Apenas unos cientos de años después de la muerte de Jesús, los cristianos comenzaron a peregrinar a lugares de Tierra Santa relacionados con su vida y ministerio. Esta práctica fue alentada por los primeros Padres de la Iglesia, como San Jerónimo, y una de las primeras peregrinaciones fue realizada por Santa Elena, madre de Constantino, quien viajó a Tierra Santa en el año 326 d.C. en busca de reliquias cristianas. Las guías de viaje antiguas se llamaban “itinerarium” y la más antigua dentro del cristianismo es un registro de un peregrino que viajó desde la ciudad de Burdigala (hoy Burdeos, Francia) a Jerusalén en el año 333/334 d. C. Se llama (traducido) el “Itinerario de Burdeos”. A lo largo de la Edad Media, los lugares de peregrinación aumentaron a medida que los cristianos comenzaron a viajar a lugares relacionados con los apóstoles, santos y mártires en particular y lugares donde se habían producido apariciones de la Virgen María. Roma, especialmente, se convirtió en un lugar de peregrinación muy importante y fundamental. Cuando Tierra Santa fue conquistada por los musulmanes en el siglo VII, se desarrollaron nuevos lugares en Europa occidental, como el “camino de Santiago”, que conduce a la catedral de Santiago de Compostela, que comenzó en el siglo IX.
La edad de oro de las peregrinaciones se ubica desde principios del siglo XI hasta principios del siglo XVI en Europa. Durante ese tiempo, alrededor de una quinta parte de la población europea peregrinó hacia algún santuario venerado. Durante la Reforma iniciada por Lutero, Calvino y otros reformadores, los protestantes rechazaban esta práctica por su relación con el culto a las reliquias y las indulgencias, que a menudo se asociaban con las visitas a los lugares de peregrinación. Sin embargo, para los católicos, la peregrinación siempre —hasta hoy— fue un aspecto importante de la devoción espiritual.
El papa Francisco nos indica sobre las peregrinaciones que: “…son caminos por la vida, caminos de curación… en los peregrinos, como lo somos todos en este mundo, se refleja el rostro de Cristo que tomó sobre sí nuestras debilidades para infundirlas con la fuerza de la Resurrección. Es además signo vivo de una Iglesia que camina junta, que sostiene a quienes no pueden y no quiere dejar a nadie que camine detrás. Es una imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” que, como buen samaritano, está cercano, cura y sana…”
Hoy 5 de octubre, más de un millón de personas marcharán al Santuario de Nuestra Señora de Luján, en la provincia de Buenos Aires. La palabra “santuario” tiene múltiples significados en las distintas religiones e incluso en el uso católico. Para nuestros propósitos, se refiere a lugares activos dedicados en honor a la Virgen María, un santo o a un evento en la vida de Jesús En el cristianismo primitivo, los santuarios comenzaron a construirse en los lugares de enterramiento de los mártires cristianos. Posteriormente esos cuerpos se llevaban a las iglesias y estos lugares comenzaron a ser metas de peregrinaje. Los más espirituales son siempre lugares donde vivió, murió o fue enterrado un santo; donde su presencia se siente de alguna manera especial; o donde tuvo lugar una visita sobrenatural de la Virgen o de Jesús. Los santuarios católicos son lugares donde se acude con frecuencia para recibir sanación o para rezar por una causa específica. En muchos de ellos, la enfermedad, tanto física como mental, se muestra y forma parte del poder del taumaturgo del santuario.
En este caso en particular las peregrinaciones hacia Lujan comenzaron apenas llegada la venerada y taumaturga imagen a este sitio, la actual Luján, de manos de Doña Ana Matos. Pero también antes, cuando estaba en la estancia de Don Rosendo, en la actual Zelaya, partido de Pilar, habían comenzado a ir desde localidades vecinas. Fue el padre Federico Grote, fundador de los “círculos católicos de obreros”, el primero en organizar peregrinaciones al santuario de Nuestra Señora de Luján. En la primera peregrinación realizada el 29 de octubre de 1893 fue acompañado por unos 400 hombres y partieron de Flores, en la ciudad de Buenos Aires. Años más tarde, ya eran 3000 las personas que acompañaban este peregrinar. A principios del Siglo XX, se creará la “Sociedad de Peregrinos a pie a Luján” una institución civil encargada de organizar la principal peregrinación anual.
