Jorge Capalbi (40) experimentó en carne propia lo que es tocar fondo y permanecer 10 años en el agujero más oscuro: la cárcel. Creció en los pasillos angostos y polvorientos de Villa Cildañez, en el barrio porteño de Maderos, donde la pobreza no dejaba espacio para los sueños. Ahí, la delincuencia era parte de su rutina diaria, y para él, la vida se convirtió en una carrera sin frenos hacia un abismo inevitable. Empezó a robar a mano armada, con el blanco puesto en las financieras, y en 2008 terminó tras las rejas.
Su encierro fue producto de un allanamiento en su casa, en la que encontraron un arma vinculada al robo de un auto. Aunque no lo capturaron en flagrancia cometiendo un delito, los policías que lo venían investigando desde hacía seis meses lo relacionaron con ese ilícito y, al sumarse otra condenada que tenía en suspenso, le dieron 10 años y 6 meses de prisión.
Con los años, ese mismo encierro que lo aplastaba se transformó en un motor silencioso que le gritaba que tenía que cambiar. Hoy, fuera de los muros de la prisión y apenas a seis cuadras de la villa que lo vio caer, lidera una hamburguesería ubicada sobre la Avenida Olivera y Avenida Eva Perón, en Parque Avellaneda, que vende más de 12.000 hamburguesas por mes.
En lugar de armas, ahora maneja hornos y parrillas; en lugar de compañeros de celda, tiene empleados que buscan, al igual que él, una segunda oportunidad. Su historia no es solo de éxito comercial, sino de redención y resistencia, una batalla ganada a fuerza de trabajo, lágrimas y la convicción de que siempre es posible empezar de nuevo.
Jorge nació en Salta y a los pocos años de vida su familia decidió mudarse a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades; aunque no todo resultó como esperaba. Desde pequeño, la realidad del barrio le enseñó a convivir con la precariedad y la violencia. “Ver armas o el intercambio de drogas era tan común como jugar al fútbol en la calle”, contó el dueño de Don Capalbi Burguer’s Chef.
La adolescencia de Jorge estuvo marcada por las malas compañías y la influencia de un entorno que, según él, arrastraba a los jóvenes casi sin darles opción. “Las generaciones iban pasando y uno tomaba el lugar de los que se iban. Sin querer, te veías envuelto en cosas que nunca pensaste hacer”, relató.
Para él y sus amigos, la delincuencia fue una salida casi natural, una forma de escapar a las pocas oportunidades que les ofrecía el barrio. Los robos, las peleas y la venta de drogas se convirtieron en una rutina que no le parecía extraña. “Era lo normal. Nadie se escandalizaba por ver a alguien armado”, contó. Así fue como, poco a poco, su vida se sumió en un torbellino de acciones ilícitas que eventualmente lo llevarían a perder la libertad.
“Adentro de la cárcel uno aprende a valorar las cosas más simples. Soñaba con la libertad y sabía que no podía regresar a lo mismo”, admitió al replantearse de cómo seguir. “Diez años es mucho tiempo. Es como si la vida entera se detuviera”, reflexionó, haciendo énfasis en que las horas pasaban lentas y monótonas, pero le sirvieron para entender que necesitaba un cambio profundo.
Un año antes de cumplir su condena completa, Jorge salió en libertad condicional y conoció a Melina, quien se convertiría en su esposa y compañera en un proyecto que cambiaría sus vidas para siempre. La pareja decidió emprender en la gastronomía, iniciando en un pequeño departamento del barrio emergencia de Villa Britania.
Al principio, se dedicaron a la venta de sánguches de milanesa, un producto que, aunque sencillo, les permitió ganar algo de dinero y probar sus primeras ideas comerciales. “No teníamos ni la más remota idea de lo que era el negocio gastronómico. Era aprender sobre la marcha”, reconoció Jorge.
El verdadero giro llegó cuando, una noche, soñó con hamburguesas. “Desperté con la idea fija en la cabeza. Fui al local y les dije a los chicos: ‘Dejamos las milanesas, ahora vamos a hacer hamburguesas’”, contó.
La decisión fue arriesgada y, al principio, un desastre. Las ventas cayeron en picada y apenas lograban vender unas pocas hamburguesas por día. “Las primeras semanas fueron durísimas, pero no aflojamos. Sabía que era el camino correcto”, aseguró.
La perseverancia dio sus frutos y, tras algunos meses de esfuerzo, las ventas comenzaron a despegar. La calidad de sus productos atrajo a más clientes, y la hamburguesería se consolidó como una opción popular en el barrio. Pronto, la demanda fue tan alta que Jorge y Melina tuvieron que expandir el negocio, alquilando un galpón donde centralizaron la producción de hamburguesas y luego los panes.
El éxito se reflejaba en los números. “Empezamos vendiendo tres hamburguesas por día y llegamos a más de 400 diarias”, explicó Jorge sobre ese crecimiento que se logró gracias a la constancia y a la fidelidad de una clientela que no deja de crecer.
Actualmente, su hamburguesería emplea a 21 personas: 17 trabajan dentro del local y 4 en calle haciendo delivery. “Le damos trabajo no solo a mi familia y a la mi esposa, sino también a muchas personas con antecedentes de problemas sociales o penales. Quiero darles la oportunidad. Es difícil cambiar, pero si uno encuentra un propósito, es posible”, remarcó Jorge, quien ya se encuentra pagando el crédito de su casa, donde también instaló el local.
Las hamburguesas tienen un precio que va desde los 5.500 pesos para una opción sencilla con cheddar, hasta los 9.500 pesos para una hamburguesa más completa con tres carnes, huevo, bacon y cheddar. Actualmente, el menú cuenta con cinco especialidades, enfocándose en ofrecer “una selección limitada pero de alta calidad”.
Con el negocio estabilizado y en crecimiento, Jorge y Melina tienen nuevos planes para seguir expandiéndose. “Nos gustaría construir en la parte de arriba y abrir un restaurante donde los clientes puedan disfrutar de las hamburguesas en un ambiente cómodo y agradable, así como establecer puntos de venta en barrios vecinos donde ya tenemos una base de clientes fieles”, dijo Jorge.
“Queremos seguir creciendo, pero sin perder el enfoque en la calidad y el servicio. Nos criamos con poco, a mate cocido y pan, así que el dinero no es lo que nos motiva. Es el desafío de construir algo propio y, al mismo tiempo, ayudar a los demás”, afirmó.
“No se trata solo de vender hamburguesas. Se trata de cambiar vidas”, concluyó, con la misma determinación que lo llevó a salir del infierno de la cárcel para convertirse en un emprendedor ejemplar.