Esteban miró todo desde la vereda par de Combate de los Pozos al 2100. Abrió los ojos grandes, buscó caras conocidas, las encontró, y gritó fuerte cuando desde la vereda impar empezaron a cantar eso que él había ido a corear: “No se vende, el Bonaparte no se vende”. Había viajado dos horas y cuarto desde la casa que comparte con su mamá en Burzaco para llegar a ese edificio en el que se atiende desde 1997, cuando ese enclave de Parque Patricios ya no era un hospital militar ni un establecimiento especializado en tuberculosis, sino el Centro Nacional de Reeducación Social (Ce.Na.Re.So.).
En 2016, empezó a funcionar allí el Hospital Nacional en Red “Laura Bonaparte”, especializado en salud mental y en consumos problemáticos. El viernes, después del mediodía, los trabajadores de ese centro sanitario denunciaron que desde el Ministerio de Salud de la Nación les habían anunciado intempestivamente el cierre de la guardia y de las salas de internación. Alertados por la situación, decidieron llevar adelante una vigilia pacífica en el edificio y denunciaron el inminente cierre de todo el hospital. Según asegura ese colectivo, en el Bonaparte se atendieron unas 25.000 consultas en lo que va del año y trabajan allí 612 personas.
La cartera de Salud, cuyo flamante ministro es Mario Lugones, emitió un comunicado unas horas después de que empezaran a sonar las alarmas el último viernes. “En el marco del reordenamiento del sistema, el Ministerio de Salud de la Nación inició hoy el plan de reestructuración del Hospital Bonaparte. La decisión responde al objetivo de priorizar la asignación de los recursos en los pacientes que lo necesitan”, decía el texto, y sumaba: “Para avanzar con la reorganización del Centro de Salud, la cartera sanitaria inició la derivación de los pacientes a otras instituciones. Es importante destacar que no se cierra, se reorganizan los servicios”.
Este lunes a las 7 al menos cuatrocientas personas se sumaron al abrazo simbólico organizado por los trabajadores del Bonaparte. Esteban estaba entre ellos. “Vengo dos veces por semana al Centro de Día del hospital. Cada semana. Veo a mi psiquiatra, a mi psicólogo y a la trabajadora social. Y a cualquier integrante del equipo interdisciplinario que haga falta”, contó Esteban este lunes, y sumó su diagnóstico en su carta de presentación: “Tengo esquizofrenia paranoide. Los profesionales de este hospital me ayudaron a entender que la mía es una estructura psíquica frágil, y a trabajar para no ver solamente el árbol que siento ubicado justo delante de mis ojos para poder ver el bosque más completo, que es la vida misma”.
Esteban se enteró por televisión de los anuncios del Ministerio de Salud y de la reacción inmediata de los trabajadores con los que se cruza cotidianamente. “No vine el viernes porque enterarme me hizo sentir descompensado en cuanto a mi estructura psíquica. Entonces decidí venir hoy, que era el día en que me tocaba venir a que me atendieran y eso no va a pasar, pero viajé igual para defender este hospital del que dependo y vine hoy y no el viernes para poder tranquilizarme. Si cierran esto, ¿sabés qué posibilidades tengo yo de atenderme en otro lado? Ninguna”, dijo este paciente de hace casi dos décadas, y de cuatro horas y media destinadas a viajar cada día que le toca continuar su tratamiento en el Bonaparte.
No sabe qué edad tiene. Esteban sabe que nació en 1971 pero no del todo en qué año estamos. “No sé qué año es”, contó a Infobae, atento a las canciones y los reclamos que llegaban desde la vereda de enfrente a puro megáfono y coro colectivo.
Se acuerda con detalle de quiénes se sucedieron al frente del Sillón de Rivadavia según pasaron los años, y también de muchos de los funcionarios a cargo del área de Salud y de Salud Mental específicamente. “Todos hicieron muchas cosas muy mal pero al menos veníamos y nos atendían. Esto no es un loquero en el que los pacientes quedan internados hasta morirse. Esto es un lugar en el que los profesionales ponen toda su formación y su voluntad para que estemos mejor. Muchos pacientes que ya lograron dejar de consumir, que están en remisión, que vienen acá para seguir estando bien”, describió.