Cientos de miles peregrinan durante todo el año hacia Luján, ya sean gremios: médicos, los arquitectos, los obreros del ferrocarril; como también las diversas comunidades de inmigrantes: españoles, italianos, libaneses; las diócesis, los grupos tradicionalistas (la muy recordada peregrinación a caballo) etc…
Por los años ´70 del siglo pasado, la sociedad argentina estaba convulsionada. La muerte del Gral. Perón, luego en 1976 el derrocamiento del gobierno institucional por parte de un grupo de militares convirtiéndose luego en una terrible dictadura atormentaba a gran parte de la sociedad, y entre ellos los jóvenes. En ese momento histórico la jerarquía católica tenía gran peso en la sociedad y en honor a la verdad, muchos obispos fueron grandes y perfectos colaboracionistas del horror con la dictadura cívico-militar. Pero otros obispos, en cambio, murieron mártires en defensa del pueblo como ser: el Beato Mons. Angelelli y compañeros mártires, Mons. Ponce de León, por citar solo algunos. En medio muchos sacerdotes supieron ver el momento histórico y escuchar la voz del pueblo como voz de Dios. Uno de ellos fue el padre Rafael Tello. En aquellos momentos, los grupos juveniles en las parroquias eran muchos y diversos y por ejemplo, había grandes reuniones de jóvenes en el colegio Episcopal de Villa Devoto y de estos grupos y sus inquietudes fue que el padre Tello escuchó y observó, junto con otros como ser el Padre Ricardo Larken, el Padre Rossi, el padre Sucunza; a todos esos jóvenes que poseían inquietudes, pero que había que canalizarlas
Lujan era, obviamente, un punto convergente, pero a la peregrinación que salía desde Flores no iban muchos jóvenes, y surgió así la idea de unir dos santuarios: el de San Cayetano de Liniers y el de Lujan. La idea entusiasmó a los jóvenes de aquel momento, y en varias parroquias de Buenos Aires, comenzó a gestarse este movimiento. Se crearon cuatro comisiones: encargados de la liturgia, del contenido de la peregrinación, de la marcha en sí y de la difusión del evento y el lugar de reunión era la parroquia Santa Julia, en el barrio de Caballito. El arzobispo de Buenos Aires Mons. Juan Carlos Aramburu sabía de este evento, pero era algo “entre parroquias” no hubo apoyo episcopal directo en absoluto, solo eran jóvenes sus párrocos, otros sacerdotes y algunas religiosas. Hubo un lema: “La juventud peregrina a Luján por la Patria”, y una canción que marcaba el momento histórico “Este es el tiempo de América”: Este es el tiempo de América/este es tu tiempo, Señor. /Los jóvenes estamos presentes/testigos de tu gran amor. /Nuestro Padre nos llamó/a vivir en este amor/y a encontrar liberación, todos juntos…Nuestras manos se unirán/a luchar contra el dolor/que hoy el pueblo está viviendo sin respuesta…”
Se iba avisando parroquia por parroquia, colegio por colegio, convocando, invitando a los que pudieran o quisieran. Pero no hay que olvidar que el miedo y el terror eran amos y señores de las calles en aquellos momentos terribles de la Patria. Fue una locura pensar movilizar a los jóvenes en algo masivo ya que, por el solo hecho de ser jóvenes, eran mirados con absoluta desconfianza. Pero se hizo.
El primer sábado de octubre de 1974, en el barrio de Liniers, a las 9:00 comenzó la primera peregrinación a Luján de los jóvenes. Nunca se imaginaron que al cruzar la Gral. Paz cruzarían los umbrales de la historia. La ruta 7 era larga, para llegar hasta Luján, muy larga; mucho más larga que hoy (la distancia no solo es física, sino también es psicológica) porque no había todo lo que hoy se ofrece para los peregrinos que concurren este día. En realidad, no había nada. El cantito de “A la dere, a la dere” surge porque los coches seguían transitando por la ruta. Había policía, por supuesto, pero no para cuidar el orden de los peregrinos sino para vigilar las acciones de esos “jóvenes” que estaban subvirtiendo el orden establecido. No había baños, solo en las estaciones de servicio, y algunos vecinos ayudaban. Poco a poco el espíritu de la peregrinación fue creciendo, cada vez más hasta llegar el día de hoy, donde detrás de los jóvenes que caminan hay toda una organización tanto eclesial, como civil y de las FFAA que apoya y prepara todo desde meses antes. Ambulancias, servicios médicos, atención coordinada de las fuerzas de seguridad, etc... pero en aquellas épocas era solo jóvenes, asfalto y entusiasmo.
