Al retén de la policía bonaerense, que realizaba controles rutinarios en el cruce de Avenida San Martín y Donato Alvarez en la localidad quilmeña de San Francisco Solano, le llamaron la atención dos autos y un Rastrojero que parecían ir en caravana. Eran las siete de la tarde del martes 19 de noviembre de 1974, y los policías decidieron ir tras ellos cuando notaron que los vehículos aceleraron la marcha.
Lograron dar alcance a la camioneta, que llevaba un armario metálico. El conductor, Sergio Dicovsky se bajó y con una Magnum 357 hizo tres disparos al armario, luego tiró el arma al suelo y levantó las manos.
Al abrirlo, los policías se encontraron con el cuerpo sin vida de un hombre, que estaba en estado deplorable. Pericias posteriores determinaron que el teniente coronel Jorge Roberto Ibarzábal pesaba 35 kilos y reflejaba las durísimas condiciones por haber estado durante 304 días en las famosas cárceles del pueblo donde el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) encerraba a sus víctimas para luego pedir rescate.
Cuando Héctor J. Cámpora asumió la presidencia y liberó las cárceles, el teniente coronel Jorge Roberto Ibarzábal, quien seguía las alternativas mirando la televisión, tuvo el peor presentimiento. “Nos van a matar a todos”, le dijo a su esposa Nélida y a sus hijos Silvia, María José y Roberto. Nacido en Pehuajó el 28 de marzo de 1928, había egresado del Colegio Militar como subteniente de artillería y había hecho el curso en la Escuela Superior de Guerra donde se graduó de oficial de Estado Mayor.
Estuvo bastante tiempo en la Escuela de Artillería de Córdoba, donde conoció a Nélida, quien con 22 años se convertiría en su esposa y allí formarían una familia.
El 15 de diciembre de 1973 había asumido como jefe del Grupo de Artillería Blindado 1, que funcionaba dentro del Regimiento de Caballería de Tiradores Blindados 10, en Azul, provincia de Buenos Aires. Por su dimensión y poder de fuego, era la unidad militar más importante con la que contaba el Ejército.
Por eso a los pocos días de asumir, planeó hacer un viaje a Buenos Aires para entrevistarse con el teniente general Leandro Anaya, el jefe del Ejército. Le pediría más recursos para defender la unidad en caso de un ataque terrorista. No llegó a viajar porque la calurosa noche del 19 de enero de 1974 el ERP copó la unidad.
El ataque
Cuando comenzaron los disparos, Ibarzábal le dijo a su esposa y a sus hijas Silvia y María José que se tirasen al piso, mientras cerraba las ventanas y bajaba las persianas del departamento que ocupaban, calle de por medio, frente a la guardia del cuartel. Luego, fue a buscar a Robertito, de 10 años, su hijo menor, que dormía en la cama matrimonial.
Afuera se escuchaba un verdadero infierno. Aún Ibarzábal ignoraba que ocurría, las líneas telefónicas estaban cortadas y decidió cruzar al cuartel. Discutió con su esposa quien no quería que se arriesgase. “Tengo que cruzar. Soy el jefe”, y salió.
En dos meses Ibarzábal, que venía de un puesto en el Comando en Jefe del Ejército, cumpliría 46 años. Fanático de Racing, jugaba al fútbol los fines de semana, le gustaba el jazz, tocaba el piano de oído y su hobby era cocinar. Era muy familiero y amigo de los amigos de sus hijos. Cuando hizo el curso en la Escuela Superior de Guerra había sido elegido como el mejor compañero.
Esa noche era la primera vez que la guerrilla urbana operaba con mucha gente y lejos de la ciudad de Buenos Aires. Unos 80 hombres de la Compañía Héroes de Trelew del ERP llegaron al cuartel por la calle Remedios de Escalada en tres camiones, dos Mercedes Benz 1114 y un camión Dodge, pintados como los usados por el Ejército. Al soldado de guardia del puesto 3, Daniel Osvaldo González, le resultó sospechoso, y cuando les negó la entrada, lo mataron, algunos dicen que a tiros y otros que fue degollado. González vivía con su mamá y hermanos en Villa Tesei, era mecánico y le faltaba un mes para irse de baja del servicio militar.
