En la época de virreinato vigente, el terreno comprendido entre las actuales calles Belgrano, Lima, Moreno y Bernardo de Irigoyen era, como toda la zona circundante, tierra de quintas. Allí, el 14 de octubre de 1791 se inauguró la primera plaza de toros de Buenos Aires. Hasta entonces las corridas se hacían en la actual Plaza de Mayo. El virrey Nicolás Antonio de Arredondo dispuso que parte de la recaudación de los espectáculos fuera para obras de empedrado.
Como palco para las autoridades se usaban los balcones de la casa de la familia Azcuénaga, que vivían enfrente. A la altura de la calle Venezuela, unos años después, Hipólito Vieytes instalaría su famosa fábrica de jabones y velas, tal vez para que sirviera de pantalla para las actividades conspirativas de los criollos.
Con los toros, el barrio cambió para peor. Aparecieron los corrales para animales, las pulperías, las “casas de mala fama”, las apuestas, las peleas, el pánico cuando algún animal corría sin control por las calles. Un ambiente en el que no era recomendable caminar cuando oscurecía.
Tras algo más de un centenar de corridas, fue el virrey Avilés que terminó cediendo a la presión de los vecinos, cansados de los delitos, la suciedad y de los animales muertos que nadie recogía, y ordenó la demolición, que se hizo desde octubre de 1799 a julio de 1800.
Perduró la calle Aroma, conocida popularmente como Del Pecado, porque era sitio habitado por prostitutas, cuyo trazado podría corresponder con la entrada sur del edificio actual del ex Ministerio de Desarrollo Social. De la vereda de enfrente estaba la Plaza del Buen Orden, llamada después Moreno y posteriormente Belgrano.
A comienzos del siglo veinte, los terrenos se expropiaron para la construcción de un edificio donde funcionaría el Instituto de Profesorado Secundario junto a un colegio, luego se cambió el proyecto para una Casa de Ejercicios Físicos, que también tuvo trabas en el Congreso.
Una ciudad de gobierno
Ocurría que todos esos proyectos chocaban contra uno más integral y abarcativo, que era el diseño de una gran avenida parquizada que comunicase el norte con el sur de la ciudad.
En enero de 1912 se aprobó la ley 8855 que disponía su construcción y se autorizaría un empréstito para las expropiaciones de la Diagonal Sud y las aperturas de las avenidas Santa Fe y Corrientes.
La aparición del ingeniero Carlos María della Paolera fue clave en la cuestión. Concebía a la futura traza como “el verdadero desahogo del centro de Buenos Aires” y defendía la idea de que fuera una avenida-parque, tal como se relata en el libro “Carlos María Della Paolera y el urbanismo científico en la Argentina”, Cedodal, 2021.
Lo que ocurría era que varios proyectos colisionaban entre sí al pugnar por los mismos espacios. Desde 1933 el Ministerio de Obras Públicas tenía en carpeta el proyecto de “Ciudad de Gobierno”, localizando los edificios estatales sobre la futura avenida, algo así como un Centro Cívico, plan que della Paolera rechazaba, ya que abogaba por una descentralización.
Entre 1931 y 1935 había en carpeta diversos proyectos de crear Centros Cívicos Gubernamentales y Municipales a lo largo de la avenida Nueve de Julio, donde se agolparían desde Avenida de Mayo hacia Plaza Constitución todos los edificios públicos. Los que defendían esta medida argumentaban que lo hacían para racionalizar los recursos y hacer más eficaz el funcionamiento del Estado.
De esta manera, la avenida contaría con la Casa de Gobierno, los ministerios, la Caja de Conversión, la Casa de Moneda, la Oficina de Contribución Territorial, Impuesto a los Réditos, Biblioteca y el Palacio Municipal.
Nace el edificio
Había que empezar con alguno y fue con el de Obras Públicas, cartera creada por el presidente Julio A. Roca en su segunda presidencia. El mendocino Emilio Civit fue el primer ministro.
Al proyecto original del edificio, transformado en la ley 11714, se le sumaría otro tiempo después que consistía en levantar uno mellizo sobre Bernardo de Irigoyen que albergaría a los ministerios de Guerra y Marina.
La piedra fundamental del edificio se colocó en 1933 en el medio de la traza que los urbanistas proyectaban para la Nueve de Julio, como una intención de imponer la idea de armar la famosa ciudad gubernamental.
