Infobae a bordo del barco Solidaire en el impresionante rescate de 81 migrantes en medio del Mediterráneo

El barco de Solidaire, la ONG de Enrique Piñeyro, realizó este sábado el rescate de personas provenientes de Somalia, Eritrea, Etiopía y Pakistán. Huían de Libia y se cruzaron en el camino del buque, que desplegó un operativo con dos lanchas. Entre los sobrevivientes hay menores no acompañados y mujeres embarazadas. En exclusiva, crónica desde una de las lanchas de rescate

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El riesgoso rescate de 81 migrantes en el medio del Mediterráneo a bordo del barco Solidaire

“Toda la tripulación, prepárese para el rescate”.

Son las 8:35 de la mañana cuando Hugo, el líder de la misión, dirá esas palabras por la radio. Es el mensaje que todo el equipo del buque Solidaire está esperando recibir pero aún así lo revoluciona todo. Es sábado 2 de noviembre en el mar Mediterráneo, nadie creía que esto pudiera suceder con el mar como estaba, recién el domingo parecían bajar las olas. Pero acá estamos, de pronto todos en el barco corren de un lugar a otro, los rescatistas buscan sus equipos, cascos, chalecos, botas. Los técnicos preparan las lanchas, el capitán sube al puente de mando, Hugo intenta contactar a las autoridades, las médicas alistan el hospital. Todo se acelera.

A las 8:41 la primera lancha toca el agua. Voy en ella. Llevo una semana a bordo del buque y ya hicimos este movimiento muchas veces en las prácticas. Claire lidera el rescate, Momo lleva las comunicaciones con el buque, Manu conduce. Somos cuatro en la lancha Mare 2. Tres minutos después baja el segundo equipo de rescate. En tándem salimos hacia la embarcación.

(Fuente)
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A las 8:47 hacemos contacto con el bote. Es una barca de madera de unos diez metros de largo, tiene dos motores de 60 caballos de fuerza. Está repleta de gente. El acercamiento es calmo, las olas no tanto. Claire levanta sus manos y hace señas de que se mantengan sentados, del otro lado obedecen. Pregunta si alguien habla inglés, un joven se pone de pie y se instala la comunicación. Claire dice todo sin levantar demasiado la voz. Manu pone la lancha al lado, al ladito, pero sin tocarla, con una suavidad que no se entiende en este mar. Claire da luz verde y Momo comienza a pasar los chalecos salvavidas. Son cerca de ochenta personas a bordo –81 exactamente, sabremos después–. Hay mujeres, hay niños, hay mucha gente mareada que empieza a vomitar. Los chalecos siguen pasando de mano en mano y en cuestión de minutos todos tienen el suyo.

Mare 1 y Mare 2 hablan a través de la radio y establecen la estrategia. Será un trasbordo por la popa de la barcaza, que al ser alta permite que las lanchas mantengan el contacto. En menos de lo que uno puede razonarlo, comienza a pasar la gente de un lado al otro. Claire les toma la mano y los hace ingresar de a uno por la plataforma de la lancha, Momo los recibe de inmediato y los ayuda a bajar. Se van ubicando uno a cada lado. Después de varios adultos es el turno de las mujeres y los niños. Hay tres embarazadas, nos enteramos de pronto. Lentamente comienzan a abordar. Tienen la mirada ausente, a dos de ellas les cuesta caminar, pero logran ubicarse y miran al cielo agradecidas. Los hombres parecen inequivocamente felices, las mujeres llevan consigo una sombra diferente.

Luego aparecen los niños. Una nena de 9 o 10 años sube a la lancha. La ayudo a ubicarse y me tira de la remera. “Sister, brother”, dice, y levanta dos dedos de una mano, con la que señala a la barcaza. Le digo que está bien, o lo gesticulo, no sé. Ella entiende y replica: “Mamma, mamma”, y señala otra vez. La gente sigue subiendo a la lancha.

Unos minutos después aparecen dos nenes más de entre la multitud que aún queda por rescatar. Momo y Claire los ayudan a subir y van directo hacia la nena, que los abraza y me mira sonriendo. No está claro que sean hermanos, pero son los únicos tres chicos de la balsa y se cuidan como si lo fueran.

