La historia del hombre que hacía la tarea de la escuela en la calesita de su papá y hoy preside la asociación que las nuclea

Carlos Pometti, al frente de la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines, recuerda su infancia subido a esta gran atracción, donde se hacía fila y convocaban hasta los chicos de 12 años. “Ahora, vienen hasta los 7”, se lamenta. El Gobierno porteño inicia un nuevo programa de puesta en valor de estas joyas nostálgicas

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Carlos Pometti antes y después,
Carlos Pometti antes y después, pero siempre en la calesita que inició su padre

“Cuando era chico no me daba cuenta de que mi papá era el dueño del lugar al que todos los niños anhelaban ir, la calesita del barrio. Esas cosas se valoran de grande”, dice hoy a los 63 años Carlos Pometti sobre cómo fue crecer teniendo en la familia a uno de los juegos más deseados de su generación y la de sus hijos.

Hasta mediados de la década del 80, era una postal habitual ver a niñas y niños haciendo fila para subir a esa plataforma redonda con caballos, carruajes, autos, helicópteros y sillas de madera. Como también era habitual verlos, un poco enojados, estirando sus manos y dejándolo todo para ganarle al calesitero la sortija que los dejaba allí arriba por una vuelta más.

Con los años, esa costumbre fue mermando: hoy, ya no hay filas para subir y los niños mayores de 7 u 8 años ya no quieren sentarse en ningún juego de madera. “Hoy son otros tiempos y los chicos ya no suben tanto”, lamenta el presidente de la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines, segunda generación de calesiteros, que transmitió la pasión a sus hijos quienes pese a tener profesiones ajenas al rubro, no dejan de lado el legado familiar.

La Ciudad inició un plan
La Ciudad inició un plan de puesta en valor de doce de las 55 calesitas existentes

En un nuevo intento para que estas hermosas máquinas sigan girando como antes, el gobierno de la Ciudad desarrolla un plan de renovación cuya primera etapa pondrá en valor a doce de las 55 calesitas que funcionan en plazas y parques de los distintos barrios porteños. Ese programa también invita a las escuelas a visitarlas, tener vueltas gratuitas y conocer su historia.

“Las calesitas son parte central de la identidad de la Ciudad y de las vivencias de chicos y grandes. Estas mejoras no sólo buscan mantenerlas en buen estado, sino también preservar un legado que ha formado parte de la infancia de varias generaciones de porteños”, asegura el Jefe de Gobierno, Jorge Macri.

Crecer en una calesita

“Soy hijo, nieto y padre de calesiteros”, resume Carlos su árbol genealógico.

Creció en la calesita (aún ubicada) en la plaza Nueva Pompeya. “La seguimos teniendo con mi hermana. Mi madre estaba en la calesita de Parque Las Heras, que ahora también la regenteamos con mi hermana. Las tres son las mismas calesitas de toda la vida. Incluso, la de Pompeya es una de las más viejas de toda capital”, cuenta orgulloso por ser parte de la etapa más felices de miles de niños.

“Cuando vienen los chicos y se sientan, les cuento que yo también me sentaba en ese lugar y se ríen porque no me creen. Y les cuento que cuando era chiquito como ellos, me sentaba ahí. Yo me sentaba en la calesita para hacer las tareas de la escuela. Toda mi vida la pasé ahí”, repite el hombre que tiene su calesita en la plaza Aristóbulo del Valle, en Villa del Parque.

La calesita de Pompeya en
La calesita de Pompeya en la que Carlos creció

El que inició este camino fue su padre, Humberto Pedro Pometti. “Mucho antes de que yo naciera mi papá empezó en el rubro y fue él quien llevó a mi abuelo a trabajar. Antes, en Buenos Aires había muchos terrenos libres y las calesitas eran nómades, iban de barrio en barrio, como hacían los circos por los pueblos, pero acá recorrían esos espacios vacíos de toda la ciudad. Estamos hablando de 60 años atrás. Luego, la ciudad comenzó a crecer con las construcciones, los terrenos se acabaron y las calesitas que quedaron son las que hoy están instaladas en los parques públicos y en las plazas. No sé si quedan muchas en terrenos privados”, cuenta.

Cuando comenzaron a emplazarse, don Humberto compró la calesita de Nueva Pompeya. “Como no tenía todo el dinero, mi abuelo salió de garante hipotecando la casa... Mi papá era joven y mi abuelo, para asegurarse de que pague todas las cuotas en términos y no perder la casa, se puso a trabajar con él. Imagínate, eran 11 hermanos y estaba poniendo en riesgo la vivienda de todos sus hijos. Con el tiempo, la familia vio que la cosa funcionaba bien y algunos de mis tíos también comenzaron a trabajar de esto, junto a mi abuelo”, cuenta la historia que desde chico todo el tiempo escuchaba.

Vivir su niñez en ese ambiente era lo normal y conocido para él y su hermana. “Cuanto más pasa el tiempo, más lo valoramos, pero durante la infancia, con mi hermana no éramos consciente de que estábamos en el lugar más deseado por lo demás chicos. Nosotros pasábamos todos los domingos ahí porque mi papá estaba trabajando, en vez de ir a pasear”, sostiene.

