“Soy sádica en mis prácticas sexuales de estilo hardcore”, afirma Carla sin vueltas en el comienzo de la entrevista con Infobae por videollamada. Nada de su imagen frente a la webcam hará adelantar cuáles son sus prácticas, las que le generan placer. Carla es menuda, de sonrisa constante y de voz suave. Todos los lunes la mujer cubre un turno de 24 horas en una clínica cercana a su ciudad, La Plata. Allí se dedica al diagnóstico por imágenes. “Lo hago porque me gusta. El trabajo en el ámbito de la salud es muy cansador y también muy gratificante la atención de los pacientes”, explica.
Luego de esa jornada de guardia, Carla se quita el delantal y aparece su personaje de dominatrix. La mujer, de 48 años, se convierte en Mistress Ce. Con su máscara de látex, jamás deja ver su cara, Carla es muy solicitada por clientes argentinos y de Europa. La mujer es una de las estrellas locales del BDSM. Esta sigla es un término creado en la década del 90 para abarcar un grupo de prácticas y fantasías eróticas. Incluyen bondage; disciplina y dominación; sumisión y sadismo; y masoquismo. Así divide los dos mundos. Por un lado lo que ella llama el “vainilla”. Allí puede guardarle una porción de pizza a uno de sus hijos o bromear en la guardia del hospital en un descanso del trabajo. Su otro yo, esconde su cara y usa elementos de tortura para someter a su pareja y clientes.
Cómo nació la dominatrix
Carla se dio cuenta lo que le gustaba ya desde la primera vez que tuvo relaciones en la adolescencia con su primer novio. “Apenas terminamos lo primero que hice fue pegarle una cachetada. No lo puedo explicar, pero lo hice de esa manera. Lo sentí como parte del mismo acto”, recuerda la mujer. Desde ese momento, el tema le rondó todo el tiempo en la cabeza. Siguió explorando sexualidad, hasta que una pareja de su juventud la definió como una dominatrix perfecta. “Das todo el perfil para ese tipo de relación sexual”, relata. Todavía estaba lejos de definirse como “sádica”.
“Me fui metiendo en ese mundo y experimentando con esa pareja que me dio las primeras lecciones - explica Carla-. En ese momento las fiestas eran medio clandestinas. Se llegaba por invitación, no se conocía la dirección de antemano y había que usar una contraseña para entrar”.
Con esa pareja que la introdujo en el mundo del BDSM, probó tríos tanto con hombres como con mujeres. Y también participó de fiestas swinger. “Me defino como bisexual -revela Carla-. A ese hombre le gustaba sentirse humillado mientras yo salía con otras personas y él me descubría cuando estaba teniendo sexo”.
Carla vivió en medio de una familia conservadora. Tuvo dos hijos, que hoy tienen 29 y 23 años, que crió sola. “Les conté como era mi actividad como trabajadora sexual. Uno de ellos me escuchó y no quiso saber nada más -admite la mujer-. El otro fue más comprensivo. Hasta le aviso cuando salgo a hacer un servicio a un hotel por las dudas si me pasa algo. Aunque, por suerte, nunca tuve problemas”.
El placer convertido en trabajo
La mujer arrancó con el trabajo sexual en el mundo BDSM unos años antes de la pandemia. “No permito la genitalidad, ni que el hombre eyacule delante mío. Antes de empezar se pacta lo que vamos a hacer, una palabra de seguridad y hasta dónde quiere llegar el cliente o la clienta - explica Carla sin titubear-. Pueden ser desde elementos para azotar, humillación psicológica hasta agujas o enemas”. Las normas de Mistress Ce con muy estrictas. “Si el cliente eyacula, sabe que tiene que pagar un plus de dinero por la sesión”, revela.
La dominatrix asegura que trabaja unas 3 a 4 hora por día. “Lo hago todo con placer porque no hago nada que no me guste. En cada sesión de dominación me meto en personaje y avanzo en el juego hasta donde la otra persona me deja”, explica. No quiere revelar cuánto gana, pero es mucho más de lo que recibe por su trabajo en salud, aún así descarta dejar la guardia del sanatorio de los lunes. “Lo hago por vocación de servicio”, aclara.
Desde la pandemia, Carla empezó a brindar servicios virtuales. Tiene una página de OnlyFans y desde allí ofrece servicios a todo el mundo. El año pasado estuvo unos meses girando sola por Europa. “Hice base en España y desde allí, me movía a Amsterdam o Berlín, según me contrataban. Me fue muy bien”. Tanto es así, que la dominatrix planea irse a vivir a Madrid. Tengo un amigo que me hospeda. Voy con una visa para estudiar enfermería”, cuenta Mistress Ce.
En el mundo de Internet, recibe pedidos variados, no todos son de su papel de dominatrix. “Puede ser alguien que me quiera ver pisando tortas con tacos altos, hasta otro que me paga por verme fumar en cámara. Todo eso se paga en euros, obvio”, explica. De Europa, Carla se trajo varios clientes con los que ahora se comunica a través de videollamada. “En ese caso, el juego es que yo los domino y les aviso cuando pueden eyacular. Si lo hacen antes, tienen castigo - cuenta la mujer mientras se sonríe pícara-. Además, no pueden mostrarme en cámara ese momento”. En muchas sesiones, Mistress Ce no autoriza ese momento para su cliente. “Depende como se porte durante el encuentro”, advierte.
Y quiénes son los clientes que toman este tipo de servicios. Hay de todo, según Carla. Pero mucha gente ligada al poder. La mujer mantiene a rajatabla el anonimato de los y las que la contratan. “Es parte del código del ambiente BDSM -explica divertida. Pero me tocaron políticos que después los ves en la tele en algún debate de campaña o religiosos en mi época europea cuando anduve por Roma, cerca de El Vaticano”. Sin embargo, la dominatrix rechaza el prejuicio que sólo tienen estas prácticas sexuales, hombres o mujeres que son poderosos en sus actividades profesionales.
La mujer trabaja unas 4 horas diarias. Revela ante Infobae cuanto puede llegara ganar, aunque pide que no se publiquen las cifras. “Es mucho más de lo que me pagan en el ámbito de la salud. Pero ese actividad me gusta mucho por mi vocación de servicio”, sostiene.
La vida privada de la dominatrix
Además de sus dos hijos, Carla tiene una pareja diez años menor. Se trata de un hombre trans que es profesor universitario en La Plata. Como era de esperar, la pareja comparte y se complementa en las prácticas sexuales ligadas al mundo BDSM. “Yo soy sádica y el masoquista hardcore -explica la dominatrix sin pudor-. Nos complementamos en forma perfecta”.
Junto a su pareja, la mujer avanza un paso más allá en esta práctica sexual. “Uno de los juegos más fuertes es cuando lo cubro con una especie de bolsa plástica y sólo le dejo espacio para los dos orificios nasales. Respira a través de unos tubitos que yo le proporciono”, describe la mujer.
A cada momento, la pareja busca nuevos desafíos dentro de este mundo BDSM. “Ahora, él quiere que le cosa la boca con hilo de sutura y sin anestesia. Ya le había cerrado la boca con agujas, pero ahora me pidió directamente que le haga los puntos”, confiesa Carla. Mientras prepara las valijas para su aventura europea, Mistress Ce planea llevar todos los instrumentos para sus prácticas sexuales.