El carneador y el jefe guarda-fieras lloraban como chicos ese 24 de septiembre de 1912. Todos estaban conmovidos porque le estaban haciendo la autopsia a alguien muy especial. Era un oso blanco, el pensionista de más antigüedad con que contaba el zoológico porteño y con el que se habían especialmente encariñado. El que describía la escena, también compungido era el italiano Clemente Onelli, el director del establecimiento desde 1904. “¡Mi pobre viejo! ¡Mi oso querido…!”
A ese petiso bonachón, de apariencia de hombre pacífico, no era recomendable hablarle cuando caminaba apurado con la cabeza gacha. Para los que lo conocían, sabían que esa era la postura típica que adoptaba cuando no disponía de tiempo más que para sus propios asuntos.
Había nacido en Roma el 22 de agosto de 1864 y en su país estudió paleontología y geología en la Facultad de Ciencias Naturales, además de varios idiomas, entre ellos el español. Entonces no imaginaba que años después, además, llegaría a dominar el mapuche y el tehuelche.
Cuando llegó al país en 1888 con unas pocas libras en el bolsillo para probar suerte, tenía 24 años y era un profesional por demás preparado. El químico Pedro Arata lo presentó a Francisco Pascasio Moreno, quien se lo llevó a trabajar al Museo de La Plata como naturalista y explorador en la búsqueda de fósiles y esqueletos humanos.
Hizo una primera exploración al sur y llegó a Punta Arenas. Recorrió la zona de los lagos Argentino y San Martín, y a bordo del “Azopardo”, recorrió junto a Moreno los canales fueguinos. En un segundo viaje se concentró en el norte de la Patagonia. El bagaje de conocimientos que había adquirido en el estudio de la geografía, además de la fauna y flora, lo convirtieron en un experto en el conocimiento de esa región y sus conclusiones de esos viajes los plasmó en crónicas periodísticas, que lo llevó a dedicarse también al periodismo, y escribió el libro Trepando los Andes, que editó en 1904.
En septiembre de 1897 fue designado auxiliar segundo de la Subcomisión de estudios para la demarcación de límites con Chile y en julio de 1902 asumió como secretario general de la Comisión de Límites, en los que el Perito Moreno, su jefe pero a esa altura además su amigo, había tenido tanto que ver.
Juntos fueron los que comprobaron que la divisoria de aguas para la determinación de límites era posible.
En el zoo
En 1904, su vida cambió cuando el presidente Julio A. Roca lo nombró, el 9 de febrero, director del Jardín Zoológico porteño. Ese mismo año había comenzado a dar clases de Historia Natural.
Inaugurado oficialmente el 30 de octubre de 1888, el zoo ocupaba un amplio predio dentro del Parque Tres de Febrero, en tierras que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas. Fue el primero en América Latina.
Onelli fue su segundo director. Sucedió a Eduardo Holmberg y ambos se abocaron, durante sus gestiones, al estudio científico de los animales.
Vivía en una casa dentro del zoológico junto a su esposa María Celina Panthou, con quien se había casado en 1895, y no tendrían hijos.
Renovó por completo el sentido del zoológico. Cada nueva adquisición la anunciaba con bombos y platillos. Como cuando compró a una jirafa hembra en 1912, y como no había transporte adecuado, la llevó caminando desde Retiro para el deleite de los transeúntes, sorprendidos por tal inusual espectáculo.
Le imprimió un sentido más didáctico al zoo, colocando carteles en cada una de las jaulas, describiendo la especie y datos adicionales.
Durante su dirección, se popularizaron los paseos en ponis, elefantes y camellos, lo que hizo aumentar exponencialmente el número de visitantes, que además se asombraban de las construcciones artísticas. Además, armó una biblioteca con más de 22 mil libros científicos.
