El gordo, como lo llamaban cariñosamente a Sebastián Passarella su amada familia y amigos queridos, volvía de jugar al fútbol, su gran pasión, junto a su amigo Vicente Cartisi aquella trágica mañana del 17 de noviembre de 1995. Cynthia, su novia, tenía todo preparado para seguir viaje camino a Chacabuco, la tierra de su padre, “El gran Capitán”.
Pero la tragedia se cruzó en su camino a los 18 años. Sus padres le habían regalado la Suzuki Vitara que manejaba esa mañana de viernes como reconocimiento porque había terminado con muy buen promedio la escuela secundaria.
Pero a las 10 de la mañana y en medio de un día de tránsito bastante convulsionado cruzó con la barrera baja el paso a nivel de avenida Centenario y Brasil, en Béccar, llamado Las cuatro barreras y fue embestido por un tren del ferrocarril Mitre.
Su amigo salvó su vida de milagro, ya que terminó eyectado de la camioneta, y pese a sufrir numerosas contusiones no enfrentó consecuencias graves. Sebastián solo pudo sobrevivir unos instantes a semejante impacto.
La investigación en la que colaboraron en gran forma bomberos y policías que llegaron al instante manejó varias opciones. Por un lado según testigos, él no pudo observar las advertencias de los guardabarreras que señalaban banderas en mano la llegada del convoy camino a la estación.
Otros brindaron más detalles precisos aún, sosteniendo que podría haberse desorientado con las luces cercanas del semáforo que muchos confundían con las entrecruzadas de las señales del ferrocarril. Y algunos aseguraron que Sebastián era consciente de que venía el tren y pese a todo intentó pasar del otro lado.
La máquina del ferrocarril impactó del lado del conductor a la Suzuki Vitara Sidekick y además la arrastró varios metros hasta dar con un zanjón. Daniel Passarella, su padre, entonces director técnico de la selección nacional, no pudo llegar al lugar del hecho pese a que la familia vivía en San Isidro, cerca de allí. Fue directo a la morgue del hospital local. Quebrado por el dolor, tanto él, como Graciela, su esposa, y Lucas su hijo menor, soportaron la situación en un profundo silencio, refugiándose en el amor de la familia, amigos y compañeros fieles.
Cuando despidieron a Sebastián en el cementerio Jardín de Paz de Pilar, una multitud siguió al cortejo, entre ellos su ayudante de campo de la selección y amigo personal, Alejandro Sabella, dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino y el presidente de River, Alfredo Davicce. La ceremonia del adiós fue muy íntima, pero el público acompañó en respetuoso silencio y varios integrantes de la hinchada de Boca también se acercaron a presentarle sus respetos.
Passarella recién logró hacer públicos sus sentimientos el 1° de diciembre de 1996 al cumplirse el primer aniversario de la muerte, cuando bastante repuesto dialogó así con el programa “el pelotazo”: “Hoy hace un año y catorce días que mi hijo dejó de existir. Yo sé que nunca más voy a ser feliz. Puedo llegar a estar bien, pero feliz nunca más. Él me va a ayudar desde arriba y yo quiero clasificarme (al Mundial de Francia 98) para dedicársela a él, porque se había acostumbrado a decirme ‘a mí no me interesan los partiditos, ¿eh? Yo quiero las cosas grandes. Me lo decía siempre, clasificate para el Mundial y después vamos allá, y no puedo repetir al aire lo que decía (sonríe). ‘Hacé pata ancha ahí’. Entonces quiero clasificarme por él. Nosotros pensamos con mi señora que esta era una florcita muy linda que Dios la quiere tener allá en el jardín de él”.
La charla continuó muy emotiva y con un Passarella por más reflexivo y cordial. Se percibía que sentía súper cómodo durante la entrevista. Entonces surgió un tema que lo volvió a la pasión del fútbol donde en la mayoría de las veces no se respetan los escudos ni las camisetas del rival. Cuando ocurrió la muerte de Sebastián en todos los estadios del fútbol argentino en que se jugó la fecha siguiente se rindió homenaje con un respetuoso minuto de silencio. Pero en la cancha de Boca sucedió algo muy particular. Su hinchada colgó una bandera con la leyenda con letras de imprenta mayúscula que rezaba: “SEBASTIAN VIVE. LA N° 12″. El entonces entrenador se refirió a esa situación: “Eso no me lo voy a olvidar nunca, nunca. No solamente lo de las banderas porque las han puesto en River también y en otros lados. Sino por la actitud que tuvieron en el velatorio de mi hijo al que vinieron personalmente a decirme ‘la hinchada de Boca esta con vos’. Me quedé sorprendido. Y se hizo ese día que jugó Boca un minuto de silencio sepulcral en la cancha, una cosa rarísima”.
Y como para descomprimir y seguir adelante hablando de fútbol y del seleccionado que luchaba por clasificarse para Francia 98, bromeó con que él se sentía bien para jugar el próximo partido, pero que no lo iba a hacer nada más que porque no estaba inscripto, si no se animaba porque se encontraba muy bien físicamente.
En cada momento especial que vivió, siempre recordó a Sebastián, como cuando regresó como técnico de River, allá por 2006: “No me da vergüenza decirlo: tuve que pedir ayuda y fui a un psicólogo, estoy yendo a un psicólogo... Es la primera vez que hablo públicamente de esto... Comprendí que no era un superhombre: no te olvides de que yo perdí un hijo, Sebastián, mientras era técnico de la Selección. Saqué pecho, y salí adelante. Y tuve que sostener a mi señora, a mis viejos, a mi otro hijo. A mi mujer la tuve que agarrar de la mano y levantarla todos los días de la cama. Yo soy fuerte, aguanto, aguanto... Me venían a ver padres que habían perdido a sus hijos y yo los contenía. Cuando se murió el mío no me tomé el tiempo necesario para sufrir: pensé que, por mi carácter, no me iba a caer. Hasta que hice un clic y me di cuenta de que tenía que sacarme toda esa mierda de adentro”.
¿Qué lo llevó a tomar la decisión de requerir la ayuda profesional? Así lo respondió en la entrevista con el diario Clarín: “Hubo un momento muy puntual. Llegué a mi casa y le dije a mi mujer que necesitaba ver a uno porque no podía manejar determinadas situaciones. Ahora me siento más tranquilo, no estoy tan a la defensiva ni tan desconfiado... Yo nunca renegué de la psicología, pero no para tener un psicólogo en el plantel. Creo que en grupo no sirve. Ahora, si veo que algún jugador lo necesita, le aconsejo que vaya a uno. Le sugiero, no le ordeno, porque eso es muy personal”.
El último episodio que lo conmovió y donde volvió a referirse a su hijo, fue cuando River logró el ascenso a primera división luego de haber descendido en 2011 a la división B con él como presidente del club de Núñez: “No festejo, pero disfruto este momento. Sufrimos mucho, todos, los hinchas, los jugadores, el cuerpo técnico, todos. Yo estoy curtido, la pérdida de mi hijo me hizo de otra manera en la vida, es como que estoy preparado. Lo que me pasó no tiene comparación con nada, perder un hijo es algo terrible y yo pasé esa situación. Y sé que Sebastián me ayudó desde el cielo para volver a Primera. Además, Matías (Almeyda) fue quien lo logró como excelente entrenador del equipo, amigo de mi familia y de mi hijo, se amaban”.