Tomás Allende a veces descubre la presencia metafísica de Sofía Sarkany cuando adopta una templanza de la que carecía, que no había nacido con él, que tampoco había germinado en su infancia, que fue un contagio, una transferencia desinteresada de su ex pareja. La conoció en 2017, un año antes de que a ella le diagnosticaran cáncer de útero. Él la acompañó durante todo el proceso de la enfermedad y hasta permitieron ver hacia adelante: decidieron congelar óvulos para subrogar un vientre y cumplir su sueño de ser papás. Siete días antes de que ella muriera a los 31 años, el 29 de marzo del 2021, nació Félix. Ella estaba internada en una clínica de Miami. Félix nació en Orlando el lunes 22 de marzo a las 12:41, pesó 3.245 kg y su mamá pudo presenciar el parto vía FaceTime. Los padres lloraron. Dos días antes de morir, lo pudo tener en brazos.
“Yo creo que la forma en la que más siento que la llevo a Sofi conmigo es cuando puedo conectar con una templanza que hasta que no la vi en ella no la aprendí. Aprendí a tener la templanza y la suavidad que tenía Sofi, que incluso al día de hoy cualquier persona que la conoció lo reconoce como su sello. Poner una sonrisa, entender que hay días que la energía va de afuera hacia adentro y yo primero sonrío y después me empiezo a sentir mejor. Esas son cositas que fui como aprendiendo y es lindo saber que están ahí. Como que ya las tengo. A veces inconscientemente aparecen y cuando aparecen digo qué lindo haber vivido esta experiencia que me tocó vivir con Sofi para hoy tener estas herramientas”, dice Tomás y lo interpreta como un legado, como un don que absorbió.
Félix tiene ahora tres años. Tomás aprendió a ocupar el rol compuesto de la paternidad y maternidad. “Yo me llevo súper bien con el rol de ser papá y te diría que en paz, porque es como que siento que me preparé para elegirlo. Pero el rol que me desafía más es el de ser mamá. Félix nació por subrogación. Yo lo crio solo casi desde su nacimiento porque quedé viudo al poquito tiempo de que él nació. Y ese sí fue un rol que no solamente no elegí, sino que nunca había mirado. Yo me había preparado para ir a estudiar a la facultad, pero de repente me anotaron en dos carreras al mismo tiempo, que es ser padre y madre”, relata. Cuando le preguntan qué es ser un buen papá, responde. “Para mí lo más importante es que cuando Félix sea grande, tenga ganas de estar conmigo. Si yo puedo hacer eso, si yo le transmití la suficiente cantidad de errores involuntarios de una manera amorosa, si él puede ver que su viejo le puso amor a la vida y que no importa lo que le pasó...”, dice sin terminar la frase.
Se había imaginado como padre mucho antes de haberla conocido a Sofía. Hermano de otros tres hermanos, hijo de dos padres que conformaron una familia sólida y unida, siempre había tenido ese deseo de paternar. Lo que no previó fue que la vida iba a depararle una paternidad atravesada por el duelo y la complejidad. Y dentro de ese plan, comprendió que su transformación más interesante fue la que menos esperaba: “Me permitió conectar con mi mundo emocional de una manera que yo nunca había conectado. Me sacó la ternura y el amor de una manera que no imaginaba. Crecí, por ahí, con un mandato más de cómo era ser hombre y no tenía tan disponible eso para mí. El rol de madre me lo afloró y hoy lo agradezco porque puedo navegar en un montón de situaciones honrando lo que siento y no tanto lo que pienso o lo que creo que debería ser”.
Sobre esa revelación de poder manifestarlo sin pudores en ese trajín diario que es la paternidad, agradece permitirse la libertad de ser quien es. Reconoce que a veces medita, a veces sale a correr, a veces se pone a llorar. “Poder hoy permitirme sentir lo que estoy sintiendo a cada momento es el regalo más grande que te puede tocar para criar un hijo -considera-. Porque yo vivía tratando de poner en mi cabeza lo que sentía y no dejaba el espacio para poder sentir lo que sentía. Yo nací y me crie en un espacio muy heteronormativo. Para mí eso era un canal desconocido, era una radio que nunca sonó”.
Tomás percibe que en sus formas de crianza, se siente más relacionado con su rol de mamá que de papá. “Al final, la autenticidad de una crianza tiene que ver con sentirte dueño de lo que estás haciendo, sin que te guste todo. A mí no sé si me gustan todas mis partes como mamá o papá, pero le puedo poner mi firma a todo lo que hago, incluso las cosas que me critico o me achaco que me gustaría mejorar. A veces quisiera ser más paciente, a veces quisiera tener un poquito más de lucidez para poder manejar algunas situaciones”, reconoce.
-¿Te sentís como juzgado por la gente en este rol que cumplís de madre y padre?
-Es interesante porque yo veo mucho a mujeres que sienten ese juicio como una especie de vara o de exigencia. Y a mí me pasa totalmente lo contrario, que a veces es igual de desafiante, porque me pasa que por lo mínimo indispensable todo el mundo cree que soy un héroe. No soy mejor ni peor que ninguno de los padres de los nenes con los que comparte Félix la clase. Simplemente yo hago el doble rol en una persona. Tal vez no está bueno ni caerle con tanta exigencia a las madres, pero tampoco tanto aplauso y felicitarlos en exceso.
Por eso, sostiene que cuando le remarcan que cumple dos roles en uno, les agrega: “Yo les digo ‘ustedes no saben la cantidad de gente que yo tengo atrás, que me ayuda, que me dice cómo se hace, que yo puedo llamar por teléfono y me dicen hacé esto de esta manera’. Desde mi lado de hombre yo no tengo el apego de tener que resolverlo solo. Entonces muchas de las cosas que por ahí logro hacer, es porque pido ayuda. Y disfruto de hacerlo con otros porque entiendo que no puedo solo y estoy en paz con eso”.
Entre esa gente que lo ayuda en la crianza de Félix, además de la sabiduría que -admite- le proporcionó Sofía en vida, están Graciela Papini, la mamá de Sofía, Camila Bonasso, su novia de profesión psicóloga, y su propia madre. “A mí me tocó tener una charla con mi mamá, sobre su primer nieto, donde básicamente le tuve que pedir que me acompañe un poco en la cocrianza de Félix y que trate de no hacer tanto de abuela para no restarme sobre algunas cosas y lineamientos que yo quería implementar. Para mí fue un regalo increíble pasar nuestra relación a una de un grado de adultez que no habíamos podido tener hasta este momento. Dejar de mirar a mi vieja como madre e hijo y pasar a tener una relación más de dos personas adultas”.