Seis días después de nacer, el 4 de octubre de 2008, Mateo Santana estuvo al borde de la muerte. Pero sobrevivió. El destino a veces es caprichoso. Y cruel: el 4 de octubre de 2014, exactamente seis años después, Mateo terminó de dibujar el círculo de su vida y murió. Valeria Marcello, su mamá, lo honra en cada palabra: “Esos seis años y seis días que vivió para mí son su milagro. Aprendí a rescatar eso. El dolor de haberlo perdido físicamente nunca va a superar el amor que siento por él. Mateo me guía, y lo hará siempre”.
Valeria tiene hoy 46 años. Su historia de duelo y resiliencia es conmovedora. Nació en Villa Devoto, en una familia de clase media. Su papá era productor de seguros, su mamá trabajó en el rubro durante un tiempo y luego se dedicó a ser ama de casa. Ella es traductora de inglés recibida en la UBA, fue secretaria durante algunos años y cuando hace 19 años tuvo a Catalina, su primera hija, comenzó a trabajar en su casa.
Para esa época, ya estaba casada con Hernán Santana, a quien conoció a los 22 años, cuando ella aún trabajaba en Sony, por intermedio de un amigo en común que ofició de celestino. Se casaron el 9 de noviembre de 2002, a los dos años exactos de ponerse de novios. Por primera vez, los tiempos circulares marcaban sus vidas.
“Fue un año difícil. Nos había agarrado el corralito. Estuvimos a punto de claudicar con la idea del casamiento. Lo hicimos muy sencillo, con luna de miel en Puerto Madryn. Pero lo hicimos. Y usamos la plata del corralito para comprarnos un departamento en Palermo, donde vivimos cinco años”, recuerda Valeria.
En 2005, al nacer Catalina, la familia se hizo más grande. Y a los dos años, Valeria quedó embarazada de nuevo. “Empezamos a pensar en mudarnos, porque el departamento nos quedaba chico. Comprar algo en Palermo estaba fuera de nuestro alcance, así que volvimos a Devoto, que es el barrio de toda mi vida, donde encontramos un PH lindo, grande, cómodo”, señala.
Mateo nació el 28 de septiembre de 2008. Dice Valeria: “Yo estaba convencida que sólo iba a tener nenas. Matu, como le decíamos, vino a romper nuestras estructuras. Encima me enteré re pronto que sería un varón y salí shockeada. Pero enseguida me amigué con la idea. Al principio fue todo perfecto…”.
Seis días después llegó el primer gran susto. “Mateo nació un domingo. Habremos venido a casa, desde la clínica, el martes o el miércoles. Y el sábado 4 de octubre levantó fiebre y lo llevamos a la clínica de nuevo. Como no era mamá primeriza no me asuste. Pensé que nos dirían bueno, tengan el termofren y vayan a casa. Pero cuando lo revisaron nos dijeron que debía quedarse, porque tenía sólo seis días y a los bebés de menos de un mes debía internarlos por protocolo. Le hicieron estudios y el que menos esperaban, la punción de líquido cefalorraquídeo, dio mal, dio meningitis. En ese momento había que esperar 48 horas para saber si era viral, que es más leve, o bacteriano”, continúa.
Esa misma noche, Mateo hizo una apnea profunda, cercana a un paro cardiorrespiratorio, del que pudo salir con asistencia. Los médicos indicaron que se quedaría allí hasta que no hiciera más apneas durante una semana. Valeria aprendió a tener paciencia: “Cada vez que hacía una, la cuenta iba para atrás. Estuvo 15 días. Era el lechón de neonatología, el súper bebé, porque nació con 3,800 kg. y medía 51 centímetros. Por suerte lo superó y nos mandaron a casa con el diagnóstico que había tenido un enterovirus”.
Mateo comenzó un tratamiento con cafeína con un neurólogo, el dr. Claudio Waisburg. Debía evitar tener sueños profundos. “Estuvimos tres meses así, en los que tenía un nivel de irritabilidad alta, porque no descansaba bien”, cierra aquel episodio.
El peor dolor
Cuando empezó su salita de dos años, Valeria recuerda que a Mateo le costó un poco la adaptación. Pero —aún lo siente—, “era un nene muy carismático. Donde llegaba llamaba la atención”. Un día le dijo “chau, mamá” y se quedó. “Hizo un montón de amigos en poco tiempo”, cuenta Valeria. La única preocupación era el asma que había desarrollado, y trataba con un neumonólogo.
