Leyte es una isla de las filipinas situada al norte de Mindanao. Actualmente, es la octava más grande y la sexta más poblada, y durante la Segunda Guerra Mundial se desarrolló, en sus aguas, una batalla naval que es considerada la más grande de la historia.
En 1937 Japón comenzó su plan expansionista en el sudeste asiático y cuatro años después ocupaba parte de China, Corea, la Indochina francesa, Malasia e Indonesia.
Cuando atacó la base naval norteamericana de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, le dio a Estados Unidos la excusa que necesitaba para entrar en la guerra. Mientras las unidades americanas de infantería fueron a pelear a Europa, su flota de guerra se dirigió a combatir a los japoneses en el Pacífico.
Fue una victoria detrás de otra. En mayo de 1942 se libró la batalla del Mar de Coral, al mes siguiente en el atolón de Midway, en el Pacífico Norte, los japoneses, que cayeron en una trampa, perdieron cuatro portaaviones y 250 aviones. Esa batalla condenó a Japón.
Al año siguiente fue la campaña de Guadalcanal y en 1944 Estados Unidos solo encontró una débil resistencia en las Filipinas. Puso el ojo en la isla de Leyte. Era preciso establecer una base aérea, desde la cual despegarían aviones que se dedicarían a atacar las rutas de aprovisionamiento japonesas, afectarle el suministro del petróleo, indispensable para mantener operativa a la flota, le cortaría el camino a las colonias que dominaba, y además era el trampolín ideal para realizar bombardeos a Japón y terminar la guerra de una vez.
Japón empezaba su debacle: ya habían perdido las Islas Marianas y le habían hundido tres de sus portaaviones y destruidos centenares de aparatos. El primer ministro Hideki Tojo, carismático e ideólogo de la expansión de su país, no tuvo más remedio que renunciar y fue reemplazado por Koiso Kuniaki. Necesitaban de una victoria para lograr equilibrar la balanza.
Estados Unidos envió a su sexto ejército a bordo de la Séptima Flota hasta el golfo de Leyte. El 18 de octubre comenzó a bombardear la playa y luego 132 mil soldados desembarcaron junto a toneladas de equipo. La poderosa Tercera Flota era la que debía dar cobertura a la operación. No imaginaban un ataque naval japonés de la envergadura que se daría.
El plan de los japoneses era sencillo y muy arriesgado. Atraer al grueso de la flota enemiga, y en un ataque coordinado de sus flotas, destruirla o, por lo menos, quedar en igualdad de condiciones.
Estados Unidos llevaba las de ganar. Con sus 16 portaaviones, entre pesados y ligeros, más una docena de acorazados, 24 cruceros, 141 destructores y alrededor de 1.500 aviones, podía imponer las condiciones. Estaban bajo el comando de William Halsey, quien se había hecho la fama en el Pacífico Sur por su instinto de cazador.
Enfrente, Japón contaba con cuatro portaaviones, de los cuales tres eran ligeros, nueve acorazados, 14 cruceros pesados, media docena de cruceros ligeros, 35 destructores y no llegaba a los 800 aviones. El comandante general era Soemu Toyoda, un almirante de 59 años que desde Pearl Harbor insistió que era imposible ganarle a los Estados Unidos.
Toyoda elaboró un plan al que llamó “Sho”, victoria, y contemplaba cuatro alternativas distintas. La fuerza principal nipona, que había zarpado de Singapur, estaba al mando del vicealmirante Takeo Kurita, un fogeado marino que había participado en el ataque a Pearl Harbor y en las batallas que siguieron.
Esa fuerza se dividió: la mayoría de los buques, con mayor poder de fuego de artillería conformaron la fuerza central, que tendrían como blanco a los portaaviones y que, si tenían éxito, harían desistir a los norteamericanos de un desembarco; la otra era la fuerza sur, mientras que la norte, la más debilitada, sería usada como señuelo para alejar a buques de la Tercera Flota de Leyte.
Para que el plan fuera exitoso, las tres fuerzas debían estar coordinadas.
Una batalla de cuatro días
El 23, en el Paso de Palawan, buques japoneses fueron víctimas de dos submarinos norteamericanos y en media hora un tercio de los cruceros pesados quedaron fuera de combate.
Al día siguiente, mientras el desembarco de tropas aliadas continuaba, se desarrolló la batalla de Subiyán, donde la flota japonesa que se dirigía directamente a impedir que los miles de soldados se hicieran fuertes en las playas. Hubo un combate aéreo, en el que ambos contendientes eligieron como blanco a los portaaviones. Si bien las máquinas japonesas fueron rechazadas, el portaaviones Princeton recibió una bomba que incendió el hangar y terminó volando por los aires.
En medio del desembarco, el 20 de octubre apareció el general Douglas Mac Arthur junto a su estado mayor, insistiendo que cumplía la promesa de regresar que había hecho en 1941 cuando tuvo que dejar las Filipinas ante el avance japonés.
El 25 fue el turno de la batalla del Estrecho de Surigao. Cuando la llamada Fuerza Sur japonesa entraba a este estrecho para atacar a las fuerzas de desembarco, no sabía que le esperaba una trampa mortal, conformada por acorazados, cruceros y lanchas torpederas, que era el escuadrón de reserva de Jeese B. Oldendorf, quien la noche anterior había hecho apagar las luces de los buques para no ser detectados.
El General Belgrano
Uno de los estuvo en esas aguas fue el Phoenix que, cuando fue comprado por Argentina, pasó a llamarse 17 de octubre y luego rebautizado Crucero General Belgrano. Tuvo mucho que ver con el hundimiento de los acorazados Yamashiro y Fusō, así como en el cañoneo del Mogami y los destructores Yamagumo, Asagumo y Asashio.
En la de Cabo Engaño, entre el 25 y 26, la Tercera Flota le produjo serios daños a la armada japonesa que había sido usada como señuelo para engañar a los norteamericanos.
Para suplir la inferioridad de condiciones, Japón usó a los kamikazes en forma sistemática, ya que hasta entonces impactar el avión contra un blanco enemigo respondía a un impulso individual. El 20 de octubre de ese año fue creado un cuerpo especial de estos pilotos suicidas que comenzaron a operar el 25. Ese día dos aviones impactaron en un portaaviones, hundiéndolo; un tercer piloto logró incendiar otro portaaviones y un cuarto se hundió con un crucero.
El 25 fue la batalla de Sámar. En medio de la desinformación del alto mando norteamericano, quien no contaba con la posición exacta, un grupo de buques quedaron a merced de los japoneses, desarrollándose uno de los últimos encuentros navales y aéreos. Pero los japoneses ya habían tenido demasiadas pérdidas y debieron alejarse por los constantes ataques de aviones.
Entonces, los japoneses decidieron retirarse, muchos de sus buques quedaron fuera de servicio por los daños, y recortaron sensiblemente sus operaciones navales. Una vez en poder de los norteamericanos, en la zona se instalaron bases y pistas de donde despegaban los aviones que bombardearían Japón. Era el fin del imperio del sol naciente.