La soledad, el duelo y el peso del pasado la marcaron desde niña. El fallecimiento de su hermana mayor, un año antes de su nacimiento, la hizo crecer bajo la pesada expectativa de ser la segunda oportunidad de su madre, la chance de redimir el dolor de una tragedia que hasta hoy no logra superar. “Desde siempre supe que vine a este mundo para ocupar el espacio que dejó ella”, aseguró Sol Sacne, quien tuvo que soportar que sus padres le pusieran un nombre inspirado en su hermana muerta y librar una batalla judicial para ponerle fin al abandono familiar.
Su hermana falleció el 22 de abril de 1976 de un edema pulmonar agudo, en los brazos de su mamá, cuando la llevaba al hospital. Estaba con broncoespasmo, había levantado mucha fiebre y cuando los médicos la atendieron ya no tenían mucho para hacer. Vivió solo catorce meses.
“Se llamaba Mariela Elizabeth. Si vos buscás la etimología de esos nombres, son re positivos: la estrella, la elegida de Dios, la que Dios le da salud”, explicó Sol. En cambio, el nombre que eligieron para ella tenía una herencia muy pesada: “Me inscribieron como Andrea Soledad, pero siempre me llamaron por el segundo nombre”.
“El primero fue en agradecimiento a una vecina que ayudó mucho a mi mamá cuando vino a vivir a la Argentina desde Chile, y el segundo fue algo sumamente deliberado. Esto me lo dijo hace poco, tras haber tenido muchos conflictos con ella y años de terapia. Me dijo que ella decidió ese nombre porque no pensaba tener más hijos y yo iba a estar sola toda la vida, sin hermanos”, relató.
Lo curioso es que su madre quedó embarazada apenas tres meses después de que falleciera su hermana. “Cuando le pregunté si realmente tenía ganas de tener sexo, aún cuando se le había muerto una hija, me contestó que solo tenía ganas de tener otro bebé para compensar esa ausencia”, explicó Sol de manera contundente, ya resignada.
Su infancia en la ciudad rionegrina de Cinco Saltos fue un peregrinaje entre ausencias. Cuando su padre se marchó, no hubo una carta de despedida, ni una última llamada; simplemente un día no regresó. “Mi papá se fue de casa antes de que cumpliera dos años. Conoció a otra señora y se fue a vivir con ella. Nos dejó para formar otra familia sin explicaciones de un día para el otro. Pegó el portazo”, recordó Sol, mientras explicaba que su madre tuvo que salir forzosamente a trabajar para mantenerla y no recibió el cariño y la contención que le hubiese gustado en su niñez.
“A los 8 años hacía todas las tareas de un ama de casa, hasta me cocinaba para ir al colegio. Ahí también sentí un abandono de parte de ella. En mi adolescencia también me sentía extraña, ya que todas mis amigas tenían papá y mamá. Estaba como traumada y el patrón del abandono volvió a repetirse cuando mi mamá volvió a formar pareja, y este hombre al que había elegido como padre porque nos llevábamos muy bien, también se fue de un día para el otro”, se lamentó.
A pesar de que su madre trató de llenar el vacío, las cicatrices permanecieron. “Crecer con la certeza de que el amor puede irse sin previo aviso te convierte en alguien desconfiado”, señaló Sol hacer hincapié en que el abandono ya era una constante en su vida, una profecía que se repetiría una y otra vez.
Su madre la sostuvo como pudo, pero cada conversación traía a la hermana que ya no estaba, el duelo no cerrado y el recuerdo insistente. “Desde chica me quedó claro que el amor de mamá estaba hecho de ausencias”, contó Sol.
Por eso, llegó un momento en que su nombre se volvió una carga, no quiso usarlo más y se inventó otro. En 2014, la música le dio un escape. Se subía al escenario como la cantante “Sol” Sacne y brillaba. Se casó, vivió en Buenos Aires en 2010 y, tras el divorcio, el regreso a su ciudad natal en 2017 la sumergió de nuevo en los fantasmas del pasado.
“Para mamá era como si siempre fuéramos tres. La hermana muerta estaba en cada rincón de la casa, en cada conversación, y yo crecí compartiendo mi lugar con alguien que ni siquiera existía”, enfatizó.
En terapia, comprendió que su nombre la ataba a historias que no le pertenecían. Y fue con su psicóloga con quien habló por primera vez de cambiarlo. “Quiero dejar de ser quien fui para poder ser quien soy”, se dijo así misma antes de llevar su reclamo ante un juez. “Por fin pude hablar de la hermana que no conocí y del lugar que mamá me obligó a ocupar”, expresó con sinceridad.
La decisión de llevar el caso a la justicia no fue fácil. La acompañó en todo momento su abogada Lorena Delgado, quien la alentó a pelear por su derecho a una identidad elegida. Al presentar la petición, se basaron en el artículo 69 del Código Civil y Comercial, argumentando que el cambio era necesario para su bienestar emocional.
Su psicóloga también jugó un papel crucial durante el proceso, ya que presentó un informe donde afirmaba que Sol había experimentado un daño psicológico debido a su nombre de pila. “Para ella, el nombre es una herida abierta que necesita cerrar”, sentenció la profesional.
A medida que avanzaban los trámites, Sol fue construyendo una narrativa de fortaleza, consciente de que esta lucha era su forma de liberarse del pasado. Documentos, entrevistas, pruebas y declaraciones fueron revisados meticulosamente. Pero lo más importante para ella fue la posibilidad de compartir su verdad, de poder relatar cómo cada letra de ese nombre de pila la devolvía a una vida que no había sido su elección. Uno de los seis testigos que debió presentar en la solicitud fue su propia madre, quien entendió la lucha por la identidad de su hija. Hoy intentan recomponer un vínculo dañado desde la infancia.
Finalmente, el 22 de octubre de este año, la jueza Gabriela Lapuente, titular de la Unidad Procesal Número 11 de Cipolletti, emitió su fallo. En su despacho, mientras leía el veredicto, la magistrada confirmó que el cambio de nombre estaba justificado por motivos personales de peso. “Es un derecho que debe ser respetado, y su identidad merece ser reconocida”, sentenció la magistrada subrayando que la petición cumplía con todos los requisitos legales.
Al escuchar las palabras de la jueza, Sol sintió cómo se desmoronaban años de angustia. Ese nombre, que llevaba desde siempre, ya no estaría en su documento. En su lugar, ahora figura el nombre que le otorga paz y libertad. “Ahora soy yo”, concluyó entusiasmada y esperanzada con nuevo comienzo a sus 47 años.