Akamasoa significa “buen amigo” en lengua malgache, la que hablan en la isla africana de Madagascar. Ese nombre representa al movimiento solidario fundado por el sacerdote argentino Pedro Opeka, que trabaja con el objetivo de sacar a las personas de la situación de pobreza en la que viven.
En Argentina, esta comunidad fue fundada por Gastón Vigo Gasparotti, un joven que desde muy chico se sintió interpelado por los males del mundo y, hundido en las lecturas en busca de respuestas decidió que debía hacer su parte para curar, al menos, las heridas que veía más cerca, las de su país. Así, una tarde de 2018, mientras hojeaba un diario encontró una entrevista que le habían realizado al Padre Opeka y en sus palabras encontró lo que estaba buscando: los pilares para comenzar el camino que ya se había trazado y que estaban en la educación y el trabajo.
Hace seis años inició su obra que hoy lo encuentra construyendo nuevas viviendas en un predio que supera las siete hectáreas, un colegio que contará con todos los niveles educativos y un centro de salud de 600 metros cuadrados para las personas que viven en Lima, una localidad ubicada en el partido de Zárate, a 90 minutos de la ciudad de Buenos Aires.
“Esta idea no es asistencial sino todo lo contrario. Es preservar la dignidad del individuo, invitarlo a educarse, invitarlo a trabajar e invitarlo a tener disciplina. De esa manera, hasta ahora, levantamos 14 viviendas, armamos dos invernaderos hidropónicos, más de 60 huertas familiares. Hicimos dos galpones de oficios, tres espacios de Educación Inicial, uno de Educación de Adultos. También pudimos armar 12 módulos de acogida para situaciones de emergencia que, aunque son personas que sueñan con tener su propia vivienda, viven en una realidad que requiere solución inmediata. También, creamos una cocina industrial, un comedor y estamos avanzando en la construcción del hospital y del colegio”, resume Vigo Gasparotti en diálogo con Infobae.
La historia
Gastón tiene 37 años. Nació en Santa Fe capital, es licenciado en Administración de Empresas, doctor en Economía y magíster en Economía Política. Escribió seis libros en los que refleja distintos análisis sobre la pobreza. Hasta los 25 años trabajó en una empresa y era parte del mundo corporativo.
Cuando habla de sí mismo, se define por los valores que marcan su vida: hacer al prójimo parte de su propia existencia, dándole entidad al no ignorar las realidades que viven.
De niño, estudió en el colegio jesuita de la Inmaculada Concepción, el mismo lugar donde Jorge Bergoglio fue maestro de literatura entre 1964 y 1965. Orgulloso de esa etapa, recuerda que esa escuela tenía un lema: “Ser hombres para los demás”, un precepto que hizo suyo. Fue con esa institución que inició su trabajo de misionero, y así se conectó definitivamente con otras situaciones sociales.
Gastón tenía 16 años cuando supo de la existencia del Padre Pedro Pablo Opeka. Hasta ese momento, conocer que en Argentina había niñas y niños con desnutrición no lo dejaba dormir. Pensaba en que alguien pudiera superar esa situación también podría tener problemas de diversa índole. “Si el chico se recupera, ¿A qué escuela iría?, ¿Iba a comer allí?, ¿Sus padres trabajaban?, ¿Cómo vivía su familia? En todo eso pensaba...”, revive los días previos a encontrar su camino.
“Recuerdo que estaba leyendo una nota en un diario. Y hubo una reflexión que me sacudió. Decía: ‘Lo peor que se le puede hacer a alguien que está en la pobreza es simplemente asistirlo y no exigir ninguna contraprestación’. O sea, que si queremos que la pobreza no se perpetúe, lo que hay que hacer es invitar a ese ser humano a que no sea sujeto de acciones paternalistas, asistencialistas, sino artífice de su propio destino. Esa reflexión me llevó a ver documentales sobre la vida de Pedro, a leer sus libros. Y, por esa magia de las redes sociales, le escribí a su hermana Lucía y le dije que si su hermano volvía a la Argentina me encantaría conocerlo”, repasa el momento que lo marcó definitivamente.
