Apenas empezaron a caer las primeras bombas en territorio ucraniano el 24 de febrero de 2022, Arina, con apenas 19 años, supo que debía escapar de su país. La chica debía dejar atrás su vida y sus proyectos en los cajones de su habitación de la infancia en la casa familiar de la ciudad de Krivói Rog, la misma en la que nació el presidente Volodímir Zelenski. En apenas un par de días la guerra golpeaba muy cerca de su barrio. Y la chica en apenas dos semanas decidió escapar del horror junto a sus dos hermanos. “Me fui casi con lo puesto. Apenas una mochila con muy poca ropa y algunos objetos personales”, recuerda la joven en diálogo con Infobae y en un castellano incipiente.
Los padres de Arina quedaron en Ucrania, pero la chica se tomó el primer tren que la llevó a Polonia. En su país, la joven se dedicaba a las danzas con fuego. “Mi idea era abrir un instituto para enseñar esas técnicas a otras chicas”, explica al recordar un pasado que dejó atrás hace apenas un poco más de dos años. Estuvo en Alemania y recorrió otros países de Europa en busca de trabajo o de algún tipo de destino parecido al que tenía en su ciudad natal. “Mientras tanto, hablaba con mis padres que la pasaban muy mal. Eso me empujó a no querer volver -explica Arina-. Cayeron bombas cerca de mi casa y hasta en un hotel. Hay cortes de luz constantes y más de 10 alarmas por día”. Por ejemplo, en 2023 rusia atacó la ciudad y mató a 11 personas al destruir con misiles un edificio de viviendas. A fines de agosto de este año, otro cohete impactó sobre un barrio de esta localidad y murieron 3 vecinos.
Europa, el refugio de Arina
La joven buscaba su destino por Europa y en paralelo se mantenía activa en su cuenta de Instagram. Trataba de vivir como una chica de 19 años. En sus posteos, Arina subía selfies de sus momentos de ocio mientras trataba de dejar atrás el horror de la invasión rusa a su país. Por esos misterios del algoritmo, las fotos de la chica ucraniana le llegaron a Daniel en Buenos Aires. El porteño empezó a seguirla y a darle likes a sus publicaciones. Así, junto fuerzas y pocos días después le mandó el primer mensaje privado. Era apenas un tímido “hola” y a esperar la respuesta. Todo indica que Daniel estaba muy interesado en la chica, ya que intentó aprender algo de ruso para comunicarse en esos primeros tiempos.
Mientras tanto, Arina dejaba Europa tentada por una oferta laboral en la India. Viajó hacia ese país como bailarina de fuego. “Las cosas no resultaron como me habían prometido. Junto con otras chicas también ucranianas fuimos explotadas. Pagaban muy poco y estaba en muy malas condiciones de alojamiento. Me habían prometido otra cosa”, se lamenta la chica. En ese momento, Daniel le propuso que se viniera a Buenos Aires. “Fue muy jugado, pero era lo que sentí en ese momento”, explica el hombre que se dedica a la música.
Entonces, la chica ucraniana se mandó a conocer a su enamorado argentino. Sacó un pasaje desde Nueva Delhi que después de varias escalas llegó hasta el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires. “Nos conocíamos muy poco y hasta me daba un poco de miedo. Traje dinero extra por si me tenía que sacar un pasaje de urgencia de vuelta a Europa. No sabía con quién me iba a encontrar”, recuerda Arina mientras mira con una sonrisa de amor a Daniel.