El domingo 28 de septiembre de 2014, todavía en preescolar, Mateo cumplió seis años. Seis días después, el sábado 4 de octubre, fue a natación. Por la tarde, habían acordado que se quedaría con su papá y su hermana Cata, mientras Valeria y su madre iban a un desfile. Pero una invitación para cenar en Nordelta cambió los planes. “Llegamos a la nochecita a la casa de unos amigos, Nati y Martín. El nene de ellos tenía la edad de Mateo y eran amiguitos. Los chicos se quedaron en el living jugando con la Play y nosotros estábamos al lado, en la cocina, charlando. Y de pronto escuchamos un grito”. Y la historia de las vidas de Valeria y Hernán cambiaron en ese mismo instante.
Cuando se asomaron, vieron a Mateo en el suelo. “Estaba empezando a hincharse. No entendíamos nada, no sabíamos qué había pasado. Salimos corriendo hasta la guardia de Nordelta, pero cerraba a las ocho y serían ocho y media. Habíamos llamado a una ambulancia, que llegó enseguida. Hernán se subió con él y yo iba a atrás en el auto con el marido de mi amiga, que se quedó con los otros chicos. Cuando llegamos al hospital de Pacheco le hicieron reanimación durante 45 minutos, una hora, no sé el tiempo que estuvieron. Pero ya había fallecido, no hubo chance de nada”, relata.
Tiempo después supieron lo que sucedió. Jugando —cuenta Valeria—, “Mateo se dio vuelta, se acercó arrodillado a la mesa ratona, se resbaló, se golpeó el cuello contra la mesa y se fracturó la tráquea”. Un accidente absurdo, injusto, irreversible. También pudieron conocer, explica, que “al fracturarse la tráquea, el aire que ingresa no sale, todo el organismo colapsa. De hecho, lo primero que quisimos hacer fue donar sus órganos, y nos dijeron que por el tipo de muerte que tuvo no se podía”. Para echar más sal a la herida más profunda de sus vidas, esa misma noche debieron hacer trámites y declarar en la comisaría.
Mateo tuvo su velatorio. “Nunca fui adepta a los velorios, pero en ese momento me pareció que era una forma que todos se pudieran despedir de él”, esboza. Y luego fue enterrado en el cementerio Jardín de Paz: “Un año y pico antes una amiga había perdido a su hijo en otro accidente doméstico, y en ese momento pensé ‘quiero que esté con él’. Unos amigos se movieron y consiguieron una parcela. Tuvimos mucha red de contención. Ahí están sus restos, pero yo realmente no siento que esté ahí, porque Mateo es más que un cuerpo. Fue una forma de encontrar un lugar donde poder ir a dejarle flores y desahogarnos en sus fechas, ¿no?”
A partir de ese momento, explica Valeria, comenzó otro camino. “Con el tiempo volvimos a encontrar una motivación, el seguir adelante. La felicidad ya no es la misma, se transforma. Pero yo volví a ser mamá, tuvimos a Benito, que ya tiene siete años. Siempre digo que tengo dos vidas en una. La primera antes de la muerte de Mateo. Y otra después”.
El duelo
Pero para tener esa segunda vida, Valeria -y Hernán- debieron parirse a sí mismos. Transformar el dolor, ese duelo espeluznante por un hijo, en resiliencia. Sacar fuerzas de un pozo que ya parecía seco. Y arrancar de nuevo.
La voz de Valeria se hace monólogo, debe ser la milésima catarsis sobre los peores días de su vida: “Primero estuvimos como en un limbo, en una dimensión paralela. La vida te pasa por el costado, por arriba, por abajo y no terminás de entender nada. Obviamente yo tomaba pastillas para dormir y sólo pensaba que me iba a despertar y todo eso iba a ser un mal sueño, una pesadilla. Pero no pasó. Y cuando hablo de mí, hablo de Hernán también, porque si algo pudimos hacer es caminar a la par, fuimos sólidos, unidos. Después vino el enojo, preguntar los porqués que no tienen ninguna respuesta. Todo era esperar a que llegara la noche para cerrar los ojos y no tener que vivir. Tuve depresión, me costaba levantarme de la cama. Mi psiquiatra me medicó durante un año, hasta que sentí que era capaz, y me fue sacando la medicación de a poco. A nosotros nos ayudó mucho el amor, de la familia, de los amigos, de tirar todos para el mismo lado. Siempre digo que fue un duelo amoroso por toda la contención que recibimos. Gente que quizás hoy no veo tanto, pero que estuvo muy presente, como la mamá de un compañerito de Mateo que nos cocinaba para que pudiéramos comer, porque el primer mes bajé nueve kilos y todos se preocuparon mucho”.
Pero además, había una fuerza poderosa para sostenerse. Valeria lo subraya, le pone énfasis: “Y la teníamos a Cata con nueve años…”.
