El tipo inventó la historieta, el comic; nunca lo supo porque todo pasó hace más o menos setecientos años y el concepto de historieta, ese arte de desarrollar un relato en cuadritos dibujados con esmero, no existía y no iba a nacer sino varios siglos después. Pero Ambroggio Lorenzetti era un artista consumado, un chico inquieto que había nacido en 1290 en la Toscana italiana, le había picado el bichito de la pintura cuando chico, había viajado a Florencia, veinteañero, para recibir lecciones de los grandes maestros como Duccio di Buoninsegna y había pintado ya a sus veintinueve años lo que se conoce como su obra más antigua, “Madonna con niño”, de 1319, que se exhibe hoy en el Museo Diocesano de San Casciano, en la Toscana.
El mundo de Ambroggio y el de su hermano diez años mayor, Pietro, otro artista consumado, era Siena, que por entonces era algo así como la capital del medioevo latino. Un original asentamiento etrusco que se había formado novecientos años antes de Cristo y que, dice la leyenda, fue fundada como Siena por Asquio y Senio, hijos de Remo, fundador de Roma junto a su hermano Rómulo: ya saben, la loba generosa y el nacimiento de una civilización. Desde 1995, el centro histórico de Siena es Patrimonio de la Humanidad declarado por la UNESCO. Pero ya en 1290, antes de ayer nomás, la Universidad de Siena era famosa por sus facultades de Derecho y de Medicina y es hoy aún una de las más importantes de Italia.
Siena, la ciudad de Ambroggio, el chico que inventó la historieta, era en 1300 un punto estratégico del comercio y la industria de la época: por ella pasaban casi todos los productos que viajaban desde el norte de Europa hacia Roma y gran parte de las telas de lujo producidas por los tejedores de Irán y del norte de China, seda y tejidos de colores brillantes, vibrantes y codiciados, que los artistas sieneses volcaron a sus pinturas. Junto con el desarrollo comercial y las inversiones, en Siena creció un movimiento cultural extraordinario. Aunque algunos palurdos del siglo XXI se empeñen en negarlo, desarrollo, inversiones y cultura están hermanados con íntimo beneficio mutuo: lo contrario conduce al desastre.
Los pintores sieneses fueron famosos por dos cosas, entre muchas otras: por su devoción religiosa y por haber dado el paso inicial hacia el arte del Renacimiento después de dar el adiós, sin proponérselo, a la Edad Media. Y aquí viene la invención de la historieta. Ambroggio Lorenzetti, junto a su hermano Pietro y a su amigo Simone Martini, otro gran artista, trazaron una estrategia narrativa pictórica que plasmaron en enormes trípticos y polípticos, obras montadas en varios paneles, que intentaban contar una historia y que eran unidas luego por un complejo armazón de maderas y metales que permitían exhibirlas juntas, como los cuadritos de una historieta, en el altar de la catedral de Siena, por ejemplo. El Calvario, la Crucifixión, el descenso de Cristo de la Cruz, figuran así como escenas de una historieta corta, concisa y clara, inmóvil, pero en acción por su continuidad narrativa.
Parece que los tres, los hermanos Lorenzetti y Martini, formaron una especie de banda alegre empeñada en crear una serie de retablos con escenas de la vida de la Virgen que tuvieron como destino la catedral de Siena y otras importantes iglesias de Italia. Pero también intentaron un relato pictórico en una sola imagen. Para su involuntaria invención de la historieta, Ambroggio dedicó una de sus obras a San Nicolás de Bari.
San Nicolás tuvo una vida que excede estas líneas, había nacido en 270 en Turquía, hijo de una familia rica que, a la muerte de sus padres, entregó todo y dedicó su vida a Dios. La leyenda afirma que su tradicional costumbre de regalarlo todo inspiró al Nicolás, Santa Claus, de las navidades. Todo lo que se sabe de Nicolás fue escrito unos siglos después de su muerte en 343, de modo que mucho hay de leyenda en su vida. Como fuere, fue un hombre pura bondad y justicia al que se le adjudican infinidad de milagros y que es hoy patrono en varios países y ciudades de Europa de marineros, comerciantes, ladrones arrepentidos, niños, prestamistas, cerveceros, solteros, estudiantes y siguen las firmas.