Los delincuentes usaron como base de operaciones la casa quinta que había pertenecido al entonces fallecido doctor Miguel Angel Inza, ubicada a unos doscientos metros de los fondos del cuartel. Maniataron a su casero, Manuel Rodríguez y allí se vistieron con ropas de combate.
La resistencia estuvo encabezada por un puñado de efectivos desde el casino y desde un puesto de guardia, cercano al tanque de agua, y además usaron un vehículo blindado.
En el cuartel había pocos soldados: muchos estaban de licencia y era la época de cambio del personal de cuadros. Por cómo se movían los terroristas, era evidente que contaban con información provista por alguien que conocía la unidad.
Dos grupos buscaban apropiarse de unas seis toneladas de armamento que debían cargar en camiones, pero éstos terminarían inutilizados por el fuego.
Ibarzábal había ido a buscar al coronel Camilo Arturo Gay, jefe de la unidad -a quien buscaban para secuestrarlo- que vivía en un chalet dentro del cuartel, a pocos metros de acceso al parque de Azul. Gay, un mendocino de 47 años, se había acostado temprano, y lo encontró poniéndose el uniforme. Dejó a su esposa Hilda Irma Cazaux, una pampeana perteneciente a una tradicional familia de Santa Rosa, a sus dos hijos y a un amigo de uno de ellos, y junto a dos suboficiales salieron. Gay fue abatido a tiros e Ibarzábal fue tomado prisionero y llevado a la casa de Gay, donde obligaron a la esposa y a los hijos a entregarse. Ellos y los suboficiales y soldados heridos fueron llevados a la herrería.
Los guerrilleros intentaron una negociación. Se entregarían, pero exigían que estuvieran presentes periodistas, jueces, diputados y senadores. Accedieron a liberar a los heridos y quedaron con la familia de Gay y con Ibarzábal.
El mayor Larocca recibió la orden del jefe del Ejército de atacar: uno de los terroristas fue abatido pero otro, antes de caer, le disparó a sangre fría a la esposa de Gay, delante de sus hijos Carlos y Patricia y de Enrique, un amigo de los hijos, que pasaba las vacaciones con ellos. Al momento de recibir los impactos, la mujer acariciaba la cabeza de su hija, apoyada en su regazo. Quedaron gravemente heridos el teniente primero Alejandro Carullo y el cabo Manuel Caballero.
El fuego intenso se calmó cuando lograron sacar de la unidad un par de tanques y entonces los terroristas se retiraron y cargaron a sus muertos y heridos en uno de los camiones en los que habían llegado.
A la mañana, la esposa de Ibarzábal les dijo a sus hijos que iría al hospital a donar sangre para la señora de Gay, gravemente herida. Les llamó la atención que, antes de salir, les dio un tranquilizante a cada uno, cosa que nunca había hecho. Cuando volvió, les dijo a sus hijos que la mujer había fallecido y que su papá había sido secuestrado.
“Asaltantes terroristas”
El domingo 20 a las nueve y diez de la noche el presidente Juan Perón, vestido con su uniforme militar, habló por cadena nacional. Se refirió al ERP como una “una partida de asaltantes terroristas” y el 22 envió una carta a la guarnición del cuartel, felicitándolos por “su heroico y leal comportamiento”, advirtiéndoles que la lucha era larga y la estrategia era sin tiempo. Esa misma noche renunció el gobernador bonaerense Oscar Bidegain, un hombre de la izquierda peronista allegado a Montoneros. Al momento del ataque Bidegain, que era de Azul, estaba en su casa de vacaciones.
Todos los partidos políticos se pronunciaron contra el ataque. Para Mario Santucho, jefe del PRT-ERP, había sido una derrota militar -a Gorriarán le quitaron el mando por haber abandonado a sus hombres en la retirada- pero un éxito político, porque la operación había servido para desenmascarar a Perón, entendiendo que éste se ponía en la vereda de enfrente de la lucha popular.