Esta construcción hay que enmarcarla en un vasto plan de obra pública desarrollado durante la presidencia de Agustín P. Justo. El mandatario, como ingeniero, conocía del tema y designó a profesionales en áreas claves de la gestión.
El diseño fue del arquitecto Belgrano Alberto Blanco (llevaba el nombre Belgrano porque el padre era fanático del creador de la bandera), los directores de la obra fueron el ingeniero Marcelo Martínez de Hoz, con la supervisión del arquitecto José Hortal, Director de Arquitectura del ministerio, de trato diario con el presidente.
Hasta entonces, las reparticiones del ministerio funcionaban en seis edificios alquilados y cuatro fiscales. Las obras, calculadas en unos 4 millones de pesos, fueron desarrolladas por la empresa del ingeniero José Scarpinelli, que llevaría adelante diversos proyectos en la ciudad y en el conurbano.
Comenzaron el 15 de noviembre de 1934. Se levantaría un edificio de 93 metros, con dos subsuelos, una planta baja y 22 pisos, con terraza. Se inauguró en septiembre de 1936, tal como puede verse en una placa de mármol colocada en el hall del segundo piso. La Nueve de Julio debió aprender a convivir con ese rascacielos que nada tenía que ver con los proyectos urbanísticos pensados para la traza.
Los medios de ese momento escribieron sobre la construcción: dijeron que poseía “una grandeza bien lograda”, comparada con “los mezquinos edificios alquilados”, y elogiaban sus ascensores. Sin embargo, los arquitectos urbanistas sostenían que, por sus dimensiones y ubicación, rompían con la armonía y la racionalidad con la que crecía el centro porteño.
El saber popular identifica a dos estatuas colocadas en sus vértices del lado este a la altura del primer piso, como “el monumento a la coima”, ya que aparece una figura con la palma de su mano abierta en su espalda como recibiendo dinero malhabido. Dicen que es la manera que el constructor encontró para protestar por todas los retornos que le pedían.
El cabildo abierto peronista
El edificio sería parte de la escenografía de un hecho clave en la historia del peronismo, como fue el renunciamiento de Eva Perón a su candidatura a la vicepresidencia para las elecciones del 11 de noviembre de 1951.
Fogoneado por José Espejo, secretario general de la CGT, quien imaginó una gran concentración popular para reclamar la candidatura, el acto -al que se oponía Perón- fue el 22 de agosto de ese año. Evita estaba muy enferma y los altos jefes militares le habían hecho saber al Presidente que no tolerarían una candidatura de su esposa.
Sobre la avenida, pegado al edificio, y sobre la mano que va hacia Plaza Constitución mirando hacia el Obelisco, se levantó un imponente escenario con las gigantografías de Perón y Evita, con la leyenda: “La fórmula de la Patria”. Esa noche hubo gente hasta la avenida Corrientes.
Televisión y bombardeos
Cuando el 17 de octubre de 1951 comenzó la televisión en el país con Canal 7, se instaló la antena en la terraza del edificio. Fue armada en 45 días, tenía un alcance de cinco kilómetros y la primera transmisión fue el acto del día de la lealtad de ese año.
Cuando fueron los bombardeos a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, el edificio también fue atacado en una segunda ola que incluyó a la CGT y al Departamento Central de Policía.
Fueron dos aviones de la Marina de guerra que ametrallaron el frente que da a la calle Moreno, impactando proyectiles en los pisos 2, 18 y 19. Solo hubo principios de incendios que fueron rápidamente sofocados.
Anuncian su demolición
En 1991, por la reforma del Estado, en que Obras Públicas pasó a ser una secretaría de Hacienda, el edificio fue transferido al ministerio de Salud. También se mudaría luego el ministerio de Desarrollo Social.
En diciembre de 1995 el intendente porteño Jorge Domínguez sorprendió al dar a conocer una decisión del presidente Carlos Menem de demolerlo en marzo del año siguiente para darle más espacio a la Nueve de Julio. Era un mandatario peronista que quería borrar con el escenario del famoso renunciamiento.
En 2010, el gobierno kirchnerista declaró a Eva Perón “mujer del bicentenario” y el año siguiente se colocaron dos murales de acero con su rostro en las caras norte y sur, realizados por el artista Alejandro Marmo.
En septiembre pasado, el edificio cumplió 88 años de vida, y vio pasar junto a él a la historia del país. Sabe que posiblemente estén por ponerle fecha de defunción, pero él, mientras tanto, que las pasó todas, se sigue haciendo notar en la avenida más argentina del país.