Su fama de milagrero y milagroso se extiende hasta la mitad del siglo XX. Durante la Segunda Guerra Mundial (entre paréntesis, la ciudad de Bari fue encomendada a Nicolás para que la protegiera de la hecatombe) un chico muy chico como para valerse por sí mismo se desprendió de la mano de su madre en medio de un bombardeo, quedó a merced de la estampida de gente que huía de los estallidos y se perdió en medio de la confusión. Horas después, cuando el peligro ya había pasado, el chico apareció sano y salvo en la puerta de su casa. Dijo que un anciano lo había ayudado, lo había protegido de los peligros y lo había llevado de regreso a casa. La descripción que dio el chico del anciano coincidía pelo por pelo con la de San Nicolás.
Uno de los milagros más antiguos atribuidos a Nicolás es el haber resucitado a un chico del medioevo cuando era velado en el lecho familiar. Nicolás lo miró con fijeza durante unos minutos y el chico regresó de la muerte y se alzó para dar gracias a Dios. Ambroggio decidió eternizar ese milagro ya no en un tríptico que diera cuenta del paso a paso del milagro, sino en una sola obra. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo unir la muerte y el regreso a la vida en una sola imagen? Con un recurso de historieta.
Entre 1332 y 1334 pintó en su tela al chico muerto y la enorme pena familiar que inundaba el hogar. Después, en el ángulo superior izquierdo instaló el perfil de San Nicolás, el rostro severo y decidido, y trazó desde el rostro del santo dos líneas, ¿un soplo divino, una mirada penetrante?, que llegaban casi en una sola al cuerpo del chico muerto, como cuando en una historieta el dibujante quiere dar la sensación de velocidad, de dirección de un golpe, del rumbo de una ráfaga. Luego, de entre los pies del chico muerto lo pintó resucitado, entero y feliz, los brazos en alto en señal de agradecimiento. Agregó también cuatro figuras al panel central de la obra: la de una mujer que parece velar al chico, otra que intenta acariciar al resucitado, otra arrodillada que da gracias al cielo y un cuarto personaje, con túnica azul, que no da crédito al milagro que acaba de presenciar. Así fue como Ambroggio Lorenzetti, artista célebre de Siena, inventó sin saberlo la historieta que luego sería moderna.
Todo el arte de Siena, todo el empuje de aquella sociedad que entraba feliz al Renacimiento, que dejaba atrás la Edad Media, que comerciaba con el norte europeo y con Asia, que había fundado una universidad que, como todas, era cuna del saber, de la ciencia, de la investigación y del progreso; toda aquella esperanza de luz cayó bajo la calamidad de la “peste negra”, la peste bubónica que entre 1347 y 1352 mató al menos a treinta millones de personas en toda Europa. Había tenido origen en Asia Central, había llegado a Crimea en brazos de guerreros y comerciantes mongoles y fue llevada a Europa por los europeos instalados en Crimea que huyeron de los mongoles y de la peste sin imaginar que la llevaban en sus barcos, oculta en las pulgas de las ratas escondidas en las bodegas.
Toda esta historia, con el famoso cuadro de Ambroggio San Nicolás resucita a un niño, está expuesta hoy en una muestra monumental y exquisita, “Siena, the raise of painting” (Siena, el auge de la pintura), que exhibe el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el legendario e inabarcable MET, y que estará abierta hasta el 26 de enero próximo. La intención de los organizadores de la exposición es reflejar ese especial momento de la cultura europea y la economía sienesa, el desarrollo de una innovación total en la concepción del arte y en la actividad artística y la influencia que ese instante irrepetible tuvo luego en el resto de Europa. Ni hablar de la historieta. Después de Nueva York, la exposición viajará a Londres para exhibirse en la National Art Gallery entre el 8 de marzo y el 22 de junio de 2025.
Ambroggio Lorenzetti, el inventor de la historieta, murió el 9 de junio de 1348, sin imaginar lo que había creado. Su hermano Pietro también murió ese año: aunque no se conoce la fecha, se presume que fue en los mismos días de la muerte de Ambroggio, ambos arrasados por el mal que se ensañó con la ciudad. Ninguno de los célebres pintores sieneses sobrevivió a la peste.
Lo que sí sobrevivió fue su arte y su cultura. Al final del juego, eso es lo que perdura.