A los 78 años, Alberto Pedro Gómez mantiene el bigote tupido de entonces, como cuando era comisario de Pinamar y liberó su territorio para que la madrugada del 25 de enero de 1997 una banda mixta de marginales y policías en funciones secuestrara y matara de dos disparos en la cabeza al fotógrafo de la revista Noticias José Luis Cabezas.
Lo habían apodado La Liebre por ser muy rápido, cualidad que se potenciaba cuando detentaba el poder. Hoy es el único de los condenados que sigue viviendo en la zona del crimen junto a su familia en un chalet de su propiedad ubicado frente al bosque en la tranquilidad de Valeria del Mar. Pero se hace ver poco. En especial cuando un periodista se acerca a su puerta y pregunta por él. Como sucedió con este cronista. Enseguida salió al cruce Braulio, uno de sus hijos.
—¿A quién buscas?, lanzó la pregunta
—A Gómez para ver si accede a una entrevista.
—Él está en una provincia de vacaciones y no creo que quiera. Pero le pregunto, pasate otro día y te digo...
Dos días más tarde la misma escena. Otra vez Braulio apareció como un ánima desde el terreno de enfrente. Dijo que no se había comunicado y pidió un número de teléfono para avisar su respuesta pero nunca lo hizo. Tampoco quiso dar su número telefónico para un futuro contacto.
Gómez se mueve siempre con sigilo. Sobre todo cuando hay presencias extrañas como la de periodistas. Pero está activo, trabaja en la casa y sale a hacer compras en los comercios y trámites al banco y a las oficinas de PAMI, donde suelen verlo.
Cuando a fines de 2002 llegó esposado al juicio en el que fue acusado, que se conoció como Cabezas II -porque fue juzgado después de los otros involucrados- llevaba cuatro meses detenido en la cárcel de Dolores con prisión preventiva. Antes había estado preso en mayo del 97. Pero fue liberado por el juez José Luis Macchi por falta de mérito.
Lo había mandado a detener la jueza Dolores Eva María Merlo después de recibir los peritajes telefónicos del sistema Excalibur –de entrecruzamiento de información sobre comunicaciones- que registró llamados y mensajes que realizó Gómez con personas comprometidas con el crimen. La magistrada entendió que el ex comisario “prestó una cooperación indispensable, sin la cual los ilícitos no habrían podido cometerse. Y en su rol de titular de la comisaría de Pinamar y su conocimiento de la zona, se hallaba en inmejorable situación para brindar a los autores y partícipes del hecho un marco de impunidad”.
Ante el tribunal integrado por los magistrados Jorge Dupuy, Susana Yaltone y Carlos Eyeherabide se declaró inocente. Sostuvo que el día previo al asesinato dejó la comisaría antes de la medianoche para cenar con funcionarios de la Secretaría de Adicciones de la provincia de Buenos Aires. Y remarcó que en su puesto quedó el subcomisario de apellido Acotto hasta que regresó dos horas después, consultó si había novedades, le dijeron que no y se fue a su casa, ubicada en la parte trasera de la dependencia policial. Agregó que al día siguiente muy temprano asistió a una reunión en la Unidad Regional de Dolores. Fue allí donde supo del crimen cuando el comisario de General de Madariaga Mario Aragón recibió el aviso porque la cava donde ejecutaron al reportero gráfico pertenecía a esa jurisdicción.
De José Luis Cabezas habló poco. Solo lo mencionó como “una muy buena persona que ayudaba a mi hijo a aprender fotografía”, como lo reflejó Diario Judicial en su edición del 9 de diciembre de 2002.
Cabezas mantenía con La Liebre una buena relación, producto de tratarlo desde hacía varios años durante las coberturas periodísticas de temporada en Pinamar. Pero ese verano trágico llegó a comentar que le había llamado la atención que Gómez le preguntó cómo estaba su hija Candela, fruto de la relación con María Cristina Robledo. Lo sintió como un mal presagio.
Gómez terminó sentenciado el 23 de diciembre de 2002 a prisión perpetua acusado de los delitos de “sustracción de persona, agravada por la muerte de la víctima, en concurso ideal con homicidio simple e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Sobre él recayó la sospecha de liberar la zona para que se pudiera cometer el delito. Pero además se lo señalaba por otras intrigas que siempre intentó eludir y negar. Por ejemplo, el hecho que sucedió la noche previa al crimen Cabezas, quien se encontraba en la fiesta de cumpleaños del empresario postal Oscar Andreani que se realizaba en su residencia de la zona norte del Pinar. Allí tanto vecinos como empleados de seguridad llamaron a la comisaría para denunciar que personas sospechosas merodeaban el lugar, sin embargo, misteriosamente la policía nunca acudió al lugar.
No fue lo único. En el homicidio terminó involucrados tanto Gregorio Ríos, jefe de seguridad de Alfredo Yabrán, dueño de Ocasa, Oca, Edcadassa, Interbaires, Intercargo, Saprán Techno, Sarán SA y Hy Med, entre otras empresas. Yabrán se suicidó el 20 de mayo de 1998 en su campo de Entre Ríos porque estaba acusado de instigar el homicidio cometido por la banda integrada por los policías Gustavo Prellezo –de la comisaría de Pinamar-, Sergio Camaratta –responsable de la de Valeria del Mar, ya fallecido- y Aníbal Luna. A la que los uniformados sumaron un grupo de delincuentes llamados Los Horneros porque provenían de la zona de Los Hornos, partido de La Plata: Héctor Miguel Retana –fallecido-, Gustavo González, Horacio Anselmo Braga y José Luis Auge.