Laura también miró el abrazo simbólico desde la vereda de enfrente del Bonaparte. Estuvo atenta a entender a la perfección la letra de las canciones que escuchaba -la que más gritó fue “unidad, de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode”- y, sobre todo, a que los colectivos que pasaban finito por entre los manifestantes, con bocinazos de apoyo y todo, no pusieran a alguien en peligro.
Tiene 47 años, vive en Pompeya y es abogada. Vive con su marido y con sus tres hijos: dos van a la escuela secundaria y la más chica, a la primaria. “Soy alcohólica. Me costó mucho poder aceptarlo, hablarlo con mi familia y con mis amigos. También me costó estar dispuesta a hacer un tratamiento y a encontrar el lugar adecuado. Probé con psiquiatra especializado particular, probé en un grupo de Alcohólicos Anónimos de una iglesia lejos de mi casa y lejos del trabajo, porque me sentía menos expuesta. No logré sostener ninguno de esos tratamientos”, contó.
“Llegué al Bonaparte hace cinco años, porque una íntima amiga mía, esas que te ven en el peor de los infiernos, había hecho varias capacitaciones acá como psicoanalista. Estoy sin consumir nada de alcohol desde hace un poco más de tres años y mi encuentro semanal con mi psicóloga, el que hago también una vez por semana con el grupo en el que me encuentro con otros consumidores y el que tengo una vez cada quince días con mi psiquiatra cuentan dentro de las 25.000 consultas que los profesionales del hospital ya atendieron en lo que va de 2024″, describió Laura a Infobae.
Frente al abrazo simbólico que decidió acompañar y que, de a ratos, la hizo llorar por la angustia y también por la emoción de ver a tanta gente llegar a apoyar a la comunidad del hospital, la paciente reconstruyó el momento en el que sintió que podía apoyarse en el Bonaparte para tratar su alcoholismo. “En una de las tantas reuniones del grupo encontré el apoyo y la orientación que necesitaba para poder hablar con mis hijos de lo que me pasa. Y eso fue un giro de 180 grados, porque en vez de esconderme y sentirme aún más sola, pude contarles a ellos la verdad y contar con su compañía y su apoyo. Ese cambio de enfoque lo logré porque acá encontré profesionales con una empatía y un conocimiento especializado que no vi en ningún otro lado”, explicó.
“Venir una vez por semana a encontrarme con mis compañeros de grupo, con nuestro coordinador, y también sola con mi psicóloga, que sabe muchísimo sobre adicciones, logra que pueda sostenerme justamente sin consumir. Con esfuerzo yo podría pagar terapia y psiquiatra particular, hice ese camino, pero encontré el mejor tratamiento acá. El que me permitió y me permite mejorar, y hacerlo acompañada de mi familia”, contó Laura. Por todo eso llegó bien temprano este lunes a la vereda del hospital que le es tan cotidiano. “Vine a abrazar a este lugar que me abrazó a mí y que me ayuda a abrazar mi escenario, aceptarlo y estar bien, incluso sabiendo que puede haber recaídas”.
Esteban levantó la voz para cantar y también para reflexionar sobre el centro de salud en el que trata su salud mental: “Durante muchos años consumí droga. Ya no lo hago más, pero tengo claro que mi estructura psíquica, por su fragilidad, puede ponerme de nuevo con facilidad en ese camino. Por eso necesito un tratamiento al que pueda acceder y en el que me sienta acompañado, como me pasa en el Bonaparte”, dijo.
“Gerardo Vetito, el Presidente de la Nación al que llamo así porque ese es su segundo nombre y por los vetos que tiene a mano, gastó 2.850.000 dólares en viajar, y en muchos casos para hacer cosas que ni siquiera tienen que ver con su rol en el Estado. El presupuesto de este hospital es de 1.750.000 dólares al año. ¿Qué lógica tiene que no haya plata para el hospital? No estamos locos los que venimos acá, sólo necesitamos nuestros tratamientos, los que nos ayudan a tratar de ver el bosque entero y no fijar el pensamiento en un solo árbol. Eso yo lo logré acá, y no lo quiero perder”, sumó Esteban, y le prestó de nuevo atención a todo lo que pasaba a su alrededor. Los reclamos saliendo del megáfono, las canciones en boca de los trabajadores de la salud amontonados en la escalera de la entrada del hospital, los colectiveros haciendo sentir su apoyo, los pacientes que lo abrazaban en la vereda porque son sus caras conocidas, el psicólogo al que reconoció a lo lejos y se apuró a saludar. El bosque.