Los tres comenzaron a tratarse con ayuda profesional. “En ese momento hicimos lo que pudimos. Cata ya había hecho terapia y regresamos. Ella fue bastante tiempo, tuvo que procesar que en un momento estaba jugando con el hermano y de golpe lo alzamos, lo llevamos y volvimos para decirle que no lo iba a ver más. Ella llevó adelante el duelo de hermana, tuvo que volver al colegio donde iban juntos. Hoy Cata es una mujer de 19 años, ya es feliz. Encontró su sanación en la música. Estudia en el conservatorio y canta hermoso. Y admito que al principio no se si la acompañamos tanto, porque estábamos sumergidos en el duelo inicial, que es el alma desgarrada, el corazón despedazado, en lo que significa despedir a un hijo”.
Cuando la muerte de Mateo sucedió, Valeria no se sintió culpable por los motivos. Sabe que nunca podría haber hecho nada para evitarlo. Pero algo, inevitable, le daba vueltas por su conciencia. “Sentí que uno, cuando es un padre presente, cree que tiene el control de estar siempre ahí para protegerlos, para que no les pase nada. Esto nos enseñó que sí puede pasar. Siempre me pregunté por qué cambiamos de plan ese día. Pero luego entendí que la vida ya está marcada, también la de Mateo. Por eso siempre hablo de esto, de las dos fechas. Para mi no son casualidad. Creo que a Mateo nos lo prestaron durante seis años cuando tuvo ese episodio de la meningitis. Y se fue exactamente seis años después”.
Trepar el abismo
En el camino de resiliencia que comenzaron a transitar para que el dolor dejara de desgarrarlos, Valeria y Hernán se juntaron con padres del grupo Renacer, que habían atravesado el mismo trance. “Yo los veía de pie y decía ‘algún día quiero estar así’. Había borrado de mi diccionario la palabra felicidad, no existía más. Pensé que nunca iba a volver a reír, a celebrar. Pero hubo un momento en el que me di cuenta que Mateo no había venido a arruinarnos la vida. Que no murió para que fuéramos unos infelices. No. Mateo vino a enseñarnos un montón de cosas. Estuvo acá por algo, y no merecía que yo sea una muerta en vida. Y Cata tampoco lo merecía”.
Este año se cumplieron diez años del fallecimiento de Mateo. Valeria supo atravesar el fuego. “Con el tiempo entendí que tengo cosas para celebrar y agradecer. Cada vez que lo digo, como ahora, me emociono, porque no fue fácil volver a sentir todo eso. Hoy me puedo reir si me cuentan un chiste, puedo vivir a pleno. Se que a mucha gente le cuesta, y que algunos nunca lo logran. Ayer vi una película pasatista, y un personaje dijo una frase muy clichè: ‘lo que no te mata te fortalece’. Y es así. Eso de ‘si me pasa a mi, me muero’, no… No te morís, te quedás acá y tenés que ver qué hacés con eso”.
Valeria y Hernán eligieron el camino de la vida. Que no es volver a ser los mismos, porque eso es imposible. Pero sí a poder cumplir sueños otra vez. Y entre ellos, uno que los habitó desde siempre: tener dos hijos junto a ellos. “Me había quedado esa cosita de seguir siendo mamá de dos acá. Porque siempre digo que Mateo no deja de existir, pero pasó a tener otra forma. Porque hasta el día que cierre los ojos, va a existir. Y ojalá después me vuelva a encontrar con él. Así que después de mucha charla de pareja, fuimos a buscar otro hijo”. Y en febrero de 2017, llegó Benito.
La luz
Desde el primer día, los Santana le hablaron de Mateo. Y, cuenta Valeria, Benito lo tiene muy presente, igual que a Cata. “Al principio fue complejo. Como era chiquito, caímos en decirle que su hermano estaba en el cielo. Un día me dijo ‘mamá, quiero ir a ver a Mateo’. Le expliqué que no se podía. E insistió: ‘podemos hacer un cohete y vamos’. Tenía tres años y se puso muy mal. Se me cayó lo del cielo. En ese momento Vale, mi terapeuta, me aconsejó que le dijera la verdad, por cruda que fuera. Le conté lo del accidente, lo de su muerte, que no lo íbamos a ver más pero lo llevábamos en el corazón. Y lo entendió, nunca más me hizo ese planteo”.
