra la AMIA del 18 de julio de 1994. Tiene 52 años y desde 1998 es uno de los abogados que representa a la mutual judía. Sin dudas, está entre los argentinos que mejor conocen la causa judicial. En la mañana del sábado 7 de octubre de 2023, cuando despertó, su celular ya desbordaba de mensajes sobre el salvaje ataque de Hamás contra los kibutzim del sur de Israel. Fue un impacto tremendo. Y el disparador del libro que presentará el próximo 27 de noviembre en la sede de la AMIA: “El odio a los judíos, pasado y presente de una amenaza global” (Libros del Zorzal).
Bronfman señala: “La locura de ese día nos tocó, nos conmovió, nos sacudió a los judíos de todo el mundo de una manera especial. Nuestra generación nunca había visto algo así en vivo y en directo. Vivimos el atentado a la embajada de Israel, el atentado a la AMIA, que son hechos terribles pero no parecidos. No conocíamos semejante bestialidad. Y el impacto creció con los días, porque el mismo 7 no tuve la dimensión exacta: me levanté, abrí el celular y era distinto a lo que uno está habituado al seguir las novedades de Israel, pero no a lo que terminó siendo: 240 personas secuestradas, 1.200 asesinados. La forma en que fueron esos asesinatos fue tremenda. Generalizar siempre es injusto, pero la reacción del mundo, después del shock, duró 24 horas. A los dos días ya estaban diciendo ‘bueno, pero Israel de algún modo buscó esto’. Esa reacción o incluso la no reacción de muchos sectores y personas fue lo que me motivó a escribir”.
En Israel vive parte de la familia de la esposa de Bronfman: su madre, una hermana y sus sobrinas. Por fortuna, estaban lejos del escenario más terrible del ataque. “Pero el cuñado de su hermana, que tiene 36 años, fue convocado a las reservas que fueron a Gaza al día siguiente. Los judíos somos muy pocos. Algunos dicen ‘ellos se aislan, ellos se excluyen’, pero la verdad es que somos muy pocos”, señala.
—¿A más de un año, cómo repercutió en la sociedad israelí el ataque del 7 de octubre?
—Es una conmoción que va a durar décadas. Como les sucede a quienes vivieron el ataque sorpresa en la guerra del 73 en Yom Kippur. Los que vivieron eso no se lo olvidan más. Y esto será peor. Porque una cosa es tirar un cohete o un misil y otra son las bestialidades que hicieron cara a cara. Están las imágenes, audios y filmaciones que los propios perpetradores se ocuparon de tomar y difundir. Es espantoso. Más de un año y hay 101 rehenes que no se sabe nada de ellos. Será un trauma de esa escala.
—Para usted —según refiere en el libro—, la condena internacional no fue suficientemente clara.
—Para nada. Todo lo contrario. La condena es casi exclusivamente para Israel. Lógicamente, las acciones de Israel —y trato de hacerme cargo de eso en el libro— tienen consecuencias que no le gustan a nadie, que es la muerte de civiles. Pero Israel no ataca a civiles por el hecho de atacar civiles, mientras que los civiles israelíes son el blanco directo de los ataques de sus agresores. Irán lanzó el mayor ataque sobre un estado soberano del que se tenga registro en la historia: 200 misiles sobre territorio israelí dirigidos a la población civil hace dos meses. Y es como si nada. Israel tiene la capacidad militar para defenderse de eso. De lo contrario, habría un nivel de destrucción y muerte sin precedentes.
—Su trabajo indaga por el “odio a los judíos”, como dice el título, desde el principio de la Historia. ¿Cuál considera que fue el primer paso en ese sentido?
—Hay dos momentos. Uno, en que los judíos son un pueblo más de la antigüedad, como los persas, los egipcios, los asirios, que no tienen nada que ver con los sirios de hoy en día. Y ahí está el pueblo judío batallando y luchando por su supervivencia. Yo no diría que ahí, inclusive con la destrucción de Jerusalén por el Imperio Romano, hay un odio al judío por ser judío. Eso vino después, con el auge del cristianismo y la negativa de los judíos a adoptar la nueva religión… que irónicamente salió del seno del judaísmo.
—La negativa a aceptar a Jesús como el Mesías.
—Exacto. Y, por supuesto, no aceptar la conversión, no abandonar la identidad, la fe, las costumbres y tradiciones. El cristianismo, y luego el Islam, tuvieron procesos de expansión muy veloces. Los judíos pasaron a ser una minoría, y las minorías sufren siempre. En ese aspecto, la minoría judía no es diferente a otras en cuanto a la discriminación y el padecimiento.
—Esto lo ubica en la Edad Media. En su libro señala que se pintaba a los judíos como monstruos que bebían sangre.
