Dos chicas trans envueltas en transparencias flúo, una verde y la otra naranja, cargadas en glitter, se besan apasionadamente, abrazadas bajo las miradas metálicas de Julio Argentino Roca y de su caballo, ambos esculpidos en hierro sobre la diagonal sur, estupefactos. La música tecno sale de un camión-boliche estacionado en la esquina de Perú, del que cuelga una bandera. Dice “Fuera Milei, viva el sexo gay”.
No hay toneladas de piedras ni gordos morteros ni protocolo antipiquete, a pesar de que el centro de la Ciudad de Buenos Aires es un carnaval de calles cortadas. Son las fuerzas del orgullo. La sensualización de la protesta. Alrededor del camión-boliche bailan unas 20 ó 30 personas pero en la zona hay cientos de miles, algunos dicen que millones: en la Plaza de Mayo, sobre la avenida del mismo mes, en Rivadavia, diagonal norte, Florida y más allá también. Apenas pasó el mediodía de este sábado, el cielo está nublado y los puestos de choripán extendidos por toda la zona aportan el humo que toda pista de baile debe tener, incluso esta, improvisada en el asfalto.
La Marcha del Orgullo -desde su primera versión en 1992 con 80 personas que se juntaron con el rostro tapado hasta estas últimas multitudinarias y expresivas- siempre fue “política”, un espacio de verdadera libertad, diversidad y respeto por la individualidad del otro. Pero también de resistencia. Se puede hacer política de fiesta y con tolerancia. De hecho, todos los espacios político partidarios tienen sus camiones-boliches y conviven en las mismas cuadras: La Cámpora y una bandera que dice “Respeten los rangos”; la UCR con un camión lleno de guirnaldas; el Partido Socialista, la Coalición Cívica, el Movimiento Evita, además de otros camiones-boliches aportados por organizaciones del colectivo LGBTIQ+ e incluso marcas de bebidas o de fiestas.
A nadie podría sorprender, por eso, que esta edición tuviera una alta dosis de mensajes contra Javier Milei y su gobierno, incluso más explícitos que los de otras épocas más amables, con Macri, Alberto o Cristina. “Viva el sexo gay” es una respuesta al “mucho sexo gay”, que el presidente consideró que fomenta la “panacea progre”, en un posteo en sus redes sociales.
La edición número 33 de esta fiesta popular -cada vez más colorida, cada vez más convocante- reunió a hombres y mujeres, niños y niñas, familias, amigos, gays, lesbianas, travestis, bi, héteros de todas las edades y los orígenes sociales. Coparon el centro de la ciudad de Buenos Aires con disfraces, banderas y muchos carteles en contra del gobierno, como el del camión del Movimiento Evita, que presentó una ilustración de Eva Perón dándole nalgadas a un Milei con aspecto de niño iracundo.
“La homofobia es gay”, dice la remera de Daniel, 52 años (se enojó cuando se le preguntó la edad), vecino de Palermo, que caminaba junto a su amigo Marcelo por la vereda de la Catedral de Buenos Aires, de camino hacia el escenario de Plaza de Mayo (el otro estuvo en el Congreso), donde una banda de cumbia hacía algunas versiones de hits del género tropical.
La frase que lleva estampada en su pecho nació en la Marcha del Orgullo de Londres de 2017 y generó, en su momento, una polémica dentro del colectivo LGBTQI+ del Reino Unido porque jugaba con el sentido despectivo del término “gay”.
Daniel entiende la contradicción y plantea que eso es lo que, según él, pasa con el presidente. “Estamos viviendo momentos de homofobia de parte del Gobierno, que ejecuta microacciones discriminatorias”, explica el hombre, con la ironía tácita, y enumera: “Sacaron la ley de cupo trans. El ministro Cúneo dijo que rechazan la diversidad y las identidades sexuales que no se alinean con la biología. Mondino, que ya fue, comparó a los gays con las personas sucias. Pensábamos que eso ya había pasado, pero acá está y tenemos que resistir”, explica Daniel: “Por eso la remera”, dice para que se entienda.
La multitud baila, celebra, bebe y se besa. Otra multitud, la de los buscas, copa las veredas y la esquinas. Se venden banderas, anteojos de sol fluorescentes, gorras, glitter, tatuajes temporales, llaveros. “Está duro, muchos preguntan el precio pero nadie compra nada”, cuenta Romina. Beto, que llegó de Wilde con dos bolsas cargadas de banderas multicolores, apenas vendió tres. “Son 10 mil pesos e invertí 50. Y ya me compré una cerveza, hay mucha gente pero se vende poco”, detalla.
Entre la fiesta y la resistencia
A pesar de la mishiadura, la fiesta es un gran carnaval, donde todo está permitido y no hay más ley que la ley del deseo. En el escenario tocan bandas. La última, la frutilla del postre, una diosa en el imaginario gay: Valeria Lynch.
Desde uno de los escenarios se lee un documento con las consignas de la marcha. Los principales lineamientos son: “No hay libertad sin derecho ni polìtica pública”; “No hay libertad con ajuste y represión”; “Los discursos de odio del gobierno también matan”; “No es libertad. Es odio”; “Rechazamos el cierre del Inadi”; y uno más contundente que todos los demás: “Al closet no volvemos nunca más”.
Pedro Paradiso Sottile, que tiene 52 años, empezó su activismo a los 19. Poco antes, a los 14, en su Rosario natal, se torturaba por dentro. “Nos decían perversos, enfermos, corruptores de menores. Yo sabía que era gay pero ni había besado a nadie. Sin embargo me iba a dormir todas las noches pensando que solo por ser gay moriría de SIDA”, cuenta.
Paradiso Sottile ve un riesgo de que esa opresión regrese. ”Ahora se quiere imponer un discurso de grupos políticos, religiosos y económicos que siempre estuvo ahí. Es la gran casta. Ese discurso caducó. Pero también hay una alerta. El gobierno no apoya, de hecho los escenarios los aportaron los gobiernos porteños y de la Provincia. Al contrario, nos estigmatiza otra vez”, dice, quien es presidente de la Fundación Igualdad, que aportó no un camión-boliche sino un micro escolar para niños y niñas.
La Marcha es resistencia, pero también fiesta y ternura. Cada marcha que pasa se ven más niños con sus padres o sus tíos. “Para que ellos tengan la experiencia de seguir la marcha. La idea tiene que ver con celebrar familias diversas, autonomía y libertad. Trabajamos memoria histórica. Es la mejor respuesta frente al odio, la discriminación y la violencia”, dice Pedro.
Isabela (16) camina abraza de su mamá, Elizabeth (39), que alza un cartel colorido con un mensaje: “Abrazos de mamá”. Su hija, la ideóloga, lo explica: “Hay mucha gente que descubre lo que es y le da miedo hablar con sus padres y acá está ella, la mamá prestada, para darles el abrazo que me dio a mí”.
Por al lado pasan Victoria, de 11, y su tía Andrea, de 38. “Ella pidió venir”, dice la mayor. “Me motivó venir porque el año pasado había descubierto que soy bisexual. Entonces quería estar acá, para sentirme más bienvenida por la comunidad y estar en algo, simplemente sentirme parte”, explica. Está envuelta en una bandera con tres franjas: rosa, azul y violeta. Y tiene puesto un top idéntico: “Estuve los últimos meses haciendo el top para traerlo”, ríe la niña y desaparece, con su tía, entre el humo de los choris y las luces fucsias de un camión-boliche.