La diversión fue algo corriente para Carlos hasta que llegó la adolescencia. “En ese tiempo me costó porque cuando mis amigos comenzaban a salir los fines de semana, yo empecé a trabajar ahí de pibe. Claro, todos salían y yo estaba trabajando los sábados y los domingos. Hubo un momento en que no quería saber nada porque me sacaba el tiempo libre con mis amigos. Pero, ya de más grande empecé a querer este trabajo, sobre todo, porque es el mejor lugar para trabajar. Es estar todo el tiempo rodeado de niños alegres, de personas contentas y todo genera un muy buen clima”.

Carlos tiene su calesita en
Carlos tiene su calesita en la plaza Aristóbulo del Valle, en Villa del Parque.

Si hay algo que Carlos lamenta, es que desde hace unos años nota cómo cambió la edad de quienes suben a la calesita. “Antes era un entretenimiento que se disfrutaba hasta los 12 o 13 años. A esa edad les gustaba jugar a sacar la sortija, pero después los chicos de esa edad empezaron a tener prejuicios, se sienten grandes para subirse, por ahora son cada vez más chicos los que suben. Como mucho, hasta los seis o siete años, ese es hoy el público. Es una pena porque jugar con los nenes de 8 años por la sortija era muy divertido. Algunos se desinhiben ahí para ganar”, relata.

Además de esa situación, con los años hubo otras más tangibles que los calesiteros comenzaron a experimentar y en 2007 se reunieron para fundar la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines. Esta actividad, una de las más nostálgicas que deben existir, fue declarada Patrimonio Cultural, esa entidad logró su personería jurídica y desde 2008, Carlos es parte y gran referente del rubro.

Lo que lo conmueve, muchas veces hasta las lágrimas, es ver que muchas veces se acercan adultos (cuarentones para arriba) y miran cómo la calesita da vuelta, con cierta timidez. “Algunos se paran en la puerta, se acerca casi con vergüenza y me preguntan si pueden dar una vuelta. Seguramente se acuerdan de su infancia, casi todos pasaron; algunos hasta te ofrecen pagar. Pero cuando los veo y me doy cuenta, los hago pasar. Esto es, sin dudas, lo que nos hace estar vigentes siempre porque como todos tienen buenos recuerdos de la calesita. Vienen con sus hijos, primero; después traen a los nietos y se animan a venir solos”.

Ponen el valor a doce
Ponen el valor a doce de las 55 calesitas de la Ciudad

Puesta en valor

Para Pometti, la década del 90 fue mala en muchos sentidos y para su rubro marcó un quiebre. “Hubo un deterioro social fuerte y para finales de esos años empezó el vandalismo y otra historia se vivió en las plazas, lo que hizo que disminuyera mucho la cantidad de personas que llegaban a estos espacios”, recuerda. “Creo que ahora hay un resurgir de las plazas porque mejoraron mucho los espacios verdes”.

Según considera, las mejoras y cuidados de esos espacios hicieron que también las familias volvieran a las plazas y los parques a pasar momentos de goce. “Antes se hacía fila y las calesitas estaban llenas. Ahora no por esto de las edades, pero espero que todo pueda resurgir. Aunque veo más gente que hace unos años”.

Carlos no es solamente calesitero en la plaza sino que tiene en su casa el taller en el que arregla todo lo que el tiempo no perdona. “Yo mismo reparo mis propios juegos, lo de las calesitas de mi familia. Todo el tiempo estoy haciendo algo en el taller porque es constante el deterioro es muy importante”.

Al resumir la importancia de este juego en su vida, finaliza: “Es y fue una parte muy importante de mi vida. Le dediqué todo, tengo los mejores recuerdos y, sobre todo, me emociona saber que mi familia fue parte de los recuerdos felices de tantísimos niños. La calesita nunca distinguió clase social. Si un nene se queda parado mirando porque no tiene plata para subir, lo hacemos subir igual. Y el que no lo hace no entendió qué es ser calesitero”.

Uno de los juegos en
Uno de los juegos en el taller de Carlos Pometti

Acceso gratuito para las escuelas

El programa que la Ciudad lleva adelante para ayudar a los calesiteros a poner en valor sus juegos también incluyen a los chicos de los jardines de infantes y del primer ciclo de nivel Primario de todos los establecimientos públicos y subvencionados para que pueden acceder gratis a las calesitas y carruseles porteños.

Hasta el momento, participaron más de 300 grupos de la iniciativa impulsada por la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano, el Ministerio de Educación porteño y la Asociación Argentina de Calesiteros. Las escuelas que quieran participar deben escribir al correo de la Asociación de Calesiteros (asociacion_calesitas@hotmail.com) para coordinar el día, horario y lugar de la visita.

“Es bueno difundir nuestra actividad entre los chicos mediante una visita a las calesitas que no fuera solamente dar unas vueltas sino aprovechar el encuentro para contar la historia de cada una en sus barrios. Desde que han sido declaradas Patrimonio Cultural, se han mantenido en la Ciudad el número de calesitas”, asegura Pometti.

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