“Jesús, si me sacás de acá yo te entrego mi vida para servir, para siempre”, prometió Juan Carlos Gutiérrez cuando sintió que todo acabaría, durante un ataque inglés contra los soldados argentinos que defendían las Islas Malvinas, en la cruenta guerra de 1982 que se llevó la vida de 649 argentinos. Se salvó.
Pasaron los años y nunca olvidó aquella promesa que comenzó a cumplir hace cuatro años. Tiene un nombre: “Viajando y curando”. Esa es, también, la manera que encontró para seguir haciendo patria, a través del uso de conocimientos logrados de las distintas técnicas de masajes que aprendió. Pero no atiende a sus pacientes en un consultorio “común”. Después de la pandemia de coronavirus, compró un mini bus y con sus propias manos lo convirtió en su motor home y consultorio itinerante.
“En 2009 me fui a España. Llegué primero al País Vasco como masajista y ahí aprendí otras seis técnicas europeas de masajes. Fui a estudiar lo que acá no se enseña como, por ejemplo, sacar una artrosis de rodilla”, asegura sobre la importancia de lo que aprendió. En ese tiempo, también comenzó a echar raíces en el Viejo Continente: se casó con una española, a quien 11 años más tarde un cáncer de páncreas agresivo le arrebató la vida en sólo dos meses.
Pese a ese dolor, siguió profundizando en nuevas técnicas de masajes, aprendió todo lo que pudo sobre el cuerpo humano y sus necesidades físicas (desde la alimentación) hasta las espirituales.
La misión de curar
“Viajo por todo el país ofreciendo masajes terapéuticos. Esto para mi es una misión”, le cuenta a Infobae desde Zapala. Oriundo de Quilmes, de 63 años, junto a su mujer Pamela y la hija en común (de 3 años), emprenden un recorrido que los lleva lejos de las grandes ciudades. Carlos busca las zonas más alejadas, en el campo, sobre todo, porque sabe que allí hay trabajadores rurales afectados físicamente por el tipo de labores que realizan y que, por distintas cuestiones, no consultan a los médicos. O que pese a haberlo hecho, no tuvieron una cura para sus dolencias. También atiende a jubilados.
Volviendo la vista atrás, cuenta que cuando dejó Argentina llegó a Andalucía. “Estuve un tiempo allí y después fui al País Vasco, donde sentí un mundo de sensaciones, porque pude aprender todo lo que yo quería: estudiar bien el cuerpo humano. Llegué como masajista común y corriente, con las técnicas de cualquier masajista, pero yo quise estudiar la totalidad del cuerpo humano para aprender a sanarlo, poniendo todo en su lugar”. De eso dan fe las y los pacientes que dejan su testimonio en el canal de YouTube que creó para compartir sus recorridos.
“Cuando estudié en España, donde me cambió la vida, aprendí cómo curar las artrosis de rodillas y caderas, las hernias de disco, por ejemplo. Esas son dolencias para las que acá la gente toma pastillas o se opera”, lamenta y explica su técnica: “Yo trabajo con masajes: desbloqueo el músculo —que ni los masajistas ni los fisioterapeutas los tocan—. En el caso de una hernia de disco, desbloqueo los músculos piramidales, después hago estiramiento, masajes, abro las las vértebras y así la hernia se va en cuatro sesiones, pero ya en la primera sesión saco los dolores. Viene mucha gente a verme con esos problemas”.
Se especializa en hernia de disco, en corregir la escoliosis, acomoda el hueso Atlas, en el cuello. Mejora las rodillas y las caderas con artrosis y asegura que puede quitar el padecimiento. Juan Carlos, no se posiciona en la vereda contraria de la medicación con calmantes para el dolor, pero no está de acuerdo con que esa sea la única solución que hoy se les ofrezca a las personas. “Llenan a los pacientes de remedios, que los calman un poco, pero no les soluciona nada”, lamenta.
También se refiere a cuando “llegan a la cirugía”. “Eso no es nada. El tema es cuando ponen prótesis que, al no tener ADN, no se agarra al músculo. Para una persona mayor de 60 años, eso genera un roce constante y dolores que no se quitan, porque se atrofia el músculo. Por eso, a mis pacientes también les enseño que es muy importante qué comer, sobre todo, alimentos con minerales para que no tengan que vivir lidiando con esos dolores”, sostiene.
Explicando un poco más qué hace, dice: “Lo que yo hago es tratar de sacar la inflamación con ventosas y a mano, todo a base de masajes. Estudié seis técnicas diferentes en varios países europeos y con todas hice una fusión. Muchas personas me contaron que tuvieron tratamiento de 20 sesiones con otro profesional y que no les sacaron el dolor. Yo soy un instrumento, nada más”.