—De hecho, hay cosas todavía que vienen de esa época. La asociación que se hacía de los judíos con los crímenes rituales, con lo diabólico y con la sangre, todavía lo vemos. Hay ejemplos en el libro. Lo mismo que la asociación de los judíos con el dinero, la acusación de usureros, de tacaños, de miserables. Todo eso perdura hasta hoy y viene de aquellas épocas. En aquellos años, los judíos no podían tener tierras, sólo podían ejercer algunos oficios muy específicos. Y se veían restringidos en muchos casos a hacer operaciones monetarias y financieras. Para la Iglesia el dinero era algo pecaminoso, entonces recurrían a un judío como prestanombre. Total, el judío no tenía nada que perder, porque lo había perdido todo. Y eso caló en el inconsciente colectivo, sobre todo en Europa.
—Sin dudas, todas esas asociaciones fueron explotadas ya en el Siglo XX por Hitler, por ejemplo.
—No inventó nada, claro.
—Pero luego de la Segunda Guerra Mundial se conocieron los horrores del Holocausto, las atrocidades del nazismo. A pesar de todas las voces que contaron ese horror, ¿cree que a nivel mundial no hay un registro lo suficientemente íntimo y profundo de esas matanzas?
—Es lo que te decía recién: los judíos son una minoría muy pequeña, no llega hoy al 0.2% de la población mundial: es el 0.198%. Hay un ejercicio de la memoria, por supuesto. Pero cuando se pone en relación con la población mundial es apabullante. Quizás a la mayoría no le interese, como a cualquiera de nosotros no nos interesan un montón de situaciones que viven otras personas. Es cierto que las cosas se supieron porque hubo un montón de sobrevivientes. Pero también hubo, y hay, una corriente negacionista muy activa. Cada tanto parece que se saldó la discusión y aparecen nuevas expresiones, aparece Irán, que como estado oficialmente niega el Holocausto y es un actor fundamental del tablero geopolítico de la zona y de la política internacional. En Europa aparecen historiadores que argumentan en ese sentido.
—En un capítulo se hace referencia a la propuesta de una partición de Palestina en 1948: un sector para los árabes y otro para los judíos. ¿Por qué, en su opinión, los árabes no aceptaron los dos estados?
—Hubo gente moderada de los dos lados. Y hubo gente que quería todo. También judíos que decían “ahora venimos y es todo para nosotros”. Pero rápidamente quedaron en una posición minoritaria. La mayoría entendió que era la tierra originaria del pueblo judío, pero que en ese momento vivía otra gente y había que compartirla a como diera lugar. Sobre todo porque el destino, de donde venían, la Europa ilustrada, era que los mataran. Fueron pragmáticos. Pero los árabes tomaron en su mayoría una posición más radical. Entendieron que los judíos estaban allí de paso y no tenían por qué aceptarlos. Y, además, se produjo un choque cultural.
—Una imposibilidad de comunicarse…
—Claro. Los judíos que llegaron fueron europeos, educados allí, intelectuales. Son lo que van a lograr que toda esa zona se desarrolle y crezca. El hebreo y el árabe pueden sonar parecidos a nuestro oído, pero no. Son más similares el castellano y el italiano, por ejemplo. Además, la mayor parte de esos judíos hablaban idisch, un dialecto que surgió en Europa Oriental derivado del alemán. Y en esa zona, los árabes eran mayoritariamente tribus de agricultores nómadas. Se produjo la sensación de que los venían a invadir. Hubo dirigentes, por ejemplo de agrupaciones sindicales, que quisieron formar alianzas. Pero no prosperaron. Los que tomaron el comando, digamos, fueron los dirigentes más duros, que pensaron que iban a echar a los judíos, que no tendrían chances de quedarse. Y la verdad, cuando se ve el resultado favorable a Israel de la guerra del 48 y 49, fue casi milagroso. Era un Estado que empezaba a formarse con gente que llegaba desahuciada de Europa, que habían dejado todo y les habían matado a su familia. Eran sobrevivientes.
—En su trabajo responde a tres acusaciones que se hacen sobre Israel por estos días: genocidio, apartheid y limpieza étnica.
—La figura del genocidio fue la primera convención que dictó las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos. Un tipo penal que describe una conducta muy definida. Es el crimen de crímenes, matar a un pueblo entero con intención de hacerlo. ¿Tiene alternativa Israel cuando su enemigo lo ataca y luego se esconde en una escuela o en un hospital? “Es un genocidio”, dicen. Y no se discute nada más. Los matices que pueda haber en esa situación, espantosa desde el punto de vista humanitario, quedan bloqueados. Quieren hacer quedar como que Israel no es que se está defendiendo, sino que Israel sale a matar árabes palestinos como su principal objetivo. Lo que trato de hacer con este libro es ampliar el mapa reducido a Israel y a Gaza a Medio Oriente. Y entonces, lo que se ve es que Israel lucha por su supervivencia, porque está rodeado de enemigos que quieren que desaparezca. Es decir, los que quieren un genocidio son los enemigos de Israel. Hamás lo dice y lo declama. Hezbolá e incluso Irán proponen el mismo genocidio de los judíos que ellos.
