“Husøy, un poblado que parece hecho con IA”, asegura el tuit que se hizo viral, se convirtió en tendencia y muestra un video panorámico de esta isla del norte de Noruega que está rodeada de imponentes fiordos y montañas, y conectada al continente por un estrecho puente. Tal como se aprecia en la filmación, su geografía compuesta por terrenos abruptos y senderos empinados le da un aspecto casi inverosímil, como si hubiese sido depositada allí por manos gigantescas en un capricho del paisaje. A lo que se suman sus acantilados recubiertos de musgo y salpicados de líquenes, que ascienden hacia el cielo gris, marcando un contraste profundo con el azul oscuro del agua.
En invierno, el hielo y la nieve cubren la isla con un manto blanco, y la luz se vuelve escasa, revelando apenas unas pocas horas de claridad cada día. En verano, en cambio, la claridad perpetua del sol de medianoche baña las cumbres y las aguas en un brillo etéreo, envolviendo a Husøy en una calma luminosa.
Hasta ese paisaje único, situado en un rincón remoto de Noruega que parece diseñado por computadora, llegó el fotógrafo argentino Franco Salomon con la misión de retratar sus imponentes paisajes y volcar la experiencia en sus redes sociales.
Su relato, lleno de detalles inolvidables y momentos únicos, también permite conocer su historia: la de un joven curioso e inquieto que decidió emigrar a Europa desde la localidad bonaerense de Ramos Mejía para conocer el mundo, con solo una cámara y una mochila.
Franco visitó la isla en el mes de junio, acompañado por Fie, su mujer de nacionalidad danesa con la que está casado desde hace dos años. Para llegar a Husøy partieron desde Oslo, la capital de Noruega. Tomaron un vuelo hacia Tromsø, la ciudad más grande en el norte del país, y el principal punto de entrada para los viajeros que buscan explorar el Círculo Polar Ártico. Desde allí, alquilaron una campervan (una camioneta adaptada para acampar) y se embarcaron en un recorrido de aproximadamente cuatro horas por carretera.
Conducir por los sinuosos caminos de Senja, bordeando los fiordos, les resultó una experiencia casi surrealista: “Es como recorrer una costanera eterna donde el agua, las montañas y el cielo parecen fundirse en un solo paisaje”.
Husøy es una pequeña isla dentro de la isla de Senja, la segunda más grande de Noruega. “Llegar ahí es un viaje en sí mismo. Manejamos bordeando la costa, siempre con el mar y los fiordos de fondo. Cuando cruzamos el puente que conecta a Husøy con Senja, fue como entrar en otro mundo. Es un pueblito chiquito, con unas 50 casas agrupadas, y rodeado de agua por todos lados. Te da la sensación de estar completamente aislado del resto del planeta”, describió sobre este poblado donde viven menos de 300 personas.
Así, con la libertad que les daba la campervan, se instalaron en la isla para explorarla a su propio ritmo y disfrutar no solo de las majestuosas panorámicas, sino también de la hospitalidad de su gente y del sol de medianoche. “Recuerdo que llegamos alrededor de las 19 horas, estacionamos frente a la casa de un vecino y comenzamos a cocinar. Poco después, el dueño salió a saludarnos y nos invitó a una cerveza. Nos pusimos a charlar, y hasta volamos el dron juntos”, contó.
La poca infraestructura de servicios es algo que también los sorprendió: hay un colegio, un centro de salud, una tienda, un restaurante y una capilla. “Es un pueblo pesquero muy tranquilo, donde prácticamente todos trabajan para la misma empresa de procesamiento de pescado. La vida ahí es sencilla, pero muy conectada con la naturaleza”, enfatizó Franco al dejar bien en claro que “Husoy no es un destino turístico convencional”.
“La isla se recorre en cinco minutos, literalmente”, sintetizó Franco. El aislamiento del lugar, donde el frío y el viento dominan incluso en verano, le da un aire agreste y puro, lejos del bullicio de otros destinos noruegos como Lofoten. “En Husøy éramos los únicos turistas. No había nadie más observando el sol de medianoche, lo cual lo hizo aún más especial”, recordó.
El atractivo principal de la visita fue, sin duda, experimentar 24 horas de sol. “Llegamos en junio, justo cuando el sol no se oculta durante más de un mes. A las 00:00, el sol seguía ahí, en el cielo, y uno podía ver el mar y las montañas en una claridad casi irreal”, enfatizó Franco, aún fascinado por el fenómeno.
Recordó que esa fue la primera vez en su vida en que vio el sol brillar a medianoche, en un entorno tan salvaje como bello: “Estábamos en la península, con una vista enmarcada por dos montañas que se adentraban en el agua. Era como si el paisaje nos abrazara”. Sin embargo, aclaró que “el agua es para mirar, no para nadar”, ya que en el verano las temperaturas oscilan en los 13 grados.
Para Franco, la experiencia en Husøy fue uno de los momentos más memorables de su año viviendo en Noruega, pero su travesía por Europa no terminó ahí. Después de varios meses en Oslo, volvió a Dinamarca, donde actualmente Fie trabaja como enfermera y él continúa explorando su pasión por la fotografía y el cine. “Estoy en constante movimiento, pero Husøy siempre tendrá un lugar especial en mi memoria. Es un rincón del mundo que, aunque pequeño, ofrece una grandeza que no se encuentra en otros lugares”, concluyó.
La historia de Franco Salomón no es solo la de un viajero apasionado, sino también la de un fotógrafo curioso que busca lo extraordinario en lo cotidiano. Esa profesión la implementó a partir de 2016, cuando decidió recorrer la Patagonia. “Ahí, en el sur, me compré mi primera cámara. Fue amor a primera vista. Me di cuenta de que podía capturar esos paisajes inmensos, tan salvajes, y al mismo tiempo, tener la libertad de moverme con una mochila”, recordó.
La inmensidad de la Patagonia lo cautivó. Franco pasó días caminando por los senderos, bordeando lagos de aguas cristalinas y observando montañas que parecían tocar el cielo. Con la cámara en mano, encontró un propósito nuevo: documentar lo que veía, mostrar el mundo a través de su lente. “Era como si hubiera descubierto una forma de vida en la que no necesitaba más que una cámara y una mochila para ser feliz”, aseguró.
Esa experiencia fue el detonante que lo llevó a tomar la decisión de vivir de manera nómada. Franco comenzó a trabajar como fotógrafo freelance en Argentina, tomando pequeños proyectos que le permitían ahorrar para su próximo destino. Pero el verdadero salto llegó cuando decidió no volver de un viaje a Europa en 2019. Fue entonces cuando su sueño de recorrer el mundo se hizo realidad, y la fotografía se convirtió en su medio para vivir y compartir sus aventuras.