El 3 de julio del 2018, el Padre Opeka, que vive en África desde hace 50 años, llegó al país. “En una de las tantas conferencias que dio, le escuché decir una frase, que a mí me conmovió: ‘¡Si vas a ayudar, ayudá hasta el final!’”. Esa frase fue la respuesta final a todas las preguntas que se había hecho.
Supo del trabajo realizado en Akamasoa, la ciudad de Madagascar famosa en el mundo por haber sido creada de cero por el Padre Opeka, cuando prometió a los habitantes más necesitados de ese país africano que les daría una vida digna. Así, el cura argentino inició la construcción de las casas para las familias que vivían en los basureros y que ellos mismos levantaron con sus propias manos. Poco a poco y con la ayuda de jóvenes voluntarios construyó las viviendas para los más de 20.000 habitantes del lugar.
La experiencia junto al Padre Opeka
Se acercó al sacerdote, con ayuda de la hermana, y le dijo que él quería traer su obra a la Argentina. Viajó a Madagascar para vivenciarlo, experimentarlo y saber de qué se trata Akamasoa, reconocida por ser una ciudad “en constante movimiento, con sus circunstancias adversas, pero con una maravillosa interpretación de la complejidad humana”, describe Vigo Gasparotti.
Sobre sus días allí, durante 2018, sostiene que se trabaja “peldaño a peldaño, ladrillo a ladrillo”. “Su acción humanitaria está basada en hechos concretos en el quinto territorio más empobrecido del planeta. Es la resurrección de un pueblo que estaba muerto”, dice sobre la ciudad que nació arriba de los restos de un basural y que, cual ave fénix, se levantó hasta convertirse en lo que es hoy.
“Emergió con los excluidos y los abandonados. No se edificó para ellos sino con ellos”, asevera Vigo Gasparotti sobre el inicio de esa obra en la nación insular ubicada frente a la costa sureste de África, a la que Gastón describe como “un infierno de hambre”. Pero también testigo del cambio: “Comprobé la trascendencia que implica que hayan sido capaces de sacar a medio millón de personas de la miseria más brutal”.
Akamasoa quiere decir ‘los buenos amigos’. Quiere decir servir al hermano, a la hermana, servir al pueblo, servir a los niños, a los jóvenes, a los ancianos. No olvidar a nadie. Eso es servir. Es un estado de espíritu. Por eso, Akamasoa puede realizarse en cualquier país del mundo, porque nadie se encierra y nadie es insensible al amor, al respeto, a la verdad, a la compasión, al compartir”. Padre Pedro Pablo Opeka
Akamasoa Argentina
“Somos un movimiento de solidaridad que trabaja sin descanso para replicar la obra del padre Pedro Opeka, aquella que rescató a 500 mil personas de la pobreza”, cuenta la descripción de esa obra en su página web.
El trabajo fue iniciado en Argentina en enero de 2019. En principio adquirieron 7,2 hectáreas de terreno. Y allí, como explicó Vigo Gasparotti, construyeron 14 viviendas, 11 módulos habitacionales de acogida para situaciones de emergencia, dos invernaderos hidropónicos, una cocina industrial, un galpón de oficios, tres espacios de educación inicial, dos espacios de educación de adultos, una cabaña, un sector deportivo, un baño comunitario y un domo geodésico. Actualmente, llevan adelante la construcción de más casas, un colegio con los cuatro niveles y un centro de salud de 600 metros cuadrados.
Todo eso forma parte de la obra que levantó junto a los miles de voluntarios que llegan cada año para trabajar con a la par de las familias de Lima. El día comienza a las 8.30 con el desayuno de niñas y niños. Luego es el turno de los los adultos y finalmente a las 9.30 comienzan las tareas. “Los niños van a jornada extendida al jardín municipal y luego vienen al nuestro. Cada tantas semanas tienen controles oftalmológicos, odontológicos, y las mujeres se realizan revisiones ginecológicas. A todos los adultos se les hacen estudios cardiológicos y se resuelven todos sus problemas de salud”, explica.