Claro que Valeria extraña a Mateo en el día a día. Sobre todo, dice: “su luz, porque era un nene que generaba atracción. Le gustaba mucho el fútbol, era de Boca como Hernán. Si le quería poner dibujitos, él me pedía ver un canal deportivo, para contarle al papá lo que había visto. Siempre digo, era como de otro planeta. Siento que no fue un nene común. Para mi cumplió su misión en seis años, en menos tiempo que una persona que capaz vive 90. Nos vino a desestructurar, porque yo lo era”.
Entre esas cosas que Valeria cambió después de la partida de Mateo están sus tatuajes. Lo primero que imprimió en su piel fue un símbolo de infinito y los nombres de Mateo y Catalina, al que le agregó luego el de Benito. Hoy tiene 11 tatuajes, y pronto se agregará dos más, anticipa.
Además de su familia, a Mateo lo recuerda un mural hermoso que hicieron en el año 2022 en la pared del colegio de la Misericordia, en Villa Devoto, adonde iba. “Se llama Mural Mariposa y a partir de una charla entre Georgina, la mamá de Cami, una amiga de Mateo en el jardín que tenía su foto pegada en la cama y una artista plástica. Una le contó a la otra que le habían regalado una oruga, que se había hecho mariposa y que le había parecido una metamorfosis hermosa. Me lo propuso y me emocionó un montón”. Cuando lo imaginaron, pensaron que habría 15 mariposas alrededor de la más grande. Hoy cuentan más de 300.
Faltan apenas cinco días para un nuevo día de la madre. El primero luego de la muerte de Mateo llegó sólo semanas después. En esa oportunidad, Valeria ni siquiera se pudo levantar de la cama: “Fue horrible”. Hoy todo cambió. “Ahora lo festejo y celebro mucho. Es un día lindo, en el que agradezco por los hijos que tengo. Los dos que están acá, y el que me espera allá, del otro lado del arco iris”.
Lic. Valeria Schwalb: cómo sanar un dolor tan grande
“El proceso de duelo desde el enfoque resiliente nos permite abordar la sanación desde una perspectiva que resalta cómo el trabajo psicológico puede ayudar a una persona a descubrir su fortaleza interior. A partir de la adversidad, se pueden encontrar nuevos recursos y herramientas que facilitan el camino hacia una vida en paz y con el corazón aliviado. El duelo se asemeja a una montaña rusa de emociones, y los seres humanos tenemos la capacidad de sanar incluso el dolor más profundo. Esto no define nuestro futuro, sino cómo enfrentaremos lo que está por venir. Un acontecimiento doloroso puede cambiar nuestras vidas y, a su vez, transformarnos”.
“La resiliencia es una capacidad inherente al ser humano, una semilla que todos llevamos dentro. Aunque podemos decir que todos somos resilientes, no siempre estamos en un estado de resiliencia. Esto depende del momento en que enfrentamos un acontecimiento, de la acumulación de experiencias dolorosas y de nuestras características personales, familiares y psicosociales. El desarrollo espiritual puede convertir este recurso en un gran maestro”.
“En el caso de una muerte inesperada, el proceso puede implicar un estrés postraumático que requiere atención. Algunos síntomas a tener en cuenta son: pesadillas, recuerdos intrusivos, revivir la experiencia traumática con la misma carga emocional del momento, ansiedad, depresión, irritabilidad, trastornos del sueño, falta de motivación, estado de shock, entre otros. Un diagnóstico profesional puede prevenir posibles consecuencias negativas para nuestra salud integral”.
“La vida puede cambiar en un instante, llevándonos a enfrentar situaciones que jamás imaginamos. Cuidar de nuestra salud mental es fundamental, no solo para lidiar con la dolorosa pérdida de un hijo en este caso, sino también para poder estar presentes y apoyar a nuestros otros hijos que nos necesitan tanto en esos momentos difíciles. La diferencia entre procesar un duelo adecuadamente y no hacerlo es crucial para lograr un equilibrio emocional y cuidar de nosotros mismos y de quienes nos rodean”.
“Quizá resulte complicado entender cómo ocurren estas situaciones, y el camino de los “porqués” puede parecer lleno de obstáculos. No todo tiene respuesta, y nuestra mente busca explicaciones que a veces están más allá de lo que podemos comprender. Los seres humanos no tenemos la capacidad de entenderlo todo, por lo que enojarnos con la realidad no es una opción constructiva. Un accidente puede sucederle a cualquiera, y lamentablemente, es una de las principales causas de muerte”.
“El apoyo profesional y familiar es un oxígeno vital ante eventos de esta índole. Recordemos que no podemos elegir lo que nos sucede, pero sí tenemos la opción de decidir cómo enfrentarlo”.
La Lic. Valeria Schwalb (MN 358 67) es psicóloga, especialista en duelo y resiliencia @resilienciaenred