Cuando somos ya más de veinte personas a bordo tenemos que ir a desembarcarlos en el buque. Mare 1 nos releva y continúa con el rescate. Nuestra lancha avanza entonces de regreso a la nave madre, donde uno a uno irán desembarcando. Son recibidos por todo el equipo del Solidaire. Julie es la GUESTCO (coordinadora de invitados), quien lidera el equipo de asistencia a bordo. Paula es la doctora del barco y coordinadora del equipo médico, que lo completan Rebeca y Antía. Las tres son españolas y parece que las inventó un guionista de Disney, van a todos lados juntas como tres animales de la selva que hacen que la película sea feliz y divertida y optimista. Son una más alta que la otra, una escalerita. Antía es matrona, si hubiera un parto a bordo, lo haría ella. Las tres son las encargadas del triage médico de bienvenida. Luego está Eslam, el mediador cultural del barco. Es egipcio, habla inglés, italiano y árabe. Hace años trabaja en barcos de rescate, sabe mucho de puertos, de regulación, de países, de religiones, de palabras, de política. Es la persona que hace que todos entiendan lo que está pasando y quien lleva adelante el registro. Junto a Francesca, Eva y el resto de los tripulantes reciben a la primera tanda de personas. En el mar, mientras, Mare 1 continúa la maniobra.

Mare 1 es la lancha líder, pero hace la segunda aproximación y no la primera porque tiene que mantener mayor perspectiva respecto del rescate. Su comandante es Fleur, una chica francesa que hasta para relajarse se concentra. Cuando está arriba de la lancha parece atornillada, no se desprende un milímetro del suelo sin importar el estado del mar, para mí nació en el medio de una ola. Cuando se acerca a la barca sucede el primer inconveniente: quieren subir a una mujer embarazada y en medio del traspado los dos hombres que la ayudan se desestabilizan y caen al agua. La lancha de inmediato se aleja y las personas nadan hacia ella. Si se hubieran tirado a propósito, el manual indica obligarlos a volver a su embarcación, pero en el caso de una caída accidental se los asiste. De a uno se los busca y Chrystofer, el segundo rescatista del Mare 1, los saca del agua a pura fuerza y destreza. Chrystofer nació en Venezuela pero es también argentino –como su padre–. Su camino está íntimamente ligado a Solidaire y a Enrique Piñeyro: era cocinero en Anchoita y un día, por intermedio de Enrique, subió a una misión de rescate de la ONG catalana Open Arms. Fue cocinero del barco primero, luego marinero y devino rescatista. La vida después de conocer el verdadero mediterráneo ya no era lo mismo para él, no podía desprenderse de eso que había visto –esto que ve ahora mientras mete los brazos en el mar y saca a dos personas–. Se fue a vivir a Europa y se sumó formalmente a la tripulación del Solidaire.

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Ahora está al lado de Fleur, que luego de recuperar a los hombres del agua continúa con el abordaje. Otra veintena de personas sube a Mare 1, que los va a dejar al buque mientras Mare 2 vuelve al lugar y continúa el rescate. Suben algunas mujeres más, suben varios adolescentes, suben hombres. Uno de ellos cruza con un cuadro en la mano, no quiere soltarlo. Es un marco de unos cincuenta centímetros de alto por treinta de ancho con la imagen de la Virgen María. Sube a la lancha aferrado a su virgen y una vez a salvo la besa y la abraza. Lo mismo harán muchos otros ya en el buque durante un baile de celebración que sucederá unas horas después. Todavía no lo sabemos pero al menos 30 de ellos son de Eritrea, donde se profesa el cristianismo.

Una vez más, completamos la capacidad de la lancha y los llevamos al Solidaire, mientras Mare 1 repite la maniobra y termina de abordar a todos los sobrevivientes. El barco azul queda vacío flotando en el Mediterráneo. Nos acercamos una última vez para marcarlo con el nombre del buque que los rescató y la fecha. Es un protocolo que tienen que hacer todos los barcos de rescate de la zona y sirve para que cuando se encuentra la barca vacía, sepan quién realizó el rescate y en qué fecha, y se pueda llevar un registro. Así que Momo y Claire abordan la barcaza, confirman que no quede nadie a bordo –ni en la superficie, ni en el piso de abajo–, y una vez seguros escriben SOLIDAIRE - 2/11.