“¿Por qué esta primera comunidad está en Lima? Porque de las 5.000 villas que tiene la Argentina, yo ya conocía 350 y en 17 había tenido un trabajo más permanente. Empecé a imaginar qué condicionamientos podía tener a favor para hacer una obra como la de Pedro, que son 22 comunidades que terminan conformando esa ciudad de 60.000 personas. Entonces entendí que Lima explica muy bien la tragedia argentina: es un lugar con centrales nucleares que no tiene un hospital; un sitio de 35.000 personas que tiene siete villas; que tiene dos de los polos industriales más grandes del país. Entonces, por qué no hacer un polo de solidaridad, si vamos a capacitar y a formar gente para insertarse. Además tenemos la posibilidad de convocar gente de San Pedro, Rosario, Santa Fe, Buenos Aires, y de donde fuera”, detalla.
Convencido de que lo que está haciendo es lo mejor que puede hacer, cuenta cómo es la modalidad de trabajo. “Esto puede ser mejor en tanto la persona que está en situación de pobreza lo acepte. Nosotros no imponemos nada sino que los invitamos a rebelarse porque a la realidad no se la modifica con los brazos cruzados ni viviendo de la dádiva. Esto no disminuye el sufrimiento humano sino que hace entender que hay situaciones límites que claro que lo requieren, pero creo que en la vida si uno ve a alguien que sufre y ve que esa persona tiene edad y salud para estudiar o trabajar, lo correcto es ofrecerle lo que se le ofrecería a un hijo, a una pareja, a un familiar”, asevera.
Este, asume que es el camino definitivo que tomó su vida y que ya no hay marcha atrás. “Lo hago con mucha satisfacción. Cuando vienen las decepciones, recuerdo una frase de Pedro y me ayuda a seguir la vida: ‘Hay que perdonar, olvidar y continuar’”.
Junto a su pareja, Candelaria, también involucrada en la comunidad, Gastón planea regresar a Madagascar el 25 de diciembre para recibir allí el Año Nuevo y reencontrarse con Pedro.
Si bien, cada tres semanas se comunica con el sacerdote para contarle cómo avanzan la obras en Lima, el deseo del encuentro y del abrazo es grande. “Generalmente lo llamo los domingos, día en que está un poco más tranquilo, cerca de las 5 de la tarde de allá. Para esa hora, él ya ofició misas. Hablamos y siempre recibo un consejo, una palabra de aliento, una reflexión...”, dice y hace una pausa, suspira y emocionado sigue: “Tengo la suerte de contar con su amistad”.
“Cuando estás a su lado, te das cuenta de que estás con un hombre que bailó con la humanidad; que no subestimó la vida de nadie y que tampoco se quedó con la idea, yo creo errónea, de que los pobres estarán bien cuando estén en otro plano, y que ahora no hay que hacer nada por ellos. Él dijo todo lo contrario: si Dios existe, hay que hacer algo y si no existiera también”, comparte las ideas de Opeka.
Volviendo la vista atrás, Gastón recuerda su dura infancia. Sin pretender ahondar mucho en los detalles, dice: “No a nivel familiar ni en mi casa, pero tuve una infancia muy difícil. Situaciones duras que callé por casi 30 años. Eso naturalmente te moldea el alma y también da una resiliencia para entender que otros vivieron cosas parecidas, que ninguna herida tiene que ser una cicatriz definitiva y que lo que te pasó no tiene que predestinarte a nada. Cuando uno va dejando ese silencio atrás, cuando les cuenta a sus padres, a sus hermanos, a su pareja lo que vivió, la vida presente toma otro matiz”, asegura con valentía.
Conmovido, continúa: “No agradezco lo que pasó, pero sí me doy cuenta de que me dio una sensibilidad especial para entender el dolor del otro y abrazar ese dolor para ayudar a sanar. Quizás, la mayor venganza que uno puede tener cuando alguien te hizo daño, es tratar de ser feliz y tratar de tener una vida en la que te sientas íntegro”.
Mirando a los ojos a ese niño, acurrucado sobre sus rodillas, hoy le dice: “Estoy orgulloso de ese niño porque no se quebró, porque tuvo la entereza para creer en él... Quiero decirle que nadie pudo sacarle lo más profundo que tenía: su sensibilidad. Y le aviso que va a trabajar duro y que dejará la camiseta bien traspirada”.