Una larga espera
Los Ibarzábal se mudaron a Buenos Aires y la esposa se mostró lo más entera que pudo. La forma en que la familia se comunicaba con el militar era a través de pequeños avisos en los diarios. “Solicitada. Al Tcnl. Ibarzábal. Quiero que sepas que tu familia se encuentra bien de salud. Nelly”.
El 16 de febrero el ERP dio a conocer un comunicado en el que advertían que si no aparecían Jorge Antelo y Reinaldo Roldán, dos de los atacantes, el militar sería ejecutado. Al día siguiente el comandante en jefe del Ejército comunicó que daba cuenta de la detención de Santiago Carrara, herido y de Guillermo Altera, muerto, ambos hallados dentro del cuartel, y que fuera del perímetro de la unidad militar actuaba la Policía Federal. Los captores suspendieron la ejecución.
Ante la intransigencia del Ejército a negociar, los terroristas se pusieron en contacto con la familia a través de Natalio Landro, el padrino del hijo de Ibarzábal, dueño de una inmobiliaria en Flores. En la causa judicial en la que se investigó el asesinato se conservan seis o siete cartas que Ibarzábal escribió desde su cautiverio y que eran llevadas por chicas muy jóvenes, que decían ir de parte del “vasco”, que era como todos llamaban al militar. En ellas, el militar les decía que estaba bien, y que los terroristas querían canjearlo por sus compañeros detenidos en el ataque al Comando de Sanidad de Ejército, ocurrido el 6 de septiembre de 1973 y en el que habían matado al teniente coronel Raúl Juan Duarte Ardoy.
En una de aquellas cartas escribió: “Espero y deseo que sobrelleven todo esto con fortaleza y con fe. Y mientras tanto los guardo en mi corazón con un cariño que no puede dimensionarse”.
En otra se refería a su esposa como “mi pequeña gran mujer”, a la que había conocido en Río Cuarto y que en junio habían cumplido veinte años de casados. La instaba a no encerrarse y a distraerse. Pidió que a través de sus compañeros de promoción se ejerciese presión para lograr ser canjeado. “Este es el gran esfuerzo que les pido a mis compañeros de promoción (la más numerosa del Ejército); es una forma de quebrar la intransigencia que presenta nuestros altos mandos”. Pedía a sus hijos estudiasen; “la fortaleza y la conducta de mis hijos constituye mi gran orgullo”.
Por Enrique Mendelsohn, un industrial que había estado secuestrado por el ERP, y que compartió celda con él, la familia se enteró de que los terroristas le habían propuesto al militar pasarse a sus filas para recuperar la libertad. Mendelsohn contó que los captores solían discutir sobre política, tratando de convencerlo.
A espaldas del Ejército hubo un contacto con ellos. El ERP propuso a Landro un encuentro cara a cara, y durante una hora conversó con dos guerrilleros, sin llegar a ningún resultado.
El comisario Alberto Villar, jefe de la Policía Federal, se reunió en Córdoba en forma reservada con la esposa de Ibarzábal. Allí el policía le confió que su plan era el de negociar con el ERP para lograr la liberación. Pero el 1 de noviembre de 1974 murió junto a su esposa por una bomba colocada por Montoneros que explotó en la lancha en la que paseaban por el Tigre.
Era la madrugada del 19 de noviembre cuando dos matrimonios muy amigos de los Ibarzábal fueron a la casa con la novedad de que había aparecido un cuerpo en San Francisco Solano, en el partido de Quilmes, pero que había que esperar. A las siete sonó el teléfono con la peor confirmación. Les tomó tiempo darse cuenta que cuando fueron esa madrugada, ya se sabía que el cuerpo era el del militar.
La esposa cayó en una especie de shock. Le pidió a su hija Silvia que avisase a la familia y amigos, sin tener en cuenta que la noticia ya estaba en la primera plana de los diarios y que las radios no hablaban de otra cosa. Hasta fue al colegio Guido Spano a avisar que no iría a clases, y en la puerta se encontró con los directivos y alumnos, conmocionados por la noticia.
