- En un asalto sorpresa a Tuyutí, los soldados paraguayos saquearon armas y provisiones.
- La batalla terminó en caos: soldados borrachos y desmayados fueron masacrados.
- Mitre perdió el control, y los paraguayos incendiaron el campamento aliado.
Lo esencial: en la madrugada del 3 de noviembre de 1867, ocho mil soldados paraguayos atacaron sorpresivamente el campamento aliado en Tuyutí, un campamento clave durante la guerra de la Triple Alianza. La desesperación por provisiones, armas y alcohol llevó a que los soldados paraguayos se entregaran a un saqueo desenfrenado. A medida que la embriaguez se apoderaba de los soldados, la caballería brasileña, comandada por el general Porto Alegre, aprovechó para contraatacar. La batalla se tornó aún más trágica cuando muchos soldados cayeron, indefensos y borrachos, ante el contraataque brasileño.
La escena que los jefes paraguayos presenciaban parecía irreal. Sus soldados, en un total desenfreno, luego de echar abajo las puertas de los galpones y depósitos donde se guardaba la comida, se arrojaban famélicos y desesperados sobre los cajones y bolsas. A dos manos se llevaban a la boca todos los productos que encontraban y cuando dieron con el ron y el aguardiente, el desbande fue total. Muchos terminaron sableados y bayoneteados cuando caían, indefensos, borrachos y desmayados junto a los cuerpos de sus compañeros y enemigos con quienes se habían batido en el ataque sorpresa a Tuyutí, durante la terrible guerra de la Triple Alianza.
Tuyutí, que en guaraní significa “barro blanco”, está situado a dos kilómetros al norte de Paso de la Patria, entonces un poblado correntino que el general Bartolomé Mitre, comandante del ejército aliado, había elegido como punto de invasión al Paraguay.
Allí las fuerzas aliadas argentinas, brasileñas y uruguayas, habían levantado un gigantesco campamento, que estaba separado de las posiciones paraguayas por una extensa zona pantanosa conocida como Estero Bellaco.
Estaban en un terreno desconocido, donde los esteros, los espesos montes y las selvas eran escenarios ideales para emboscadas o para que los movimientos de los enemigos fueran imperceptibles.
Había que prestar atención a todo, especialmente por donde caminar, ya que las agudas púas de los abatís traspasaban como manteca las suelas de las botas. El agua escaseaba, y mucha estaba echada a perder por los cadáveres que se arrojaban junto a los restos de animales que se faenaban.
Ese campamento siempre estuvo en el ojo de la tormenta por la cercanía con el enemigo.
El avance del ejército aliado –argentino, brasileño y uruguayo- cortó varias de las rutas de aprovisionamiento de los paraguayos, y los obligó a buscar otras soluciones para asegurarse provisiones.
Planearon un ataque sorpresa a Tuyutí, casi en el mismo sitio donde el 24 de mayo de 1866 se había librado la batalla más sangrienta hasta ese momento en América del Sur, ya que allí en cinco horas de lucha murieron cerca de 15 mil hombres.
El 31 de julio de 1867 Mitre había vuelto a hacerse cargo del ejército luego de una oportuna licencia cuando ocurrió Curupaytí, donde se lo consideró uno de los responsables de una derrota que fue una masacre para las fuerzas aliadas.
En nuestro país el ambiente político estaba más que caldeado: en la ciudad de Buenos Aires se hablaba de desestabilizar al gobierno, las montoneras en el interior hacían manifestar su descontento que motivó una intervención federal y el envío de tropas a Cuyo.
El vicepresidente Marcos Paz, a cargo de la presidencia ya que Mitre estaba en el frente de batalla, había presentado su renuncia por las presiones dentro del propio gabinete, pero Mitre no se la aceptó, argumentando que debía regresar al escenario de la guerra, que si el vice renunciaba habría que llamar a comicios para elegir a un reemplazante, y no estaban los ánimos para esas contingencias. En definitiva, cuando Mitre regresó al teatro de operaciones, Marcos Paz volvió a ocupar el ejecutivo. Pero ocurrió lo imprevisible, que obligaría a cambiar los planes: moriría el 2 de enero de 1868 en su casa de San José de Flores víctima del cólera que traían los soldados argentinos del Paraguay. Su hijo Francisco, de 19 años, estudiante de ingeniería, que interrumpió un viaje de estudios a Gran Bretaña para ir a pelear como voluntario, había muerto en Curupaytí.
