“Yo te curo, Dios te sana”: la formidable vida de San Martín de Porres, el santo bueno que era amigo de los animales

Nació en la ciudad de Lima, Perú, en 1579. Era pobre, mulato y bastardo, lo que en esa época bastaba para no permitirle abrazar el sacerdocio. Sin embargo, sus virtudes eran tan grandes que logró cambiar esas reglas. Su relación con los animales, sus milagros y el don de curar a los enfermos

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San Martín de Porres
San Martín de Porres

El 3 de noviembre la Iglesia católica celebró la fiesta de san Martín de Porres y si bien muchos lo reconocen por ser mulato y portar una escoba; pocos saben sobre su historia, muy interesante y particular.

Juan Martín de Porras (sí su apellido era con “A” y no con “O”) nació en la ciudad de Lima, Perú, el 9 de diciembre de 1579. Era hijo ilegítimo de un noble español y una ex esclava negra nacida en Panamá. Tuvo una hermana que nació tres años después. Creció en la pobreza y cuando su madre no pudo mantenerlo, Martín fue confiado a una escuela primaria durante dos años y luego colocado con un cirujano-barbero para que aprendiera las artes médicas. De pequeño era muy religioso y pasaba largas horas en oración todas las noches.

En 1594, a los quince años pidió ser admitido en el convento de los dominicos del Rosario, en Lima, y fue recibido primero como sirviente, y a medida que sus deberes crecieron fue promovido a limosnero. Finalmente sintió la llamada a ingresar como miembro de la Orden de los Dominicos, y fue recibido como “donado”. Años más tarde su piedad y vida de oración llevaron a sus superiores a eliminar los límites raciales, dado que los negros y mulatos no podían acceder a las órdenes sacerdotales o ser miembros de coro en la congregación, pero con Martín hicieron la excepción y fue admitido para ser fraile, y fue nombrado dominico de pleno derecho. Se dice que cuando su convento estaba endeudado, les imploró: “Soy sólo un pobre mulato, véndanme”.

San Martín de Porres tenía
San Martín de Porres tenía comunicación con los animales: perros, gatos y ratas comían juntos del plato que él les servía

A los 34 años, después de recibir el hábito de hermano, Martín fue destinado a la enfermería, pero también era el encargado de barrer los pisos, de ahí que su representación sea con una escoba, dado que el convento era tan grande que nunca terminaba de barrer un lugar y ya se ensuciaba otro, en estos dos menesteres, sumado al de campanero; se encargó hasta su muerte. Sus superiores vieron en él las virtudes necesarias para ejercer una paciencia infalible en esta difícil función. No tardó en atribuírsele milagros. San Martín también cuidaba a los enfermos fuera de su convento, a menudo curándolos con un simple vaso de agua. Un día, un mendigo anciano cubierto de úlceras y casi desnudo, extendió la mano y Martín lo llevó a su propia cama. Algunos de sus hermanos lo reprendieron y Martín respondió: “La compasión, mi querido hermano, es preferible a la limpieza”.

Cuando una epidemia azotó Lima, en este único convento del Rosario había sesenta frailes enfermos, muchos de ellos novicios en un sector apartado y cerrado del convento, separado de los profesos. Se dice que Martin pasaba por las puertas cerradas para atenderlos, fenómeno que se refirió en la residencia más de una vez. Los profesos también lo vieron de repente junto a ellos sin que se hubieran abierto las puertas. Martín continuó transportando a los enfermos al convento hasta que el superior provincial, alarmado por el contagio que amenazaba a los religiosos, le prohibió seguir haciéndolo. Su hermana, que vivía en el campo, ofreció su casa para alojar a los que la residencia de los religiosos no podía albergar.

Un día encontró en la calle a un pobre indio que se desangraba por una herida de puñal y lo llevó a su propia habitación hasta que pudo transportarlo al hospicio de su hermana. El superior, al saberlo, reprendió a San Martín por su desobediencia. Su respuesta le edificó mucho: “Perdona mi error y te ruego que me enseñes, porque no sabía que el precepto de la obediencia tenía precedencia sobre el de la caridad”. El superior le dio a partir de entonces libertad para seguir sus inspiraciones en el ejercicio de la misericordia. Martín solía decir ante cada curación que se le atribuía: “yo te curo, Dios te sana”.

