Era el padre Vicente, un salesiano de 42 años, el que organizaba misas a pequeños grupos de soldados, sin importar los bombardeos ni los vuelos de los Harriers. Esas celebraciones exprés eran presididas por la imagen de la Virgen, entronizada sobre un tambor de combustible, apoyada sobre una suerte de mantel en su base o en altares improvisados en el medio de la nada. Esos soldados, en las intenciones y aún con la mirada le pedían lo mismo, poder volver a casa. A los pies de la Virgen de Luján, que parecía no conmoverse por las explosiones ni los temblores que provocaban los explosivos, hubo conversiones, bautismos, confesiones y comuniones.
La imagen de la Virgen, tan malvinera como de Luján, también tuvo su propia guerra. Había sido hecha en Mar del Plata y una familia la donó a la Fuerza Aérea al estallar el conflicto. El capellán del arma, Roque Puyelli la subió a un C-130 y el 9 de abril aterrizó en las islas.
Pasó los días entre la capilla de Saint Mary, en Puerto Argentino, una construcción de madera sobre Ross Road, que había sido bendecida en 1899. Durante la guerra, las misas se celebraron en español e inglés.
La Virgen, cuando permanecía cerca de la pista, era protegida por todo lo que se consiguiese. Ante las 120 toneladas de bombas inglesas, la vieron vibrar y balancearse, pero nunca le pasó nada, y el hecho de que la pista no hubiera sufrido daños de consideración, se lo adjudican a ella.
El soldado Palacios
En una madrugada en los primeros días de mayo, el soldado Jorge Eduardo Palacios, junto a su compañero Raúl Ortiz, hacían guardia sobre un cerrito que miraba al mar, frente a la torre de control del aeropuerto.
La onda expansiva que provocó el estallido de dos bombas arrojadas por aviones ingleses Vulcan hizo que Palacios cayese dentro del pozo de zorro donde su compañero dormía. Encima de ambos, cayeron dos metros de tierra, piedras y escombros. Quedaron sepultados vivos.
Inútiles fueron los gritos de Palacios, porque Ortiz no decía nada, creyó que había muerto. Cuando pensaba ya en lo inevitable, y que solo le pedía a Dios que no dejase morir despacito, decenas de manos excavaron la tierra, removieron las piedras y los rescataron sanos y salvos.
El coronel Seineldín consideró que ese milagro había que agradecerlo como corresponde. El 8 de mayo hizo traer la imagen de la virgen y se armó una procesión por los alrededores del aeropuerto. “Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás”, iban cantando.
Prisionera en el Reino Unido
El 14 de junio, con el alto el fuego, la imagen quedó en manos de monseñor Dan Spraggon, que hacía nueve años era el prefecto apostólico de las islas Malvinas. Él se la mostró al padre Alfred Hayes y así fue como la Virgen partió con las fuerzas británicas. Terminó en la catedral castrense en Aldershot y se la señalaba como una estatua que los argentinos habían llevado a las islas.
En 2008 Vicente Martínez Torrens -el único capellán sobreviviente de la guerra de Malvinas, de los catorce que fueron- le regaló a Palacios una fotografía en la que aparecía en la procesión. En la dedicatoria, enigmática, le advertía que tenía una misión, y que solo él debía descubrirla.
A Palacios le había quedado lo que le había dicho Torrens, y la cuestión se develó en 2018 cuando lo contactó La Fe del Centurión, una asociación civil integrada por laicos que asisten a ex combatientes de nuestro país y a las familias de los fallecidos.
El médico inglés James Ryan supo de la existencia de la imagen y así se lo hizo saber a la Fe del Centurión, y comenzaron las gestiones de repatriación, tarea en la que tuvo mucho que ver monseñor Santiago Olivera, obispo castrense, quien se puso en contacto con su par inglés, monseñor Paul James Mason.
Le comentaron que la imagen que él había llevado en procesión estaba en poder de los ingleses, y que se estaba programando un intercambio en El Vaticano y que los británicos accedían a devolverla, pero que debía participar alguien que hubiera estado en la procesión durante la guerra. Que él podría ser uno de los que la fueran a buscar. Ahí supo que esa era la misión.
Palacios creía estar soñando ese 30 de octubre de 2019 cuando Francisco lo abrazó en la Plaza San Pedro. El Papa no podía creer que el de la foto de la procesión fuera él. “Este soy yo”, le indicó. “¿Sos vos?”, se asombró Francisco. Lo miraba una y otra vez. También compartió la instantánea con veteranos ingleses presentes en el lugar, les explicó que en la guerra fue un soldado infante, y que tenía entonces 18 años.
En esa oportunidad, los argentinos llevaron una réplica que entregaron a los religiosos británicos.
Desde ese momento la Virgen Malvinera, a la que los veteranos también se refieren a ella como “prisionera”, no tuvo descanso, por eso se la conoce como “peregrina”. Recorre el país, incluso el rompehielos Almirante Irízar la llevó a las bases antárticas, y solo estuvo resguardada en esos largos meses de encierro obigatorio durante la pandemia.
Desde 1989, Palacios vive en una casa de un plan de vivienda en el Barrio Isidro Quiroga, en su Comodoro Rivadavia natal e integra el equipo de fútbol de veteranos del club Jorge Newbery, donde jugaba antes de ir a la guerra. Sabe que Ortiz, con quien se reencontró 27 años después, vive en Trelew y nunca quiso hablar de la guerra, que no siempre le responde los whatsapp, y que es comprensible. Palacios pide que “la gente entienda que la mochila que cargamos en la espalda es difícil de llevar”, algo que la virgencita que se bancó los bombardeos al borde de la pista bien conoce.