Y como se todo esto que les acabo de comentar, no por haber leído notas o libros sobre el tema: quien escribe estas líneas estuvo en la preparación de aquella primera marcha y caminó hacia Luján en la segunda, en 1976. Y lo hice hasta el 2000. A medida que iba creciendo (y envejeciendo) vi la transformación de la peregrinación. Luego del comienzo de este siglo ya no puede ir más. Pero hay varias anécdotas de aquellos primeros años.
Como no había puestos de ayuda en la ruta cada uno echaba mano de lo que tenía para ayudar. En mi caso era una tía que vivía en Morón, “la tía ñata”, Amelia de los Ángeles Lebozo de Corradi. Parábamos en su casa, muy grande, con un gran parque, en la calle república oriental del Uruguay y Ntra. Sra. Del Buen Viaje; ¡parecía un centro de refugiados! Por lo menos la invadíamos cerca de 70 jóvenes. Como ella era muy proactiva en la parroquia de la catedral de Morón, se puso en contacto con varias comunidades parroquiales y conocidos a lo largo de la ruta 7, y éstas, a su vez, con los vecinos frentista de la ruta o cercanos a ella. Estos samaritanos dejaban pasar a las mujeres al baño y otras necesidades que iban surgiendo; hasta hubo un pastor de una iglesia Cristina Evangélica que en Merlo nos prestó sus instalaciones, dado que estaba cerca de la ruta. Hoy, que vivimos en una sociedad individualista, estas actitudes serían extrañas y yo diría casi impensables.
Pero volvamos a aquellos años. Desde Gral. Rodríguez a Lujan la ruta solo era oscuridad. Ver el puente de los “Tres arcos” (el conocido por la jerga de los peregrinos como el “puente blanco” dado en aquella época estaba pintado de blanco refulgente) de la ruta nacional 5 que cruza la ruta 7 y la rotonda de Luján era el claro indicio que la basílica estaba ahí a unos pasos. Ya se veían los pináculos de la iglesia, pero cada vez se alejaba más, parecía que tenía rueditas y a cada paso nuestro el templo se alejaba de la misma manera. Pero esa horrible apreciación culminaba cuando de improviso, surgía de golpe en su imponencia la Basílica, dado que llegábamos a ella por la calle San Martín. Ante esa visión espectacular del templo desaparecía el cansancio. Y ahí, dentro de su casa, estaba María, es decir, su imagen que nos la recuerda.
Es menester recordar siempre que los católicos no “adoramos imágenes”: es como si fuera la foto de nuestra mamá. En este caso de la Virgen de Luján es una escultura muy pequeña que contemplamos con infinito amor y devoción. Pero sabemos que no es la Virgen, sino solo “una imagen”, como bien lo dice la palabra. Y como no adoramos la materia y tampoco “adoramos” a la Virgen María. Adorar, solo a Dios. Y este culto posee un nombre: Latría. La reverencia, culto y adoración que sólo se debe a Dios. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría. La Dulía es el culto que se tributa a los ángeles y santos. La Hiperdulía, es el culto que se da a la Santísima Virgen María como mediadora y Madre de Jesús. Y la Protodulía es el culto a San José como padre adoptivo de Jesús.
Y así, cansados pero alegres, llegábamos con los ojos llenos de esperanza y confiados en Dios. La esperanza y la confianza en Dios, a lo largo de estos años no ha menguado… Y nuevamente hoy, cientos de miles de jóvenes caminarán por la misma ruta, como lo hicimos nosotros, y como lo hicieron muchos cientos antes que nosotros, recordando el pasado, viendo el presente y confiando en el futuro.