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Cómo empezó todo

Un golpe de suerte, dirá. A las 8:01 de la mañana Julie mandó un mensaje al grupo pidiendo si alguien podía reemplazarla por diez minutos a las 8:45 en su puesto de vigilancia. La labor es sencilla pero parece imposible que arroje resultados: hay que mirar el horizonte del mar con binoculares por si aparece una embarcación en emergencia. Poco probable navegar por la inmensidad del mar y toparse con una lancha a la deriva, pero aún así en el Solidaire hay dos personas por turno las 24 horas en el puente de comando. A las 8:01 Julie pidié un relevo para las 8:45. No hizo falta. A las 8:30 levantó la mirada y vio un punto azul en el horizonte. Un punto azul en el azul, nada relevante. Sin embargo, siguió mirando. Se movía extraño, como dando saltos. La llamó a Paula, su compañera de turno. Paula es española, Julie es francesa. Paula levantó los binoculares y no vio nada. “Pues no veo nada”, dijo. Julie insistió y finalmente distinguió la forma de una proa en movimiento, una barcaza azul que parecía deshabitada. Llamó a Vlad, el tercer oficial del buque, a cargo en ese horario. Vlad es ucraniano, de la ciudad de Odessa, al sur de su país, en la costa del Mar Negro. Miró por los binoculares y después de un rato los vio: un bote de madera pintado de azul atravesando el mar en la línea del horizonte. A más de 25 millas náuticas de ahí estaba la costa de Libia, de donde venía la embarcación.

Hugo subió al puente de inmediato. Hugo es francés, usa anteojos, tiene el pelo rubio, y es el SARCO del barco (Search And Rescue Coordinator), el Coordinador del equipo de búsqueda y rescate. Fue él quién trazó la estrategia de la misión: quedarnos en la zona SAR1 (el cuadrante de rescate más transitado, principalmente por botes que salen de Libia (entre las ciudades de Zuara y Trípoli).

Su idea era navegar a la espera de un Mayday o de un mail con coordenadas de alguna emergencia. Para eso estableció un patrón de rastrillaje rectangular. Parecía improbable que suceda un rescate, las olas estaban altas, no había alertas activadas, todo indicaba que no iba a suceder. Entonces llegaron las 8:30 de la mañana y Julie vio ese punto azul en el azul y dos horas después 81 personas nuevas habitaban el barco. Un golpe de suerte, dirá Julie a la medianoche, cuando me cuente el momento. Es la primera vez desde que la conozco que la veo con la guardia baja, permitiéndose confiar un rato, sonreír sin recaudos. El primer minuto en que la veo realmente feliz, creo. Acaso es la suerte que la tomó por asalto, o su cansancio, o quién sabe qué, pero es lindo de ver.

En la cubierta del buque mientras tanto, al tiempo que se escriben estas líneas, las personas rescatadas duermen. Son de Somalía, Eritrea, Etiopía y Pakistán. Las mujeres embarazadas están bien. Un muchacho se descompensó y está en observación en la sala de cuidados intensivos en el hospital del barco. Los tres niños están siempre juntos, tal vez sean hermanos después de todo.

Coordinados por las autoridades, nos dirigimos ahora hacia Nápoles, el puerto seguro asignado para el desembarco. Se estima llegar el martes 5 de noviembre, luego de navegar hacia el norte. Pero en este mar nunca se sabe, un mensaje de radio puede cambiarlo todo de un momento a otro. Solidaire comenzó sus operaciones en el Mediterráneo el 12 de octubre de este año y el 13 de octubre ya realizó su primer rescate, 41 personas. El 2 de noviembre sucedió el segundo.

“Entre las dos misiones ya llevamos 122 personas rescatadas, pero aún siguen muriendo cerca de 7 personas por día en el Mediterráneo”, dice Enrique Piñeyro, el fundador de Solidaire. Siguió la misión desde Buenos Aires. “En el 2023 murieron 2.526 en la ruta del mediterráneo central”, dice. “Es la consecuencia que Europa no quiere asumir después de haber masacrado, saqueado y traficado personas durante siglos en África. Y al día de hoy siguen despojándolos de recursos y puestos laborales con los acuerdos pesqueros que hicieron por ejemplo con Senegal y Mauritania. Es obsceno”, agrega. Esa misma idea está estampada en el caso del buque. Un barco de rescate es una herramienta para cambiar el mundo. No solo por lo que hace, sino –tal vez– también por lo que dice.

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