Proyectó levantar dos zoológicos más en la ciudad. Uno lo abrió, por 1907, en Parque Patricios, pero duró poco, y había ideado otro en Parque Saavedra, pero sin suerte. Tampoco pudo plasmar su proyecto de un acuario subterráneo de unos sesenta metros de largo por 35 de ancho, que iba a funcionar debajo de la avenida Las Heras y que comunicaría el zoo con el jardín botánico.
Fueron suyos los impulsos para instaurar el día del árbol, en 1908 y el día del animal, ya que fue un promotor de las leyes tendientes a su protección.
El sábado 2 de mayo de 1908 celebró por primera vez el día del animal. Fue en el jardín zoológico e invitó a los alumnos de todas las escuelas primarias de la ciudad de Buenos Aires. Miles de chicos, congregados alrededor del Pabellón del Aguila, cantaron un himno especialmente compuesto por el músico catalán Leopoldo Corretjer, autor del “Saludo a la bandera” y del “Himno a Sarmiento”.
Luego de liberar 600 palomas, hablaron Ignacio Albarracín, presidente de la Sociedad Argentina Protectora de Animales, el alumno Mario Paulino y cerró Onelli.
En el lunch que luego se ofreció estuvo presente el presidente José Figueroa Alcorta, quien fue encarado por catorce niñas quienes le pidieron por la vida del soldado Martín Alfonso, condenado a muerte por asesinar a un compañero en el regimiento 4. El presidente le pasó la cuestión a Rafael Aguirre, su ministro de guerra, que lo acompañaba, y prometió ocuparse. Aparentemente lo hizo, porque le fue conmutada la pena y enviado al penal de Ushuaia.
En mayo 1913 dejó inaugurada una fuente bebedero para animales en la esquina de Paseo Colón y Venezuela -justo frente a la casa natal del Perito Moreno- y también inauguraría una pileta en Parque Saavedra.
La leyenda del plesiosaurio
En 1922 el norteamericano Martín Sheffield, un viejo conocido de los tiempos en que recorrió la Patagonia, que había llegado al país tras los rastros de los delincuentes Butch Cassidy y Sundance Kid y que se dedicaba a la búsqueda de oro, le pasó un dato desopilante: que en el lago Epuyén, en la provincia de Chubut, habían avistado un animal de largo cuello, de cabeza de cisne y de cuerpo de cocodrilo, y de grandes dimensiones, al punto tal que impresionaban las huellas que dejaba en la costa, y que se trataría, ni más ni menos, que de un plesiosaurio, un reptil que durante el período jurásico habitaba los mares y que había desaparecido junto a las demás especies prehistóricas.
Había que cazarlo, y si era preciso matarlo y tomarle muestras. Muchos pretendieron anotarse en la partida que se armó y un entusiasmo casi histérico dominó la ciudad: se cruzaban los partidarios de darle muerte a esta extraña criatura y estaban aquellos que insistían en dejarlo vivir en paz. Con música de Rafael D’Agostino y letra de Amílcar Morbidelli, sacaron el tango “Plesiosaurio”: “Yo soy un pobre animal buscado por los ingratos y sin conciencia…”, comenzaba.
Y la marca de cigarrillos 43 también lo incorporó a sus campañas publicitarias, asegurando que al animal se lo podría cazar solo con invitarlo con un cigarrillo.
Por supuesto que nunca encontraron a esa extraña criatura, pero el revuelo entonces fue grande, con gran despliegue periodístico.
La labor de Onelli también fue reconocida en el exterior. El rey de Italia lo condecoró con la orden del Caballero de la Orden de la Corona, mientras que el emperador alemán le otorgó la Cruz Oficial de Francisco José.
Falleció repentinamente de un síncope en la vía pública el 20 de octubre de 1924. En marzo de 1926 el presidente Marcelo T. de Alvear dispuso que el Apeadero Kilómetro 501 de Río Negro llevase el nombre de aquel italiano amable y bonachón que dedicó gran parte de su vida al cuidado de los animales y que, bien como el plesiosaurio, bien merece un tango.