Unos 2.800.000 tulipanes engalanan aún más el misterioso pueblo de Trevelin, casi al pie de la Cordillera de los Andes, en la provincia de Chubut. Todos, enfilados, forman a lo largo y ancho de un campo de tres hectáreas una hermosa paleta de colores intensos. Como resultado, durante un mes, la localidad se convierte en el escenario más visitado: miles de turistas llegan de distintas partes del mundo para verlo.
Quien está al frente de este emprendimiento familiar es Juan Carlos Ledesma, la cuarta generación que trabaja en esas tierras que, en 1920, aproximadamente, las compró su bisabuelo materno para tener allí sus plantaciones de trigo. Luego su abuela la usó para producir manteca y, desde hace 27 años, Juan Carlos junto a su familia se hizo cargo.
“Esto comenzó como la actividad productiva de bulbos de tulipanes, que exportamos. Pero con los años lo convertimos en un negocio de mercado interno con el deseo de sumar más variedades de tulipanes y venderlas acá, en Argentina. Hoy tenemos 30 y en cada una, una tonalidad diferente”, describe Ledesma.
En diálogo con Infobae cuenta cómo pasó de ser un campo de trigo a convertirse hace pocos días en la pasarela del Trevelin Fashion Week, que se realizó el último fin de semana. También recuerda el rol social que el imponente lugar tuvo durante la cuarentena por el coronavirus.
La historia
En 2014, Juan Carlos publicó una foto del campo en Facebook, pero no tuvo mayor repercusiones. Al poco tiempo, algunas imágenes que comenzaron a circular por Instagram hicieron del Campo de Tulipanes un lugar único que miles de personas quisieron conocer.
“Esto, además de darle un importante valor a nuestro trabajo, genera un gran impacto en todo el pueblo de Trevelin y hasta en Esquel (de donde es oriundo) porque atrae mucho turismo y genera fuentes de trabajo”, asegura orgulloso.
Todo comenzó cuando Iago Hughes, su bisabuelo, compró esas tierras. “Lo hizo para producir trigo, en un momento de auge de la industria harinera, y cuando se estaba por inaugurar el Molino Andes. Fue tan importante lo que logró en este campo que hasta le dio el nombre al pueblo: Trevelin significa pueblo del molino”, explica.
Luego, lo trabajó su abuela con producción alimenticia y llegó el momento de darle otra perspectiva y color. “Este es un trabajo que se realiza durante todo el año, y las puertas al público se abre durante octubre y hasta el 7 de noviembre”, dice el hombre que por su amor a estas plantas creó algo que ni él mismo imaginó que cobraría tanta importancia.
“Es nuestro trabajo entregado en su totalidad a la madre naturaleza, porque dejamos todo en manos de ella”, resume el valor de lo que hacen y la importancia que el propio clima sobre una flor originaria de Turquía, que luego llegaron a Europa y ahora al sur de América, a la Patagonia argentina.
Ese fue el inicio: “Hace casi 30 años comenzamos a soñar con estas hermosas flores, que nos fueron atrapando año tras años un poco más. La idea nació con el objetivo de exportar bulbos a Países Bajos y después con las dificultades del país, y tanta burocracia, decidimos simplificar y vender bulbos en el mercado interno. Al principio teníamos cuatro o cinco variedades. Ahí fue cuando empezamos a importar de Países Bajos las nuevas opciones para tener un catálogo amplio, y llegamos a tener 27, pero nada de esto fue un proceso fácil porque al estar en contra de la estación por la diferencia de hemisferio, los bulbos que importamos tomaron mucho tiempo de adaptación y hubo muchas pérdida. No todos se adaptaron y los que lo lograron tardaron más de cinco años en alcanzar el tamaño necesario para poder salir al mercado”.
“Con los años lo fuimos multiplicando y cuando nos quisimos a acordar teníamos tres hectáreas de tulipanes y casi tres millones de bulbos que forman una paleta de colores increíbles. Cuando vimos en lo que se había convertido, quisimos compartirlo”.
A costa de mucho esfuerzo, Juan Carlos asegura que llegó a tener la plantación de tulipanes más grande de la Argentina.