A propósito de Ríos, un trabajador de nombre Omar Pareda, que cuidaba una vivienda que el ex comisario Gómez tenía en General Belgrano, declaró que su patrón recibía la visita no solo del propio Gregorio Ríos, sino también de su hermano Jorge, y de Coco Mouriño, fiel ladero de Yabrán. Entonces, tanto investigadores como jueces pusieron aún más la lupa sobre La Liebre, ya que concluyeron que había hecho bastante más que liberar la zona para que se cometiera el hecho.
La única vez que La Liebre Gómez dio un reportaje fue en 2017 al periodista Juan González de la revista Noticias, veinte años después del asesinato. Lo recibió del otro lado de la tranquera de su vivienda. El cronista en su texto lo definió así: “Cuando habla, mira a los ojos. Pestañea poco, sostiene la mirada. No duda. El ex comisario de Pinamar está seguro: de él, de su historia, de su autoproclamada inocencia. Eso, contra la tonelada de pruebas y testimonios que evidencian que liberó la zona para el asesinato de José Luis Cabezas, es lo que quiere demostrar. Cada tanto, cuando alguna pregunta lo incomoda, se rasca el bigote blanco y mira al horizonte. ‘No me acuerdo, pasó mucho tiempo’, va a decir una infinidad de veces a lo largo de la nota. Es la primera entrevista que da en veinte años, de los cuales sólo pasó nueve en prisión. Como si fuera una desgarradora ironía, ‘La Liebre’ vuelve a cruzarse con Noticias, con sus nietos correteando por el patio y con un discurso estudiado. Pero cuando Gómez habla, haciéndose pasar por una víctima más, poniéndose en un personaje que no le sale, nombrando a Cabezas por su nombre de pila, da la sensación de que el tiempo no pasó y la tragedia aparece de nuevo, más viva que nunca”.
Como bien relató González en su nota, La Liebre negó haber liberado la zona para que mataran a Cabezas. Y cuando le preguntó si era verdad que él se reunía con Ríos, el jefe de seguridad de Yabrán en su casa de General Belgrano como había sostenido el casero Pareda, el ex comisario lo negó:
—Nunca tuve casero. Él jugaba a las bochas con mi padre, intentó esquivar la pregunta.
Pero el periodista continuó incisivo.
—Pareda mostró una tarjeta de puño y letra que Yabrán le envió a usted y que fue validada como auténtica por la Justicia”.
—¿Usted sabe las tarjetas que me mandaban todos los años? Mi hija las guardaba”, se justificó La Liebre.
—Pareda testimonió también su relación con Gregorio Ríos, jefe de la custodia de Yabrán, su mano derecha y el hombre que fue el nexo entre el empresario y la banda de “Los Hornos” y los policías.
Gómez intentó volver a contestar con evasiva:
—Pareda venía a mi casa. Habrá escuchado algún comentario, pero nada más. Yo lamenté más que nadie la muerte de ese muchacho.
—Perdón, pero Pareda dijo que usted le dijo a él que “no sabía qué había hecho para que Yabrán lo quisiera tanto”.
—No tenía relación con Yabrán.
—¿A Yabrán lo conocía?
—No lo alcancé a conocer. Una vez lo hice procesar, un sumario que hice junto al personal de Telefe cuando les dijo que les iba a pegar.
—¿Nunca lo conoció?
—No.
El periodista lo siguió acorralando con información precisa:
—Qué raro. En el juicio usted dijo que lo conocía a Yabrán.
—No, no, no me acuerdo lo que dije, no, creo que dije que no.
—Dijo que “lo conocía de saludarlo cuando empezaba y terminaba cada temporada”.
—Si lo dije no me acuerdo. Trabajé 28 años en la fuerza y en todos los lugares donde estuve siempre fui reconocido por no cometer ningún delito. Menos por matar a alguien.
El rostro de La Liebre enrojecía a cada minuto producto del sol y de las preguntas que recibía como andanada. Y siguió justificándose y colocándose como víctima por lo que había padecido tras las rejas reencontrándose según sus argumentos, con personas que él mismo había mandado presas. Continuó esquivando algunas preguntas con el clásico “no me acuerdo”, pero cada tanto insistía con que era inocente.
En marzo 2010 la Cámara de Apelación y Garantías en lo Penal del Departamento Judicial de Dolores le concedió el beneficio de la prisión domiciliaria con pulsera electrónica bajo la responsabilidad de su esposa. La morigeración había sido solicitada atento a que le restaban nueve meses para alcanzar la excarcelación apelando a la figura de libertad condicional. Los camaristas Susana Miriam Yaltone, Fernando Sotelo y María Ester Zabala argumentaron “su buena conducta en la Unidad Penal 6 de Dolores” e hicieron hincapié en sus problemas de salud debido a que es diabético.
Con el correr del tiempo, igual que Gómez, la mayoría de los condenados recuperaron la libertad apelando a diversas argucias legales y otros murieron. El ex comisario siguió negando su responsabilidad, refugiándose en su familia, en la pesca, y buscando distracción en la cría de animales, perros, gallinas, ovejas, y en especial caballos que suele montar de vez en cuando. La Liebre sabe que vivirá con el estigma de la condena por el crimen de Cabezas. Ya sin la rapidez que le otorgaba la juventud y el poder de otrora.