—La acusación de apartheid, por su parte, provino nada menos que de Sudáfrica y ante el Tribunal de La Haya…
—Si, es parte de ese tridente de acusaciones que se completa con limpieza étnica. Los tres crímenes más graves que puede haber en el derecho internacional. No son idénticos, pero tienen similitudes. El apartheid consiste en una explotación económica por parte de una clase dominante con respecto a otra. Hay un montón de cosas del caso sudafricano, que es donde nace el término, que no tiene nada que ver con la realidad en Israel. Y aparte, los tres casos, genocidio, apartheid y limpieza étnica, son los crímenes que comprobadamente sufrieron los judíos. Con esa acusación se les quiere quitar hasta la condición de víctimas históricas de esos delitos. En Israel viven 2 millones de árabes que han tenido ascenso social y derechos. Los que adoptaron la nacionalidad ocupan cargos electivos, hay un juez de la Corte Suprema, el director de uno de los bancos más importantes, mientras que a un judío, en cualquiera de los países árabes vecinos lo matan en el acto.
—Hay un capítulo donde se refiere a los judíos que se apropian de esas acusaciones contra Israel. Imagino que no incluyó al discurso de Norman Briski en los Martín Fierro porque cerró antes el libro, pero le quiero preguntar qué sintió al oírlo…
—Es terrible. De las cosas más dolorosas, más incomprensibles. Pienso que en esos casos hay desconocimiento. Por eso, la intención del libro es que lo lean muchos judíos que opinan sin tener mucha información. Opinan así porque no es fácil bancarse esto. Y ante la duda dicen algo como ‘yo soy judío, pero soy de los buenos’. La mayoría de las víctimas de los kibutzim que fueron atacados el 7 de octubre era gente que militaba por la paz, que activaba por los derechos de los palestinos, que les daban trabajo, que los recibían en los kibutzim todos los días. Y no tuvieron la menor contemplación. Si estuvieran en Gaza no les dirían ‘ah, sos un judío bueno’. Lo mismo cuando veo manifestaciones de los movimientos de diversidad de género, que está muy bien, pero aparece una bandera palestina o incluso de Hamás y Hezbolá… Por solo el hecho de ser homosexual, ellos te matan y de una manera horrible, te torturan, te linchan. Es un punto que excede lo que puedo comprender.
—Al principio de la charla hablaba de las generalizaciones, y me parece que no hay uniformidad en ese sentido…
—No, lógico. No digo el colectivo en sí, pero cuando veo que uno levanta la bandera le diría ‘dale, levantá la bandera allá a ver cómo te tratan, si te dan las gracias’.
—¿Cómo ve el futuro?
—Dificilísimo. Primero tiene que terminar esta ronda de guerra, el enfrentamiento abierto entre Irán e Israel, que nunca había ocurrido, porque siempre era a través de terceros o de acciones solapadas. Israel tiene como objetivos eliminar a Hamás y reducir al mínimo la capacidad de Hezbolá, que son los enemigos con los que tiene fronteras. Ojalá que en algún momento termine esto. Que se pueda resolver. Que los rehenes puedan ser liberados.
—¿Y lo puede hacer Israel en soledad?
—No. Necesita de Estados Unidos. Y de las potencias de Europa. Quizá cuando se acabe esta ronda de guerra se pueda pensar en algún camino posible. Pero para eso tienen que desaparecer de la mesa Hamás y Hezbolá. No hay otra alternativa. Con esas agrupaciones que ya tienen la envergadura de un ejército y declaran abiertamente que lo que quieren es la eliminación de todos los judíos, Israel no puede negociar.
—Israel estableció varios acuerdos de paz con países árabes que incluso fueron muy importantes para su defensa en el ataque masivo de Irán. ¿Es un camino en el que se puede avanzar más?
—Seguro. Se estaba por incluir a Arabia Saudita en esos acuerdos, y el 7 de octubre voló todo por el aire. Eso ya tiene que ver con la incidencia de Irán en la región y sus aspiraciones de ser una potencia dominante en Medio Oriente. Hay países árabes del Golfo que buscan una alianza con Israel porque el enemigo común es Irán. Le tienen mucho más miedo a un Irán potencialmente nuclear que a Israel, porque se han dado cuenta que con Israel se puede firmar la paz como lo hizo Egipto o Jordania, y que ellos no tienen intereses contrapuestos con Israel. Por supuesto, quieren que se solucione la cuestión de los árabes palestinos. Pero lo primordial para ellos, hoy, es contener a Irán. De ningún modo quieren que se convierta en una potencia nuclear.
—La última: ¿ve antisemitismo en Argentina?
—No, para nada. Hay antisemitas, pero no es un país antisemita. Son hechos en general aislados y no de gran magnitud. Acá los judíos pueden andar libremente en las calles con sus vestimentas, sus signos tradicionales. Y es algo que no está pasando con esa tranquilidad en casi todo el resto del mundo, incluidos Europa y Estados Unidos. Lo de Ámsterdam sería impensable acá.