El trabajo para lograr la hermosa postal
El primer paso es preparar la tierra para recibir los bulbos. “Este proceso comienza un mes antes de la plantación. Consiste en arar el suelo y nivelarlo. Antes de comenzar este proceso, dedicamos un tiempo al diseño del cultivo para que todos los años las variedades tengan un nuevo orden, procurando que la vista sea diferente y armoniosa. Así nuestros visitantes asiduos pueden tener una imagen diferente cada año”, asevera.
Lo que sigue es el proceso de plantación, el cual “debe hacerse lo más rápido posible ya que la extensión de tierra es muy grande y no debe haber muchos días de diferencia entre los primeros y los últimos bulbos”.
Aquí es cuando utilizan maquinarias especialmente diseñadas para este proceso: “Depositamos los bulbos dentro de una red tubular, que queda 15 centímetros bajo tierra”, explica. Lo hace de esa manera porque al momento de la cosecha, ésto les permite levantar todos en forma simultánea.
Esa red es también originaria de Países Bajos y permite un perfecto desarrollo de los bulbos. El paso siguiente a la plantación es esperar. “Es indispensable el riego: si el otoño es lluvioso, se puede contar con que habrá agua, que es lo que no les puede faltar. Ya en agosto, veremos los primeros brotes y en los primeros días de octubre, las primeras variedades”.
El cultivo que lograron es único en su tipo en todo el mundo. “Es así debido a la necesidad de tener diferentes tipos y colores de tulipanes para el mercado interno: tuvimos que adaptar más de 30 variedades en unas tres hectáreas, que es lo que se planta cada año. Esto no ocurre en las plantaciones en otros países, donde cada productor posee una o dos variedades en muchas hectáreas porque comercializan al mundo en conjunto”.
El resultado: una paleta de colores variada que con la imponente belleza de la Cordillera generan un lugar único en el mundo.
Respecto a las especificidades de las variedades, Juan Carlos dice que tienen tres diferentes grupos de tulipanes: los tempranos (que son bajos de algunos, dobles y perfumados); los intermedios (que son un poco más altos y de colores más fuertes) y los tardíos (que son variedades francesas, altas, de flores grandes y colores pasteles).
“Durante casi 40 días podemos ver las flores. Los primeros en florecer, ya no estarán cuando los tardíos están en su esplendor y los tardíos no están cuando florecen los tempranos. Sólo llegamos a ver el cultivo completo en flor unos pocos días en el medio del proceso. Durante este periodo se debe continuar con el riego para que asegurar la planta y el bulbo terminen bien su proceso”.
Una vez que la flor se marchita, les cortan la copa para que el bulbo se siga desarrollando y no pierda energía en la flor. Lo hacen de esta manera porque la actividad que emprenden es producir bulbos y no flores.
“Cuando las plantas se secan, y no por falta de riego, eso indica que ya cumplieron su ciclo anual; lo que significa que ya es el momento de cosechar los bulbos en un proceso que es muy similar al plantado, pero a la inversa” .
Al levantar todas las mallas que contienen los bulbos, con el cuidado de no mezclar las variedades, las abren para extraer cada uno de ellos. “Cada variedad se levanta por separado, es muy importante cuidar el orden y la limpieza porque los bulbos son todos iguales y es imposible identificarlos si se mezclan. Luego se trasladan al galpón donde se los limpia y se lo separa por tamaño”.
El campo está ubicado a la vera de la Ruta Nacional 259 en las afueras de Trevelin.
“Entre esos eventos están la lluvia de pétalos, el vuelo en globo aerostático y las visitas nocturnas durante la luna llena. También se realizaron clases de yoga, visitas de autos antiguos, el desfile de la banda del Ejército y este último fin de semana fuimos escenario del Trevelin Fashion Week, una experiencia increíble y de la que aún no caigo”, asegura con una marcada sonrisa en los labios.
Además, sin que nadie lo pidiera, cuando sucedió la cuarentena, Juan Carlos pensó en qué bueno sería agradecer a quienes ya habían visitado el campo mostrándoles cómo seguía trabajando y regalarles los mejores momentos.
“Sentí que debía hacer algo para llevar un poco de alegría a tantísima gente encerrada en un departamento, sin poder hacer nada; sobre todo las personas mayores, y comencé a hacer vivos desde el campo para mostrar cómo estaban los tulipanes. Transmití durante el amanecer y a eso lo tomé como un rol social porque comencé a recibir mensajes hermosos de quienes la pasaban mal. Creo que fue una manera de decir gracias por tanto cariño”, finaliza emocionado Ledesma.