En el campamento de Tuyutí se palpaban las consecuencias de la guerra. Deserciones diarias y muchas muertes por el cólera, que se había declarado ese año, que no daba respiro. Las bajas fueron reemplazadas por esclavos traídos de San Pablo y las fuerzas uruguayas, que sufrieron muchos muertos en Boquerón y en Sauce, casi no existían.
El imperio del Brasil además había tomado un empréstito para comprar armas, cañones y más esclavos para iniciar una ofensiva final y terminar la guerra. Por eso en el campamento, de unos 50 mil soldados, se guardaba un importante material de guerra y provisiones suficientes para armar y alimentar a las tropas.
En la madrugada del domingo 3 de noviembre los paraguayos atacaron por sorpresa con el objetivo de apoderarse de esas armas y, fundamentalmente, de provisiones. Fueron ocho mil hombres que se enfrentaron a una fuerza que los superaba ampliamente en número.
Los paraguayos estaban al mando del general Vicente Barrios, cuñado del presidente, mientras que el destacado teniente coronel Bernardino Caballero, quien se había destacado en anteriores combates, comandaría la caballería. Caballero sería el fundador del Partido Colorado y llegaría a la presidencia del Paraguay en 1880.
En el primer ataque, los paraguayos fueron hacia las líneas ocupadas por los argentinos y por un batallón de paraguayos que peleaban para los aliados.
El ataque sorprendió a Mitre. Muchos de los soldados huyeron pensando que la fuerza enemiga era superior y algunos dieron por muerto al mismo general. Los brasileños pujaban por subirse a los botes y barcazas para escapar hacia la fortificación de Itapirú, ubicada sobre la margen derecha del río Paraná.
Un cuerpo de artillería de esa nacionalidad que había caído prisionero de los paraguayos, fue fusilado ahí mismo.
Los paraguayos atravesaron la primera línea de trincheras, y las fuerzas aliadas no lograban reagruparse. Dueños del terreno, los paraguayos se dedicaron a saquear lo que habían ido a buscar. Lo que no se pudieron llevar, lo quemaron.
El general paraguayo Barrios, al mando de un millar de jinetes, lideró una mortífera carga contra los brasileños, matando a muchos y hasta tomando prisioneros.
Pero mientras unos lograban escapar con armas, municiones y provisiones, otros fueron atraídos por la comida, el ron y el aguardiente y se dedicaron a comer y a tomar.
Esos soldados terminaron masacrados por la caballería brasileña al mando del general Porto Alegre, quien vio la oportunidad de encabezar un contraataque cerca de las ocho de la mañana. Al grito de “¡aquí muere hasta el último brasileño!”, el prestigioso militar de 63 años luchó como uno mas sable en mano cuerpo a cuerpo, y a pesar de la desventaja numérica -eran tres paraguayos contra un brasileño- logró frenar el ataque.
El campamento terminó incendiado, y mucha de la artillería, las municiones, animales y carros fueron capturados por los paraguayos. Tal fue la operación que Mitre perdió hasta su correspondencia.
Vicente Barrios, por esa victoria, fue ascendido por el mariscal Francisco Solano López a mayor general y Bernardino Caballero a coronel.
Las desinteligencias del presidente argentino con sus socios brasileños eran más que evidentes y la muerte de Marcos Paz fue la excusa para alejarlo del campo de las operaciones y volver a hacerse cargo de la presidencia, ya que aún le quedaban ocho meses de mandato. Sería su sucesor Domingo F. Sarmiento el encargado de cerrar una guerra cuya última etapa había quedado en poder de los brasileños. El propio Francisco Solano López sería muerto junto a su hijo Panchito, de 15 años, en Cerro Corá, solo rodeado de un puñado de inválidos, ancianos, mujeres y niños, lo último que quedaba del ejército con que defendía a su país.