Habían pasado 304 días. Ibarzábal estaba irreconocible, tenía las huellas de un profundo deterioro. En sus bolsillos guardaba un poema para su esposa y para cada uno de sus hijos, y además había dibujado a Cristo. El dedicado a su hijo Roberto, decía:
Mi querido hijo Robertito
Roberto es el nombre que tu madre / Eligió par ti hijo querido. / Roberto es el nombre de tu padre / Que se fue cuando tu estabas dormido..
Ora pienso yo en mi suerte, / Ora pienso en tu destino / Yo ya estoy más cerca de la muerte / Pero tú recién inicias el camino.
Bueno es entonces que comprendas / Que tu niñez tal vez ha terminado / Y a raíz de esta circunstancia tan tremenda / El camino del hombre has iniciado.
Esto duele y provoca mi martirio / Hiere el alma como el rayo a la tormenta / Que por causas que quizás tu no comprendas / Has dejado tan pronto de ser niño.
Ruego entonces que tus pasos se encaminen / Por la senda del honor y la decencia / Y le pido a Dios que te ilumine / Para que puedas resolver sin mi presencia.
Todo tiene su final en este mundo / Incluída la injusticia, la opresión y el desatino / Lo importante es tener Fé en lo mas profundo / En que habrá de cambiar nuestro destino.
Intenta hijo querido conducirte / Como el hombre que yo quise que fu
eras / Y no olvides que tu madre necesita / Que la ayudes, la acompañes y la quieras.
Tienes toda la vida por delante / Sed decente, sed honrado y sed humano / Y recuerda que jamás podrás saber / Las cartas que Dios tiene en sus manos.
Oro a diario para volver a verte, / Pido a Dios la dicha de abrazarte, / No resisto el dolor de este castigo / Que me priva de ti por no tenerte
Papi
El velatorio fue en el Regimiento de Patricios y fue mucha la gente que se acercó.Hasta de Córdoba debieron fletarse tres aviones. Del gobierno la única autoridad que asistió fue Adolfo Savino, ministro de Defensa, quien lloraba a la par de la viuda. Ella estaba convencida de que la culpa de todo era del general Alejandro Lanusse y razonaba que, al desafiar a Perón a que no le daba el cuero para volver al país, y que con su regreso había contribuido a alentar a las organizaciones terroristas y que todo eso pudo haberse evitado. Por eso le prohibió concurrir al velorio y las coronas que llegaban del gobierno encabezado por Isabel Perón las devolvía o las hacía tirar en la calle.
En ese momento, según su hija Silvia, su mamá se derrumbó, y ahí la familia tomó conciencia de que con el secuestro de su papá, también se habían llevado a su mamá, y que habían robado para siempre la niñez y la juventud de esos hijos que crecieron con dolor. Hasta que falleció, octogenaria, demostró que sus heridas siempre estuvieron abiertas.
Hubo dos causas judiciales, una sobre el ataque y otra por el asesinato, que ya prescribieron.
Su hija Silvia pudo leer solo una vez el poema que su papá le dedicó. Ella concurre todos los años a la ceremonia que se realiza en el regimiento, que la sobrelleva bien, pero que las emociones le pasan factura y luego duerme dos días seguidos.
“Los que perdimos a familiares en manos del terrorismo pensamos todos los días en esto y tenemos grabadas todas las imágenes. Pasamos a ser personas diferentes para toda la vida, y somos mirados a veces con compasión, con admiración y a veces nos hacen responsable del pasado”, explica Silvia Ibarzábal.
Este martes, a las 19, en la Iglesia Nuestra Señora de Luján, en avenida Cabildo 425, el obispo castrense Santiago Olivera oficiará una misa en la memoria de Ibarzábal, ascendido a coronel post mortem.
A Silvia, le parece mentira que haya pasado cincuenta años, que ella misma se sorprende que equivale a medio siglo, y que cuando la fecha se acerca y se acumulan los llamados, la lágrima brota natural y ahí se da cuenta de que el tiempo falló y no pudo curar un dolor que comenzó tirada en el piso una calurosa noche de enero de 1974.