Considera que hay “algo más” que colabora con él. Y afirma: “A medida que viajo y curo a tanta gente, el Señor Jesús me da más energía. Cuando empecé tenía la energía muy baja, pero hoy siento que, gracias a Dios, puedo curar a todos. Bueno, en realidad, yo soy un instrumento —reitera—. La que cura siempre es la Fe y eso se lo digo a todos mis pacientes. Hay gente que, por ejemplo, llegó a verme y subió con mucha dificultad, pero al bajar estaba mucho mejor... Y ahí se nota el cambio. Hubo casos de pacientes tenían dolores por 4 o hasta 10 años de dolores que llegaron desahuciados y salieron muy contentos porque algunos pensaban que tenían que operarse y hasta que ya no caminarían más”.
Emocionado, asevera: “Es muy bueno devolverles la salud, tanto mental como física porque los dolores repercuten en todos los aspectos de la vida de la persona y no importa la edad. Hace unos días atendí a un joven de 32 años que no podía salir a caminar, y eso lo afectaba emocionalmente”.
Consultado sobre a quiénes atiende, dice que a muchos jubilados y que les cobra “un valor que ellos puedan pagar”. También atiende a personas de todas las edades que lleguen hasta donde estacione su casa rodante.
“Esta es mi manera de atender. No tengo consultorio en Buenos Aires. Yo soy de Quilmes (salí de allí hace más de 10 días) y cuando regrese será para descansar. Luego volveré a salir nuevamente”, aclara y cuenta que esa es su modalidad de trabajo porque no le gustan “las grandes ciudades”.
Volviendo a la vida en España, reconoce que su vida allí cambió por completo, al igual que su mirada y las percepciones sobre la salud humana. Aquellas técnicas que aprendió las comenzó a combinar y también quiso conocer cada detalle del cuerpo humano, sobre todo cómo actúan las células y la importancia de consumir minerales para el correcto funcionamiento del organismo. “También estudié mucho sobre la energía, la que tenemos las personas porque como toco a tanta gente, tengo que saber también cómo limpiar mis energías para que luego nada me afecte a mí”.
La promesa
Así —en medio de los estruendos— fue el momento exacto en que Carlos comenzó a ser masajista. Cuando estaba en combate y las detonaciones lo ensordecían tuvo el mayor momento de introspección. “Le pedí al Señor Jesús que me salve. Hubo un momento puntual en el que recuerdo que miré al cielo y dije: Jesús, yo no me quiero ir todavía. ¡Si me sacás de acá, si me salvás, yo soy tuyo para toda la vida!’”, revive emocionado el momento más crudo que le tocó enfrentar mientras sentía que su vida pendía de un hilo.
“¡Y me salvó! Al volver de la guerra, con 22 años, comencé a estudiar y me recibí de masajista. Sentí que lo que debía hacer pasaba por mis manos”, asegura emocionado el hombre que fue “apuntador de mar” durante el conflicto, que perdió a 60 compañeros en combate y que a los tres años del fin de la guerra perdió a su madre. “Así inició mi carrera. No sé cómo, pero supe que la manera de hacerlo, de servirle, era ésta: usando mis energías, las que me fui ganando, a través de mis manos. Yo soy un instrumento, nada más. Por eso, es que cuando quise perfeccionarme y aprender cómo funciona el cuerpo humano, fui a España para estudiar Medicina”, dice y asegura que a él, el recuerdo de Malvinas le hace sacar lo mejor de sí.
“Me siento muy a gusto cuando puedo sacarle los dolores a la gente, que también profundiza en muchos temas, porque desean conversar. Creo que en eso me ayudó Malvinas, porque cuando uno sale de allá es para poder servir a la sociedad”. Al mismo tiempo, admite que estando en España soñaba con regresar y que tras quedar viudo, comenzó a estudiar envejecimiento celular porque deseaba conocer a fondo cómo atacan las enfermedades. Así, empezó a reunir sus investigaciones e inició la escritura de un libro recopilando todo lo que sabe.
Cuando llegó el covid-19, Juan Carlos comenzó a sentir temor porque cerca de él murió mucha gente, y temía por lo que podría pasar si se quedaba y no dudó y regresó a Argentina. Al fin, todo lo aprendido pudo ponerlo en práctica.
Por eso, al llegar compró un colectivo chico y comenzó a viajar. El primer lugar al que se dirigió fue Córdoba. Pero, como le quedaba chico, compró un mini bus, al que le dio forma de vivienda y consultorio: la parte de adelante es la casa y la otra, el espacio donde atiende a sus pacientes. “Mi misión es ésta: curar a las personas”, finaliza convencido.