San Martín de Porres era
San Martín de Porres era pobre, mulato y bastardo, tres cualidades que lo postergaron por las costumbres de la época. Sin embargo, se sobrepuso. Su fiesta se celebra el 3 de noviembre Composición Infobae Perú

Otro milagro que se le atribuye a San Martín de Porres es su notable capacidad para comunicarse con los animales. Una imagen poderosa que lo representa es la icónica escena en la que reúne a un perro, un ratón y un gato alrededor de un plato. Esta representación ejemplifica su conexión única con las criaturas, destacando su extraordinario don de comprensión y armonización con el reino animal. El hecho ocurrió cuando el convento padecía una invasión de ratas buscando alimento. Fray Martin comenzó a hablar con una de las ratas y le prometió que cada día tendrían un plato de comida si dejaban de asolar el convento correteando por todos lados. Y así fue; todos los días, al medio día Fray Martin, ponía en varios platos comida para las ratas y todos iban a comer ahí, lo más maravilloso era que los gatos y los perros también comieran en otros platos, todos juntos y en total armonía.

San Martín no comía carne. Pedía limosna para cubrir las necesidades que el convento no podía satisfacer. En tiempos normales, Martín conseguía alimentar con sus limosnas a 160 pobres cada día y distribuía una notable suma de dinero cada semana entre los indigentes. El santo fundó en la ciudad de Lima una residencia para huérfanos y niños abandonados.

Siempre había querido ser misionero, pero nunca abandonó su ciudad natal; sin embargo, incluso durante su vida se le vio en otras partes, en regiones tan lejanas como África, China, Argelia y Japón. Un esclavo africano que había estado encadenado dijo que había conocido a Martín cuando vino a aliviar y consolar a muchos como él, hablándoles del cielo. Cuando más tarde el mismo esclavo lo vio en Perú, se alegró mucho de volver a verlo y le preguntó si había tenido un buen viaje; solo más tarde supo que Martín nunca había salido de Lima. Un comerciante de Lima estaba en México y cayó enfermo; dijo en voz alta: “¡Oh, hermano Martín, si estuvieras aquí para cuidarme!” y enseguida lo vio entrar en su habitación. Y de nuevo, este hombre no supo hasta más tarde que nunca había estado en México.

Martín de Porres falleció el 3 de noviembre de 1638 en Lima, a los 59 años dejando un legado de amor y servicio. Su vida es una inspiración para todos, recordándonos el poder de la compasión y la importancia de ayudar a los necesitados. Hoy en día, se lo venera como un símbolo de esperanza y un verdadero ejemplo del impacto que una persona puede generar en el mundo. En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo de Lima, pero su cráneo, junto a la de Santa Rosa y al de san Juan Macías (todos contemporáneos y amigos entre ellos) están ubicado en el retablo-relicario del mismo templo dominico de la ciudad de Lima.

El proceso de canonización de
El proceso de canonización de San Martín de Porres no fue una tarea sencilla y demandó varias décadas Foto: El Peruano

Veintidós años después de su muerte se inició el proceso de canonización de Fray Martín, por el arzobispo de Lima Mons. Pedro de Villagómez; en 1763 el papa Clemente XIII declaró que era virtuoso en su vida y le otorgó el título de “venerable”, pero tuvo que esperar 74 años hasta 1837 que el Papa Gregorio XVI lo declarada Beato y la ceremonia se realizó en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el papa Juan XXIII y en su homilía resaltó:

“San Martín, siempre obediente e inspirado por su divino Maestro, vivió entre sus hermanos con ese amor profundo que nace de la fe pura y de la humildad de corazón. Amaba a los hombres porque los veía como hijos de Dios y como sus propios hermanos y hermanas. Tal era su humildad que los amaba más que a sí mismo, y que los consideraba mejores y más virtuosos que él... Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que él merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudó a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos. La gente le llama Martín, el bueno”.

La proclamación de Martín de Porres como santo fue sustentada por las milagrosas curaciones que ocurrieron a una anciana gravemente enferma en Asunción (Paraguay) en 1948 y a un niño con una pierna a punto de ser amputada por la gangrena, en Tenerife (España) en 1956 dado que antes de la reforma del papa Juan Pablo II se requerían dos milagros para beato y dos para santo.

Las fiestas en el Perú no se hicieron esperar, el año 1962 fue declarado como “Año de Fray Martín” y el día de su canonización fue declarado fiesta y se celebró en cada ciudad del Perú que, desde su fallecimiento, lo tenía como santo. Su devoción rápidamente se extendió por toda América y luego por el mundo y hoy es uno de los santos más populares y reconocidos para los fieles católicos.

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