Arina llega a la Argentina
Los primeros momentos fueron complicados. La pareja había hablado mucho por Instagram y hasta en videollamadas. Pero, estar cara a cara era otra cosa. Fueron en el auto de Ezeiza a la ciudad sin intercambiar muchas palabras. Quizás algún “qué tal el viaje” o “qué te parece Buenos Aires”. Arina empezaba a sentir en su piel blanca y en sus ojos claros el sol porteño que le pegaba de frente. Esa noche, Daniel preparó lo que fue la primera cita de la pareja. “La llevé a un restaurante de los mejores de la zona de Palermo. y ahí, empezamos a hablar un poco y conocernos más”, relata el joven músico. Pero desde el otro lado, la chica todavía veía todo con sus ojos de ucraniana. “Había poco espacio entre las mesas y los mozos eran informales. -sostiene la chica-. Yo estaba acostumbrada a otra cosa en mi país cuando se habla de un lugar gourmet o de calidad. Después con el tiempo me hice fanática de la comida de bodegón”.
Enseguida, Daniel la incluyó en su círculo social. Arina fue aceptada por toda la familia argentina como una más. “Eso es diferente a mi país. Allá la presentación a los suegros o al resto de la familia del novio lleva mucho más tiempo y es más fría. Aquí, enseguida todos fueron un amor conmigo”, resalta la joven y abre bien grande sus ojos claros para mirar a Daniel y hacerle una caricia en la cara.
La pareja tomó confianza y se mudó a un PH en Devoto. Faltaba solucionar otro tema que era definir qué iba a hacer Arina con su futuro. “Intenté dedicarme a la danza pero pagaban muy poco -explica la chica, que ya cayó en la realidad argentina-. No me alcanzaba el dinero para vivir de eso”.
Arina cocina
La joven empezó a cocinar comida ucraniana desde la casa que compartía con Daniel. Empezó con los clásicos de su país: borsch (sopa fría de remolacha), varenikes, trigo sarraceno con albóndigas y pelmenis. Sus primeros clientes fueron compatriotas que también viven en Buenos Aires. “Además le vendo a rusos porque los gustos de comida son muy parecidos. Venimos de la misma región y tenemos el mismo tipo de platos -explica Arina-. En general, me relaciono con personas que están en contra de la guerra. Que tienen una opinión parecida a la mía respecto a lo que sucede en mi país”.
“Todo lo que cocino lo aprendí viendo en mi casa de mi mamá, durante mi infancia - dice la chica-. De todo lo que vi, ahora lo experimento en Argentina. De paso, no extraño tanto Ucrania, ni a mi familia”.
Para su nuevo emprendimiento, Arina creó una cuenta de Instagram (@arina_cocina) y desde allí ofrece sus productos en ucraniano y castellano. La joven arma videos para promocionar su comida. Y con el paso del tiempo amplió el menú a postres ucranianos con crema agria o panqueques. “Es un trabajo que me consume todo el día. Tengo que estar pendiente del teléfono porque los clientes rusos no saben esperar”, sostiene Arina.
Arina también tuvo que adaptarse a la economía argentina. “Me sorprende el cambio de los precios. La remolacha y otras materia primas que aumentan todas las semanas - admite Arina-. Ahora me estoy acostumbrando, pero al principio me generaba mucha angustia porque tenía que subir el precio de los platos. Eso me parecía una falta de respeto. En Ucrania no me sucedía”.
La joven sueña con volver a visitar su país. Recorrer de nuevo las calles de su niñez, ver cómo está su casa y también sus padres. “Me fui sin tiempo de despedirme. Agarré dos cosas, las metí en una mochila y salí a tomarme el tren que me sacó a Polonia”, explica Arina. La chica mirá a Daniel y cuenta: “La idea es ir de visita. Estamos esperando que al menos se calme un poco la guerra o que el frente se aleje de mi ciudad, al menos”.
La joven lleva dos tatuajes en su cuerpo. Son los mapas de los dos países entre los que se debate su amor. Por un lado, Ucrania, su tierra natal. Por el otro, más reciente, Argentina, en su brazo. Así, la vida de Arina cambió en forma radical los últimos años cuando su país fue invadido por Rusia. Primero deambuló por Europa y luego tuvo su mala experiencia en la India. Hasta que encontró refugio en el amor de un argentino.